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I. MONUMENTO SEPULCRAL Y EPIGRAMA FUNERARIO

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Inscripción y soporte material son inseparables. No es, pues, conveniente tratar de los epigramas funerarios epigráficos sin considerar, al menos brevemente, el monumento sepulcral mismo y, con él, algunos aspectos de los usos funerarios griegos.

Los griegos practicaban dos tipos de sepultura: la inhumación y la incineración. En el primer procedimiento, el más antiguo, se depositaba al difunto bajo tierra, bien directamente, bien dentro de una caja o sarcófago de madera, arcilla o piedra. La incineración, costumbre más reciente, procede al parecer de Asia Menor, y está atestiguada en Grecia ya en el siglo XIII a. C. Más tarde se extendió también a las colonias griegas de Italia. Los restos incinerados del difunto, y de los objetos que habían sido quemados con él, se depositaban en tierra o en recipientes de cerámica o mármol.

Desde muy pronto surgió el deseo de indicar la presencia del sepulcro mediante una señal. Al principio era anónima y se reducía a un túmulo de tierra o piedras amontonadas, con otra que sobresalía encima. Más tarde, con la introducción y extensión de la escritura, en la tumba —sobre una piedra algo más elevada, o en el recipiente que contiene los restos 1 — se escribe el nombre del difunto, elemento fundamental, como se verá más adelante. El siguiente pasó será la representación del difunto mismo sobre su tumba.


Estela sepulcral de Dexíleo. Atenas, s. IV a. C.

Con el tiempo, la piedra rudimentaria sobre el túmulo deja paso a una estela, piedra rectangular colocada encima de la tumba y sobre la que se escribe el nombre del difunto. Éste será el monumento sepulcral más extendido por todo el mundo griego. Desde fecha muy antigua —ya desde época micénica— la estela era pintada y adornada con decoraciones en relieve. Más tarde, la estela puede adoptar el aspecto de un templete o naískos; en él puede aparecer la imagen del difunto y, posteriormente, escenas de la vida real, con otras figuras junto a él. Estas representaciones aluden a actividades desarrolladas en vida por el difunto (niño con su perro, atletas ejercitándose, un soldado armándose o galopando a caballo, la difunta en el gineceo con un espejo o una sirvienta, etc.) 2 . Otras veces la escena alude al tipo de muerte que ha tenido el difunto (un hombre sobre una nave, en caso de un naufragio; un hoplita o un caballero, en caso de muerte en combate, etc.). La inscripción podía estar grabada encima o debajo de la escena figurada, o incluso dentro 3 . Muchas veces el contenido de la inscripción y la escena del relieve están estrechamente relacionados, por lo que es fundamental el conocimiento de ambos elementos para la total comprensión del monumento sepulcral (cf. Pfohl, «Das anonyme Epigramm…», págs. 82-89).

Sobre la tumba podía erigirse también una estatua (aunque sólo se lo podían permitir las familias acomodadas), o un vaso, de cerámica o mármol. Los vasos funerarios más antiguos proceden de Atenas: son los grandes vasos de cerámica de estilo geométrico del Dípilon, del siglo VIII a. C. Más tarde, en el siglo V a. C., aparecen en Atenas vasos de mármol que sustituyen a los perecederos de cerámica 4 . Muchas veces los vasos de arcilla tenían escenas pintadas, y los de mármol, en relieve. En ocasiones los vasos no eran vasos reales, sino meras representaciones en relieve sobre las estelas. El empleo de vasos funerarios duró hasta época imperial.

Hay otros tipos de monumento sepulcral, como el altar (sobre todo en Asia Menor), sobre el que se grababa la inscripción, y los sarcófagos (sobre todo en Asia y Egipto durante la época imperial, y en Roma en tiempos de Trajano). En estos últimos la inscripción se escribía en la cara anterior o en la cubierta, y con frecuencia se adornaban con determinados temas funerarios, como Hermes psicopompós , Plutón y Perséfone, o Caronte en su barca. Por lo que respecta a la cámara sepulcral, responde a la creencia de que el difunto sigue viviendo en el más allá, para lo que necesita una casa. Esta costumbre se remonta a otras civilizaciones anteriores como Egipto y Asiria. A este mismo deseo se debe también, en última instancia, la costumbre de depositar en la tumba objetos que el difunto había usado en vida (como alimentos), o, simplemente, representarlos en las estelas sepulcrales. Dentro de la cámara sepulcral las inscripciones se grababan en las paredes o en el lecho de piedra donde descansaba el difunto.

A fines del siglo IV a. C. un hecho fundamental tuvo lugar: Demetrio Falereo estableció una ley que limitaba los gastos para las sepulturas (cf. Cicerón, De legibus II 64 y 66) 5 , con lo que desaparecieron las grandes estelas en forma de templete, las estatuas, los vasos de mármol, que son sustituidos por pequeñas estelas sin adornos y columnitas que no podían sobrepasar los tres codos de alto. Aunque más tarde la situación se relajará algo, sin embargo, salvo algunas excepciones, ya no encontraremos los suntuosos monumentos sepulcrales de antaño.

Ya hemos mencionado que las inscripciones sepulcrales podían estar en prosa o verso. Estas últimas, muy numerosas y atestiguadas desde el siglo VII a. C., tienen gran importancia e interés no sólo en el campo de la epigrafía y de la onomástica, sino también para la historia de la literatura, de la religión y de la sociedad griegas.

Epigramas funerarios griegos

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