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Capítulo 7

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Si Capri era un fresco y sofisticado refugio, Santa Lucía era un caluroso paraíso tropical.

La exuberante vegetación, las aves exóticas y la profusión de colores… todo parecía demasiado bonito para ser real, pero durante las últimas semanas Faye había sentido como si viviera en un sueño. Un sueño de intensos dramas con el hombre que iba sentado a su lado en el jeep, los ojos escondidos tras unas gafas de sol mientras se alejaban del aeropuerto privado.

El largo viaje hasta Santa Lucía había sido irreal porque, naturalmente, viajaron en un jet privado equipado con todo tipo de lujos y con dos auxiliares de vuelo dispuestos a atender todos sus caprichos.

Ella, consumida por lo que había ocurrido la noche anterior, no había pedido más que un refresco, pero Maceo no parecía afectado en absoluto.

Tampoco hubo palabras de censura, solo una mirada silenciosa a la hora del desayuno. Desde entonces, lo había pillado varias veces mirándola contemplativamente. No parecía estar censurándola, más bien como si creyese estar a punto de descubrir todos sus secretos.

Pero desde que el avión despegó, el poderoso presidente de Casa di Fiorenti se había dedicado a trabajar, sin mirarla siquiera.

En cierto modo envidiaba su habilidad de portarse como si no hubiera pasado nada mientras ella no podía dejar de darle vueltas.

Sí, se había lanzado sobre él. Y sí, el tórrido beso había sido sublime, pero lo que más le preocupaba era la conversación que habían mantenido después porque el subtexto era monumental. La expresión de Maceo había sido una mezcla de remordimientos, culpabilidad y furia.

¿Qué le había pasado?

¿Y por qué no podía dejar de pensar en ello?

Entonces se dio cuenta de que Maceo había dicho algo.

–¿Perdona?

Él enarcó una ceja.

–Ya hemos llegado.

Faye miró el edificio frente al que había aparcado el jeep.

–Por Dios, ¿los Fiorenti nunca construyen nada normal?

–No te entiendo –dijo él, quitándose las gafas de sol.

–Me refiero a esta casa de ensueño.

–Ah, veo que te gusta.

–¿Cómo no va a gustarme? Es preciosa.

Él esbozó una sonrisa torcida que le daba aspecto de truhan y Faye pensó que nunca lo había visto sonreír abiertamente. Y también que le daba pánico contemplar el daño que una sonrisa abierta de Maceo podría hacerle.

–Entonces, espero tentarte para que salgas del jeep antes de que se convierta en un horno.

Maceo la ayudó a bajar del jeep y el roce de su mano despertó una curiosa mezcla de deseo y desesperación. Faye recordó aquel cuerpo duro aplastado contra ella, imaginando gráficamente todo lo que podría haber pasado si no hubiesen parado.

–Te he perdido otra vez. ¿Debo sentirme ofendido o halagado?

–¿Halagado? –repitió ella.

–Tu expresión te delata, pero no hay ningún delito en revivir un momento único.

–Te refieres a parar después de hacer algo que no deberías.

Él esbozó entonces una sonrisa genuina que transformó su rostro. Parecía un ángel caído con una vena perversa y Faye tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada.

–Somos dos adultos, cara. Nuestros deseos parecen llevarnos en una dirección, queramos o no –dijo él, con un tono demasiado ronco y turbador.

–¿Qué quieres decir con eso?

¿Y por qué le temblaba la voz? Ella no era virgen. Solo había tenido una experiencia, con Matt, pero tras el devastador resultado había prometido no volver a pasar por eso.

Una promesa que había estado a punto de saltarse por la noche.

Una promesa que se arriesgaba a saltarse ahora, perdiéndose en esos ojos de color ámbar y en el fabuloso paraíso que los rodeaba.

–Quiero decir que, te guste o no, tenemos que hablar de ello.

A pesar de su arrogante actitud, había cierto nerviosismo en su tono, de modo que tal vez no estaba tan tranquilo.

–No creo que sea buena idea.

–Como quieras, pero deberíamos entrar. No quiero que esa preciosa piel tuya sufra bajo el sol tropical.

En ese momento, una gota de sudor fue deslizándose lentamente por su garganta hasta acabar en la clavícula izquierda.

Maceo la miraba fijamente y, cuando se pasó la punta de la lengua por el labio inferior, Faye experimentó un latido entre las piernas.

«Muévete».

Tuvo que hacer un esfuerzo, pero consiguió apartarse y Maceo tomó su mano para llevarla a un vestíbulo con suelo de mármol y altos techos abovedados que se abría a una preciosa terraza. En medio del jardín había una piscina de color turquesa.

Faye se quitó las sandalias de plataforma, suspirando cuando sus pies tocaron el fresco suelo de piedra. Maceo señaló el majestuoso telón de fondo del mar Caribe y el brillante yate atracado a una milla de la playa privada.

Era de gran tamaño y tenía varias cubiertas, pero no parecía excesivamente ostentoso. Y, sin embargo, Faye sintió un escalofrío. Hasta el momento había tenido cierta sensación de libertad, aunque fuese falsa porque él ocupaba todo el espacio y todos sus pensamientos incluso cuando no estaba a su lado. El yate, sin embargo, le parecía una trampa.

–¿El interior te gusta tanto como el exterior? –le preguntó él cuando volvieron al vestíbulo.

–Es una casa magnífica –respondió Faye.

–Bene. El ama de llaves te llevará a tu habitación. Si necesitas algo, solo tienes que decírselo a cualquiera de los empleados.

Después de decir eso se dio la vuelta.

–¿Dónde vas?

–Intento, quizá por primera vez desde que nos conocimos, marcharme mientras no estamos discutiendo.

–Imagino que podremos encontrar una forma de coexistir que sea… –Faye no terminó la frase porque no sabía qué término usar para describir su relación.

¿Agradable, pacífica, afable?

Palabras demasiado mansas para la cargada fricción que había entre ellos.

–¿Que sea qué…?

Ella levantó las manos, exasperada.

–No lo sé, pero al menos podríamos firmar un cese de hostilidades.

–Muy bien. Es casi la hora de la cena, pero tengo cosas que hacer. Nos veremos mañana por la mañana.

Faye se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento. Porque necesitaba saber cuándo iba a volver a verlo. Por Dios bendito…

–De acuerdo.

El ama de llaves la llevó a su habitación en el piso de arriba, contándole con evidente orgullo que estaban en las afueras de Soufriére, en la mejor zona de Santa Lucía, y que había trabajado para la familia Fiorenti durante más de veinte años.

Faye decidió que una cena tranquila en la maravillosa terraza podría aclarar sus ideas y, después de tomar una soberbia ensalada con productos de la zona, volvió a su habitación y se dio una larga y refrescante ducha antes de meterse en la cama.

Cuando despertó al día siguiente, Maceo le había enviado un mensaje diciendo que estaría en una conferencia durante toda la mañana y que podía hacer lo que quisiera.

No quería examinar por qué el mensaje la dejó algo deprimida y, después de tomar un excelente desayuno, encendió el ordenador y leyó los informes sobre las operaciones de Casa di Fiorenti en Santa Lucía.

Le envió a Triento algunas sugerencias sobre nuevos sabores, pero después perdió la concentración y decidió bajar a la piscina, con un bikini amarillo y un pareo a juego.

Después de confirmar la diferencia horaria, sacó el móvil del bolso. Llevaba un par de días sin hablar con su madre y, aunque sabía que estaba bien atendida, de repente necesitaba escuchar la voz de Angela Bishop.

–¿Mamá? ¿Estás bien?

–Claro que sí, hija. ¿Por qué no iba a estar bien?

Faye esbozó una sonrisa triste. Su madre tenía un buen día.

–Me alegro mucho. ¿Qué has hecho estos días?

Durante los siguientes veinte minutos Faye se perdió en el día a día de su madre en la granja, pero después de cortar la comunicación se vio abrumada por el dolor y la tristeza de siempre.

No se había dado cuenta de que estaba llorando hasta que oyó la voz de Maceo a su lado.

–¿Por qué lloras?

Faye parpadeó, intentando controlar sus emociones.

–No es nada.

–Yo creo que sí.

–Pensé que no íbamos a vernos hasta más tarde. ¿Qué haces aquí?

Maceo le ofreció un refresco.

–Hace calor y esto te vendrá bien.

–Ah, gracias.

Maceo se dejó caer sobre la tumbona sin dejar de mirarla.

–Cuéntamelo o sacaré mis propias conclusiones, seguramente desacertadas.

–O podrías dejarlo estar.

–Parece que tenemos esta conversación muy a menudo, ¿no?

–Porque a ti te gusta fisgar en mi vida, pero solo me das la información que me habías prometido cuando te apetece.

–En cualquier caso, me gustaría saberlo.

¿Sería otra prueba? ¿Quería que le contase su vida como uno de los requisitos para entregarle la herencia o era algo más?

–Mi madre estaba de muy buen humor.

Maceo frunció el ceño.

–¿Y eso te preocupa?

Decir algo más sería revelar demasiado, de modo que Faye permaneció en silencio.

–Vive en esa granja, ¿verdad?

–Sí.

–Tal vez no recuerde bien la mecánica de las relaciones familiares, pero verificar que está bien debería alegrarte, ¿no?

–Sí, claro. La verdad es que no sé por qué estoy llorando. ¿Podemos cambiar de tema?

–Por supuesto. ¿Quieres hablar de tu tema favorito tal vez?

Faye asintió. Le daba igual entrar en terreno peligroso.

–¿Se te ha ocurrido que las respuestas que estás buscando las tienes delante de ti?

–¿Qué quieres decir?

–Tal vez Luigi te dejó por tu propio bien.

Faye apretó los labios.

–¿Tú lo dejarías estar sin saber si tus padres te habían querido o no?

Maceo apartó la mirada.

–Sé que mis padres me querían. Todo lo que eran capaces de querer.

–No te entiendo.

Él la miró con ojos cansados.

–¿Alguien quiere a otra persona completamente, del todo, o nuestro innato egoísmo garantiza que siempre nos guardemos algo? Tal vez por miedo a decepcionar a los demás.

–¿Tú no querías a Carlotta? –le preguntó Faye.

Maceo se puso tenso.

–Te gusta mucho fisgar, cara. Y, sin embargo, eres una experta escondiendo cosas.

–¿Eso es un sí o un no?

–¿Te importa que sea una cosa u otra?

–Sí, me importa –respondió Faye, sin pensar.

–Per che? ¿Quieres saber si soy capaz de experimentar emociones intensas?

–¿Y si fuera así?

–Entonces te diría que vas a llevarte una desilusión.

–¿Porque eres incapaz de amar? –le preguntó ella, alarmada.

Maceo permaneció en silencio durante unos segundos y luego se encogió de hombros.

–Porque la vida suele darte lo que quieres mientras te priva de lo que necesitas. En cuanto a tu pregunta… Luigi fue el primer y único amor de Carlotta. Me casé con ella con los ojos abiertos y, por lo tanto, no me llevé una desilusión.

–No esperar algo no significa que no te doliese verte privado de ello –murmuró Faye, pensativa.

¿Estaba amargado porque su amor por Carlotta no había sido correspondido?

Cuando iba a levantarse, él la detuvo agarrándola del brazo.

–¿Te vas porque mi respuesta no te ha satisfecho?

–Solo estamos charlando, ¿no?

–Pero tenía la impresión de que intentabas entenderme, cara. La cuestión es por qué. Vamos a despedirnos en poco tiempo, ¿no?

–Sí, es verdad. Y no tendré que volver a pensar en ti.

Tal vez la sombra en sus ojos era un truco de la luz, pero la tensión en sus labios no lo era.

–Yo no estoy tan seguro, arcobaleno.

–¿Qué quieres decir con eso?

–Que te has metido bajo mi piel, igual que yo me he metido bajo la tuya. No hay forma de escapar.

Su voz ronca abría sitios que se habían cerrado después de Matt. Sin embargo, él parecía capaz de abrirlos sin el menor esfuerzo.

–Estas son circunstancias únicas. Cuando dejemos de vernos, todo esto habrá terminado.

Maceo deslizó una mano por su muslo y ella tuvo que morderse los labios para disimular un gemido.

–Si te sirve de consuelo, a mí me gusta tan poco como a ti ¿pero de verdad crees que me olvidarás tan fácilmente?

–Yo cuidaré de mí misma y te aconsejo que hagas lo propio.

En lugar de responder, Maceo la miró de arriba abajo con ojos ardientes. Faye sabía que sus pezones debían marcarse bajo el pareo y tuvo que apretar el respaldo de la tumbona para no tocarlo.

Lamentablemente, él se dio cuenta y atizó sus dudas.

–Hazlo –dijo con voz ronca–. Tócame.

–No –respondió Faye.

–Tú no eres cobarde. Haz lo que deseas, Faye. Libéranos a los dos.

¿Cómo habían llegado ahí?

La respuesta era aterradoramente sencilla.

Habían estado ahí desde el principio, como si una fuerza invisible los controlase.

«Vamos a separarnos en poco tiempo».

Le pesaban los pechos y sentía un extraño vacío en el vientre…

Tal vez fue la necesidad de desterrar esas sensaciones lo que hizo que reaccionase. Tal vez no tenía fuerza de voluntad. Daba igual.

Dejando escapar un gemido, Faye le echó los brazos al cuello y Maceo la sentó sobre sus rodillas para besarla con una ferocidad que la dejaba sin aliento.

Sabía que aquello tenía que terminar, que en algún momento tendría que volver a Devon con su madre y los recuerdos de Santa Lucía y Capri no serían más que un sueño lejano, pero cuando Maceo empezó a acariciar sus pezones se sintió húmeda y desesperada.

–Te deseo y voy a tenerte –dijo con voz ronca, como si estuviera haciéndose una promesa a sí mismo.

El siguiente escalofrío, aunque placentero, llegó con una advertencia. Porque durante un segundo quería decir que sí.

Sí a abrirse a otro devastador rechazo. Sí a arriesgarse a ser humillada y a humillar a Maceo.

Porque el suyo era un estigma que nunca podría lavarse.

Había sido egoísta una vez. Había buscado solaz cuando debería haber escondido su secreto y aún tenía cicatrices emocionales por lo que pasó.

Matt solo era un compañero de universidad, pero Maceo era el ahijado de Luigi, parte de la familia por la que su padrastro las había abandonado.

Maceo tenía un pedigrí impecable y, a pesar de sus trágicas circunstancias, había convertido la empresa familiar en una multinacional.

¿Cómo podía ella, una abominación, compararse con eso?

Si se rendía, lo mancharía para siempre.

Faye intentó apartarse, pero él levantó su barbilla con un dedo para mirarla a los ojos.

–Vas a negártelo a ti misma. Vas a negárnoslo a los dos otra vez.

–Tengo que hacerlo –dijo ella.

–¿Por qué tienes que hacerlo? Según el formulario de Recursos Humanos no mantienes ninguna relación. ¿Era mentira? ¿Tienes un amante, Faye?

–¿Qué? No, claro que no. Si tuviese un amante esto no habría pasado.

El brillo de sus ojos se volvió posesivo, un fuego que amenazaba con convertir sus objeciones en cenizas.

Faye sabía que era un error seguir allí, intentando convencerse a sí misma de que debía apartarse cuando su cuerpo estaba pegado al de Maceo.

–Allora per che? –le preguntó él, mirándola a los ojos como si allí pudiese encontrar la respuesta.

Temiendo que consiguiera su objetivo, Faye se levantó de la tumbona.

–¿Por qué actúas como si esto estuviera escrito en las estrellas? Esto no es inevitable, todo lo contrario. Yo no te deseo, no deseo esto.

–No te creo.

–Me da igual.

–¿No has pensado que la única forma de librarnos de… de esta locura es quitárnoslo de encima de una vez?

Faye quería decir que sí, ¿pero cómo iba a hacerlo sin contarle su secreto?

–Voy a nadar un rato –dijo por fin–. Así tendrás tiempo para calmarte.

Después de tomar el bolso se alejó a toda prisa, sintiendo los ojos de Maceo clavados en su espalda.

–¡Espera un momento!

–¿Qué?

–Esta noche hablaremos de esto. Y, por mi propia cordura, quiero una respuesta mejor que las que me has dado hasta ahora –le advirtió él.

Debería haberse negado, pensó Faye. Debería haber inventado alguna excusa para cenar sola, pero cuando volvió a su habitación media hora después descubrió que los empleados estaban haciendo sus maletas.

Al parecer, eran órdenes de Maceo, que le había dejado una nota.

Cambio de planes. Cenaremos en el yate y nos iremos antes del amanecer. No volveremos a la villa en unos días.

Maceo.

¿Había cambiado de planes porque quería que aquel viaje terminase lo antes posible o se trataba de alguna otra estrategia?

En fin, daba igual, había ido allí por voluntad propia. Además, había una pregunta para la que necesitaba respuesta urgente y tal vez esa noche sería la oportunidad perfecta para exigirla.

Y el tema sería la herramienta adecuada para no entrar en terreno peligroso porque cuando hablaban de Luigi no se tocaban. Claro que la imposible atracción que había entre ellos hacía que cambiasen de tema en una fracción de segundo.

Pero esa noche no sería así, se prometió a sí misma mientras elegía un vestido para la cena. Luego, sin nada mejor que hacer, decidió darse un baño de espuma.

Pero, inevitablemente, llegó la noche. Mientras la lancha la llevaba al yate, Faye pasó los dedos por el vestido, preguntándose si tal vez iba demasiado arreglada. El vestido de seda en tonos morados, largo hasta los pies, dejaba un hombro al descubierto como una especie de túnica griega.

No llevaba más joyas que unos sencillos pendientes de aro y se había dejado el pelo suelto como una especie de capa protectora. Aunque estaba segura de que no serviría de nada.

El fabuloso yate, de setenta metros, se reflejaba en el agua como si fuera un espejo. Y, a medida que se acercaba a Maceo, el corazón de Faye se volvía loco.

«Nada ha cambiado».

«Por mi propia cordura».

Las palabras de Maceo se repetían en su cabeza mientras un auxiliar la ayudaba a subir a bordo del yate y la llevaba por unos pasillos decorados en tonos champán, oro y bronce. Unos minutos después llegaron a la cubierta principal, donde esperaba Maceo con un traje de chaqueta de color arena y una camisa blanca que destacaba su piel morena.

El auxiliar desapareció discretamente y Faye tuvo que armarse contra el asalto a sus sentidos que provocaba el brillo ardiente de sus ojos.

–Buona sera, Faye –dijo por fin, dando un paso hacia ella–. Tienes un aspecto sublime.

–Gracias, pero leí en algún sitio que no es buena idea llevar zapatos de tacón en un yate. ¿Debo quitármelos?

–Puedes hacer lo que quieras –respondió él, ofreciéndole un cóctel.

Faye lo probó y dejó escapar un suspiro de gozo.

–¿Te gusta?

–Mucho, gracias.

Maceo señalo la barandilla.

–Ven, vamos a ver la puesta de sol.

Faye se preguntó si sería otra treta, pero su expresión era impenetrable, de modo que se colocó a su lado y se quitó los zapatos de tacón. En cualquier caso acabarían discutiendo por la fotografía que llevaba en el bolso.

El recordatorio hizo que sintiera un escalofrío.

–¿Tienes frío?

–No, estoy bien.

El yate empezó a moverse y Faye miró la villa a lo lejos con cierta aprensión.

–No te alarmes, cara. Volverás a tierra sana y salva.

–¿Lo confesarías si tuvieras otras intenciones? –bromeó ella.

–Te prometo que siempre seré sincero contigo –respondió Maceo con gesto serio.

–Gracias –murmuró Faye, rezando para que cumpliese su palabra.

Después de admirar la puesta de sol, Maceo la llevó a una cubierta inferior, más pequeña, con una mesa preparada para dos.

La vichyssoise era perfecta, el salmón escalfado delicioso, pero lo que más le sorprendió fue que él parecía relajado… y que su sonrisa calentaba ese sitio helado y oscuro dentro de ella donde vivían el miedo y la soledad.

Sabía que era algo temporal, que la angustia volvería en unas horas, pero no quería desperdiciar ese momento.

Después de cenar, Maceo la llevó a un precioso salón que los protegía de la brisa nocturna.

–Intuyo que tienes algo en mente –comentó, sentándose a su lado y pasando un brazo por el respaldo del sofá.

–Dijiste que serías sincero conmigo.

–Así es –asintió él.

–Muy bien, pues ahora tienes ocasión de demostrarlo –dijo Faye, sacando la fotografía del bolso. Le temblaba la mano, pero aquello era demasiado importante para ella–. ¿Quién es este hombre?

E-Pack Bianca julio 2021

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