Читать книгу Pack Bianca enero 2021 - Varias Autoras - Страница 10
Capítulo 5
ОглавлениеRACHEL era una persona inteligente y centrada, y Mateo se sentía a gusto con ella. Y lo mejor de todo era que, aunque tenía la impresión de que sí podría sentirse físicamente atraído por ella, sabía que no pasaría de eso. Ni emociones apabullantes, ni un deseo desbordado, ni algo más profundo. Y si no sentía nada después de diez años trabajando con ella, estaba claro que jamás lo sentiría. Lo cual era estupendo.
–Muy bien –dijo Rachel cruzándose de brazos–: a ver esos brillantes argumentos.
–Yo no he dicho que fueran brillantes –replicó Mateo–. Aunque lo son, por supuesto –añadió con una sonrisita.
Rachel puso los ojos en blanco.
–Por supuesto…
Mateo se quedó callado un momento, sopesando la mejor manera de abordar el asunto.
–Creo que la cuestión más importante es por qué crees que no deberíamos casarnos –dijo finalmente.
–¿Que por qué no deberíamos casarnos? –repitió Rachel con incredulidad–. Has vuelto para convencerme de que me case contigo, pero teniendo en cuenta que en los diez años que hace que nos conocemos no hemos tenido ni una sola cita ni me has pedido salir, dudo mucho que haya sido el amor o la atracción física lo que te ha empujado a pedirme que me case contigo.
–Es verdad –concedió Mateo.
–Por lo tanto, las razones por las que quieres casarte conmigo deben ser de carácter más bien práctico –apuntó Rachel–. Deja que adivine: nos llevamos bien y nos entendemos más o menos bien, lo que imagino que es importante si fuéramos a dirigir juntos un país –sacudió la cabeza–. No puedo creer que haya dicho eso.
–Mi única objeción es a lo de «más o menos bien» –observó Mateo, con una sonrisilla que la hizo sonreír a ella también.
–De acuerdo, sí, nos entendemos bien. Puede que hasta muy bien.
Él asintió con la cabeza.
–Gracias.
Rachel suspiró.
–Pero no me parece que eso sea razón para casarnos.
Mateo enarcó una ceja.
–¿Por qué no?
–Porque si fuera así, deberías haberle pedido a Leonore Worth que se casara contigo –le espetó ella con cierta brusquedad.
–¿A Leonore? ¿Y por qué haría yo algo así?
Leonore Worth era una catedrática de Biología de la universidad, una mujer guapa, aunque flacucha y con una risa irritante, a quien había acompañado en una ocasión a un evento de la facultad. No había vuelto a cometer ese error.
–Pues porque es… –masculló Rachel sonrojándose–… más apropiada que yo para ese papel.
Mateo la miró desconcertado.
–¿Y cómo has llegado a esa conclusión?
Rachel sacudió la cabeza. Parecía cansada; incluso enfadada.
–Venga ya, Mateo –murmuró–: déjalo.
–¿Que deje qué?
–Deja de fingir que no sabes de qué estoy hablando.
–La verdad es que no, no lo sé. ¿De qué estamos hablando?
Rachel lanzó los brazos al aire.
–¡Pues de que no tengo lo que hace falta para ser reina!
–Define «lo que hace falta para ser reina» –le pidió Mateo.
–¿Para qué? –exclamó Rachel irritada–. No voy a casarme contigo. No voy a dejar mi trabajo…
–¿Ya no te parece tan mal tener a Simon de compañero? –la interrumpió él–. Creía que habías dicho que estabas pensando en irte a otro sitio…
–No lo decía en serio.
–Venga, Rachel, te estoy ofreciendo una gran oportunidad.
–¿Cuál?, ¿pasarme la vida colgada de tu brazo? –le espetó ella con una risa desdeñosa.
–Por supuesto que no. Si quisiera una mujer florero, habría escogido a una de las candidatas de la lista que ha hecho mi madre.
Rachel puso unos ojos como platos.
–¿Ha hecho una lista?
–Sí, y espera que escoja a una de esas mujeres. Pero yo no quiero a alguien que cumpla todos los requisitos que se supone que debería cumplir la futura esposa de un rey. Quiero a alguien en quien pueda confiar, alguien que me haga reír. Alguien que, a riesgo de parecer un sentimental, me comprenda.
Para horror suyo, los ojos de Rachel se llenaron de lágrimas. Había intentado explicarse con humor, pero parecía que había sonado de lo más cursi.
–Rachel…
–¿Por qué tienes que ponérmelo tan difícil? –le preguntó ella en un murmullo, parpadeando para contener las lágrimas.
–Porque quiero que me digas que sí.
Rachel se mordió el labio.
–¿Y si lo hiciera?
El corazón de Mateo palpitó con fuerza. Casi podía paladear la victoria. Rachel parecía un poco triste, quizá incluso derrotada, pero estaba empezando a considerarlo.
–Lo organizaría todo para que viajaras de vuelta a Kallyria conmigo cuanto antes. Nos casaríamos en la Catedral de Santa Teodora. Todos los miembros de la familia real se casan por el rito de la Iglesia ortodoxa griega. Espero que eso no suponga un problema para ti.
–Mateo, estaba hablando en términos hipotéticos.
Él se encogió de hombros.
–Y yo.
–Muy bien. ¿Y después de la boda, qué?
–Viviríamos juntos como marido y mujer. Tú me acompañarías a los actos de Estado, en los viajes al extranjero, decidirías a qué instituciones benéficas quieres apoyar…
–Y tendría que darte un heredero, ¿no? –lo cortó ella, sosteniéndole la mirada aunque le ardían las mejillas–. Esa es una parte que aún no has mencionado.
–No, es verdad –asintió Mateo. Se preguntaba por qué se había puesto colorada, si sería porque estaban hablando indirectamente de sexo, o si habría alguna otra razón–. Supongo que porque me parecía que era evidente.
–¿El qué?, ¿que sería un matrimonio… en el sentido estricto de la palabra?
–Bueno, si con eso te refieres a si tendríamos que consumarlo, sí.
De pronto una serie de imágenes danzaban en la mente de Mateo, imágenes con las que nunca se habría permitido fantasear, imágenes de Rachel en ropa interior de seda y encaje, tumbada en una cama con dosel, sonriéndole, con el cabello ondulado desparramado sobre la almohada.
–¿No te parece que esto no es algo como para tomárselo a la ligera? –le espetó Rachel.
En ese momento entró el camarero para retirarles los platos, y Mateo esperó a que se hubiera marchado para contestar.
–Está bien, tienes razón; hablémoslo.
Mateo era como una apisonadora, empeñado en tumbar todas sus objeciones, pensó Rachel. Y ella, entretanto, se sentía como si estuviera atravesando un campo de minas.
–No te sientes atraído por mí –le dijo a las bravas.
Dolía decirlo en voz alta, era algo que la humillaba y hacía resurgir los malos recuerdos del pasado. Sin embargo, hacía tiempo que se había dado cuenta de que la única manera de no perder su dignidad era llamar a las cosas por su nombre y afrontarlas.
Mateó frunció los labios.
–Un matrimonio no debería cimentarse sobre algo tan endeble como la atracción física –dijo.
Rachel tragó saliva. Era una admisión indirecta de que no se sentía atraído por ella, pero no por eso resultaba menos dolorosa.
–Tal vez no sea lo que más importe –reconoció–, pero sí que importa.
Hubo otro largo silencio. Rachel tomó un sorbo de vino y mantuvo la mirada baja para que Mateo no se diera cuenta de cuánto daño le estaba haciendo sin saberlo.
–Pues yo creo que en nuestro caso no sería un problema si nos casáramos –dijo él–. A menos que sientas una profunda aversión hacia mí –añadió, con una sonrisa petulante.
A Rachel le entraron ganas de tirarle a la cara el vino que quedaba en su copa. ¡Ah, no!, por supuesto que ese no sería el caso… ¡Que ella no se sintiera atraída por él! ¡Menudo chiste!
–Puede que te sorprenda –le dijo con tirantez–, pero espero más de un matrimonio que el hecho de que mi atractivo, o la falta de él, no vaya a suponer un obstáculo.
Mateo abrió la boca para responder, pero no quería oírle decir algo como que estaba dispuesto a sacrificar la atracción necesaria en una pareja en aras de su deber, o de hacer funcionar aquel matrimonio al que quería que accediese.
–Por favor, no –lo interrumpió–. Sea lo que sea no quiero oírlo –añadió arrojando la servilleta sobre la mesa–. No voy a casarme contigo; fin del asunto. Pero gracias por tu proposición.
Al levantarse de la mesa le temblaban las piernas y su respiración se había tornado agitada. Tenía que salir de allí antes de hacer algo estúpido, como echarse a llorar. Pero antes de que pudiera siquiera alcanzar su abrigo, Mateo se levantó, rodeó la mesa y la asió por los brazos.
–Si no crees mis palabras, tendré que demostrártelo con hechos –le dijo, y sus labios descendieron sobre los de ella.
Hacía tanto que no la besaban… Se sentía como si estuviera en llamas. Era un beso apasionado, profundo, apabullante. Nunca la habían besado así; nunca se había sentido así. Como si tuvieran voluntad propia, sus manos se aferraron a los hombros de Mateo, como suplicándole más.
Él la complació, deslizando una rodilla entre sus piernas, y notó su cuerpo, tenso y musculoso, apretado contra el suyo durante un instante glorioso antes de que se apartara de ella. Parecía tan poco afectado como si solo se hubiesen dado la mano, mientras que ella estaba completamente aturdida, igual que un árbol zarandeado por un vendaval.
–Creo que esto demuestra que la cuestión de la atracción física no sería un problema –dijo Mateo, mirándola con una sonrisa ufana y un brillo triunfal en los ojos.
Estaba claro que aquel beso, que a ella la había dejado sin aliento, no había significado nada para él. Al verlo cruzarse de brazos, con las cejas enarcadas, como esperando a que le diera la razón, a Rachel le entraron ganas de chillar y arañarle la cara.
–Si te has creído que con eso ibas a convencerme, te equivocas –le dijo con voz trémula, incapaz de ocultar las lágrimas de humillación que se agolpaban en sus ojos.
No podía permanecer allí ni un segundo más; no lo soportaba. Por eso, mientras Mateo la miraba, visiblemente confundido, agarró su abrigo y se lo puso, se lio la bufanda al cuello y se colgó el bolso del hombro.
–Rachel, ¿pero qué te pasa? –murmuró él, alargando la mano hacia ella con el ceño fruncido.
Estaba claro que no entendía nada.
–Puede que creas que eres una especie de semidiós ante el que deberían caer rendidas todas las mujeres –le espetó Rachel. La voz le temblaba de ira–, pero conmigo tus trucos baratos de donjuán no funcionan –dijo clavándole un dedo en el pecho–. ¿Que eres guapo? Sí. ¿Que besas bien? No lo voy a negar. ¿Que eres un príncipe? ¡Pues ya ves! Todo eso me da igual. Me importa un pepino. ¡No voy a casarme contigo!
Las lágrimas que había estado luchando por contener rodaban ya por sus mejillas. Se dio la vuelta, sin darle tiempo a responder, y salió por la puerta.