Читать книгу Pack Bianca enero 2021 - Varias Autoras - Страница 11
Capítulo 6
ОглавлениеBUENO, no había ido exactamente como había esperado, pensó Mateo. Como experimento, había sido un fracaso. Claro que, si hubiera estado llevando a cabo un experimento propiamente dicho, lo habría hecho con más rigor.
Para empezar, habría definido el objetivo del experimento: «convencer a Rachel de que se casara con él, y de que la compatibilidad física no sería un problema». ¿Su predicción con respecto a cuál habría sido el resultado del experimento? Que ella aceptaría su proposición de matrimonio y que la compatibilidad física no sería un problema. ¿Y las variables? Bueno, suponía que la variabilidad del experimento dependía de lo atraídos que pudieran sentirse el uno por el otro. Y desde el momento en que sus labios habían tocado los de ella había sabido que había química entre ellos.
Claro que la ausencia de problemas sugería que sí había un problema. Porque él nunca habría imaginado que querría más después de besarla. Sin embargo, también había otra variable a tener en cuenta: el hecho de que hacía mucho que no tenía relaciones. Tal vez eso podría explicar su reacción.
Aunque tampoco era que importase demasiado, porque Rachel había salido corriendo como si estuviera huyendo de él. ¿Por qué la había ofendido tanto que la hubiera besado? ¿Y por qué había tenido la impresión de que la había herido de algún modo?
Todavía estaba dándole vueltas a aquello cuando llamaron a la puerta del comedor. Pensando que fuera el camarero con los segundos, respondió con un áspero «¡adelante!» para decirle que se los llevara y le trajese la cuenta.
La puerta se abrió lentamente, pero quien entró fue Rachel, que tenía el pelo y el abrigo mojados por la lluvia.
–Me parece que me he puesto un poco melodramática –se disculpó con una sonrisa vergonzosa.
Un profundo alivio invadió a Mateo.
–No te preocupes; no pasa nada.
–Es que… todo esto es una locura.
–Lo sé, sé que parece una locura, pero… ¿cuántos experimentos hemos hecho en el laboratorio, que durante años otros dijeron que eran una locura, o que no funcionarían?
Rachel se mordió el labio.
–Unos cuantos, es verdad.
–Exacto. Y esto no es más que otro experimento; el experimento definitivo. Este matrimonio puede funcionar. No hay motivo alguno para que no funcione.
–¿Ah, no?
Había una nota triste y vulnerable en la voz de Rachel.
–¿Por qué crees que no funcionaría? ¿Hay alguna razón concreta? –le preguntó Mateo, tratando de mostrarse razonable–. ¿Crees que no hay química entre nosotros? Porque me parece que hace un momento he demostrado que sí la hay.
Rachel suspiró, se quitó el abrigo y volvió a sentarse.
–Lo que pasa, Mateo, es que no estamos en igualdad de condiciones –contestó apartando la vista.
Mateo no entendía qué quería decir.
–¿Por qué has tenido esa reacción tan… emocional cuando te he besado? –le preguntó.
Rachel se quedó callada. Seguía con la mirada apartada y tenía una expresión distante.
–La razón de que haya reaccionado así –dijo finalmente, girando la cabeza hacia él– es que hace tiempo acabé escaldada por culpa de un hombre arrogante que se divirtió a mi costa.
Mateo contrajo el rostro.
–¿Cómo ocurrió?
Ella se encogió de hombros.
–Yo estaba en segundo de carrera y él estaba haciendo el doctorado. Empezó a prestarme atención, y yo creí que sentía algo por mí, pero no era así. Fue una burla cruel –apretó los labios–. Pero lo superé –añadió, levantando la barbilla en un gesto valiente–. No lo amaba, pero me hirió en mi ego. Me sentí dolida y humillada, y decidí que jamás dejaría que ningún otro hombre volviera a tratarme así. Bueno, ahora ya lo sabes –concluyó encogiéndose de hombros.
No, no sabía todo lo que debería saber. No sabía exactamente qué le había hecho aquel miserable, pensó Mateo, cómo la había humillado. No sabía cómo había reaccionado ella, ni cuánto tiempo le había llevado recuperarse. Sin embargo, no se atrevía a preguntar nada más. Era algo doloroso para ella, y dejaría que fuera ella quien decidiese si quería contarle más.
–Lo siento –le dijo–. Siento lo que te ocurrió, y siento haberte hecho sentir mal.
–No podías saberlo. Por eso he vuelto –le respondió ella–. Por eso, y por el risotto –añadió con una sonrisa traviesa–. Más vale que lo traigan pronto.
Como si la hubiera oído, en ese momento apareció el camarero con los segundos.
–Entonces, si de verdad eres un príncipe –dijo Rachel cuando volvieron a quedarse a solas–, ¿dónde están tus guardaespaldas?
–Quería que tuviéramos un poco de privacidad –contestó Mateo–. Les dije que se quedaran fuera.
A Rachel casi se le cayó el tenedor de la mano.
–¿Lo dices en serio?
–Pues claro.
Rachel sacudió la cabeza.
–¿Y has llevado guardaespaldas contigo todos estos años, aquí en Cambridge? ¿Cómo puede ser que no me haya dado cuenta?
–No, cuando me vine a Inglaterra decidí que no quería tener escolta. Como tercero en la línea sucesoria podía tomarme esa libertad.
–Pero ya no.
Mateo apretó los labios.
–No, ya no.
Rachel que se había fijado en cómo se habían tensado sus facciones, le preguntó perspicaz:
–¿Y quieres ser rey?
Mateo se puso aún más tenso.
–No es cuestión de si quiero serlo o no; es mi deber.
–No has respondido a mi pregunta.
Él volvió a apretar los labios e inclinó la cabeza.
–Tienes razón. Supongo que podría decir que quiero cumplir con mi deber.
Eso sonaba bastante deprimente, pensó Rachel, tomando otro poco de risotto. Estaba exquisito, pero apenas lo paladeó porque no podía dejar de darle vueltas a aquella situación tan surrealista. ¿De verdad estaba considerando aceptar la proposición de Mateo?
–Bueno, ¿y cómo sería el día a día de nuestro matrimonio? –le preguntó.
–Viviríamos en el palacio real, en Constanza –comenzó a explicarle Mateo–. Como te estaba diciendo antes, podrías escoger a qué instituciones benéficas te gustaría apoyar y patrocinar. Tendrías que asistir a unos cuantos eventos y actos de Estado. Me temo que esos compromisos son ineludibles.
–Bueno, eso no me importaría, pero me parece que no tengo precisamente aspecto de reina –le espetó ella. No había podido evitarlo; tenía que decirlo.
Mateo la miró confundido.
–Si lo dices por la ropa, no tienes que preocuparte; te proporcionaríamos distintos conjuntos para cada ocasión de acuerdo con tus gustos. Y también contarías con la ayuda de estilistas, peluqueros… Lo que necesites.
–Vamos, que me cambiaríais de arriba abajo, como a la pobre Cenicienta a la que el hada madrina transforma en princesa –murmuró Rachel. No sabía cómo sentirse al respecto: ¿ilusionada en cierto modo?, ¿insultada?, ¿algo nerviosa?
Mateo se encogió de hombros.
–Como a cualquier personaje público. Siempre se recurre a asesores de imagen.
–¿Y qué me dices de lo de los hijos? –inquirió Rachel. Notó un ligero temblor en el vientre de solo pensarlo–. Mencionaste que tendrías que proporcionar un heredero al país cuanto antes.
–Es verdad.
–Eso ya son palabras mayores. Ni siquiera sabes si quiero tener hijos.
–Bueno, supongo que no es algo que rechaces de plano, o no estaríamos teniendo esta conversación.
Rachel suspiró y dejó el tenedor en el plato.
–La verdad es que no tengo ni idea de si quiero tenerlos o no –le confesó–. Me parecía que no tenía sentido planteármelo siquiera.
–¿Qué quieres decir?
–Tengo treinta y dos años y no he tenido ninguna relación seria hasta ahora, así que había dado por hecho que ya no a iba tener hijos.
–Bueno, ahora puedes replanteártelo.
–¿Y qué me dices del amor? –inquirió ella–. Sé que no me has pedido que me case contigo porque te hayas enamorado de mí, pero… ¿crees que podrías llegar a sentir algo por mí en un futuro?
El largo silencio que siguió a sus palabras lo decía todo.
–¿Es algo importante para ti?, ¿soñabas con encontrar el amor? –le preguntó Mateo finalmente.
Dicho así sonaba patético. ¿Quería el cuento de hadas, enamorarse perdidamente de alguien? ¿Lo quería de verdad, o solo porque en las películas y en los libros lo pintaban tan perfecto?
Cuando Mateo y ella habían empezado a trabajar juntos se había encaprichado de él, y le había costado superar ese enamoramiento. ¿De verdad quería volver a pasar por eso, por esa sensación angustiosa de notar el corazón encogido al saber que no era correspondida? ¿No sería mucho más fácil si los dos acordaran desde un principio dejar el amor fuera de la ecuación?
–Pues… no lo sé –dijo lentamente–. Es lo que todo el mundo parece suponer que deberías querer: encontrar el amor, lo de «felices para siempre»…
–Eso solo pasa en la ficción, no en la vida real. Esa clase de sentimientos se van diluyendo con el tiempo. Pero lo que nosotros tenemos, una relación basada en la confianza y la franqueza, eso es algo mucho más valioso.
–Bueno, tampoco tienes que despreciar así el amor –replicó Rachel.
–No lo estoy despreciando; solo estoy siendo realista –argumentó él.
–O sea que… ¿lo del amor no va contigo? –le preguntó ella. Aunque lo dijo en un tono despreocupado, sus palabras sonaron algo patéticas–. Solo quiero asegurarme.
El largo silencio de Mateo se le hizo tremendamente doloroso.
–No, no va conmigo.
Rachel asintió y trató de asimilarlo. Bueno, al menos se lo había dejado claro; no le había dado falsas esperanzas. ¿Podía conformarse con un matrimonio sin amor?
–También tengo que pensar en mi madre –dijo finalmente, sin creer que estuviese entrando en las cuestiones prácticas, como dando por hecho que iba a aceptar su proposición–. Tiene Alzheimer y está a mi cuidado.
–Eso no es problema. Podría venirse con nosotros a Kallyria, donde recibiría los mejores cuidados médicos en palacio. Dispondría de sus propios aposentos, y de personal médico cualificado que la atendería las veinticuatro horas del día.
–No sé si llevaría bien tantos cambios; bastante le costó adaptarse cuando me la traje de Sussex.
–Bueno, si fuera preferible, también podría quedarse aquí, en Cambridge. Le buscaríamos la mejor residencia de la zona.
Rachel suspiró. La idea de escapar de la monótona vida que llevaba con su madre, de las constantes críticas y quejas de esta, se le antojaba maravillosamente liberadora, pero a la vez la hacía sentir culpable.
–No sé, supongo que podría hablarlo con ella –dijo por fin, aunque de solo pensarlo se le encogía el estómago.
–Si sirviera de algo, podría intentar echarte una mano en eso –propuso Mateo.
–Gracias –murmuró ella con voz trémula.
Mateo se quedó callado un momento, antes de añadir:
–Aunque soy consciente de la enormidad que supone esta decisión para ti, y entiendo que necesitarías más tiempo para considerarlo, me temo que la situación en mi país es apremiante.
–¿Qué quieres decir?
–La inestabilidad en el trono ha provocado un movimiento de insurrección contra la Corona. Nada que no pueda controlar, pero tengo que volver a Kallyria lo antes posible.
–¿De cuánto tiempo estamos hablando cuando dices «lo antes posible»? –inquirió Rachel aturdida.
–Lo ideal sería que partiésemos pasado mañana como muy tarde.
Rachel se quedó mirándolo boquiabierta.
–¡¿Pasado mañana?! Mateo, para dejar mi puesto tengo que hacerlo con quince días de preaviso…
–Eso puedo arreglarlo.
–Y mi madre…
–Como te he dicho, eso tampoco es problema.
–¿Y mi apartamento?
–Puedes conservarlo, o puedo hacer que una agencia inmobiliaria te encuentre un comprador; como prefieras.
Había tenido que ahorrar tanto para comprar ese apartamento… Rachel inspiró, tratando de calmarse.
–No sé, es que… todo esto va demasiado deprisa –murmuró–. ¿Puedo pensármelo al menos esta noche y darte una respuesta mañana a primera hora?
Mateo vaciló, pero finalmente asintió.
–Está bien. Pero es importante que seas consciente de que, si me dices que sí, tendremos que iniciar todas las gestiones de inmediato.
–Lo entiendo.
Mateo puso su mano sobre la de ella.
–Sé que todo esto te abruma, y que tienes que sopesar muchas cosas, pero estoy convencido, absolutamente convencido, de que podríamos tener un matrimonio muy feliz.
Ella asintió y apretó los labios para que no le temblaran.