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V. FUNCIÓN DE LOS EPIGRAMAS FUNERARIOS
ОглавлениеLa estela sepulcral y su epitafio, ya sea en verso o en prosa, tienen principalmente un carácter conmemorativo. En un estadio de religiosidad primitiva el fin del monumento sepulcral era impedir, con su peso, que el alma del difunto regresara a la tierra 8 . Posteriormente, en cambio, el monumento sepulcral fue considerado un lugar donde el alma del difunto podía asentarse.
Pero desde los textos más antiguos, la función de la estela sepulcral y de la inscripción grabada en ella era honrar y conservar la memoria del difunto entre las generaciones venideras. Así, en Homero, Ilíada VII 85 y ss.:
Para que los aqueos de larga cabellera lo entierren y le erijan un sepulcro junto al ancho Helesponto, y entre las generaciones venideras diga alguien mientras surca el vinoso mar en su barco de nutridos bancos: «este es el sepulcro de un hombre que antaño mató el ilustre Héctor en esforzado combate». Esto dirá, y mi gloria no perecerá nunca;
Odisea IV 584:
Alcé un túmulo a Agameón, para que su gloria sea imperecedera.
Cf. también Ilíada VI 457 y ss.; Odisea XXIV 32-3, 80-4, etc.
Estos pasajes nos llevan a la cuestión de si Homero utilizó como modelo epigramas funerarios ya existentes, o si fue él, como se ha sostenido, el creador del género 9 . Este punto también está relacionado con el problema de la introducción de la escritura alfabética en Grecia, pues es posible que junto con el alfabeto los griegos también tomaran de los fenicios un determinado formulario epigráfico 10 .
A través de su nombre en la estela el difunto conserva un vínculo con la vida, con lo que pervive en el recuerdo de los vivos gracias al sepulcro y al nombre grabado en él 11 . A esta finalidad conmemorativa responden los términos griegos para designar el monumento sepulcral: mnêma «recuerdo», sêma «señal», etc. 12 . El elemento central de un epitafio es, por tanto, el nombre del difunto.
En la Antigüedad el nombre era de suma importancia. No era un signo convencional que representa la cosa, era la cosa misma. No era algo externo al hombre sino una parte esencial de él. Reflejaba el ser de su portador, y era una manera de que éste siguiera existiendo una vez muerto. Así, en Odisea XXIV 93-4, Agamenón dice a Aquiles:
Ni muerto has perdido tu nombre: para siempre tendrás gran gloria entre todos los hombres, Aquiles.
La supervivencia del muerto a través del nombre está estrechamente vinculada a su pronunciación, parte esencial del rito funerario y del culto a los muertos: cada vez que se pronunciaba en voz alta el nombre del difunto, por un instante su dueño era arrancado del mundo de los muertos y traído al de los vivos; es un vínculo del muerto con los vivos. De ahí, principalmente, el que se escriba el nombre del difunto en la tumba 13 .
A ello se debe asimismo la costumbre griega de colocar las tumbas a ambos lados del camino, a las afueras de la ciudad, para que los caminantes al pasar junto a ellas se detuvieran a leer el nombre del difunto. A menudo los epigramas hacen alusión a esta situación de la tumba al borde del camino (núms. 35, 350, GV 70, 71, 97, 145, 146, 221, etc.). De este modo la lectura de la inscripción en voz alta, única relación del difunto con la vida y el mundo de los vivos, hace posible su existencia en el más allá (además, el hecho de estar la inscripción en verso ayudaría a su memorización y posterior recuerdo en la mente del lector). Por ello, uno de los principales elementos de los epigramas funerarios es la llamada al caminante, y la petición de que se detenga y lea la inscripción.
El nombre del difunto se indica con diversas fórmulas: en nominativo, en expresiones como «aquí yace…», «… marchó al Hades», «…dejó la luz del sol»; en vocativo, junto a fórmulas de saludo o expresiones de dolor; en genitivo, en expresiones como «este es el sepulcro de…», «esta es la estela de…»; en acusativo, en fórmulas como «la tierra oculta a…», «este sepulcro contiene a…», etc.; en dativo, en expresiones como «fulano ha erigido esta estela para…». A veces aparece sólo el caso correspondiente, y el resto de la fórmula se elide.
En algunas inscripciones, sobre todo de época imperial, puede sorprender la ausencia del elemento principal, el nombre del difunto. Es un hecho difícil de explicar. No lo es, en cambio, en el caso de una serie de estelas beocias de época helenística, pertenecientes a tumbas de niños que han muerto antes de recibir un nombre.
Además del nombre del difunto, suele aparecer el del padre (a veces también el de la madre), y el de la patria. Otras veces aparece el nombre del que ha erigido el monumento (es menos frecuente en las inscripciones en prosa), cuando no coincide con el del padre o familiar más próximo. Por tanto, la finalidad del epigrama en estos casos no es sólo asegurar la inmortalidad del difunto por la inscripción de su nombre en la estela, sino también la del que erige el monumento.