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Capítulo 2

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ZAKARY Montegova sabía que un momento de debilidad podía acabar con cualquier imperio. Y, cuando Violet se apartó de él como si tuviera la peste, optó por dejar que se alejara hacia la limusina y la siguió despacio, negándose reconocer lo que la visión de sus redondas nalgas hacía a su libido.

¿Cómo era posible que se dejara excitar con tanta facilidad? ¿Es que no tenía suficiente con la lección que le recordaba su padre desde la tumba?

Las repercusiones de su debilidad habían sido traumáticas, y seguían teniendo consecuencias en la Casa Real de Montegova, como demostraba su reservado y circunspecto hermano, Remi. O como demostraba también su madre, aunque escondiera su angustia tras el aplomo aristocrático de una mujer que no se acobardaba en ninguna circunstancia. Pero, sobre todo, como demostraba la existencia de Jules, su ilegítimo hermanastro.

El reino había estado a punto de caer en manos de oportunistas y generales ambiciosos cuando se hizo pública la noticia de la infidelidad de su padre, pocas horas después de que falleciera. Y Zak, que había sido testigo de todo ello, no olvidó lo que podía provocar la tentación.

Además, él no era una excepción a la norma. Por eso había elegido una vida de trabajo duro. Por eso se negaba a caer en las garras de ninguna mujer. Por eso estaba encantado de dejar la producción de herederos a su hermano, el primero en la línea dinástica.

Pero, en ese caso, ¿por qué se había obsesionado con Violet Barringhall?

No había olvidado lo sucedido seis años antes. Su madre le había pedido que asistiera al cumpleaños de la adolescente, y había estado a punto de negarse. No quería apoyar la amistad de la primera con la cotilla de Margot Barringhall, una famosa oportunista que adoraba la prensa del corazón.

Pero su madre insistió y, cuando Zak puso la vista en Violet, no pudo apartarla. Ya no era la niña con la que había coincidido un par de veces. Se había transformado en una joven preciosa. Y la hora que pretendía dedicar a su fiesta se convirtió en cuatro.

En determinado momento, la siguió al jardín de su casa, atraído por las tímidas pero seductoras artimañas femeninas que ella parecía decidida a practicar. Creía que se estaba probando a sí mismo, y se sometió a la tentación con la seguridad de que podría marcharse cuando quisiera y salir triunfante en la batalla contra el deseo de tocarla.

Y la tocó.

Descubrió por qué le intrigaba tanto lady Violet Barringhall.

La tocó y la probó con todo el hambre que había acumulado durante varios meses, desde la muerte de su padre. Hasta llegó a coquetear con la idea de tener una aventura con ella, y quizá la habría tenido si no hubiera descubierto que su familia era cualquier cosa menos honrada.

El conde había dilapidado su fortuna antes de morir, y la condesa se había zambullido en un desesperado y frenético plan por mantener su nivel de vida, que pasaba por dos estrategias a cual más vil: la primera, vender información a la prensa amarilla y la segunda, casar a sus hijas con cualquier hombre que tuviera una buena cuenta bancaria y quisiera acceder a un título nobiliario.

El descubrimiento lo dejó pasmado, y se maldijo a sí mismo por haber estado cerca de caer en la trampa casamentera de Margot Barringhall. Pero afortunadamente, se libró. Y no volvió a pensar en ello hasta que su madre le volvió a pedir un favor relacionado con Violet.

Solo habían pasado tres meses desde entonces. Tres meses de fracasos continuados en su intento de conseguir que se rindiera y dejara el empleo. Le encargaba las tareas más aburridas. Le daba las más insignificantes. Pero no se rendía, así que puso más trabajo sobre sus pequeños hombros con la esperanza de que se derrumbara.

Y no le salió bien.

Violet era más dura de lo que había imaginado, y comprendía a la perfección los objetivos del House of Montegova Trust; sobre todo, en lo tocante a los programas de ayuda a los más necesitados.

Además, su cercanía física había despertado en él el deseo de volver a tocar su cuerpo, de volver a oír sus gemidos, de volver a sentir sus caricias, de comprobar de nuevo que su tímida actitud ocultaba una lengua verdaderamente descarada.

Pero no podía ser. No podía cometer el terrible error de dejarse seducir por una de las hijas de la condesa, comprometiendo con ello el futuro de su familia. Y esa era la razón de que mantuviera las distancias con la escultural criatura de cabello castaño y ojos de color turquesa, que siempre le recordaban el mar.

A pesar de ello, lo primero que hizo cuando entró en el coche fue mirar las piernas de su acompañante, que las acababa de cruzar. Tenía una elegancia natural, y sus movimientos resultaban tan delicados como su pose, de espalda recta y manos cruzadas sobre el regazo. Era la quintaesencia del decoro. Salvo por la vena que latía en su suave y encantador cuello, que Zak deseó besar.

Pero, ¿qué demonios estaba haciendo? ¿Por qué se empeñaba en jugar con fuego?

No lo sabía, y se odió por ser incapaz de resistirse a la tentación de admirar su escote, que dejaba ver la parte superior de sus senos.

–Tendrá que tomar notas, pero no veo que haya traído su ordenador –dijo, irritado.

–No lo he traído porque no es necesario. Tengo una aplicación en el móvil que sirve para eso y que, si no recuerdo mal, es de uso corriente en la fundación –declaró ella–. Si necesita algo, lo puedo tener en una hora.

–¿Y si lo necesito antes?

–Entonces, me preguntaré por qué va a esa gala si tiene cosas más importantes que hacer –replicó–. No me malinterprete… Sé que es un genio de la multitarea. Pero todo sería más fácil si supiera qué es lo prioritario.

–Bueno, lo descubriremos pronto.

Momentos después, el chófer detuvo el vehículo en el vado de la embajada de Montegova. Zak salió y le ofreció cortésmente una mano, que Violet aceptó. Pero, al sentir su contacto, él la apartó como si le hubiera quemado y entró en el vestíbulo del edificio, donde esperaba el general Pierre Alvardo, ministro de Defensa.

–Gracias por recibirme, Alteza –dijo el general–. No quería interrumpirlo, pero se trata de un asunto importante.

–Eso lo decidiré yo.

A decir verdad, Zak le había concedido audiencia porque sabía que Alvardo era un hombre de gatillo fácil. Y, como su madre estaba ocupada en el Parlamento y su hermano se había ido a Oriente Próximo, no tenía más opción que recibirlo.

–¿Y bien? ¿Qué ocurre? –continuó el príncipe.

Alvardo lanzó una mirada a Violet, como si no quisiera hablar delante de ella.

–No se preocupe por lady Barringhall –añadió Zak–. Ha firmado un acuerdo de confidencialidad, y conoce las consecuencias de romperlo.

–No es necesario que me lo recuerde –intervino ella, sonriendo con frialdad–. Lady Barringhall no olvida nada, Alteza.

Alvardo se quedó asombrado con su descaro, pero no dijo nada. A fin de cuentas, no habría llegado a ministro si no hubiera sido un buen diplomático.

Ya en la sala de conferencias, Zak esperó a que Violet se sentara y sacara su teléfono móvil antes de acomodarse a su vez. Entonces, se giró hacia el ministro y declaró, entrando en materia:

–¿De qué se trata? ¿Son los disidentes sobre los que alertó hace dos meses?

Alvardo asintió.

–El servicio de Inteligencia afirma que cada vez son más, y que existe la posibilidad de que se rebelen en Playagova.

–¿La posibilidad? –dijo Zak, tenso–. ¿No está seguro?

–Bueno, es que no nos hemos podido infiltrar en el grupo. Es más difícil de lo que imaginábamos.

–¿Y qué quiere? ¿Que le dé permiso para perseguirlos abiertamente?

El ministro asintió.

–En efecto. La reina le nombró jefe de las Fuerzas Armadas, y no podemos actuar sin su permiso escrito.

–Discúlpeme, pero un acto así podría causar inquietud social y quizá pánico.

–Puede ser, pero el precio sería más pequeño que los beneficios.

–Yo no lo creo.

Zak notó que Violet lo miraba con alivio antes de seguir tomando notas en su teléfono.

–Alteza, no sé si es consciente del riesgo que corremos –dijo Alvardo, eligiendo cuidadosamente sus palabras–. Si no intervenimos pronto, la situación se nos podría escapar de las manos.

–Entonces, redoble sus esfuerzos por conseguir pruebas fehacientes. El pueblo de Montegova ya ha sufrido bastante, y no necesita que lo alteren con rumores infundados. Mantenga la vigilancia del grupo e infórmeme si se produce algún cambio.

Zak pensó que investigaría el asunto y comprobaría el informe del ministro, por si acaso. La situación de Montegova se había complicado por la inesperada decisión de su madre de dejar el trono a Remi, y el país no necesitaba más sustos.

–Eso es todo –sentenció.

El ministro se levantó, hizo una reverencia y salió de la habitación. Luego, Zak y Violet volvieron al coche y, cuando ya se dirigían al Upper East Side, donde se iba a celebrar la gala, él dijo:

–Si tiene algo que preguntar, pregunte. Se nota que está haciendo esfuerzos por callarse.

Ella apretó los labios.

–¿Es cierto que Montegova corre peligro?

Zak se encogió de hombros.

–Siempre hay amenazas de alguna categoría –respondió–. El truco consiste en separar el grano de la paja, por así decirlo.

–Pero el general parecía preocupado…

–Alvardo es ministro de Defensa, y tiende a exagerar.

Violet frunció el ceño.

–¿Está seguro? A mí me ha parecido algo grave.

–Porque puede que lo sea.

–¿Y se lo toma así, con tanta tranquilidad? –dijo ella, perpleja.

–He aprendido que las cosas no son siempre lo que parecen. El ministro hace sus informes, y yo investigo por mi cuenta cuando es necesario. Al final, siempre se descubre la verdad.

Zak se acordó del secreto que había guardado su padre durante veinte años, un secreto que estalló en la cara de su familia. Pero también se acordó de los planes matrimoniales de Margot Barringhall, y se preguntó si sería realmente cierto que su hija estaba conchabada con ella.

Tras mirarla de nuevo y ver que fingía estar interesada en el paisaje, se dijo que sí. Al parecer, lady Violet quería echarle el lazo, y se había convencido a sí misma de que la farsa de su trabajo en la fundación le había engañado.

–¿Cree que la situación merece una investigación a fondo? –insistió ella–. ¿Es posible que alguien quiera acabar con el reino?

Zak se encogió de hombros otra vez.

–Bueno, la era de las monarquías ha pasado, y hay quien piensa que el país estaría mejor sin la Casa Real. Pero Montegova no está gobernada por ningún dictador que se limite a sentarse en el trono y recaudar impuestos. Mi madre y mi hermano son miembros activos del Parlamento, y ninguno de los dos está por encima de la ley –respondió el príncipe–. Si alguien quiere cambiar las cosas, debe usar las vías legales, sin levantamientos ni revueltas.

–Eso suena bien, pero ¿no es verdad que sus antepasados aplastaron la disidencia a sangre y fuego?

Él sonrió con frialdad.

–Lo es. Y, precisamente por eso, hay que impedir que se repita la historia. ¿Por qué tomar la vieja ruta de siempre, habiendo caminos nuevos? Se trata de innovar, no de imitar.

Violet entrecerró los ojos.

–¿Por qué finge que no le preocupa?

Zak se puso tenso.

–Quizá, porque desconfío de sus motivos para preguntar. Se supone que solo tiene que tomar notas. ¿A qué viene ese súbito interés por mi país?

–A que trabajo para usted –contestó, haciendo un esfuerzo por mantener el aplomo–. ¿Qué tiene de extraño que me interese? Además, olvida que también tengo motivos personales. Mi madre es medio montegovesa.

Zak no lo había olvidado. De hecho, le parecía gracioso que las Barringhall solo mencionaran ese asunto cuando les convenía.

–Y dígame, ¿cuántas veces ha visitado Montegova? Porque, si su madre es medio hija de mi país, usted lo es un cuarto –ironizó.

Ella se ruborizó.

–No tanto como me habría gustado…

–Oh, vamos, confiese que no ha estado nunca.

–¿Confesarlo? No puedo confesar nada, porque usted lo sabe tan bien como yo.

–Efectivamente, lo sé. Según su currículum, ha viajado por todo el mundo y lo ha publicitado a lo grande en las redes sociales, pero nunca se ha molestado en visitar el hogar de sus ancestros mediterráneos –declaró–. Discúlpeme entonces por desconfiar de su súbito interés. No parece sincero.

–Todos mis viajes han sido de trabajo, y los han financiado organizaciones no gubernamentales –se defendió–. Y, en cuanto a las redes sociales, forman parte de mi profesión. Intento despertar la conciencia de la gente.

–Hay una gran diferencia entre despertar la conciencia de la gente y hacerse famosa a su costa –contraatacó Zak.

–¿Y cómo lo sabe usted? ¿Es que tiene una lista de expertos en redes sociales? ¿O es uno de esos príncipes que tienen identidades secretas para espiar a los demás por Internet?

Zak volvió a sonreír.

–Si tiene algo que ocultar, no se preocupe. No pienso decir nada.

Violet lo miró con ira.

–Sé que se han dicho muchas cosas sobre mi familia, Alteza. Pero me extraña que un hombre como usted se crea todo lo que le cuentan.

–Bueno, hay pruebas aparentemente irrefutables –replicó él–. Aunque, si no lo son, estaré encantado de oír su historia.

Ella apretó los labios de nuevo, y Zak se acordó del sabor que tenían y de los suspiros que dejaban escapar cuando Violet se excitaba.

–No, gracias, no quiero perder el tiempo en algo inútil. Además, ya hemos llegado.

Zak se giró hacia su ventanilla y se maldijo. Estaba tan concentrado en la conversación que había perdido el sentido del tiempo y el espacio. Ni siquiera se había dado cuenta de que el chófer había salido del vehículo y estaba esperando para abrir la portezuela.

Sin embargo, Violet había conseguido despertar su interés. Se había negado a hablar de los rumores que afectaban a su familia, y no estaba acostumbrado a que las mujeres le negaran nada.

–Alteza…

–Zak.

Ella lo miró con asombro.

–¿Cómo?

–Me puedes tutear cuando no estemos en ámbitos excesivamente formales o profesionales. Si te apetece, claro.

Violet no rechazó la oferta en voz alta, pero sus ojos la rechazaron con toda claridad.

–Vamos a llegar tarde, Alteza. Y no quiero que me eche la culpa.

Zak clavó la vista en sus ojos azules. ¿Con quién creía que estaba? Era príncipe. Era la segunda persona en la línea de sucesión de un pequeño pero muy poderoso reino. ¿Cómo se atrevía a desafiarlo?

Durante unos instantes, estuvo tentado de ponerla en su sitio. Sin embargo, había otras formas de someter a los que sembraban disensión en el país o intentaban hacerse ricos a costa de los Montegova. ¿Por qué no utilizarlas entonces? En lugar de reprenderla, la seduciría de nuevo y la dejaría después, enviando un mensaje claro y definitivo a las Barringhall.

Sí, era la solución perfecta. Si creían que él no podía jugar a su mismo juego, las sacaría de su error.

Decidido, hizo un gesto a su chófer, quien le abrió la portezuela.

Zak bajó de la limusina y se encontró entre un mar de paparazis, que empezaron a hacerle fotografías. Pero hizo caso omiso, ofreció una mano a Violet y la llevó por la alfombra roja que habían tendido en la entrada del edificio.

Naturalmente, los paparazis lo acribillaron a preguntas por el camino. Y él las desestimó todas, porque había aprendido que la prensa amarilla publicaba lo que quería con independencia de lo que dijera y de la propia verdad.

Además, Violet era lo único que le interesaba en ese momento.

Las cosas habían cambiado.

Violet no supo ni cuándo ni por qué, pero notó que Zak tenía otra actitud cuando se abrieron camino entre los invitados a la gala. Y estaba segura de que esa actitud no se debía al buen trabajo que estaba haciendo.

Era algo de carácter personal. Algo dirigido a ella, como demostró al mirarla reiteradamente y con más intensidad que de costumbre mientras la guiaba por el opulento salón.

¿Qué estaría tramando?

Fuera lo que fuera, tenía que alejarse de él. Y encontró la excusa que necesitaba en los compromisos de Zak, quien siempre tenía que reunirse con alguien.

–Le recuerdo que tiene que hablar con tres personas antes de la cena –insistiendo en hablarle de usted–. El primero es el agregado de la embajada boliviana, que viene hacia aquí.

Zak asintió sin apartar la vista del caballero del que se estaba despidiendo en ese momento, y Violet se dispuso a marcharse. Sin embargo, el príncipe le puso la mano en el codo y dijo:

–Quédate. Tu presencia limitará su tendencia a hablar sin parar. Y puede que aprendas un par de cosas que te serán útiles cuando dejes la fundación.

El recordatorio de que su trabajo era temporal no debería haberla molestado, teniendo en cuenta que ardía en deseos de irse, pero le molestó. ¿Sería porque la miraba como si desconfiara de ella?

–Está bien, me quedaré si lo desea. A fin de cuentas, soy su ayudante.

–¿Detecto un tono de enfado en tu voz, lady Barringhall?

La sorna de Zak aumentó su disgusto de tal manera que estuvo a punto de pedirle que no la llamara así, sino por su nombre.

–Claro que no.

Zak saludó al agregado, se puso a charlar con él y se despidió cuando empezó a ponerse pesado. Luego, se acercó a la siguiente persona con la que debía hablar y, por supuesto, le presentó a Violet.

Ya se habían quedado a solas cuando ella dijo:

–¿Por qué se empeña en presentarme como lady Barringhall?

–¿Empeñarme? No sé a qué te refieres.

–No disimule, Alteza –replicó–. Está de un humor extraño desde que llegamos. ¿Es algún tipo de prueba?

–Todo es una prueba. Si no has aprendido eso todavía, estoy perdiendo el tiempo contigo.

–Sabe de sobra que no me refería al trabajo. Esto es personal –afirmó–. ¿He hecho algo que le haya ofendido?

–Sigo sin entenderte –mintió–. Me limito a presentarte por tu título, que siempre ha sido lady Barringhall. No sé por qué te sientes atacada.

Ella suspiró.

–Deberíamos aclarar el ambiente. Ser francos el uno con el otro.

Los ojos de Zak brillaron.

–Ah, vaya. ¿Vas a ir al grano por fin? ¿Vas a confesar?

Violet frunció el ceño.

–¿Qué tengo que confesar?

–El verdadero motivo de que trabajes en la fundación.

–¿Y qué motivo es ese? –preguntó–. No, espere un momento… deje que lo adivine. ¿Cree que busco un hueco en su vida? ¿O quizá en su cama?

–¿Es que quieres acostarte conmigo? –dijo con humor–. Tendrías que habérmelo dicho antes, Violet. Nos habríamos ahorrado este juego.

El comentario de Zak la sacó de sus casillas y, antes de que se diera cuenta de lo que pasaba, ya lo estaba tuteando.

–¡Estás manipulando mis palabras deliberadamente! ¡No quiero acostarme contigo! ¡No quiero ni acercarme a tu habitación!

Varios invitados se giraron hacia ellos, sorprendidos con el tono de voz de Violet. Y se sintió profundamente aliviada cuando, un momento después, alguien tocó una campanilla para llamar a cenar.

–Salvada por la campana, ¿eh? –dijo él, llevándola hacia otra sala–. Pero no te alegres tanto, que ya retomaremos la conversación.

–No retomaremos nada. He dicho todo lo que tenía que decir sobre ese asunto. Y me da igual lo que pienses de mí, aunque te agradecería que…

–¿Que te da igual? –la interrumpió–. ¿Has olvidado que una de las razones de tu presencia es conseguir que te dé una carta de recomendación?

–¿Me estás amenazando con negármela si no me presto a tu ridículo juego?

–¿Quién está jugando con quién? –dijo, mirándola con dureza.

–No has contestado a mi pregunta –insistió Violet, que no se iba a acobardar–. He hecho todo lo que me has pedido desde que llegué a Nueva York. Pero, si estoy perdiendo el tiempo, demuestra que tienes lo que hay que tener y dímelo.

Al llegar a la mesa que les habían asignado, Zak esperó a que Violet se sentara antes de hacer lo mismo. Ella seguía enfadada, pero se refrenó porque no quería irritarlo más de la cuenta.

–No te vas a ganar mi confianza con tu encanto inglés y unas cuantas semanas de trabajo. Tendrás que hacer algo más –declaró él, en voz baja–. Y, en cuanto a tener lo que hay que tener, yo no sacaría ese asunto en nuestras conversaciones. Por lo menos, así. Pero quién sabe… puede que luego te lo demuestre.

Violet, que ya era incómodamente consciente de su aroma y del poderoso cuerpo que ocultaba su traje, se ruborizó. No quería pensar en él, pero su mente se llenó de imágenes eróticas, y tuvo que hacer un esfuerzo para decir:

–¿Qué debo hacer para que me valores?

–Bueno, el fondo va a construir unos alojamientos ecológicos en Tanzania. Es una iniciativa con colaboración gubernamental, destinada a aumentar los ingresos de los habitantes de la zona –contestó–. Empieza por darme tu opinión.

Violet se animó al instante, porque Zak le había pedido consejo sobre una de las cuestiones que más le interesaban.

–¿Cuántos vais a construir?

–Para empezar, treinta. Y sesenta más en la segunda y tercera fases –le explicó–. Todos, pensando en un turismo sostenible.

–¿Necesitáis trabajadores? Os puedo ayudar con eso. Sé distinguir entre los que están verdaderamente comprometidos con una causa y los que solo quieren medrar.

–Tenemos unos cuantos, y el resto llegará dentro de un par de semanas.

Ella sacudió la cabeza.

–La época de lluvias empieza dentro de tres meses. Si no te das prisa, tendréis problemas.

Zak sonrió, y Violet supo que la había estado probando. Pero, en lugar de enfadarse, lo miró a los ojos y preguntó:

–¿Quieres probarme de verdad? Inclúyeme en el proyecto. Quiero demostrarte que no estoy jugando a nada.

Él la miró con escepticismo.

–No serías la primera aristócrata que se suma a un proyecto de estas características para mejorar su imagen.

–Oh, vamos, solo te estoy pidiendo que suspendas tu desconfianza durante unas semanas y me permitas hacer mi trabajo. ¿O eres tan canalla que ni siquiera me vas a conceder esa oportunidad? –le desafió.

Él volvió a sonreír, aunque con más dureza.

–Ten cuidado con lo que dices, Violet.

–No pretendía insultarte, pero estoy defendiendo mi carrera. Soy muy buena en lo que hago –dijo–. Si mi palabra no vale nada para ti, deja que mis actos lo demuestren.

Zak la miró con intensidad y, cuando ya se disponía a responder, empezó el discurso de la famosa que dirigía la gala de recaudación de fondos.

Los dos guardaron silencio, y Violet se quedó perpleja con la mujer en cuestión, porque no dejaba de mirar a Zak. De hecho, su interés era tan descarado que se preguntó si habrían sido amantes. Incluso era posible que él hubiera tenido algo que ver en su elección como anfitriona del acto.

Tras un discurso cargado de inteligencia y humor, que le ganó un aplauso cerrado, la famosa anunció la intervención del príncipe, quien se levantó con elegancia y se subió al estrado, logrando que todos los presentes se sintieran especiales.

Zak habló con una combinación sublime de encanto, seriedad y arrogancia. Despertó conciencias, animó a la gente y hasta se ganó a los más escépticos, que miraron el vídeo de presentación con verdadero interés.

–Para terminar, quiero recordarles lo que dice mi querida lady Barringhall, a quien acabo de nombrar asesora del proyecto en Tanzania… Que el tiempo es esencial si queremos conseguir nuestro objetivo –sentenció Zak–. Dense prisa entonces, porque este tren está a punto de partir. Y si lo pierden, no les garantizo que puedan subir al siguiente.

Los invitados rompieron a reír y se giraron hacia Violet, aunque ella no les prestó atención. Solo tenía ojos para el príncipe, quien la había dejado atónita con el inesperado y público anuncio de su nombramiento.

Momentos después, Zak bajó del estrado y volvió a la mesa mientras un cuarteto de cuerda empezaba a tocar.

–¿Por qué no me lo has dicho antes de anunciarlo? –preguntó ella, que apenas podía contener su entusiasmo.

Los grises ojos de Zak se clavaron en ella.

–Se supone que deberías darme las gracias por concederte esta oportunidad, ¿no?

Violet tragó saliva.

–Gracias por la oportunidad –replicó con sorna–. Y antes de que me preguntes si estoy a la altura de la tarea, te diré que lo estoy.

–Eso ya se verá. Pero quiero que sepas que te estaré vigilando constantemente, y que no permitiré pasos en falso. Si me decepcionas, te despediré.

–No te decepcionaré.

–En ese caso, nos vamos dentro de siete días. Será mejor que empieces a hacer las maletas.

Violet lo miró con asombro.

–¿Cómo que nos vamos? ¿Tú también vas a ir?

–Ah, ¿no lo había mencionado? Sí, también voy a ir a Tanzania, lo cual significa que estarás directamente a mis órdenes.

Zak la miró con intensidad, sopesando el efecto de sus palabras y, a continuación, apartó la vista de la desconcertada Violet y se puso a hablar con otros comensales.

Durante los minutos siguientes, ella intentó asumir el giro de los acontecimientos y borrar una idea que no conseguía quitarse de la cabeza: que ahora estaba a merced del poder sensual del príncipe.

La suerte estaba echada, y en más de un sentido.

Pero no era tan malo como parecía. De repente, tenía la oportunidad de demostrarle a él y demostrarle al mundo que no era una aristócrata sin escrúpulos, que no estaba jugando a ser una profesional para echar el lazo a un hombre rico y contentar a su ambiciosa madre.

E-Pack Bianca agosto 2020

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