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Capítulo 7
ОглавлениеZAK MIRÓ a la mujer dormida que llevaba un hijo suyo en su vientre. Se había retirado a descansar tras someterlo a un castigo de varias horas de silencio, que en otras circunstancias había encontrado divertido. Pero no estaba precisamente de buen humor.
Por supuesto, había hablado con su jefe de seguridad y le había pedido que investigara los movimientos de Violet después de su noche de amor. Y los informes preliminares indicaban que se había limitado a trabajar y a estar en su apartamento neoyorquino.
No tenía amantes secretos. No hacía nada sospechoso. Hablaba de vez en cuando con su madre, pero con tan poca frecuencia que Zak se reafirmó en la conclusión que había sacado durante la boda de Remi, al notar la tensión que había entre ellas: que Violet intentaba evitar a la condesa. Una conclusión que parecía definitiva desde que Margot lo había acorralado con la excusa de felicitar a los novios y le había preguntado qué le pasaba a su hija.
¿Sería verdad que no lo sabía?
Zak sacudió la cabeza y se maldijo a sí mismo por estar postergando el verdadero problema, sus propios sentimientos.
No en vano, iba a ser padre.
Iba a tener un hijo.
Iba a tener un heredero.
Era algo tan abrumador que no había tenido un minuto de paz desde que Violet le dio la noticia. Pero no se arrepentía de los pasos que estaba dando, decidido a impedir que la Casa Real se viera envuelta en otro escándalo de consecuencias imprevisibles. Su madre acababa de anunciar que renunciaba al trono y, como aún no se había celebrado la coronación de Remi, la situación podía ser nefasta para su familia.
En tales circunstancias, no había tenido más remedio que secuestrar a Violet. Quizá fuera demasiado drástico, pero los acontecimientos posteriores a la muerte de su padre lo habían aleccionado contra los peligros de aplazar las decisiones.
Mientras la miraba, se metió las manos en los bolsillos para no caer en la tentación de acariciarle la mejilla y el cabello. Estaba más pálida de lo habitual, y sus sensuales labios tenían una tensión que ya había notado en la boda. Además, su silencio de las horas anteriores no le engañaba. Solo era la calma antes de la tormenta.
Justo entonces, se dio cuenta de que ni siquiera se había interesado por su salud. ¿Qué tal llevaba el embarazo? ¿Estaba tan pálida por culpa del bebé?
Fuera como fuera, Violet había sellado su destino al informarle de que estaba embarazada, porque la Casa Real de Montegova no admitía hijos ilegítimos. De hecho, se habían visto obligados a reconocer a Jules cuando las indiscreciones de su padre se hicieron públicas, aunque eran conscientes de que dicho reconocimiento provocaría un caos en palacio. Y Zak no quería que la historia se repitiera.
Preocupado, se asomó a la ventanilla y apretó los dientes. Tenía que atar todos los cabos y asegurarse de que su plan saliera bien; pero faltaban varias horas para que llegaran a su destino, así que se relajó un poco y coqueteó con la idea de tumbarse junto a Violet.
Coqueteó con ella y la rechazó.
A fin de cuentas, no habría estado en esa situación si no se hubiera rendido al deseo. Y no habría pasado dos meses en Australia, lejos de la mujer que ocupaba sus pensamientos, si no hubiera estado decidido a expulsarla de su vida. Pero no había servido de nada. Y para empeorar las cosas, Violet había encontrado una forma definitiva de impedirlo.
Enfadado, pensó que había caído en su trampa como un idiota.
Sin embargo, eso no significaba que no pudiera corregir el error. Si efectivamente estaba embarazada de él, reclamaría lo que era suyo. Y debía de estarlo, porque no la creía capaz de engañarlo con el hijo de otro hombre.
Tras volver junto a la cama, la tapó con un fino edredón, regresó a la carlinga y se sentó a la mesa de reuniones, que estaba al fondo del aparato. Sesenta minutos después, ya había reubicado la dirección central de su fundación, priorizado los asuntos más urgentes y reorganizado su agenda en adelanto de lo que estaba por venir.
Cuando el avión aterrizó en su aeródromo privado, Zak estaba preparado y armado con toda la munición que pudiera necesitar. Pero el primer paso era reclamar a su hijo y el segundo, asegurarse de ser mejor padre que el suyo, de no destruir su vida con mentiras y traiciones.
Decidido, regresó al lugar donde estaba Violet, con intención de despertarla.
Había llegado la hora de la verdad.
–¿Dónde estamos? –preguntó Violet, parpadeando por el cegador sol que entraba por las ventanillas.
Violet no esperaba dormir tanto, pero la tensión de su enfrentamiento con Zak y los sucesos posteriores habían podido con ella. Y al comprender que estaba atrapada, decidió sumirse en el silencio para contrarrestar su nerviosismo.
Luego, cuando Zak le ofreció tumbarse en el dormitorio del avión, estuvo a punto de salir corriendo y cerrar la puerta por dentro. No tenía intención de quedarse dormida. Solo quería descansar un rato. Pero se había dormido de todas formas, y había sido el sueño más reparador desde que descubrió que estaba embarazada.
–Estamos en el Caribe –respondió él, devorándola con los ojos–. En mi isla privada.
Violet no se llevó ninguna sorpresa. Conociéndolo, era evidente que no la habría llevado a una ciudad grande, donde podía gritar y llamar la atención de algún vecino.
–Me has secuestrado –le acusó, esperando que lo negara.
Él se limitó a encogerse de hombros.
–Bueno, no entremos en definiciones todavía.
–No, claro que no –ironizó ella–. Un príncipe tiene que proteger su imagen.
Zak entrecerró los ojos y cambió de conversación.
–Tienes mejor aspecto –dijo.
–¿Tanto como para someterme al interrogatorio que habías previsto?
Los sensuales labios de Zak se curvaron hacia arriba.
–No tiene por qué ser un interrogatorio.
–¿Ah, no? ¿Y cómo llamarías tú a lo de llevarme a miles de kilómetros de distancia para hablar conmigo? ¿No se te ocurrió la posibilidad de preguntarme si me parecía bien? ¿Es que mis deseos te parecen irrelevantes?
Zak se puso muy serio.
–Ya te he dicho que intento proteger a mi familia. Mi hermano se acaba de casar, y mi madre dejará el trono dentro de unas semanas. ¿Olvidas acaso que hay gente que se aprovecharía de otro escándalo en la Casa Real?
A ella se le encogió el corazón, recordando la reunión con el ministro de Defensa.
–¿Serían capaces de utilizar un bebé como excusa? –se interesó.
–No lo sé, pero no me puedo a arriesgar a lo que hagan –contestó él–. Te quedarás aquí hasta que arreglemos las cosas.
Violet comprendió que Zak no aceptaría un «no» por respuesta, pero tuvo la sensación de que no le estaba diciendo toda la verdad y, como no podía quedarse eternamente en el avión, apartó el edredón para levantarse de la cama.
Por supuesto, Zak intentó ayudarla, y ella rechazó su ayuda porque no soportaba la idea de sentir su contacto. Pero no vio ni sus zapatos ni su bolso y, antes de que pudiera interesarse por ellos, él la tomó entre sus brazos y la apretó contra su pecho, haciéndola consciente de la perfección de su cuerpo.
–Suéltame. Soy perfectamente capaz de caminar.
–No lo dudo, pero tus cosas están en el coche, empezando por tus zapatos. Y como no querrás quemarte los pies con el asfalto de la pista, tendré que llevarte yo.
Violet no tuvo ocasión de protestar, porque la alzó en vilo y la llevó hacia la escalerilla.
Si no hubiera sido absurdamente infantil, habría cerrado los ojos y habría fingido que Zak no existía.
Pero existía.
De hecho, era la presencia más sólida que había en su vida. Y, por si eso fuera poco, no podía negar que estaba encantada de que la llevara en brazos.
Decidida a anular el efecto que Zak tenía en ella, se dedicó a admirar los alrededores, que resultaron ser de una belleza abrumadora: altas palmeras hasta donde alcanzaba la vista y bosques tropicales a los dos lados de la pista de aterrizaje. Al parecer, no estaban en una de esas típicas islas caribeñas que se podían recorrer en un par de horas, sino en un lugar mucho más grande.
Violet tuvo ocasión de comprobarlo cuando se subieron a una brillante furgoneta y se pusieron en marcha, con él al volante y ella, a su lado. Al cabo de unos minutos, seguían lejos de su destino y, como Zak se mantenía en silencio, sacó un libro del bolso y fingió leer.
Sin embargo, cambió de actitud al darse cuenta de que uno de los dos vehículos que los seguían estaba lleno de maletas, lo cual avivó su sospecha de que Zak pretendía quedarse una buena temporada.
–¿Cuánto tiempo va a durar esta farsa? –se interesó.
Él le lanzó una mirada rápida.
–¿Farsa?
Ella hizo un gesto de desdén.
–Has dicho que quieres proteger a tu familia del posible escándalo que se organizaría cuando la gente supiera que espero un hijo tuyo. Pero podríamos haber mantenido esta conversación en cualquier parte –replicó ella–. ¿Por qué me has traído aquí? ¿Para enfatizar tu estatus social? ¿Para que me sienta una vulgar plebeya? ¿Es eso? ¿Quieres ponerme en mi lugar?
–Sí, efectivamente.
La respuesta de Zak fue tan seca y tajante que Violet no supo si lo decía en serio o estaba de broma, y se maldijo a sí misma por haber creído que rechazaría su acusación.
–También tengo intención de limitar tu contacto con el mundo exterior –continuó él–. Por lo menos, hasta que establezcamos ciertas normas.
–No hay nada que establecer. Estoy embarazada. Voy a tener un hijo. Nada más.
–Pues yo diría que ya hemos establecido algo. Y a mi entera satisfacción, por cierto.
–¿Te refieres a que quiero tener el niño? ¿Pensabas que querría abortar?
Él se encogió de hombros.
–Bueno, quedarte embarazada y contármelo no implicaba necesariamente que quisieras ser madre –respondió–. Y tampoco implica que no tengas motivos ocultos.
–¿Motivos ocultos? ¿Qué motivo podría tener para…? Oh, Dios mío. ¿Crees que te lo he dicho para sacar algún tipo de provecho? –dijo, indignada.
–No tendría mucho de particular. Gracias a ese embarazo, podrías tener todo lo que has deseado desde niña –afirmó Zak–. Sin embargo, tomo nota de tu indignación. Y de tus sentimientos maternales.
Zak añadió esa última frase porque acababa de ver que Violet se había llevado las manos al estómago. Pero esta vez, no las apartó. A fin de cuentas, estaban a solas y, por otra parte, se había cansado de disimular su embarazo.
Al cabo de unos momentos, la furgoneta empezó a ascender por un tramo empinado, al final del cual se atisbaba una mansión. La zona era tan frondosa como la del aeródromo, aunque una de las arboladas pendientes terminaba en una playa de límpidas arenas blancas y refulgentes aguas azules.
Todo era tan bonito que casi no parecía real. Tan bonito, que casi olvidó que Zak la había secuestrado. Tan bonito que, si las circunstancias hubieran sido diferentes, habría sido incapaz de no expresar su admiración.
Pero no lo eran. El príncipe Zakary Montegova la había llevado allí sin más propósito que el de alejarla del mundo y ocultar la mancha que su embarazo suponía.
La angustia de su pecho se volvió tan intensa que apenas podía respirar, aunque se las arregló para mantener la compostura. Se había mostrado débil demasiadas veces, y no quería darle ese gusto. Además, aún tenía que librar las batallas más importantes, y no podía si no conseguía dos cosas: recuperar el aplomo y encontrar la forma de escapar.
En cuanto la furgoneta se detuvo, cerró los dedos sobre la manilla de la portezuela.
–Espera, Violet…
Ella hizo caso omiso. Se bajó a toda prisa, corrió hacia la entrada de la mansión y abrió la puerta principal. Y se encontró ante una docena de hombres y mujeres que, por el uniforme que llevaban, debían de ser los empleados de la casa.
Sus miradas de asombro le recordaron que aún llevaba el vestido de la boda de Remi, cuya larga cola no podía estar más fuera de lugar en una isla caribeña, donde los bikinis y los bañadores eran la norma. Pero, a pesar de su incomodidad y del agravante de seguir descalza, se las arregló para sonreír.
Zak apareció entonces a su lado y la presentó como lady Violet Barringhall, disimulando su sorna a duras penas. Y no era extraño que lo encontrara divertido, porque estaba muy lejos de parecer una dama. Pero Violet pensó que no era culpa suya, sino de él.
Al cabo de unos instantes, se quedaron a solas con el mayordomo.
–Sírvenos algo de beber en el comedor, Patrick.
–Por supuesto, Alteza.
Zak la tomó entonces del brazo y se la llevó, sin que Violet opusiera resistencia. No quería discutir con él delante de un empleado.
–Bueno, ya estamos donde querías –declaró ella al llegar–. Di lo que tengas que decir y libérame. Quiero irme de la isla.
–Siéntate, Violet.
–Me estoy cansando de que me des órdenes, Zak.
–¿Órdenes? Estás en mi casa y eres mi invitada. Es lógico que te ofrezca un asiento.
–No soy tu invitada, sino tu prisionera.
Él suspiró.
–Está bien. Si insistes en considerarte prisionera, tienes que saber un par de cosas relevantes. En primer lugar, que no hay forma de salir de la isla si no tienes un barco o un avión, y los dos que hay son míos. En segundo, que si pides ayuda a alguno de mis empleados, solo conseguirás quedar en ridículo. ¿Lo has entendido bien?
Ella tragó saliva, y él arqueó una ceja.
–¿No dices nada? –continuó Zak–. ¿Qué pasa, que he destrozado tus esperanzas?
Violet soltó una carcajada.
–Ya te gustaría –se burló.
Zak la miró con desconcierto, pero se recompuso al instante.
–¿Te apetece que te enseñe la propiedad? La mayoría de la gente estaría encantada de disfrutar de sus lujos. Puede que cambies de opinión cuando la veas.
–Si querías que disfrutara de tu casa, tendrías que haberme invitado. Ser una rehén no ayuda mucho.
–Oh, vamos… ¿Seguro que no quieres verla?
–Seguro.
Él se encogió de hombros.
–Bueno, al menos me has dado una respuesta.
–No te entiendo. No entiendo nada de nada –declaró ella–. Dices que intentas proteger a tu familia, pero esto complicará las cosas. ¿Qué impedirá que vaya a las autoridades o hable con la prensa cuando me liberes? ¿O vas a tenerme aquí indefinidamente?
–No lo había pensado, aunque es una buena idea –bromeó.
Violet suspiró.
–No tiene gracia, Zak.
–Ni yo me estoy riendo –replicó–. Venga, siéntate.
Justo entonces, el mayordomo apareció con una bandeja de bebidas. Y, tras aceptar un zumo, Violet se acomodó en el asiento más alejado de Zak, consciente de que su proximidad física era un peligro.
–¿Cuánto tiempo me vas a tener aquí? –preguntó cuando Patrick se fue.
–Eso depende.
–¿De qué?
–De tu actitud ante mis condiciones.
–¿Qué condiciones?
Zak la miró con intensidad.
–Jules fue el único hijo ilegítimo de toda la historia de mi familia, aunque ya no lo es. Seguro que conoces la historia.
–Solo sé lo que leí en los periódicos. Pero, ¿qué tiene eso que ver con mi embarazo?
–¿Qué crees tú?
Violet había empezado a sospechar lo que pasaba, así que dijo:
–Sea lo que sea, mi respuesta es «no».
–Aún no he preguntado nada.
–Insisto –dijo–. No.
–Sí, Violet. Cometí un error al hacer el amor contigo sin preservativo, pero tú cometiste otro al afirmar que no te podías quedar embarazada. Y, aunque me parece curioso que tu método anticonceptivo fallara de repente, lo voy a pasar por alto. Te has quedado embarazada de mí, y voy a reconocer a nuestro hijo.
Ella se puso en tensión.
–¿Qué quieres decir, exactamente?
–Que mi hijo llevará mi apellido, crecerá en Montegova, aprenderá a sentirse orgulloso de su herencia y tendrá todos los privilegios y todas las responsabilidades de un miembro de la Casa Real –respondió el príncipe–. Pero solo será posible si es oficial, y solo será oficial si te casas conmigo.
Violet, que estaba al borde de la histeria, se sintió extrañamente tranquila cuando Zak pronunció las palabras que tanto le asustaban. Sin embargo, eso no le hizo cambiar de actitud.
–No –dijo, rotunda.
Él parpadeó, completamente sorprendido.
–¿No? ¿Eso es todo lo que vas a decir? ¿No?
–Oh, discúlpame, por olvidar mis modales… No, gracias –ironizó ella.
–Puede que no me hayas entendido bien. Te estoy pidiendo que te cases conmigo, Violet. Serás princesa, tendrás más dinero del que puedas desear y, si quieres, podrás seguir trabajando en mi fundación.
–Te he oído perfectamente, y mi respuesta sigue siendo la misma.
Zak se la quedó mirando durante un minuto entero y, a continuación, se sentó en uno de los sillones y cruzó las piernas con toda naturalidad, aunque Violet no se dejó engañar por su relajación aparente.
–Han sido veinticuatro horas complicadas –dijo entonces–. Deberías descansar y reflexionar un poco.
Ella sonrió.
–Evidentemente, me has tomado por una frágil damisela que se hunde a las primeras de cambio, incapaz de afrontar la realidad. Los de tu clase sois todos iguales.
Él frunció el ceño.
–¿Los de mi clase?
–Sí, los hombres convencidos de que solo tienen que agitar un dedo para que las mujeres se pongan a sus pies.
–Haces generalizaciones demasiado arriesgadas, teniendo en cuenta que yo soy el primer hombre con el que has tenido una experiencia amorosa –observó él.
Violet se ruborizó, consciente de que tenía razón. Pero hizo un esfuerzo y mantuvo la compostura.
–¿Cómo puedes estar seguro de que eso es cierto? No sabes nada de mí. ¿Quién te dice que no estuve con alguien en Nueva York mientras tú viajabas por… por donde estuvieras?
–Estuve en Australia –le informó, intentando refrenar su ira–. Y por tu bien, espero que solo estés intentando que mejore mi oferta.
–¿Cambiaría la situación en ese caso? ¿Permitirías que me fuera?
Él apretó los dientes.
–No, aunque la situación puede empeorar si me dices que te acostabas con otros estando embarazada de mí.
Violet clavó la vista en sus ojos.
–No he estado con nadie, Zak. Pero, si insistes en encerrarme en tu isla, no tendrás a la prisionera más obediente del mundo, ni mucho menos. De hecho, puedo afirmar que te arrepentirás si no me pones en tu avión inmediatamente.
Zak respiró hondo, esperó un momento y dijo con humor:
–Tenemos tiempo de sobra. Por favor, dime qué harías para amargarme la vida durante tu estancia.
–Descuida, que ya lo descubrirás si te empeñas en seguir por ese camino. Y no tendrás que enfrentarte solo a mí, ¿sabes? ¿Qué crees que hará mi madre cuando se dé cuenta de que he desaparecido? ¿Piensas que se quedará cruzada de brazos mientras mantienes secuestrada a su hija?
Él se encogió de hombros.
–Tu madre no me preocupa.
Violet supo que su despreocupación era sincera, y se maldijo para sus adentros. Efectivamente, no tendría que hacer mucho para que Margot Barringhall comiera de la palma de su mano. De hecho, estaba segura de que aplaudiría su secuestro a cambio de que le permitieran jactarse en las fiestas a las que asistía.
Por fortuna, había tenido el sentido común de no decirle que estaba embarazada de Zak. Cualquiera sabía lo que Margot habría hecho si hubiera sabido que iba a ser abuela de un miembro de la Casa Real. Pero ni eso solucionaba su problema ni podía mantener el secreto eternamente.
–¿Y qué me dices de tus empleados? –replicó con firmeza–. Dudo que estén acostumbrados a participar en secuestros.
–La lealtad de mis empleados es absoluta. Si no lo fuera, no estarían aquí.
En ese preciso momento, se oyó el inconfundible sonido de un avión que despegaba. Violet se levantó del sofá y corrió al balcón, desde donde vio que el reactor de Zak se alejaba entre las nubes.
–¡No! –exclamó, desesperada.
–Me temo que sí –contraatacó él–. Tranquilízate, Violet.
–No, no me voy a tranquilizar. ¡No quiero estar aquí! ¿No te das cuenta de que tu plan es un verdadero despropósito?
Zak se volvió a encoger de hombros.
–Como puedes ver, tendrás que hacer algo más que gritar como una loca para conseguir que cambie de actitud. Tus berrinches tampoco me preocupan.
Ella se estremeció ante el tono autoritario y profundamente viril de Zak. Pero ese mismo tono, que encontró de lo más atractivo, le recordó lo que había pasado tras sus dos últimas discusiones: que habían terminado en situaciones íntimas. Y, en consecuencia, decidió hacer exactamente lo contrario, es decir, mantener la calma.
Al fin y al cabo, no había necesidad de añadir más leña a un fuego que ya la consumía. Si protestaba y se agitaba todo el tiempo, acabaría inevitablemente entre sus brazos y haría cosas en las que no quería pensar, cosas de lo más perturbadoras.
–Muy bien. ¿Quieres que juegue a tu juego? –preguntó, de espaldas a él–. De acuerdo, pero luego no digas que no te lo advertí.
El destello de los ojos de Zak le dio pánico. Estaba lleno de sensualidad, pero también del espíritu de conquista por el que eran famosos sus antepasados. Y, aunque no lo dijo con palabras, implicaba un desafío en toda regla.
Entonces, él se levantó con gracia felina y se plantó ante ella, mirándola con deseo. Al parecer, sus sentimientos no habían cambiado en ese sentido. Se había ido a Australia y había mantenido las distancias durante semanas; había fingido que no existía y hasta la había ninguneado en la boda de Remi, pero la deseaba.
Y, por mucho que le molestara, ella también lo deseaba a el.
Sin embargo, eso no significaba que estuviera dispuesta a retomar su relación sexual. Había pasado demasiadas noches en vela por su culpa, y estaba decidida a rechazarlo, costara lo que costara.
–Bueno, como ya hemos establecido que te vas a quedar, ¿quieres dar la vuelta que te he propuesto antes? –preguntó él, todo arrogancia.
Una vez más, Violet estuvo a punto de perder la calma.
Pero se refrenó.
Debía mostrarse impasible, firme, elegante.
–Puede que más tarde –dijo–. Estoy cansada. Si me indicas el camino de mi habitación, te dejaré de molestar.
Zak entrecerró los ojos. Hasta entonces, siempre había podido imaginar las intenciones de Violet. Pero había cambiado desde su estancia en Tanzania. Había encontrado una forma de disimular sus emociones.
–Como quieras –replicó él tras unos segundos de silencio.
Zak la tomó de la muñeca, y Violet tuvo que resistirse al impulso de apartarse, porque le habría demostrado que estaba lejos de sentir indiferencia, que echaba de menos su cuerpo. Sin embargo, no le podía permitir que se tomara esas familiaridades, de modo que usó el pretexto de recoger su bolso, que había dejado en el sofá, para romper suavemente el contacto.
Luego, salieron de la sala y subieron juntos por una ancha escalera, hasta llegar al último piso. Una vez allí, Zak tomó el pasillo de la derecha y la llevó hasta la última de las puertas, que abrió al instante.
Al ver el interior, Violet estuvo a punto de soltar un grito ahogado. La suite era sencillamente magnífica. No tenía el lujo de las habitaciones del Palacio Real de Montegova, pero impresionaba en cualquier caso con sus cortinas de muselina blanca, sus luminosos muebles y sus paredes azules, que le hicieron sentirse como si estuviera flotando en el cielo.
–Me encargaré de que te suban algo de beber –anunció Zak–. Cenaremos a las siete. Si me necesitas antes, habla con los empleados. Sabrán dónde encontrarme.
–¿Y para qué te iba a necesitar?
Él sonrió.
–Para darme tu respuesta, por supuesto.
Violet soltó un bufido histérico. Si alguien le hubiera dicho el día anterior que Zak intentaría imponerle matrimonio, no le habría creído. Y desde luego, si alguien le hubiera dicho que consideraría la posibilidad de casarse con él, le habría tomado por loco. Pero sopesó la idea, olvidando por un momento que la había secuestrado.
Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, se llevó una mano a la frente y sacudió la cabeza.
–¿Qué ocurre? –preguntó él, agarrándola por los hombros.
–Que estoy un poco mareada –respondió, pensando que el contacto de sus manos no era precisamente de ayuda.
–Te estás cansando sin motivo.
–No, tú me estás cansando a mí. Márchate, por favor. Quiero estar sola.
En lugar de soltarla, Zak hizo lo mismo que había hecho en el avión: tomarla en brazos y llevarla a la cama, que en este caso no era pequeña, sino una enorme maravilla llena de cojines. Luego, la posó con una dulzura sorprendente y la tapó con la colcha.
–Me ofrecería a desnudarte, pero sospecho que no querrías.
–Sospechas bien –dijo con sorna.
Zak entrecerró los ojos y la miró fijamente, provocando en ella un cálido y sensual sentimiento de anticipación. De hecho, se alegró de que la colcha ocultara su cuerpo porque, de lo contrario, habría notado que los pezones se le habían endurecido.
–Descansa. Nos veremos más tarde.
Violet guardó silencio, bastante menos segura de querer que se marchara. Y, cuando Zak salió de la habitación y cerró la puerta, se sintió como si toda su energía desapareciera con él, como si el sol brillara menos cuando no estaba.
Habían pasado muchas cosas desde que se bajó del avión. Pero de todas ellas, esa fue la que le dio más miedo.