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Capítulo 6
ОглавлениеMADRE de Dios… ¿Eres virgen?
Violet hizo un esfuerzo por respirar, por apartar su mente de las sensaciones que dominaban su cuerpo, por someter la ansiedad sexual que Zak había despertado, tras una punzada inicial de dolor. Una ansiedad que corría el riesgo de quedar insatisfecha, porque él estaba empezando a salir.
–No, por favor –le rogó.
Zak sacudió la cabeza.
–¿Por qué no me lo habías dicho?
–¿Tan importante es?
–¿Crees que no?
–Bueno, puede que no quisiera darle importancia.
Zak intentó salir un poco más, y ella cerró las piernas alrededor de su cintura, impidiéndoselo.
–Esto es algo serio, Violet.
–¿Por qué?
Él la miró con asombro.
–¿Pensaste que no me importaría que fueras virgen? ¿Tan mala opinión tienes de mí?
Violet apretó las piernas un poco más.
–Ya está hecho, Zak. No le des más vueltas –declaró–. Querías que fuera tuya, y lo has conseguido.
Zak gimió, se liberó de sus últimos conatos de duda y se empezó a mover. Una acometida, dos, tres, abriéndole un mundo de sensaciones nuevas que la convencieron de que, pasara lo que pasara al final, nada podía ser mejor que eso.
–¿Por qué soy incapaz de alejarme de ti, por mucho que lo intente? –dijo él, deteniéndose un momento–. ¿Es que me has hechizado?
–Si te hubiera hechizado, no te detendrías.
Él respiró hondo y se movió de nuevo, sin pronunciar más palabras. Y cada uno de sus movimientos la fue acercando a un clímax que Violet recibió casi con miedo, porque fue tan intenso que tuvo la sensación de que la consumiría.
Aún sentía sus salvajes olas de placer cuando él llegó al orgasmo y salió de su cuerpo. Había sido una experiencia inmensamente reveladora para ella, y su injustificado temor dio paso a uno más terrible y real: que le hubiera entregado algo más que su virginidad.
Segundos después, Zak se apartó y se alejó un par de metros, nadando. Ella quiso rogarle que se quedara a su lado, que le diera más de lo que acababa de darle; pero no se lo rogó y, tras unos instantes de silencio, él la miró con perplejidad.
–Oh, Dios mío –dijo, horrorizado–. No he usado preservativo.
Violet se quedó helada.
Necesitaba unos momentos para pensar. O una semana. O un mes entero.
¿Cómo era posible que hubiera sido tan irresponsable? Además de robarle su inocencia, se la había robado sin protección alguna. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Había cometido el mismo error de su padre. Se había dejado dominar por el deseo y había perdido hasta el último ápice de su sentido común.
Desesperado, se giró hacia Violet, que se estaba poniendo su mojada ropa interior. Y le pareció tan bella que ni siquiera notó que lo miraba con furia.
–Si piensas que te he tendido una trampa para quedarme embarazada, te equivocas –declaró–. Estoy tomando la píldora.
La declaración de Violet no le causó ningún alivio; quizá, porque seguía atónito con su propia ceguera. Tendría que haberse dado cuenta de que era virgen. Le había dado señales de sobra, pero no había prestado atención.
–¿Por qué me sorprende que me rechaces? –continuó ella–. Todo lo que has dicho es mentira, ¿no?
–No recuerdo haber dicho nada –replicó, intentado recuperar el aplomo.
–Tu lenguaje corporal es de lo más explícito.
–¿Ah, sí? ¿Y qué has entendido, exactamente?
–No te hagas el tonto –protestó ella–. Además, ¿no dijiste que lo que pasara aquí se quedaría aquí?
–¿He hecho algo que indique lo contrario?
En lugar de responder a su pregunta, Violet contraatacó con otra acusación:
–Te estás preguntando si te he tendido una trampa, ¿verdad?
Zak se limitó a encogerse de hombros.
–Eres increíble…
–¿No crees que te estás pasando un poco, Violet? Tu reacción es excesiva a todas luces.
–Será lo que sea, pero prométeme que no te vengarás de mí por haberte rendido a lo que los dos deseábamos. Mi trabajo es lo más importante que tengo.
Él se quedó perplejo, como si no pudiera creer que lo considerara tan canalla.
–Te di mi palabra, y pienso cumplirla.
Violet bajó de la roca, se metió en el agua y escudriñó su rostro. Zak quiso apartar la vista, porque no sabía lo que estaba buscando en él; solo sabía que habían hecho el amor y que la deseaba más que nunca, como tuvo ocasión de comprobar cuando ella nadó hacia el sitio donde había dejado la ropa y él no pudo apartar los ojos de su voluptuoso cuerpo.
Por desgracia, Violet Barringhall era quien era, y no podía mantener una relación con nadie de su familia. Habría sido demasiado arriesgado.
Atrapado entre sus deseos y la realidad, Zak se hundió en una larga reflexión que terminó cuando llegaron al helicóptero. Tenía que tomar una decisión, y solo podía tomar una en esas circunstancias: mantener las distancias con ella. Porque, si seguía con Violet, si volvía a caer en la tentación, llevaría el caos a su ordenada vida.
Dos meses después
Violet estaba entre dignatarios, famosos y la creme de la creme de la aristocracia europea. Era una de las invitadas a la boda del príncipe Remi y su prometida, Maddie Myers, quienes se iban a casar en el Duomo di Montegova, la catedral del siglo XVI que se alzaba en el centro de la capital, Playagova. Pero sus pensamientos no estaban allí, sino en lo que había sucedido durante su estancia en Tanzania.
¿Cómo había podido ser tan estúpida? Se había metido en un lío monumental, y estaba tan desesperada que rompía a llorar en cualquier comento y en casi cualquier situación.
Por suerte, sus hermanas le habían ahorrado la complicación añadida de su presencia. Sage había rechazado la invitación a la boda sin ninguna explicación y, en cuanto a Charlotte, no habría asistido en ningún caso, porque estaba secretamente encaprichada de Remi. Solo quedaba su madre, pero estaba tan decepcionada por no haber podido casar a ninguna de sus hijas con el príncipe heredero que no le prestaba demasiada atención.
De lo contrario, se habría dado cuenta de que se había quedado embarazada.
–Ah, Zak y la novia… –dijo Margot a su lado.
Violet alzó la cabeza a regañadientes, porque no estaba de humor para esas cosas. ¿Cómo lo iba a estar, si la consecuencia del error que había cometido crecía lentamente en su interior? Pero, a pesar de ello, no pudo resistirse a la tentación de admirar a su atractivo amante, que ejercía de padrino.
Zak había mantenido la promesa de no dejarla sin trabajo. Había cumplido la palabra que le había dado junto a la catarata del lago. Pero no le había dicho lo que pretendía hacer para evitar problemas entre ellos: marcharse tan lejos como pudiera, dejar sus responsabilidades en el House of Montegova Trust y partir hacia paradero desconocido.
Libre de distracciones, Violet se concentró en el trabajo y puso toda su atención en los proyectos del príncipe, a quien enviaba informes cada vez que terminaba una tarea. Sin embargo, Zak no contestó a ninguno, y tampoco respondió cuando le escribió por un asunto distinto: la boda de Remi, a la que estaba invitada Margot en calidad de madrina de su hermano mayor.
En otras circunstancias, se habría ahorrado el compromiso; pero no podía faltar sin hablar antes con él y, como no tuvo tanta suerte, se vio obligada a ceder a las presiones de su madre, quien se empeñó en que asistiera por motivos obvios. Como Remi ya no estaba en el mercado de los hombres solteros, concentraría sus esfuerzos en ella.
–Habla con Zak y asegúrate de que te escriba esa carta de recomendación –dijo Margot en ese momento, como si hubiera adivinado sus pensamientos–. No tiene sentido que trabajes tanto para él y no saques nada.
Violet se mordió la lengua para no responder de mala manera. No iba a perseguir a Zak por una simple carta de recomendación; sobre todo, cuando tenía asuntos más importantes que tratar con él. A fin de cuentas, era el padre del hijo que llevaba en su vientre y, aunque no estuviera precisamente preparada para decírselo, tenía derecho a saberlo.
Mientras lo pensaba, Zak se dio cuenta de que le estaba mirando y giró la cabeza hacia ella, que intentaba ocultarse tras los elaborados tocados y sombreros de las invitadas de la fila de delante. Sus ojos grises brillaron de forma extraña, y la sonrisa que compartía con su ya casi cuñada se esfumó. De hecho, Violet tuvo la sensación de que había trastabillado al verla, pero pensó que se lo había imaginado.
¿Qué iba a hacer con su vida?
Preocupada, se llevó las manos al estómago, en un gesto que repetía con frecuencia y que disimuló de inmediato, porque no se podía arriesgar a que Margot adivinara lo sucedido. Ya tenía bastantes problemas.
Por suerte, no iba a estar mucho tiempo en Montegova. Su madre creía que iba a asistir a los festejos organizados por la reina, pero Violet había comprado un billete de avión para marcharse al día siguiente, convencida de que Zak no reaccionaría bien cuando supiera que estaba esperando un hijo suyo. Hasta era capaz de echarla personalmente del país.
–¿Violet? –dijo su madre, entrecerrando los ojos–. ¿Te pasa algo?
–No, en absoluto –mintió ella, haciendo un esfuerzo por recuperar el control de sus emociones–. La novia está preciosa, ¿verdad?
La ceremonia empezó en ese momento, ahorrándole el peligro de mantener una conversación con ella. Pero Violet, que estaba sumida en sus pensamientos, no prestó atención al acto ni a la sesión fotográfica posterior, y se limitó a saludar, sonreír cuando debía y dejarse acompañar al impresionante salón de baile del igualmente impresionante Palacio Real de Montegova.
Durante los largos discursos y la interminable cola que tuvieron que hacer para felicitar al príncipe heredero y a su flamante esposa, Violet fue más que consciente de la abrumadora presencia de Zak y de su intención evidente de no hacerle caso; pero, sobre todo, lo fue del montón de solteras que gravitaban a su alrededor, acaparando su atención, lo que casi la puso enferma.
Por supuesto, intentó convencerse de que solo estaba enfadada porque lo mantenían tan ocupado que no podía acercarse a él para darle la noticia de su embarazo y marcharse a continuación, pero no lo consiguió. Zak le había dejado una huella profunda, y su ausencia física solo había servido para que lo deseara más. De hecho, era incapaz de dejar de mirarlo mientras charlaba o reía con sus despampanantes admiradoras.
Decidida a recuperar el aplomo, se excusó y se dirigió al cuarto de baño, donde se retocó el maquillaje y respiró hondo durante unos segundos, intentando disminuir del desenfrenado ritmo de su corazón.
Desgraciadamente, sus intentos fueron un fracaso y, tras esperar unos momentos más, pasó sus temblorosas manos por la tela del vestido y se dirigió a la salida con una falsa y rígida sonrisa en sus labios. Pero su sonrisa desapareció cuando abrió la puerta y se encontró ante el objeto de sus preocupaciones, que estaba apoyado en la pared exterior.
–Hola, Zak –acertó a decir.
–No pareces precisamente contenta de verme, teniendo en cuenta de que me has estado buscando por todas partes.
A ella se le encogió el corazón.
–Ah, sabías que te estaba buscando. Entonces, ¿por qué no te has molestado en llamarme por teléfono o responder a mis mensajes?
Zak se encogió de hombros.
–Porque los informes que enviabas estaban tan bien que no había nada que decir. Además, no sé de qué tenemos que hablar –replicó él, muy serio–. Pero has insistido tanto que he decidido salir de dudas.
Violet apretó los puños.
–Pues lo has disimulado bastante bien. Llevo dos días en Montegova y cuatro horas en la boda de tu hermano –le recordó.
Zak la miró con intensidad, y el pulso de Violet se aceleró al instante.
–No cambies de conversación.
Él se puso tenso.
–Como ya he dicho, tus informes eran correctos. Y, como no tenías nada más que contarme, saqué mis propias conclusiones sobre tu obsesión por verme.
–¿Qué conclusiones?
–Que debía ser algo de carácter estrictamente personal. Pero quedamos en que no habría nada entre nosotros después de lo que pasó en Tanzania, y guardé silencio con la esperanza de que recapacitaras y dejaras de presionarme –respondió Zak, quien parecía tan súbita como inmensamente aburrido–. Ahora bien, es evidente que no tienes intención de hacerlo, así que dime lo que tengas que decir.
–Espera un momento… ¿Piensas que quería verte para hacer el amor otra vez? –preguntó ella con sarcasmo.
Él entrecerró los ojos, la tomó del codo y se la llevó.
–¿Adónde vamos? –dijo ella.
–A un lugar donde la escenita que intentabas montarme no cause demasiado revuelo.
Violet soltó una carcajada.
–¿Escenita? Te lo tienes muy creído, ¿no?
Zak no dijo nada. La llevó hacia una puerta frente a la que hacían guardia dos uniformados, que se la abrieron inmediatamente. Y Violet se derrumbó cuando se quedaron a solas en lo que parecía ser una versión pequeña del salón de baile.
No había cambiado nada. Seguía tan carismático y atractivo como siempre, aunque tenía el pelo un poco más largo.
–Me encanta que se interesen por mí, pero tu elección del momento y el lugar no puede ser más inadecuada –declaró entonces.
–¿De qué estás hablando?
–Mi madre me ha pedido que no llame la atención ni alimente rumores durante la boda de mi hermano. Y estar a solas con una mujer bella no es la mejor forma de conseguirlo.
Violet se ruborizó, pensando que Zak no quería saber nada de ella. E incluso consideró la posibilidad de dar media vuelta, marcharse de allí y dejar que descubriera las consecuencias de su encuentro amoroso ocho meses después.
Sin embargo, se quedó clavada en el sitio. Llevaba varias semanas durmiendo mal, y seguiría en la misma situación si no afrontaba definitivamente su problema.
–¿Violet? –dijo él, frunciendo el ceño.
–No te preocupes por mí, Zak. No estaré en Montegova más tiempo del que tú quieras. He venido por ser cortés con tu hermano, y porque necesito hablar contigo.
–¿De qué? ¿De trabajo?
–No, el trabajo no tiene nada que ver.
Él entrecerró los ojos con desconfianza.
–Bueno, ¿me lo vas a contar? ¿o no? –preguntó con sorna–. ¿Qué quieres, poner música de fondo para añadir suspense a tu pequeña interpretación?
–Mira, no sé si esto te resulta aburrido o divertido, pero te aseguro que estoy en el último sitio del mundo donde me gustaría estar.
Zak se puso tenso, sin dejar de mirarla.
–Entonces, explícate.
Ella respiró hondo, intentando controlar su desbocado corazón. Luego, suspiró lentamente y dijo:
–Estoy embarazada.
Zak se la quedó mirando, desconcertado con lo que acababa de oír.
–Repite eso –le ordenó–. No sé si te he entendido bien.
–Me has entendido perfectamente.
Tras unos segundos de silencio, él le lanzó una mirada de asombro que se transformó en furia contenida.
–Supongo que no eres tan estúpida como para intentar engañarme, así que daré por sentado que estás hablando en serio.
–No sé si darte las gracias por creerme, porque tu actitud resulta vagamente insultante. Pero los hechos son los hechos.
Ella se llevó las manos al estómago como tantas veces, y él bajó la mirada y, a continuación, la volvió a clavar en sus ojos.
Violet no tenía forma de saber lo que estaba pensando, y se llevó una sorpresa cuando sacó el teléfono móvil y habló con alguien en montegovés, lo cual impidió que entendiera la conversación. Por desgracia, su madre era de cultura inglesa, y había impedido que aprendiera el idioma del país cuando era niña.
–¿Se puede saber qué estás haciendo? –preguntó cuando colgó el teléfono.
–Conoces la historia de mi familia, ¿verdad? Sabes que tengo un hermanastro que se presentó el día del entierro de mi padre.
Ella frunció el ceño.
–Sí, claro que lo sé, pero ¿qué tiene que ver eso con…?
–Jules provocó el caos cuando apareció repentinamente –la interrumpió–. Por lo visto, fue idea de su madre, que es tan intrigante como la tuya.
–No pensarás que…
Él la volvió a interrumpir.
–Créeme cuando digo que no voy a permitir que se produzca una situación parecida.
–No te entiendo, Zak.
–Puede que no, pero lo entenderás pronto.
Zak se acercó a la puerta, llamó a uno de los guardias y regresó en su compañía.
–Vigile a esta mujer –ordenó–. Asegúrese de que no salga de aquí.
–Por supuesto, Alteza.
–Pero, ¿qué estás haciendo? –dijo ella, sin salir de su asombro.
–¿Lo sabe alguien más?
–No, nadie.
–Por tu bien, espero que estés diciendo la verdad.
–¡No soy una mentirosa!
Él le dio la espalda y se dirigió nuevamente a la salida.
–¡Si crees que me voy a quedar aquí mientras tú bailas con las invitadas, estás más loco de lo que creía!
Zak se detuvo y la miró de nuevo.
–Corrígeme si me equivoco, pero ¿no has venido a hablar conmigo?
Ella carraspeó, confundida.
–Sí, claro.
–Pues no tengo tiempo de hablar ahora. Debo volver a la fiesta y excusarme adecuadamente, como exige el protocolo –declaró–. Te quedarás aquí hasta que regrese.
–Pero…
–¿Es que has cambiado de idea? ¿Ya no te parece una situación tan urgente?
Violet no tuvo más remedio que asentir. Le habría gustado marcharse después de darle la noticia, pero no podía dejar su conversación en el limbo. Además, necesitaba tiempo para pensar.
–Bueno, no es estrictamente necesario que hablemos hoy.
–¿Y cuándo propones que hablemos? ¿En una ocasión sin determinar?
–Zak, esto no es culpa mía. Si hubieras contestado a mis mensajes, no habría tenido que decírtelo en la boda de tu hermano.
Él hizo un gesto de desdén.
–Lo pasado, pasado está –dijo–. Ahora sé lo que tenías que decirme, y voy a hacer algo al respecto.
Violet abrió la boca, y él se la cerró con otra interrupción.
–Conociendo a mi madre, habrá notado mi ausencia y habrá enviado a alguien a buscarme. ¿Quieres que solucione el asunto y vuelva contigo? ¿O no?
–Sí, por supuesto que quiero.
Zak asintió de forma brusca y se fue, dejándola con una sensación extraña que no habría sabido explicar.
Súbitamente mareada, se acercó a los suntuosos sofás de la sala y se dejó caer en el más cercano. No sabía qué hacer y, tras una hora de angustiosa espera, empezó a pensar que Zak la había abandonado y que estaba haciendo bromas a su costa con los invitados.
Justo entonces, un segundo guardia apareció en la sala. El hombre habló en voz baja con su compañero y después, se dirigió a ella.
–Venga conmigo, por favor.
–¿Adónde? –preguntó, desconfiada.
–Su Alteza ha pedido que se reúna con él en otra parte.
Ella frunció el ceño y se giró hacia la puerta.
–Pero mi madre…
Violet no llegó a terminar la frase, porque comprendió que no podía volver al salón de baile sin llamar la atención, y que acompañar al guardia era lo más razonable.
–Está bien, vamos.
El guardia la llevó por una serie de corredores alejados de la zona donde se estaba celebrando el convite y, poco después, salieron a un patio interior donde esperaba una brillante y vacía limusina negra, cuyo conductor le abrió la portezuela.
Violet ni siquiera se molestó en preguntar adónde iban, porque era consciente de que no le habrían contestado, así que se sentó en el asiento trasero y se limitó a admirar las vistas cuando el vehículo se puso en marcha, salió de palacio y se internó por las preciosas e impresionantes calles de Playagova.
Al cabo de unos minutos, entraron en un edificio que se parecía sospechosamente a un hangar. Y sus sospechas se confirmaron al ver que el chófer detenía la limusina junto a un reactor de la Casa Real, algo más pequeño que el avión que los había llevado a Tanzania.
Como era de esperar, el conductor abrió la portezuela de nuevo y la ayudó a salir. Pero, en lugar de acompañarla al aparato, se volvió a sentar al volante y se fue.
Violet caminó entonces hasta la escalerilla, subió por ella y entró en la lujosa carlinga, cuyos muebles de madera de cerezo y sus sillones de cuero la habrían dejado pasmada si Zak no hubiera estado allí, sentado al fondo y aparentemente ajeno a su presencia.
La actitud del príncipe le molestó. Sin embargo, no podían hablar a gritos, de modo que se acercó a él y se detuvo a un par de metros, tan cerca como para poder charlar pero no tan cerca como para sentirse abrumada con su presencia. O, por lo menos, como para no sentirse demasiado abrumada.
–¿Qué ocurre, Zak? ¿Qué estoy haciendo aquí?
Zak miró al piloto, que estaba al otro lado del aparato, y le hizo un gesto. El piloto asintió y, solo entonces, él dijo:
–Siéntate, Violet.
–No, no me sentaré hasta que contestes a mi pregunta.
–Creí que querías hablar de… la noticia.
–¿Ni siquiera puedes pronunciar las palabras adecuadas?
Él clavó la vista en su estómago.
–¿Qué palabras? ¿Que estás embarazada? ¿Que afirmas estar embarazada de mí?
–¿Cómo que lo afirmo? Creí entender que confiabas en mi palabra.
–Bueno, entraremos en detalles dentro de unos instantes –dijo Zak–. Pero antes, agradecería que te sentaras de una vez.
En ese momento, Violet se dio cuenta de dos cosas: la primera, que el avión empezaba a circular por una de las pistas y la segunda, que su equipaje ya no estaba en el hotel donde se alojaba, sino allí.
La enormidad de lo que estaba pasando hizo que se le doblaran las piernas y, como no quería perder el equilibrio y hacerse daño, se sentó en el sillón más cercano, el que estaba enfrente de Zak. Entonces, él se levantó con un movimiento felino, le ajustó el cinturón de seguridad y se quedó de pie, pegado a ella, como si tuviera miedo de que saliera corriendo y se bajara del avión.
Y desde luego, Violet deseaba huir. Pero no podía, porque el avión ya estaba en marcha.
–¿Qué diablos estás haciendo? –acertó a preguntar, espantada.
–Querías llamar mi atención, ¿no? –replicó él–. Pues lo has conseguido.