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Lo que estando viva he merecido, eso mismo he reclamado también al morir.

La investigación de fórmulas completas o repeticiones más o menos parciales, nos pone sobre la mesa algunos de los problemas relacionados con la originalidad y la transmisión de estos poemas epigráficos.

Uno de ellos versa sobre la posible existencia de ciertos formularios, manuales o tal vez antologías, de donde los grabadores menos cultos o nada inspirados seleccionarían la inscripción más deseable para cada ocasión. Lo cual, en principio, restaría originalidad, sinceridad y valor literario a este tipo de composiciones.

En un famoso artículo de 1889 97 , Cagnat afirmaba con decisión la existencia de «manuales profesionales» a disposición de los lapicidas, basándose sobre todo, para las inscripciones métricas, en la repetición de fórmulas total o parcialmente idénticas.

Desde entonces hasta nuestros días y transcurrido ya más de un siglo, se alinean opiniones y estudios a favor o en contra, con argumentos de variado peso. Sin que queramos contar la historia de esta inacabada discusión —detallada en sus inicios por Galletier y retomada después por autores como Mariner, Chevallier, Zarker, Cugusi, Lattimore, Gamberale, etc. 98 — y puesto que la supuesta existencia de estos formularios al uso atenta contra el principio de originalidad y sinceridad de estas composiciones poéticas, vale la pena reflexionar sobre la naturaleza y el alcance de estas repeticiones. En primer lugar, las llamadas fórmulas se repiten casi sólo en el interior de determinadas áreas geográficas, lo cual puede deberse más a la influencia de un importante entorno epigráfico (al que ya nos hemos referido en anteriores ocasiones) capaz de crear moda o persistir en el recuerdo, que a la existencia de este tipo de manuales o antologías que tendrían que ser distintos para cada región. Por otra parte, tampoco parece fácil, de acuerdo a la teoría de los «formularios» explicar las numerosas y creativas variantes de una misma fórmula, o las faltas de gramática o prosodia en el interior de las mismas, difíciles de justificar si se estuvieran reproduciendo modelos fijos 99 . En general, las inscripciones copiadas palabra a palabra o las repeticiones literales, son comparativamente raras y existe tal variead de expresiones que cuesta trabajo creer en cualquier tipo de libro de fórmulas. Sin duda, la existencia de estos manuales o recetarios de poemas de ocasión procede de una visión mucho más epigráfica que literaria, como parece que fue la de Cagnat, incapaz de ver tras la regularidad de ciertos esquemas que observaban unas características y unos cánones fijos —como sucede, por lo demás, con cualquier otro género literario— la síntesis versificada del espíritu latino: la ingenuidad, la espontaneidad, la capacidad para la parodia, la libertad de expresión 100 .

Igualmente relacionada con el concepto de originalidad, la influencia de los autores literarios en general y de algunos en particular sobre los epígrafes en verso, ha sido objeto desde siempre de los más diversos estudios. Entre los varios índices que nos ofrecen las cuidadosas ediciones de Bücheler y Lommatzsch, uno de ellos consiste en la enumeración detallada de los pasajes utilizados de poetas conocidos. Dichos pasajes se acercan en número al millar y pertenecen a autores como Accio, Catulo, Cicerón, Horacio, Lucano, Lucrecio, Marcial, Ovidio, Petronio, Propercio, Séneca, Tibulo... y, sobre todos ellos, Virgilio. Los autores, pues, —profesionales o no— de estos poemas epigráficos aprovechaban fragmentos de los grandes poetas, tal vez —como ya sugirió Mariner 101 — para demostrar cultura literaria o, sencillamente, porque los versos conocidos, dada su considerable calidad literaria, les proporcionaban esquemas métricos válidos para comenzar o concluir sus versos.

No debemos olvidar que en el mundo cultural de Roma el «centón» 102 es, por excelencia, una prueba de cultura literaria y que la tipología de la imitatio 103 que se detecta en los CLE fue una característica connatural a toda la literatura de la Antigüedad.

Pero sería injusto pretender que el autor de poesía epigráfica se limita a adaptar con mayor o menor habilidad, además de memoria, la literatura que otros crearon, sin poner nada de su parte. Muy por el contrario, las citas —ya sean literales, ya muestren ligeras variantes ortográficas o estilísticas—, las imágenes o las ideas de los poetas o retóricos imitados, suelen insertarse en composiciones de técnica cuidada y habilidad artística, a modo de simple decoración 104 o, si se quiere, de decoración cualificada.

Nada excepcional hay, en efecto, en esta tipología de la imitatio . Sanders nos recuerda 105 cómo los poetas de gran renombre —de acuerdo a los usos literarios antiguos— dieron ellos mismos ejemplo de interinfluencias, de utilizar unos los versos de los otros; de manera que a nadie debe extrañarle que los autores de inscripciones métricas recorten y usen en sus versos fragmentos y cláusulas de los autores de altos vuelos.

Aun así, tal vez no siempre deba hablarse de citas de poetas renombrados, sino de lugares comunes, de coincidencias culturales genéricas entre el modo de proceder epigráfico y la tradición literaria 106 . Poetas como Virgilio o Tibulo podían ser sensibles a su entorno epigráfico y recibir la influencia de determinados pasajes, sobre todo para los versos que se insertaban en un contexto funerario o tenían alguna relación con la muerte o los mundos de ultratumba 107 .

Cualquier poeta, en definitiva, podría hacerse eco de los temas propagados por los epitafios métricos que salpicaban los bordes de las grandes vías que llevaban hacia las puertas de Roma. En este sentido ya había observado Sanders 108 cómo la obra de Tibulo y la temática de los CLE compartían ideas en común, sin que haya necesidad de recurrir de continuo al juego detallado de las interdependencias. Y algunos años antes Chevallier había teorizado sobre la influencia recíproca de los autores de la poesía culta sobre la poesía popular (y viceversa) y de otros géneros literarios sobre las inscripciones 109 .

Ofrecemos a continuación, como ejemplo, uno de los pasajes virgilianos que ha recibido mayor número de testimonios epigráficos, paganos y cristianos, cubriendo una amplia área geográfica así como cronológica 110 . No olvidemos que Virgilio había sido el modelo que todos los poetas —de renombre o epigráficos— llegaron a aprender de memoria, intentando imitar en sus composiciones su modo de versificar.

Sin dilación se oyeron voces y un enorme quejido y las almas de los niños que lloraban, a quienes, sin haber disfrutado de los placeres de la vida y arrancados del pecho de sus madres, se los llevó un día funesto y los sumergió en una muerte cruel.

(Virg., Eneida VI 426-429)

Amplias son las resonancias de cada uno de sus sintagmas y sus versos en la poesía epigráfica; pero muy especialmente el último de ellos, por su ritmo interior, por su notable nivel de sentenciosidad, llegó a alcanzar vida propia, independizándose de su contexto originario y sometiéndose incluso —como estudiaron Ricci, Colafrancesco y Gamberale 111 — a un proceso de fraccionamiento en unidades más pequeñas, también estereotipadas, que se repitieron hasta la saciedad dentro y fuera de la poesía epigráfica.

El asunto, como se ve, ofrece múltiples vías de investigación; desde la más tradicional que busca los ecos de los grandes poetas en estas composiciones anónimas, hasta la menos convencional —e igualmente válida— que comienza a indagar con éxito por el camino inverso 112 .

A estas alturas, pues, de nuestra introducción podemos afirmar junto con Pikhaus 113 que la poesía epigráfica latina, ese «dossier» tan poco conocido, pertenece tanto a la tradición epigráfica como a la literaria.

Vistas desde la perspectiva de la literatura latina, estas inscripciones versificadas, que hunden sus raíces en las prosaicas del mismo género, resultan tener relaciones además con una serie de géneros literarios de los que toma o a los que presta determinados elementos constituyentes. Así, las inscripciones monumentales o votivas suelen incluir en su composición elementos propios del género épico; las cualidades de los personajes que procuraron la construcción de edificios públicos o de templos cristianos, y las hazañas o peligros que afrontaron los dedicantes de inscripciones votivas, se describen con el tono elevado y arcaizante de los poemas épicos, sin que falten epítetos compuestos, circunloquios astronómicos para expresar el tiempo, gentilicios ilustres y, normalmente, en hexámetros o dísticos elegíacos. Así se narra, por ejemplo, la gloria del ilustre Narsés que, en tiempos de Justiniano, había restaurado el puente sobre el río Anio, afluente del Tíber:

Poesía epigráfica latina I

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