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Capítulo 4
ОглавлениеVIOLET se levantó a las cinco de la madrugada, cansada de dar vueltas en la cama.
Naturalmente, intentó achacar su desasosiego al cambio de país y de franja horaria, pero sabía que esa no era la razón de que no hubiera pegado ojo. Por si estar con Zak no fuera ya bastante inquietante, ahora tendría que trabajar con él todo el tiempo.
Tras vestirse y ducharse en menos de media hora, salió de la tienda y se dirigió al comedor, donde ya estaban las cuadrillas de la obra. Luego, se sirvió el desayuno y se sentó con Peter, que la saludó con una enorme sonrisa.
–Buenos días.
El escrutinio del capataz fue tan breve como apreciativo, demostrando un interés inocuo que era radicalmente contrario al que solía despertar en los hombres: el que su madre quería que sus hermanas y ella alimentaran para conseguir marido. De hecho, Sage se había marchado a trabajar a Nueva Zelanda para no tener que soportar las presiones de Margot.
Al cabo de unos momentos, Zak entró en el comedor. Era la primera vez que Violet lo veía con ropa informal, aunque sus pantalones caqui y su camiseta blanca fueran de marcas buenas. Pero pensó que habría estado impresionante hasta en harapos, porque exudaba elegancia y refinamiento.
–Buon giorno –los saludó, estremeciéndola con su rasgado tono de voz–. No esperaba verte tan pronto.
Ella se encogió de hombros.
–No podía dormir, así que me he levantado. Cuanto antes me acostumbre a la rutina, antes se me quitará el desfase horario. Además, tengo ganas de ponerme a trabajar.
–Ah, eso es lo mejor de estos proyectos… cuando termina la espera y se empiezan a poner las estructuras –intervino Peter.
Violet sonrió, porque la alegría del capataz era contagiosa.
–Esperemos que ese entusiasmo no se debilite con el trabajo duro –declaró Zak, cruzándose de brazos.
Ella tragó saliva al ver sus poderosos bíceps, y Peter frunció el ceño.
–Bueno, todo el mundo flaquea un poco ante proyectos tan ambiciosos como este, pero el objetivo final es premio más que suficiente. Por eso me gusta lo que hago.
Violet volvió a sonreír, y aún sonreía cuando una de las trabajadoras se acercó a Zak y le ofreció una taza de café. Pero, lejos de responder al ofrecimiento, Zak la miró a ella, que se estremeció sin poder evitarlo y se giró hacia el capataz para romper el hechizo del príncipe.
–¿Cuánto tiempo llevas en la industria del turismo?
–Toda mi vida. Empecé como voluntario y guía turístico. Luego, empecé a trabajar para la Junta y me especialicé en proyectos como el vuestro, destinados a ayudar a la gente de las zonas rurales. Se podría decir que lo llevo en la sangre. Es cosa de familia.
–¿De familia?
–Sí, mi madre es una noruega que se vino a trabajar al Parque Natural de Dodoma, donde conoció a mi padre, que es tanzano. Yo nací un año después de que ella terminara la carrera de veterinaria –explicó Peter–. Y, cuando surgió la oportunidad de trabajar con Zak, no lo dudé. Acepté de inmediato.
Justo entonces, el sonido de unos grandes motores interrumpió su conversación. Eran los camiones que llevaban los materiales de las primeras cabañas ecológicas, y todos se pusieron manos a la obra.
El día estuvo marcado por el entusiasmo con el proyecto y el deseo de agradar al príncipe. Violet se dedicó a ayudar en lo que pudo, y se las arregló para mantener las distancias con Zak hasta que le tocó llenar botellas de agua para dárselas a los trabajadores.
–Habíamos quedado a las dos para comer –dijo él, acercándose.
–Lo sé, pero quería terminar antes con esto.
Zak la miró con desconfianza.
–Rehuirme no servirá de nada –afirmó–. No con lo que sientes.
Violet sintió un cosquilleo en el estómago, pero alzó la barbilla orgullosamente y se hizo la tonta.
–Como no sé de qué estás hablando, tampoco sé qué decir.
Él se acercó un poco más, rozándole el hombro.
–Estoy hablando de que te gusto, Violet. Te gusto desde hace mucho. Y estoy hablando de que te empeñas en negarlo y de que tus fracasados intentos solo consiguen enfatizar tu pequeño dilema.
Violet se quedó perpleja. ¿Qué debía hacer? ¿Negarlo de nuevo? ¿O afrontar el problema de una vez por todas?
Tras sopesarlo un momento, se dio cuenta de que la actitud que había tenido hasta entonces era contraproducente. Zak sabía que la llama de su primer encuentro no se había apagado y, si ella insistía en negar lo evidente, se seguiría burlando de su fariseísmo.
–¿Y qué pasa si me gustas? –replicó, decantándose por la segunda opción–. Reconozco que no estás mal, y que me dejé llevar hace seis años, cuando nos besamos. Pero no hagamos una montaña de un grano de arena.
–¿Que no estoy mal? –preguntó él, algo sorprendido.
–¿Esperabas que te pusiera por las nubes? Para empezar, no recuerdo bien ese día, así que tendrás que contentarte con ese veredicto.
Zak entrecerró los ojos.
–Pues tú eres más ardiente de lo que recordaba. Lo eres tanto que ardo en deseos de avivar tu pasión, aunque solo sea para comprobar si es cierto que la memoria te falla –dijo–. O para refrescártela.
Violet intentó mantener el aplomo.
–No vas a tener esa oportunidad. No me siento particularmente inclinada a repetir la experiencia –afirmó–. Y ahora, ¿vamos a repartir las botellas de agua? ¿O seguiremos perdiendo el tiempo con insignificancias del pasado?
Zak le dedicó una sonrisa enigmática y, a continuación, se fue con las botellas. Violet no tuvo más remedio que seguirlo, aunque se alegró de que la hubiera ayudado, porque tardó la mitad de lo previsto.
Luego, él se dirigió hacia la cabaña que les habían asignado, donde los trabajadores estaban esperando a que les dieran la orden de empezar. Y, cuando llegó, demostró tal capacidad de mando que Violet se estremeció y se lo imaginó con su antiguo uniforme de piloto, dando órdenes o volando en un caza.
–¿Vienes con nosotros? ¿O no? –dijo él.
Violet se ruborizó un poco, pero reaccionó y se acercó al grupo para que les explicaran cómo se montaba la estructura prefabricada.
En cuanto comprendieron los conceptos básicos, todo fue coser y cantar. El tiempo se les pasaba volando, y ella no dejaba de asombrarse con la eficacia de Zak y con el hecho de que trabajara más que nadie, detalle que animaba a los demás a forzar el ritmo.
Quería estar enfadada con él, pero la sensación que bullía en su interior no era de enfado, sino de admiración.
No tenía miedo de mancharse las manos. Predicaba con el ejemplo y, por si eso no fuera suficientemente atractivo, se quitó la camiseta al cabo de un rato y mostró un pecho tan duro, perfecto y brillante que Violet perdió la concentración durante unos segundos. La boca se le había hecho agua, y notaba un calor preocupante entre las piernas.
A última hora de la tarde, ya habían levantado la estructura exterior del edificio, y todo el equipo se sintió inmensamente orgulloso cuando contemplaron el fruto de su trabajo bajo los tonos rojos y naranjas de la puesta de sol.
Terminado el trabajo, Violet se unió a los que se dirigían al comedor e hizo esfuerzos sobrehumanos por no mirar a Zak, que iba por detrás. Pero sabía que no podría dejar de mirarlo si se sentaban cerca, así que esperó a que él se acomodara y, tras servirse la comida, se sentó tan lejos como pudo.
Peter llegó minutos después y se puso a hablar con ella, aunque no sirvió de mucho. Por interesada que estuviera en la conversación, era demasiado consciente de que la presencia del capataz molestaba al príncipe. Pero, ¿qué le importaba a ella? De hecho, le venía bien, porque así aprendería que no era una de esas mujeres que corrían a su lado cada vez que las llamaba, encantadas de gozar de su atención.
Con eso en mente, se mostró más cariñosa con Peter que de costumbre y no puso ninguna objeción cuando se ofreció para acompañarla a su tienda, dando un rodeo por el lago.
El capataz se portó como un caballero y se limitó a darle las buenas noches al llegar a su destino, aunque Violet no estaba contenta con su estratagema. Había irritado a Zak, pero tenía un vacío de insatisfacción en el estómago.
Decidida a olvidar el asunto, se dirigió a la ducha, que le encantó. Consistía en una simple manguera con una alcachofa y, como no había techo que lo impidiera, pudo disfrutar del precioso cielo tanzano. Sin embargo, el placer de la sencilla experiencia se difuminó cuando se dio cuenta de que se había olvidado la toalla.
A falta de otra opción, guardó su ropa interior en el neceser para no mojarla y se limitó a ponerse los pantalones cortos y la camiseta, tan deprisa como su húmeda piel se lo permitió. Y al salir de allí, se topó con Zak, que estaba apoyado en el tronco de una acacia, sin más prenda que una toalla enrollada a la cintura.
Él se apartó del árbol, y ella se sintió desvanecer. ¿Cómo era posible que fuera tan atractivo?
–Empezaba a temer que gastaras todo el agua, porque me habría tenido que bañar en el lago –dijo Zak.
–Pues no la he gastado –replicó ella–. Queda más que suficiente en el tanque.
Él la miró durante un par de segundos inacabables, y ella fue dolorosamente consciente de que tenía la camiseta pegada al cuerpo y de que se transparentaban sus pezones. Pero eso no le incomodó tanto como el suspiro posterior de Zak.
Ya se disponía a marcharse cuando él dijo:
–¿Puedo darte un consejo? No sé lo que pretendes con Awadhi, pero no hagas nada de lo que te puedas arrepentir después.
–Eres mi jefe, y tienes derecho a darme órdenes en el trabajo –declaró ella, desconcertada con su preocupación–. Pero no tienes poder sobre mi tiempo libre.
–¿Te gusta? –preguntó él, directamente.
–¿Por qué lo quieres saber? ¿Es que estás celoso? –ironizó ella.
–Solo podría estarlo si él tuviera algo que yo no tengo.
–Entonces, ¿a qué viene tu interés? ¿Por qué estamos manteniendo esta conversación?
Él se acercó un poco más, desestabilizándola con la cercanía de su potente cuerpo. Y ella deseó tocarlo, explorarlo, probarlo.
–Has malinterpretado las cosas, Violet. No se trata de lo que a mí me interese, sino de lo que él no puede tener, es decir, de ti. No lo permitiré.
Sorprendida, ella soltó una carcajada.
–¿Que no lo permitirás? ¡Menuda cara! ¿Quién te has creído que eres? ¿Cómo te atreves a decirme…?
El resto de su vehemente declaración se apagó cuando él le acarició el cabello, la apretó contra su cuerpo y, tras pasarle un brazo alrededor de la cintura, la levantó como si pesara menos que una pluma, dio tres largas zancadas y la apretó contra la pared prefabricada de la ducha, lejos de posibles miradas curiosas.
Un segundo después, inclinó la cabeza y la besó, provocándole una dulce descarga de calor entre las piernas y poniendo fin a todas sus dudas.
No, su memoria no le había fallado al decirle que Zak era todo lo que podía desear. Durante años, se había intentado convencer de que su primer encuentro no había sido para tanto, de que lo había magnificado porque en aquella época era una adolescente enamoradiza; pero la realidad demostraba lo contrario.
De hecho, era aún mejor de lo que recordaba. Quizá, porque tenía la edad y el hambre suficientes como para apreciar más su crudo y embriagador contacto, que la empujó a ponerse de puntillas, acariciar los bíceps que había admirado tantas veces y pasarle los brazos alrededor del cuello.
Excitada, dejó su cautela al margen y le mordisqueó el labio inferior. Zak soltó un sonido de deseo y susurró unas palabras en su idioma que habrían ruborizado a Violet si no las hubiera ansiado con locura, dominada por la tensión que crecía en su interior.
En determinado momento, Zak se apartó de su boca y le pasó los labios por el cuello antes de cerrarlos sobre uno de sus pezones. Ella se estremeció de placer, y se sintió arder por dentro cuando lo succionó por encima de la tela, aferrándose a sus nalgas. Pero lo mejor estaba por llegar, como supo enseguida.
Tras darse un festín con sus pechos, cambió de posición y le metió una mano entre las piernas, en busca de su objetivo. Violet gimió, incapaz de refrenarse, y él acarició su húmedo sexo mientras se apretaba contra su estómago, para que pudiera sentir la erección que le había provocado.
–Vaya, no llevas ni sostén ni braguitas. No sé si darte unos azotes por exhibirte así o aceptar el regalo que, por lo visto, pretendías hacerme.
Violet volvió a gemir.
–¿Qué es lo que te excita tanto? –continuó él en voz baja–. ¿Mis caricias? ¿O la idea de que te dé unos azotes?
Violet guardó silencio, porque no quiso confesarle que las dos cosas la excitaban. Y él, que se dio cuenta, sonrió con malicia.
–¿Hay algo que quieras decirme, Violet?
–No sé a qué te refieres… –dijo, sin aliento.
–¿Ah, no? Pues yo creo que sí, porque tus reacciones son demasiado intensas para un placer tan ordinario –afirmó, apretándole otra vez las nalgas–. Estás al borde del orgasmo, y apenas te he empezado a tocar.
Las palabras de Zak rompieron el hechizo y, aunque ella ardía en deseos de dejarse llevar, se acordó de lo que había pasado en su primer encuentro y recuperó la cordura. La había rechazado, la había condenado a un sentimiento de humillación que le duró varias semanas. Y no iba a cometer el mismo error.
Esta vez, sería ella quien lo rechazara a él.
Decidida, le puso las manos en los hombros y lo empujó.
–Violet…
–No me importa lo que pienses. No quiero esto.
–Define «esto» –dijo él, clavando la vista en sus ojos.
–No tengo por qué definir nada. No me interesa lo que tú me puedas dar. Ni ahora ni nunca.
–Una afirmación muy arriesgada, ¿no crees? –declaró Zak, irónico–. ¿Estás segura de que no te arrepentirás más tarde?
Ella dio un paso atrás y luego otro, porque el primero no fue suficiente. Estaban demasiado cerca y su cuerpo insistía en traicionarla. Pero no permitiría que la rechazara de nuevo y que se atrincherara después en la mala opinión que tenía de su familia, una opinión que confirmaría si se acostaba con él.
–Estoy segura –mintió–. No quiero que me toques.
Zak frunció el ceño, la miró un momento y asintió.
–Está bien. Tienes mi palabra de que no volveré a tocarte. Por lo menos, hasta que vengas a mí y me lo pidas… O no, hasta que me lo ruegues.
Violet tragó saliva.
¿Qué era eso? ¿Un desafío?
Mientras se alejaba, tuvo la sensación de que ya era tarde para ella. Había empezado a perder la partida, y Zak lo sabía de sobra.
¿En qué diablos estaba pensando al decir que volvería a él y le rogaría que hicieran el amor?
Habían pasado cinco días desde su tórrido encuentro en la ducha, y se sentía como si Violet lo hubiera hechizado. Ni siquiera le divertía el trabajo, aunque iban tan bien que habían levantado dos ecocabañas en cinco días en lugar de en seis.
Era desesperante. Hacía lo posible por mantener las distancias con ella, pero no conseguía dejar de admirar su cara, su flexible y voluptuoso cuerpo y las largas piernas que insistía en enseñar con su manía de ponerse vaqueros tan cortos como ajustados.
En cuanto a su ética laboral, no podía ser más admirable. Hacía lo que le pedían y lo hacía con entusiasmo, superando todas sus expectativas.
Por supuesto, aún tenía reservas sobre lo que podía pasar a largo plazo, pero era evidente que se había equivocado al pensar que fracasaría. Violet era lo que decía y mucho más. Violet lo estaba volviendo loco.
Aquella noche, cuando ya habían terminado de trabajar, ella soltó una carcajada que llamó su atención inmediatamente.
–La próxima vez, avisa –dijo, rompiendo a reír de nuevo.
Zak entrecerró los ojos al ver que uno de los trabajadores sostenía una botella de aspecto sospechoso mientras admiraba el trasero de Violet, que se había inclinado porque había empezado a toser. Y la causa de sus toses era más que obvia: el Pombe, una bebida alcohólica de la zona.
–¿Se puede saber qué estáis haciendo? –bramó, interrumpiéndolos.
Todo el mundo se quedó helado.
–¿A ti qué te parece? –replicó Violet, enojada–. Estamos de fiesta.
–Pues deberías divertirte con bebidas menos… potentes.
Los integrantes de la cuadrilla lo miraron con incomodidad, pero Violet lo hizo como tantas veces, con desafío. Y Zak, que estaba acostumbrado a que todo el mundo lo tratara con deferencia, lo encontró interesante. Quizá, demasiado.
¿Sería esa la razón de que no pudiera resistirse a incordiarla?
–¿Y dónde estaría entonces la diversión? –replicó ella.
Zak la tomó del brazo repentinamente y dijo a los demás:
–Si os apetece, os podéis pasar por mi tienda. Pedí que me llevaran champán para celebrar el buen ritmo del proyecto. Tomad lo que queráis.
Como era de prever, el anuncio fue recibido con entusiasmo, y la cuadrilla se dispersó enseguida.
–¿Podrías dejar de manosearme? –preguntó Violet cuando se quedaron a solas.
Él la soltó, pero se plantó delante de ella.
–¿Cuánto Pombe has bebido?
–¿Ya estás controlándome? –protestó.
–No, pero te arriesgas a sufrir una resaca tremenda si abusas de ese brebaje.
Violet se limpió la boca con el dorso de la mano, concentrando la atención de Zak en sus lujuriosos labios.
–Gracias por tu preocupación, pero eso es problema mío. ¿O es que he hecho algo que comprometa mi trabajo?
–No, todavía no, aunque siempre hay una primera vez.
Ella frunció el ceño.
–¿Y qué pretendes? ¿Salvarme de mí misma? –preguntó–. ¿Por qué?
–Porque nos vamos mañana a Nueva York, y prefiero que estés en buenas condiciones cuando nos subamos al avión.
Violet lo miró con asombro.
–¿Que nos vamos? ¿Tan pronto?
A decir verdad, Zak no tenía intención de marcharse al día siguiente. Lo había dicho sin pensarlo, y él mismo estaba sorprendido con sus palabras. Pero se felicitó por haber tenido una idea tan inspirada.
–¿Crees que vas a aprender algo más si nos quedamos aquí?
Ella se mordió el labio.
–Supongo que no. Ahora podría montar una cabaña con los ojos cerrados. Pero di por sentado que supervisaría todo el proceso.
–Pues he cambiado de idea. ¿Por qué perder más tiempo en este proyecto cuando puedes aprender más con el siguiente?
–¿Y adónde vamos a ir?
Él se encogió de hombros.
–Tengo que volver a Montegova a finales de mes. Hasta entonces, estoy más o menos libre, y puedo ir a cualquiera de los que tengo en marcha –respondió–. Quién sabe… Quizá te deje elegir.
Ella echó un vistazo a su alrededor.
–Este sitio es verdaderamente bonito. Quería explorarlo antes de marcharme.
–Bueno, podemos echar un vistazo a la zona de la fase dos –le ofreció Zak–. Si nos vamos enseguida, claro.
Violet lo miró con sorpresa.
–Sí, claro que sí… Solo necesito unos minutos para asearme y cambiarme de ropa.
Él sacudió la cabeza con impaciencia.
–No vamos a un acto oficial, Violet. No hace falta que te vistas para la ocasión. Y, en cuanto a lo de asearte, ya te ducharás cuando volvamos. Salvo que prefieras bañarte en el lago.
–Entonces, vámonos.
Ella se alejó hacia el lugar donde estaban los vehículos, y él habló brevemente con su guardaespaldas, que asintió y acató sus órdenes.
–¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar? –se interesó Violet cuando volvió con ella.
–Normalmente, tardaríamos alrededor de una hora. Pero no iremos en coche, sino en helicóptero. La cocinera tuvo dolores de parto hace un par de días y, como se la llevaron al hospital, no lo necesitará.
Al llegar al aparato, él le abrió la portezuela y se rindió a la tentación de mirarle las piernas mientras ella se acomodaba. Luego, se sentó en el asiento del piloto y esperó a que sus tres guardaespaldas subieran a la carlinga.
–¿Sabes pilotar helicópteros? –preguntó ella, escéptica.
Él asintió y dijo:
–Es cortesía de las Fuerzas Aéreas, donde estuve unos cuantos años.
El escepticismo de Violet desapareció, y él se habría sentido satisfecho si la visión de sus senos, que el cinturón de seguridad enfatizaba, no hubiera despertado su deseo.
Aún se estaba preguntando si había hecho bien al ofrecerse a llevarla cuando despegó y tomó rumbo al este.
Diez minutos después, aterrizó en las inmediaciones del volcán Lengai. Zak llevaba los cascos puestos, pero pudo oír el gemido de Violet, que no le sorprendió. Tanzania era un país precioso y, en aquella ocasión, les estaba regalando una puesta de sol tras las cataratas del río que vertía en un lago.
Zak había elegido ese sitio porque tenía agua potable, pero se alegró al ver la alegría con la que ella bajó del helicóptero y corrió hacia la catarata, encantada con su belleza.
–Esto es espectacular –comentó momentos después.
Él frunció el ceño, porque lo había dicho con un fondo de tristeza.
–Pues tu tono indica lo contrario…
–Porque el lago es perfecto para darse un chapuzón. Si lo hubiera sabido, me habría traído el bañador.
Él se la imaginó en bikini, y sintió un escalofrío de placer.
–Bueno, somos adultos. Seguro que se te ocurre algo –replicó–. Salvo que estés otra vez sin ropa interior.
Violet carraspeó.
–Eso no es asunto tuyo –dijo–. ¿Damos esa vuelta?
El recorrido duró quince minutos y, como de costumbre, ella hizo todas las preguntas pertinentes, confirmando su compromiso con el proyecto. Sin embargo, él pensó que eso no demostraba nada; la condesa seguía empeñada en casarla con un hombre rico, y cabía la posibilidad de que el entusiasmo de Violet formara parte de un plan cuidadosamente orquestado, como lo sucedido tras la muerte del difunto rey, su padre.
El recuerdo de aquellos días terribles le devolvió el control de sus emociones y le permitió adoptar una actitud desapasionada cuando volvieron a la orilla del lago, donde sus guardaespaldas ya les habían servido la cena, siguiendo sus instrucciones.
Al ver la manta sobre la que estaban el improvisado picnic y las cuatro lamparitas que ofrecían iluminación, Violet se quedó perpleja.
–¿Te vas a quedar de pie? ¿O prefieres cenar conmigo? –preguntó él.
Ella se acercó y lo miró con desconfianza.
–¿Esto ha sido cosa tuya?
–Me pareció que podíamos matar dos pájaros de un tiro. Dudo que quede algo de comer cuando regresemos al campamento principal –respondió Zak–. Venga, siéntate.
Violet se sentó y se inclinó sobre uno de los cuencos para alcanzar unas uvas.
–Eres príncipe. ¿No se supone que aparecería un chef de la nada y prepararía una cena en condiciones si te viniera bien?
Zak miró sus largas piernas, que ella acababa de cruzar.
–Sí, claro, sería tan fácil como organizar un picnic junto a un lago por el simple hecho de que yo lo desee –ironizó él.
Ella se ruborizó, y Zak alcanzó la botella de champán que habían dejado en la cubitera y la descorchó.
–¿Te preocupa algo, Violet? –preguntó, notando que lo miraba con interés.
–No, nada importante. Antes dijiste que habías aprendido a pilotar en las Fuerzas Aéreas. ¿Cuándo las dejaste?
Zak le podría haber dicho que las dejó cuando su padre murió de repente, destrozando un sueño secreto y provocando una pesadilla política. Le podría haber dicho que las dejó cuando descubrió que su padre no había sido el hombre que él pensaba. Le podría haber dicho que el reino se quedó al borde del abismo, y que no tuvo más remedio que intervenir. Pero no estaba de humor para hablar de eso, así que contestó:
–Me quedé hasta que me di cuenta de que serviría mejor a mi país si asumía otro papel.
–¿Y qué papel es, exactamente? Por lo que vi el otro día con el ministro, parece que estás a cargo.
–En cuestiones de seguridad nacional, sí –dijo, tenso.
Zak llenó dos copas de champán y le dio una.
–Creo recordar que antes estabas festejando el final de la jornada –prosiguió el–. Y no hay motivo por el que no podamos festejarlo ahora.
–No, salvo que lo dices como si te estuvieras burlando de mí.
–Vamos, no analices tanto las cosas.
–¿Por qué? ¿Porque no quieres oír la verdad?
–Porque tengo hambre y no quiero sufrir una indigestión.
El resto de la cena transcurrió en silencio, aunque eso no impidió que Zak se dedicara a admirarla subrepticiamente. Y, cuando terminaron de comer, ella se levantó.
–¿Adónde vas?
Violet lo miró con rabia.
–A echar otro vistazo al lago. Ahora mismo, es una perspectiva bastante más agradable que tu compañía.