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Capítulo 9

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ZAK LA ESTABA esperando en el elegante comedor de la mansión, que se abría a una amplia terraza. La brisa marina refrescaba el ambiente, en recordatorio de que se encontraban en un verdadero paraíso tropical y, aunque Violet no estuviera en él por voluntad propia, las cosas habían cambiado tanto que se sintió mejor. Habían declarado una tregua, la excusa perfecta para suspender su indignación.

–Estás exquisita –dijo él, admirando el vestido de raso verde que se había puesto.

–Gracias.

Ella sonrió mientras lo admiraba a su vez. Zak llevaba unos pantalones oscuros y una camisa blanca que enfatizaba su atractivo.

–Prueba esto.

–¿Qué es?

–Un ponche de frutas que ha preparado Geraldine. Dice que hace maravillas con las náuseas matinales.

Violet se preguntó qué habrían estado hablando Zak y el ama de llaves para que esta le preparara una bebida con semejantes virtudes, pero alcanzó el vaso de todas formas y se lo llevó a la boca. El ponche estaba sencillamente delicioso. Sabía a coco y a jengibre.

–Guau… –dijo ella, sorprendida.

–Parece que te ha gustado –comentó él con humor.

–Desde luego que sí.

Zak le rellenó el vaso, se sirvió un vino blanco y la llevó a la mesa, donde la cristalería fina y los cubiertos de plata compartían espacio con dos candelabros idénticos. Los empleados se habían tomado muchas molestias aquella noche, como si su jefe les hubiera dicho que era una noche especial. Y Violet se sintió como si lo fuera.

Ya les habían servido el primer plato, consistente en un guiso de pescado con arroz, cuando ella se dio cuenta de que Zak estaba más interesado en mirarla que en comer, así que buscó un tema de conversación relativamente insustancial.

–¿Qué hay al otro extremo de la isla? –preguntó.

–Una sorpresa.

–Si no me lo dices, tendré que preguntárselo a tus empleados –le advirtió.

Zak se encogió de hombros.

–Haz lo que quieras, pero te perderías el placer de una experiencia inesperada.

El comentario de Zak avivó su curiosidad, y Violet pensó que estaba empezando a disfrutar de su compañía. Quizá, demasiado.

La cena se le pasó en un momento entre miradas de deseo y conversaciones tan interesantes como llenas de humor. Y, cuando los empleados empezaron a retirar los platos, se sintió súbitamente deprimida. Eran poco más de las ocho, y le desagradaba la idea de retirarse a sus habitaciones y quedarse sola.

–¿Te apetece tomar algo en la playa? ¿O pido que nos traigan café?

–Prefiero no tomar café. Por lo menos, durante unas cuantas semanas.

Zak frunció el ceño y llamó al mayordomo, que se presentó al instante.

–Patrick, dile a Geraldine que no vuelva a servir café hasta próximo aviso.

–Por supuesto, Alteza.

El mayordomo asintió y se fue.

–No era necesario que le dijeras eso –declaró Violet.

–Claro que lo es. Tu salud es importante para mí.

–Querrás decir la salud del bebé…

–No. Puede que estés embarazada, pero eso no significa que no me preocupe tu bienestar –puntualizó él, clavando la vista en su estómago–. Anda, vamos a dar un paseo. El aire fresco te sentará bien.

Zak se levantó, la tomó de la mano y la llevó hacia los jardines, bañados por la luz de la luna. Luego, tomó el camino que llevaba a la playa y, al llegar a ella, se descalzó y le sugirió que hiciera lo mismo.

Violet siguió su consejo sin objeción alguna, intentando convencerse de que solo lo había hecho por atenerse al espíritu de la tregua; pero había algo más, que se hizo evidente al cabo de unos minutos: una tensión sexual tan intensa que despertó todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo.

Incómoda, rompió el silencio con lo primero que se le ocurrió:

–¿Desde cuándo tienes la isla?

–Desde hace cinco años. Estaba buscando un sitio así y, cuando lo encontré, hablé con su dueño y le hice una oferta que no pudo rechazar.

–Curioso, porque da la sensación de que siempre ha pertenecido a tu familia.

Él sonrió de nuevo.

–¿Por qué?

–No lo sé. Será algo relacionado con la realeza.

Zak rompió a reír.

–¿Me estás encasillando otra vez, Violet?

–Me limito a devolverte el favor –se burló.

Él se puso tenso.

–Explícate.

–Oh, vamos… Me has encasillado desde el principio. Tenías una idea preconcebida de mí y te has atenido a ella.

–Puede que eso fuera cierto hace unas semanas, pero ya no lo es.

Violet lo miró con sorpresa.

–¿Insinúas que ya no me crees una buscona que solo quiere echar mano a tus millones?

Zak la escudriñó detenidamente, como si fuera un científico y se encontrara ante un espécimen tan extraño como exótico.

–Eres una mujer excepcional en muchos sentidos, pero no te creo capaz de ocultar mucho tiempo tu verdadera personalidad –replicó, acercándose–. Además, he prestado atención a lo que me has dicho, y creo que eres sincera.

Súbitamente, él alzó una mano y se la puso en el estómago con delicadeza.

–Este bebé es una experiencia maravillosa que nos va a unir indefinidamente –continuó–. No la estropeemos con animosidades.

–Nunca he querido animosidad alguna.

–Razón de más para olvidar nuestras diferencias y concentrarnos en otra cosa, en lo que ambos sentimos.

Violet tragó saliva.

–¿A qué te refieres?

Zak le puso la otra mano en la nuca y la apretó contra él.

–Te llevo en la sangre, Violet. Estoy desesperado por tumbarme junto a ti y satisfacer todos tus deseos.

–Yo…

–Antes de que niegues lo que sentimos, piénsalo un momento –la interrumpió–. Nuestra tregua sería mucho más interesante si pudieras tenerme cuando quisieras y como quisieras. Te ofrezco siete días más en la isla, pero siete días de pasión, sin sentimientos de culpa ni dudas de ninguna clase.

Violet se sintió desfallecer. Le estaba proponiendo una aventura carnal, de placeres constantes; una oportunidad de llevar a la práctica todas sus fantasías. Era una idea increíblemente tentadora. Pero también era una forma perfecta de ampliar la grieta que se había abierto en la fachada de Zak y ayudarlo a sanar sus heridas mientras se sanaba a sí misma.

–Tendrías todo lo que deseas –insistió él, acariciándole la mejilla–. Todo.

Excitada, Violet cerró la mano sobre su muñeca y la apretó contra su piel, para sentirlo mejor.

–Bueno, ¿qué te parece? –continuó Zak.

–¿Tú qué crees?

–Por el tono de tu voz, yo diría que estás de acuerdo.

–Y lo estoy.

Zak soltó un gemido y la besó, desatando su pasión. Violet le pasó los brazos alrededor de su cuello y, apoyándose en él, cerró las piernas sobre su cintura.

–Me gustaría tumbarte en la playa, desnudarte y hacerte el amor a la luz de la luna –dijo él, con voz ronca–. Pero esta noche no me parece adecuada. Esta noche, prefiero llevarte a mi habitación.

Violet no tuvo ocasión de disentir, porque Zak se dirigió a la mansión a grandes zancadas y no se detuvo hasta llegar al dormitorio de la suite principal, donde la soltó y besó sus labios con dulzura.

–Date la vuelta –ordenó entonces.

Violet obedeció y él le bajó la cremallera del vestido, que cayó a sus pies.

–Vaya, hoy tampoco llevas sostén –declaró el príncipe, admirando sus senos–. ¿Qué pretendes? ¿Torturarme todo el tiempo?

–¿Crees que eso es una tortura?

–Lo es, porque consigues que me obsesione con lo que llevas o dejas de llevar debajo de la ropa, y no puedo pensar en nada más.

–Oh –dijo ella, dominada por un profundo sentimiento de satisfacción femenina.

Zak le puso una mano en las nalgas y cerró la otra sobre uno de sus senos.

–Me vas a volver loco, ¿sabes?

Ella suspiró y sonrió sin poder evitarlo, porque el contacto de sus manos era inmensamente placentero.

–Ah, otra vez esa sonrisa de arrogancia, ese pícaro reconocimiento de tu poder –dijo Zak, encantado–. ¿Estás preparada para ser mía, preciosa?

Zak le acarició el pezón e insistió con sus atenciones hasta que ella empezó a estremecerse; pero, lejos de contentarse con eso, apartó la otra mano de sus nalgas y se la introdujo entre las piernas.

–Oh, Zak…

Violet perdió el control de sus emociones y le dejó hacer entre gemidos y gritos de satisfacción. Todo su ser estaba concentrado en las caricias de Zak, hasta tal punto que solo se dio cuenta de que la había tumbado en la cama cuando le bajó las braguitas.

–He soñado muchas veces con esto –declaró con palabras cargadas de deseo–. ¿Quieres que sigamos, principessa?

–Sí, por favor –acertó a decir.

Zak suspiró y se desnudó a toda prisa, impaciente. Luego, se puso entre sus piernas y la penetró con una potente acometida.

–Dio mio, eres preciosa. Excepcional.

Las palabras surgían a borbotones de sus labios, a veces en su idioma y a veces, en el inglés de Violet. Y cada segundo que pasaba, la acercaba más al maravilloso orgasmo que se iba formando en su interior.

Cuando por fin llegó, Violet se aferró a las sábanas y le rogó que siguiera adelante hasta que soltó un grito de satisfacción completa y se rindió definitivamente. Zak alcanzó el clímax poco después, y se quedó abrazado a su cuerpo mientras sus jadeos se mezclaban y resonaban en la habitación.

Al cabo de unos instantes, él alzó la cabeza y cubrió su cara de besos, dejando a Violet sin aliento. Las cosas habían cambiado mucho desde su primera noche de amor en Tanzania. Donde antes había distanciamiento, ahora había cariño. Y a Violet le pareció tan especial que no se atrevía ni a respirar por miedo a romper el hechizo.

–Deja de darle tantas vueltas, carissima. Casi puedo oír tus pensamientos –dijo Zak, acariciándole la mejilla.

–Si quieres que deje de pensar, haz algo que me divierta.

Zak le dedicó una sonrisa de lobo hambriento.

–Bueno, no te preocupes por eso. Se me ocurren muchas cosas que podemos hacer –replicó contra sus labios–. Pero, de momento, prefiero que descanses.

El cuerpo de Violet reaccionó como si estuviera diseñado para obedecer las órdenes del príncipe, con una súbita e intensa somnolencia. Y así, abrazada a Zak, se quedó dormida.

Durante los días siguientes, se dedicaron a hacer el amor por toda la propiedad. Y, cuando no estaban haciendo el amor, hablaban de política, de diplomacia y del tema preferido de Violet, el conservacionismo. Pero nadie los interrumpía, porque los empleados de Zak guardaban elegantemente las distancias, como si estuvieran acostumbrados a ello o quizá, como si su jefe se lo hubiera pedido.

En algún momento, Violet se dio cuenta de que el hombre que la tomaba entre sus brazos mientras ella fingía dormir, el hombre que la escuchaba atentamente cuando hablaba, el hombre que rebatía sus opiniones o asentía cuando estaba de acuerdo era el hombre que siempre había soñado. Y no solo para ella, sino también para su bebé.

Por eso se llevó un disgusto cuando, al séptimo día, se despertó sola en la cama. Era su última jornada en la isla, y la primera vez que abría los ojos y Zak no estaba a su lado.

La noche anterior había sido la más apasionada de las siete; tal vez, porque los dos eran conscientes de que les quedaba poco tiempo y querían disfrutarlo tanto como pudieran. Violet llegó a perder la cuenta de sus orgasmos, y se sintió como si se hubiera vuelto etérea cuando Zak la llevó al servicio, la bañó y la secó antes de devolverla a la cama.

Sin embargo, la noche había pasado; así que se levantó, se dio una ducha y, tras ponerse un vestido de color amarillo, se sentó frente al tocador y se cepilló el cabello, sumida en un mar de preocupaciones.

Zak no le había vuelto a pedir que se casara con él, pero Violet no se lo podía quitar de la cabeza. ¿Tan terrible sería? Era un príncipe, un hombre rico, con muchos millones a su disposición. Y compartían muchas cosas, empezando por el hecho de que estaba tan interesado como ella en la conservación de los espacios naturales.

¿Podían fundar una familia sin más base que sus intereses comunes y una relación sexual asombrosamente buena? ¿O se estaba engañando a sí misma?

¿Y qué pasaría con su madre?

Margot había estado extrañamente silenciosa durante los últimos días. Por algún motivo, había desaparecido de la prensa del corazón; algo desconcertante, teniendo en cuenta que vivía para y por las páginas de sociedad.

Al pensarlo, Violet se estremeció y dejó el cepillo a un lado. No sabía lo que su madre estaba tramando, pero tendría que enfrentarse a ella en algún momento. Tendría que decirle que se había quedado embarazada y, por supuesto, también tendría que informarle de su decisión de casarse o de seguir soltera.

Insegura, se levantó, salió de la habitación y se dirigió al comedor, preguntándose si estaba dispuesta a vivir con Zak, verlo todos los días y acostarse con él todas las noches. ¿Sería capaz de aceptar un matrimonio sin amor, y albergando la sospecha de que solo se lo había ofrecido porque necesitaba un heredero?

Violet no tuvo que darle demasiadas vueltas. Sí, por supuesto que sería capaz. Entre otras cosas, porque eso no implicaba que no pudieran enamorarse después.

–¿Te vas a quedar todo el día en el umbral, cara?

Violet se sobresaltó al oír la voz de Zak. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba parada en el umbral del comedor.

–¿Te pasa algo? –insistió él, frunciendo el ceño.

Ella suspiró, se acercó a la mesa y se sentó a su lado.

–Tenemos que hablar, Zak.

–¿En serio? –replicó, arqueando una ceja.

Violet se mordió el labio inferior, abrumada por la enormidad del paso que estaba a punto de dar.

–Sí, en serio.

–Oh, vamos… Geraldine ha preparado todas las cosas que te gustan –dijo él, señalando la comida–. Sería una pena que no lo disfrutaras.

Violet se sirvió un té y bebió un poco, consciente de que Zak solo pretendía evitar una conversación que, en principio, podía resultar problemática. Pero ya había tomado su decisión, y tuvo que hacer un esfuerzo para no decir directamente que estaba dispuesta a casarse con él.

–Ya han pasado los siete días que me ofreciste, Zak.

–Técnicamente, no. Terminarán esta tarde.

–Aun así, quiero que sepas que…

Justo entonces, se oyó la voz del mayordomo.

–¿Alteza?

–¿Sí? –preguntó Zak, entrecerrando los ojos.

–Siento interrumpirlo, pero su hermano está al teléfono.

–En ese caso, tendré que hablar con él –dijo, levantándose–. Discúlpame un momento, Violet.

–Pero…

–No puedo hacerle esperar –la interrumpió–. Es el rey.

Él se marchó, y Violet desayunó casi por obligación, asustada ante la posibilidad de que Zak ya no quisiera casarse con ella.

Aún estaba en el comedor cuando el cielo se cubrió de nubes tan negras como sus pensamientos. Al cabo de unos instantes, empezó a llover; y Violet, que seguía aterrorizada por la injustificada sospecha de que el príncipe hubiera cambiado de opinión, subió a su suite y encendió el ordenador portátil para ver el correo.

Su madre no le había enviado ningún mensaje, pero su jefe de Gran Bretaña había escrito para preguntarle cuándo pensaba volver.

La necesidad de informar a Zak de su decisión se volvió más perentoria y la impulsó a salir de la habitación y entrar en sus dominios por la biblioteca, como tenía por costumbre. Zak estaba en el despacho contiguo, hablando por teléfono y, como había puesto el manos libres, Violet pudo oír a su interlocutor. Pero la voz que oyó no era la de su hermano, sino la de una persona que reconoció al instante: Margot.

–Te doy mi palabra, Zak –dijo la madre de Violet en ese momento–. Seré discreta durante la entrevista, y puedes estar seguro de que no diré ni una palabra más sin consultarlo antes.

–¿Y el acuerdo de confidencialidad?

Violet estuvo a punto de soltar un gemido.

–Mi abogado lo miró ayer, y le pareció bien. Pero no era necesario. Has sido muy generoso conmigo, pagando mis deudas y ofreciéndome una casa en Montegova para que pueda estar allí cuando nazca mi nieto. De hecho, me debería ofender que te hayas empeñado en que firme ese acuerdo –dijo, restándole importancia.

–Compréndelo. Tengo que asegurarme de que no haya ningún resquicio legal que ponga en peligro mis intereses.

–Por supuesto –replicó Margot–. Y no te preocupes. No te decepcionaré.

Zak cortó la comunicación, y Violet salió corriendo de la biblioteca, aprovechando que las gruesas alfombras de la sala amortiguaban el sonido de sus pasos.

Al llegar a la cocina, se encontró con Geraldine, quien se preocupó al instante.

–¿Se encuentra bien, señorita?

–Me temo que no. La tormenta me debe de haber afectado –mintió.

–Bueno, no se preocupe por eso. Las tormentas de la isla suelen ser breves.

Violet asintió, distraída.

–Me voy a tumbar un rato. ¿Podría encargarse de que nadie me moleste, por favor? Incluido Zak.

El ama de llaves frunció el ceño, pero asintió.

–Por supuesto, señorita.

Violet se dirigió a las escaleras, haciendo esfuerzos por contener las lágrimas. Y lo consiguió hasta que llegó a su dormitorio, donde rompió a llorar.

¿Cómo era posible que hubiera sido tan estúpida? Mientras ella se hacía ilusiones sobre su relación, él había estado maniobrando a sus espaldas y se había ganado el apoyo de Margot con las dos cosas que más le gustaban: el dinero y el protagonismo social.

Había entregado su corazón a Zak Montegova.

Y Zak se lo había partido.

E-Pack Bianca agosto 2020

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