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Capítulo 9

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Maceo seguía despierto mucho después de que Faye se quedase dormida.

Con un par de frases desafiantes, aquella mujer había encendido una chispa que iluminaba la oscuridad de su alma. La chica con el pelo como un arcoíris le había ofrecido una perspectiva diferente de la situación, una perspectiva que se había negado a tomar en cuenta hasta ese momento.

El matrimonio y la familia estaban fuera de la cuestión, pero tal vez no tenía que vivir atrapado por los remordimientos y el sentimiento de culpa. Tal vez había sobrevivido por alguna razón…

¿Se atrevía a creerlo?

No, porque aquella excitante y cautivadora experiencia con Faye no podía durar, pensó. Cuando se fuese de Italia volvería a ser el de siempre.

Se acercó un poco más a ella y, con cuidado, pasó los dedos por su pelo. Su serena expresión lo hizo sonreír. La experiencia lo había dejado completamente saciado y estaba seguro de que a ella le había pasado lo mismo. Pero, aunque el deseo empezaba a despertar de nuevo, urgiéndolo a revivir el momento inmediatamente, Maceo se negó a sí mismo esa satisfacción.

Había un asunto en el que no podía dejar de pensar desde que ella le mostró la fotografía de Pietro, pero no podía decirle nada todavía. Quizá nunca.

Habían ocurrido tantas cosas esa noche. No le avergonzada admitir que el sexo con Faye había sido un respiro maravilloso, pero cuando miró a la mujer que dormía a su lado supo que necesitaba algo más.

Dejando escapar un suspiro de pesar, se apartó, sonriendo cuando ella emitió un gruñido de protesta, pero la sonrisa desapareció mientras se dirigía al baño.

El chorro de la ducha no consiguió disipar la convicción de que Luigi no se había casado con la madre de Faye en circunstancias normales. Él conocía a su padrino y sabía que habría sido capaz de sacrificarse por su sentido del deber.

Más secretos para proteger a la familia. Más mentiras para ocultar las fechorías de Pietro.

Aunque Maceo no podía dejar de preguntarse si Luigi habría actuado pensando en el bien de su familia.

Por primera vez desde que era una adolescente, casi podía aceptar esa explicación sin sentir rencor.

«La mujer que está en tu cama ha hecho eso por ti».

Era la voz de Carlotta.

¿Habría sido esa su intención desde el principio, acercarlo a Faye para que ella lo hiciese dudar de sus convicciones? ¿Y qué iba a hacer él por Faye, aparte de entregarle la herencia de Luigi y la carta que guardaba en su escritorio? Una carta que tal vez respondería no solo a las preguntas de Faye sino a las suyas.

Mañana, pensó, o al día siguiente. Tal vez la próxima semana sería buen momento para buscar todas esas respuestas, no ahora que la tenía en su cama.

Sabía que estaba escondiéndose, tomando el camino más fácil, pero eran tantos años de soledad…

Y entonces, como un fabuloso arcoíris emergiendo entre las oscuras nubes de sus pensamientos, Faye apareció en el cuarto de baño. Parecía indecisa, pero tenía una sonrisa en los labios.

Aunque aquella había sido su primera experiencia con el sexo, sabía que tampoco ella tenía mucha y pensar eso despertó una primitiva satisfacción.

–Ven –le dijo, ofreciéndole su mano.

–¿Estás seguro? Ahora mismo parecía como si tuvieras el peso del mundo entero sobre tus hombros.

Maceo deslizó una mano por su trasero.

–No el mundo entero, cara, solo un pequeño dilema.

–¿Cuál?

–Me preguntaba cuánto tiempo debía dejarte dormir antes de despertarte.

–Solo me ha hecho falta una siesta de diez minutos. Ya estoy como nueva.

Maceo sonrió. No le sorprendía que su corazón pareciese más ligero. Había experimentado la sublime intimidad física por primera vez en su vida… y le había abierto los ojos.

–¿Eso es un reto a mi masculinidad?

–¿Qué?

–Ha sonado como una queja por no dejarte agotada.

Faye se puso colorada y… mio Dio, él quería saborear ese rubor.

–Si es eso, solo tienes que decirlo.

Ella lo miró, retadora.

–Quiero más.

Maceo la envolvió en sus brazos y le dio más. Le dio todo lo que tenía hasta que los gemidos de Faye calentaron esa parte de él que había pensado seguiría helada para siempre.

Hasta que su único pensamiento era tenerla en su cama para siempre y buscar el olvido entre sus brazos.

Faye se había hecho con un grupo de admiradores en cuanto llegaron a la primera plantación. Se ganaba la simpatía de todos con su genuino entusiasmo, su capacidad de aprender y su interés por cada faceta de la producción.

Siempre estaba rodeada de fans y, el sexto día en Santa Lucía, Maceo la observó encandilar a los empleados, a los que había invitado a una barbacoa, con otro de esos vestidos multicolores, en perfecta armonía con el ambiente exótico de la isla.

A pesar de la alegre música reggae, él permanecía apartado. No estaba de humor para preguntarse por qué, pero en el fondo sabía que su irritación tenía algo que ver con ver a Faye rodeada de hombres.

Maceo dejó el vaso de ponche sobre la mesa. Ya estaba bien de aquel juego del gato y el ratón. Hasta unas semanas antes, él era un hombre que no se dejaba amilanar por los retos, un hombre que cumplía sus promesas.

Y, sin embargo, allí estaba, evitando los correos del director del departamento de I+D. Al parecer, Faye iba recopilando ideas para nuevos productos mientras exploraba Santa Lucía y enviaba informes diarios a Alberto Triento. Y el hombre estaba tan eufórico por la calidad de su trabajo que se preguntaba por qué Maceo no le ofrecía un puesto permanente en la empresa.

Lo que molestaba a Maceo era que él mismo había contemplado la idea. Después de todo, Faye tenía un título en Administración de Empresas y un extraordinario don de gentes.

¿Pero entonces por qué malgastaba su tiempo en esa granja?

Y eso lo llevaba al siguiente problema.

La discreta investigación que había iniciado tras la primera noche que pasaron juntos ya había dado fruto y, aunque no era concluyente, señalaba en la dirección que él había temido.

Más secretos.

Faye debía saberlo, claro. ¿Pero y si fuera una enorme coincidencia? ¿Y si Luigi no hubiese ido a Inglaterra para buscar a su madre?

Ella se acercó en ese momento con una sonrisa en los labios.

–¿Alguna razón para que estés tan enfadado?

–No me gustan mucho las fiestas.

–Pero la has organizado tú.

Él se encogió de hombros. No iba a decirle que había organizado aquella fiesta por ella, para darle las gracias. Sonriendo, la sentó sobre sus rodillas y, cuando Faye se apoyó en él, experimentó algo parecido a la euforia.

–Es nuestro último día en la isla y pensé que debíamos celebrarlo de algún modo.

–Pero has elegido una celebración que incluía a tus empleados. ¿Intentas esconder que te gusta recompensarlos por su trabajo?

Maceo inclinó la cabeza hasta que sus frentes se rozaron.

–Dame una hora y te demostraré cómo puedo recompensarte a ti –sugirió.

Faye rio, pero cuando iba a levantarse Maceo la detuvo.

–¿Qué ocurre?

No dejaba de darle vueltas al asunto. Tenía que decírselo. Tenía que hablarle de sus sospechas sobre Luigi y Pietro, sobre la investigación, sobre la carta.

¿Pero por qué arriesgarse a abrir viejas heridas hasta que estuviese completamente seguro? Si todo resultaba ser falso la habría alarmado innecesariamente.

–Vete, pásalo bien. Pero te advierto que pienso echar a todo el mundo en una hora. Quiero estar a solas contigo.

Ver que se ponía colorada provocó otro momento de euforia y lo hizo pensar que necesitaba más tiempo para explorar aquella cosa única, sublime, que había entre los dos.

–De acuerdo, voy a avisar a todo el mundo.

–Muy bien –dijo él, besándola.

Le daba igual que los viesen. Faye era suya por el momento.

Hasta que cumpliese con su deber.

Maceo siguió besándola y solo la soltó cuando estuvo satisfecho.

Ella se apartó, medio mareada.

–Otra vez te has puesto serio.

De hecho, se había vuelto lacónico en los últimos días, pero él no dijo nada. Se limitó a darle otro beso que la dejó temblando.

Una hora después, cuando todos los invitados se habían despedido, seguía sin saber qué le pasaba.

¿Ya se había aburrido? ¿La atracción que sentía por ella se habría disipado tan pronto?

Pensar eso la entristeció. Había sabido que ocurriría, pero tontamente había enterrado la cabeza en la arena.

–Háblame de Nuevos Caminos –dijo él abruptamente–. ¿Desde cuándo está allí tu madre?

Faye se quedó inmóvil.

–¿Por qué?

–Siento curiosidad por saber cosas de tu pasado, de ti.

Habían hablado de muchas cosas en esos días. Y también por las noches, después de hacer el amor. Se sentía ridículamente apegada a él y no entendía por qué. No era solo una atracción física sino algo completamente diferente.

Además, si Maceo no le hubiera confesado que era virgen jamás lo habría creído. Decir que era insaciable era quedarse corta.

El segundo día a bordo del yate la había llevado a una cubierta apartada, a salvo de miradas indiscretas, y le había quitado el bikini. Cuando ella protestó, se limitó a decir:

«Tengo que compensar por una década sin sexo y tú, dolcezza, eres maravillosa». «¿Cómo no voy a desearte a todas horas?».

Cada beso, cada caricia, cada traviesa mirada provocaba en ella una excitación sorprendente.

–¿No vas a contármelo?

La voz de Maceo la sacó de su ensimismamiento.

–Mi madre lleva doce años en Nuevos Caminos.

–¿Entonces tú creciste allí?

Faye negó con la cabeza.

–Solo pasaba allí las vacaciones. Estudiaba en un internado muy exclusivo. Cada año elegían a cinco alumnos y yo tuve suerte de que me eligiesen.

–Tal vez la suerte no tuvo nada que ver –murmuró él, pensativo.

–¿Qué quieres decir?

Maceo se encogió de hombros.

–Eres una persona muy inteligente. Imagino que es por eso por lo que conseguiste entrar en el internado. Y, por cierto, Alberto te pone por las nubes.

–¿En serio? No ha respondido a mis últimos correos.

–Pues está encantado. Incluso ha sugerido que te ofrezca un puesto permanente en la empresa.

Faye experimentó una mezcla de alarma y algo a lo que no quería poner nombre.

–¿De verdad?

–Tu contribución está siendo muy importante y creo que te ve como un activo para la compañía.

–¿Y tú no estás de acuerdo? –le preguntó Faye.

Acostarse con él porque le apetecía era una cosa. Invitarlo a dar un veredicto sobre si merecía quedarse en la empresa cuando su futuro no podía de ningún modo incluirlo a él, era arriesgarse a que le rompiese el corazón.

–Déjalo, no tienes que responder.

–¿Por qué no?

–Porque me iré en unas semanas.

–¿Y si aceptase el consejo de Alberto Triento y te ofreciese un puesto permanente en Casa di Fiorenti? –le preguntó Maceo entonces.

Faye se quedó sorprendida porque quería decir que sí. Quería olvidar todos sus sueños y seguir al lado de aquel hombre. Pero, aunque el poder de ese deseo le robaba el aliento, no le robó el sentido común.

–No dejes que la opinión de Alberto influya en tu decisión.

Maceo se encogió de hombros.

–Tal vez tengas razón.

Faye jugaba con el vaso de agua, intentando disimular su agitación, pero dio un respingo cuando él se levantó bruscamente.

Esa noche llevaba un pantalón oscuro y una camisa azul que destacaba su fabulosa piel morena, pero no se fijó en eso sino en sus ojos, que brillaban de descarnada pasión.

Cuando la tomó del brazo y tiró de ella para levantarla de la silla, ella no protestó. Había descubierto, avergonzada, que la pasión desatada de Maceo intensificaba cada encuentro.

–Te has pasado el día encandilando a mis empleados y creo que es hora de que me prestes atención solo a mí.

La llevó en brazos a la villa y cuando llegaron a la suite la deslizó lentamente por su cuerpo, asegurándose de que sintiera el efecto que provocaba en él.

Antes de que sus pies tocasen el suelo Maceo había enredado un mechón de pelo en su muñeca, un gesto posesivo que provocó un latido de deseo entre sus piernas.

No la besó inmediatamente como ella esperaba y, presa de un ansia que no podía entender, Faye metió los dedos por el cuello de su camisa.

–¡Santo cielo! –exclamó él, inclinando la cabeza para morder su labio inferior mientras Faye acariciaba el esculpido torso masculino.

Perdió la noción del tiempo y del espacio y lo devoró con desesperación, como si fuera la última vez. Algo había pasado durante la conversación, algo que la inquietaba y alimentaba esa urgencia.

Cuando Maceo se apoyó en la pared, Faye se lanzó sobre él como una criatura hambrienta a la que no reconocía.

Él murmuraba palabras provocativas mientras se desnudaba con manos ansiosas. Y cuando estuvo completamente desnudo, un dios viril exigiendo arrogantemente adoración, Faye se puso de rodillas.

Vibrando de femenino poder, lo envolvió con los labios y lo acarició, lo consumió y lo devoró hasta que se le doblaron las rodillas.

–Basta, per favore.

Maceo tiró de ella y la empujó contra la pared. Envolviendo su cintura con un brazo, se colocó entre sus muslos y se enterró en ella sin dejar de mirarla a los ojos.

El grito de Faye hizo eco en las paredes del dormitorio, pero él respondía con un ímpetu abrumador. Se devoraron el uno el otro hasta que sus cuerpos estaban cubiertos de sudor, hasta que sus alientos se mezclaban, hasta que todo culminó en un orgasmo que la sacudió hasta el alma.

Maceo se dejó ir entonces con un gruñido salvaje y casi aterrador.

Faye seguía flotando cuando la llevó a la cama y la apretó contra su torso. Pero, aunque deseaba dormir, no era capaz de conciliar el sueño.

Miraba la oscuridad mientras intentaba entender lo que estaba pasando. Todo lo que había ocurrido entre ellos desde que llegó a Italia empezaba a tener sentido. Aquello no era un interludio sin emoción. Incluso sin sexo, Maceo la afectaba de un modo visceral.

No quería irse de Italia, aún no. Y no tenía nada que ver con su padrastro, con Carlotta o con lo que había descubierto recientemente.

Quería quedarse por Maceo y eso la aterrorizaba.

Sin embargo, cuando él despertó horas después y la miró con unos ojos cargados de deseo, Faye volvió a derretirse.

Porque su tonto corazón no podía hacer otra cosa.

Ghana era sublime. Una enorme metrópolis por un lado, una jungla media hora después de salir de la capital, Acra. Pero lo que más la emocionó fue la majestad de sus tormentas, que llegaban de repente, sacudían el mundo y lo dejaban todo empapado en unos segundos.

En esos días, Faye había descubierto muchas cosas sobre las semillas de cacao, especialmente sobre la nueva variedad rosada que estaba influyendo tanto en el mundo de la confitería, y recolectaba frutas exóticas de la zona para añadir nuevos sabores a la colección de Casa di Fiorenti.

Pero esa noche volverían a Nápoles, pensó, aprensiva. En algún punto entre Santa Lucía y Ghana, se había convencido a sí misma de que era absurdo darle demasiadas vueltas. Lo que había entre Maceo y ella podría terminar al día siguiente, podría terminar el día que se fuera de Italia. Lo único seguro era que terminaría.

Maceo no había vuelto a mencionar su oferta de trabajo y, aunque se decía a sí misma que no importaba, se le encogía el corazón cada vez que pensaba en su inevitable partida.

En otro orden de cosas, la insistencia de Maceo sobre la integridad de Luigi la había hecho pensar que su padrastro no se había olvidado de ella. Aunque le habría gustado que le explicase su deserción antes de morir.

Pero recordar el pasado era absurdo y, en realidad, no le dolía que hubiese encontrado la felicidad con Carlotta.

¿Encontraría ella la felicidad algún día?

Maceo apareció en ese momento, como si lo hubiera conjurado, y le pasó un brazo por la cintura.

Para dejar de pensar que se iría en unas semanas y posiblemente no volvería a verlo, Faye señaló el cielo.

–Nunca he visto nada parecido.

–Es fabuloso, ¿verdad?

–El capataz, Kojo, dice que esta tormenta podría durar varias semanas.

–Por eso prefiero venir en esta época del año. Si tengo que elegir entre tormentas y mosquitos, prefiero las tormentas.

Sonriendo, Faye se apartó para entrar en la casa. No había llamado a su madre desde que salieron de Santa Lucía y no quería esperar más, pero la conexión era terrible a causa de la tormenta y, por fin, prometió llamarla en otro momento.

Cuando levantó la mirada, Maceo estaba en el quicio de la puerta.

¿Había estado escuchando la conversación?

–¿Qué tal está tu madre?

–No lo sé, casi no hemos podido hablar. Había muy mala conexión.

–¿Pero está bien de salud?

–Tiene días buenos y días malos –respondió Faye–. El asalto fue muy traumático y cuando descubrió que estaba embarazada… en fin, no pudo superarlo. Yo no supe nada de ese trauma hasta mucho después, claro.

Maceo entró en la habitación con las manos en los bolsillos del pantalón.

–Eras una niña. ¿Cómo ibas a saberlo?

–Era lo bastante mayor como para entender que la deserción de Luigi había sido el golpe final. No sabía qué pasaba, pero sabía que mi madre estaba sufriendo. Un año después de que Luigi se fuera, un terapeuta sugirió Nuevos Caminos como residencia permanente y, en general, está contenta allí, pero de vez en cuando tiene una recaída.

Maceo se dio la vuelta abruptamente.

–Perdona si te he dado demasiado información –dijo ella, molesta.

–No, al contrario. Quiero saberlo todo. Solo iba a buscar una silla.

Faye hizo una mueca. Estaba siendo demasiado suspicaz.

–Nuevos Caminos ofrece terapias alternativas. La de mi madre es una combinación de medicación, arte y terapia musical. Es la clase de terapia que yo quiero hacer algún día para ayudar a mujeres como ella.

–¿Para eso querías la herencia?

–Sí –respondió Faye.

–Me parece encomiable. Luigi estaría orgulloso de ti.

–¿Tú crees?

–Estoy seguro.

Se miraron el uno al otro, en silencio, pero cuando un trueno amenazó con tirar el techo de la casa, Faye se levantó de un salto y él soltó una carcajada.

Y Faye tuvo que aceptar que su corazón estaba en peligro.

E-Pack Bianca julio 2021

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