Читать книгу Pack Bianca enero 2021 - Varias Autoras - Страница 16
Capítulo 11
ОглавлениеA RACHEL le había chocado que Mateo, que nunca se había comportado de un modo tan visceral, forzara aquella discusión. Sin embargo, ya había saltado la liebre; le había hecho la pregunta que había estado quemándole la lengua desde que, durante la cena, Karolina, la tía de Mateo, le había dado unas palmaditas en la mano y le había dicho: «Eres mucho mejor para él que Cressida, querida».
Ella se había limitado a sonreír educadamente y habían cambiado de tema de conversación, pero el viejo ministro que la había acompañado de vuelta al salón de baile le había dicho algo similar que la había dejado aún más confundida: «Gracias a Dios que el príncipe Mateo no se casó con Cressida…».
Mateo se había quedado mirándola con los brazos caídos y los puños apretados.
–¿Dónde has oído ese nombre? –le preguntó.
Aun desde donde estaba, Rachel podía sentir la ira que emanaba de él. Nunca lo había visto así, y la asustó, porque se encontró preguntándose si tal vez no lo conocía en absoluto.
–Tu tía Karolina lo mencionó –respondió–. Y luego ese exministro, Lukas Diakis.
–¿Qué te dijeron?
–Tu tía me dijo que pensaba que yo era mejor para ti que Cressida, y Diakis que se alegraba de que no te hubieras casado con ella.
Las facciones de Mateo se ensombrecieron.
–No deberían haberte hablado de ella –murmuró frunciendo el ceño.
–¿Quién es esa Cressida? –le preguntó Rachel–. ¿Cómo es que nunca la habías mencionado?
–¿Y por qué debería haberlo hecho?
–Pues porque según parece ibas a casarte con ella –le espetó Rachel, esforzándose por mantener la calma aunque tenía ganas de llorar–. ¿O no es verdad?
–Sí, es verdad –Mateo apretó los labios–, pero de eso hace mucho tiempo. Ya no importa.
¿Que no importaba? ¿Lo estaba diciendo en serio?
–Pues, a juzgar por tu reacción, a mí me parece que para ti sí es importante.
–Si he reaccionado así ha sido porque me irrita que la gente vaya por ahí chismorreando sobre mí.
–No estaban chismorreando de…
–Ya lo creo que sí –la cortó él, y empezó a subir las escaleras airado.
Cuando pasó a su lado y continuó subiendo, Rachel lo siguió con una mirada de incredulidad. Aquello era tan inusual en él que casi resultaba cómico. El Mateo al que ella conocía no era así: frío, autocrático…
–¿Por qué no quieres hablarme de ella? Ibais a casaros… –reiteró Rachel.
–Esta conversación ha terminado –zanjó Mateo sin volverse ni detenerse.
Rachel observó desde el pie de la escalera como desaparecía por uno de los pasillos, sin poder creerse lo rápido que se había descontrolado la situación. Sola en el inmenso vestíbulo oyó a lo lejos abrirse y cerrarse la puerta de los aposentos de Mateo. Miró a su alrededor y tragó saliva. Se sentía demasiado aturdida como para llorar. ¿Acababan de tener su primera pelea?, ¿o tal vez la última?
Subió lentamente las escaleras. Francesca estaba esperándola en sus aposentos, ansiosa por que le contara cómo había ido la fiesta mientras la ayudaba a desvestirse.
–Seguro que los has dejado a todos boquiabiertos –comentó cuando hubo satisfecho su curiosidad.
Rachel se obligó a esbozar una sonrisa e inclinó la cabeza para que Francesca pudiera desabrochar el enganche del collar. Permaneció en silencio mientras la estilista le bajaba la cremallera del vestido. Cuando se lo quitó, Rachel se puso la bata que le ofreció Francesca.
–Te he preparado un baño –le dijo esta mientras colgaba el vestido en una percha y le ponía una funda encima para protegerlo–. Sé que es tarde, pero pensé que podría apetecerte relajarte un poco antes de acostarte.
–Gracias, eres un ángel –le dijo Rachel.
Francesca, que había resultado ser no solo una excelente estilista, sino también una buena amiga, la miró con el ceño fruncido.
–¿Va todo bien?
Rachel esbozó otra débil sonrisa.
–Sí, es solo que estoy cansada. Bueno, exhausta, en realidad.
–Pues date ese baño y métete en la cama –le aconsejó Francesca–. Mañana va a ser un día ajetreado.
–¿Hay alguno que no lo sea? –dijo Rachel con un mohín. Desde que había llegado a Kallyria no había parado.
–Mañana, por si lo has olvidado, son las últimas pruebas del vestido de novia, el ensayo de la ceremonia y por la noche se celebra una cena con unos treinta invitados.
Rachel dejó caer la cabeza con un suspiro.
–Lo sé, lo sé.
–¿Seguro que todo va bien? –inquirió Francesca, mirándola preocupada.
Rachel querría poder confesarle las dudas que la atribulaban, pero sacudió la cabeza y le respondió:
–Seguro. Gracias, Francesca. Vete tú también a descansar.
Francesca le dio un par de palmadas en el hombro y se marchó. Ya a solas, Rachel dejó caer los hombros, aliviada de no tener que seguir fingiendo, y se dirigió al cuarto de baño.
El agua caliente casi hizo que se quedara dormida en la bañera. Cuando por fin salió del baño, cansada y triste, se dejó caer en la cama, se tapó y el sueño la arrastró.
A la mañana siguiente la despertó el sol, que entraba a raudales por las ventanas de su dormitorio. A la luz del día todo parecía un poco mejor. O por lo menos ella se sentía más resuelta. Se dio una ducha y se vistió, decidida a buscar a Mateo para hablar con él.
Sin embargo, encontrarlo no iba a ser tarea fácil. Después de desayunar sola en el comedor, su secretaria, Mónica, se la llevó para que le hicieran las últimas pruebas de su vestido para la boda. A Rachel le encantaba lo sencillo que era: de seda blanca con encaje en las mangas y el dobladillo de la falda. El largo velo era de encaje también. Con aquel vestido se sentía como una princesa. Como una reina.
Después de que la modista tomara nota de los ajustes que había que hacerle, Mónica se reunió con ella en su estudio para repasar los eventos del día siguiente, el gran día. Para empezar, la ceremonia nupcial y la coronación en la catedral. Luego regresarían al palacio, donde se agasajaría a los invitados con un desayuno. Y, finalmente, darían un paseo por la ciudad en una calesa para saludar a su pueblo antes de regresar de nuevo al palacio. Por la noche se celebraría una cena con baile, y Mateo y ella pasaría su noche de bodas en los aposentos de él.
–Va a ser un día muy completo –murmuró con una sonrisa, intentando ignorar las mariposas que revoloteaban en su estómago.
«No lo pienses», se ordenó. «Cuando llegue el momento, harás lo que tienes que hacer. No te queda otra». Se volvió hacia Mónica, intentando parecer alegre, y le preguntó:
–¿No sabrás, por casualidad, dónde está el príncipe Mateo?
El viento azotaba en el rostro a Mateo, que cabalgaba a galope tendido por la playa a lomos de su caballo preferido. Esa mañana, cuando se había despertado, después de haber dormido apenas unas horas, había sentido la necesidad apremiante de acallar de algún modo sus pensamientos, y le había parecido que salir a montar un rato sería la manera perfecta de hacerlo.
Aún estaba enfadado consigo mismo por el modo en que había manejado la discusión con Rachel la noche anterior. Cressida… Aquel nombre maldito para él… Había estado tan enamorado de ella, tan seguro de que era la mujer de su vida… Pero toda aquella pasión se había convertido en una pesadilla.
Cuando regresó, había desmontado y entraba en las caballerizas, llevando al animal por las riendas, cuando oyó una voz familiar pronunciar su nombre en un tono quedo. Al volverse, se encontró con Rachel, que lo miró a los ojos con la barbilla levantada.
–Rachel… ¿Qué haces aquí? –le preguntó en un tono tenso.
–Quiero hablar contigo.
Mateo inspiró profundamente, obligándose a calmarse.
–Está bien; deja que me ocupe del caballo primero.
Rachel asintió y lo siguió. Permaneció en silencio mientras él le quitaba la silla de montar y los arreos al caballo. Se tomó su tiempo para cepillarlo solo por retrasar un poco más el momento en que tendría que enfrentarse a Rachel. Debería disculparse, lo sabía, pero por alguna razón no le salían las palabras. Cuando hubo terminado con el caballo y no podía retrasar más lo inevitable, se volvió hacia ella.
–Quiero que hablemos de lo de anoche –le dijo Rachel sin preámbulos.
–Te pido perdón si parecí un poco abrupto –murmuró él finalmente–. Es un tema sensible para mí.
Rachel enarcó las cejas.
–¿Que si me pareciste un poco abrupto? –le espetó cruzándose de hombros–. Buen intento, Mateo, pero no te vas a ir de rositas con esa disculpa.
A pesar de la tensión que lo atenazaba por dentro, su respuesta casi le hizo sonreír.
–¿Ah, no?
–No. Estamos a punto de casarnos. Faltan menos de veinticuatro horas para la boda. Y no voy a consentir que te pongas hecho una furia y te niegues a hablar de algo que está claro que es importante. Al fin y al cabo se supone que querías casarte conmigo, o eso me dijiste, porque somos amigos, porque hay afinidad entre nosotros y confiamos el uno en el otro. Así que cuéntame qué es lo que pasa con esa Cressida.
–Ya te he dicho todo lo que tienes que saber: salimos durante un tiempo. Los dos éramos muy jóvenes. Es algo que pertenece al pasado.
–Pues a mí me parece que hay algo más.
–Yo no te pregunto por tu relación con aquel hombre que te partió el corazón –le espetó él.
Rachel dio un respingo.
–No me partió el corazón, ya te lo expliqué. Te dije que nunca estuve enamorada de él –replicó. Se quedó callada un momento, como si estuviera sopesando si hacerle o no la pregunta que Mateo sabía que iba a hacerle–. ¿Tú estabas enamorado de ella, de esa Cressida?
Mateo hizo un esfuerzo por mantener una expresión neutra. No le resultó fácil.
–Supongo que sí. Sí.
Ella asintió lentamente, como si estuviera intentando digerirlo.
–Me habría gustado que me lo hubieras dicho antes.
–¿Antes de qué?
–Antes de pedirme que me casara contigo.
–Lo que pasó antes de ese día no tiene ninguna relevancia para nuestro presente ni para nuestro futuro. De eso hace ya quince años.
–¿Por eso quieres un matrimonio sin amor? –le preguntó Rachel con expresión impasible.
–No es eso lo que yo dije…
–Como si lo hubieras hecho. Dijiste que preferías un matrimonio basado en la amistad y en la confianza antes que en el amor. Para mí ha estado muy claro desde el principio. Lo que no imaginaba era que… que fuese porque estuviste enamorado una vez.
Mateo contrajo el rostro, pero no lo negó.
–¿Qué pasó? –le preguntó Rachel–. Creo que merezco saberlo. ¿Por qué se terminó? ¿Te dejó?
Mateo apretó la mandíbula.
–Murió.
Rachel se quedó callada.
–Lo… lo siento mucho –murmuró al fin.
Mateo asintió con la cabeza. No quería decir más, revelarle más.
–Entonces, si no hubiera muerto… –musitó Rachel, casi para sí, agachando la cabeza. Mateo no dijo nada, pero ella asintió, como dándolo por hecho y alzó la vista–. Deberías habérmelo contado. Da igual cuánto tiempo haya pasado. Tenía derecho a saberlo.
–No pensé que fuera importante.
–Dijiste que confiabas en mí, Mateo, pero… ¿puedo confiar yo en ti?
–Esto no tiene nada que ver con la confianza…
–¿Ah, no? –replicó ella con tristeza. Y, sin esperar una respuesta, se dio la vuelta y abandonó las caballerizas.