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LA LENGUA DE LOS CLE

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El acercamiento filológico que venimos reclamando desde nuestras primeras páginas incluye, naturalmente, el estudio profundo y detallado de la lengua de estos epígrafes métricos, que por su naturaleza, modo de elaboración y finalidad inmediata, ofrecen documentos lingüísticos de valor incalculable para delimitar, por ejemplo, las fronteras entre el latín literario y el latín coloquial, o para conocer el latín de cada una de las provincias romanas —según su mayor o menor grado de romanización—, o para la historia general de la lengua, permitiéndonos hacer un seguimiento certero de la transición entre el sistema clásico y las primeras diferenciaciones romances 125 . No olvidemos que las inscripciones muestran una diversidad social y cultural impensable para los textos literarios de tradición manuscrita, que proceden de las capas sociales culturalmente más elevadas.

Por otra parte, si recordamos las distintas fases que requería la elaboración definitiva de cualquier texto epigráfico, justificaremos fácilmente las rarezas lingüísticas u ortográficas a que pueden dar lugar las inevitables distracciones, posibles en todas las etapas de su ejecución 126 : en el momento de la conversión de la originaria cursiva doméstica en la mucho más monumental capital; en la memorización incorrecta —y con los errores fonéticos propios de su pronunciación habitual— de un bloque de texto por parte del ordinator 127 , etc.

En el caso concreto de los grafitos, grabados de modo espontáneo e individual sobre paredes o columnas y ajenos, por tanto, a cualquier proceso premeditado de elaboración, el interés lingüístico se incrementa. En primer lugar porque suelen proceder de personas no demasiado cultivadas, con lo que muestran —sin intermediarios ni injerencias de transmisión— el más puro latín vulgar. Pero sobre todo porque su plasmación inmediata y directa del latín vivo de la calle —que tan distinto debió ser del muy artificioso, reelaborado y normativo que nos transmiten las obras literarias— preludia ya los grandes cambios y las diversificaciones incipientes de los distintos romances.

Tampoco queremos pasar de largo por los específicos rasgos lingüísticos de las inscripciones cristianas, que construyeron sus formularios propios, a veces impulsados por sus nuevas creencias en el más allá o en la existencia de un único Dios y a veces también influidos por la lectura constante de textos bíblicos, esa literatura llamada «de traducción» 128 que trajo al latín cristiano tantos rasgos trasladados directamente de la versión griega de las Sagradas Escrituras.

Sin que vayamos a enumerar ahora —como lo hiciera Mariner 129 — los rasgos lingüísticos más destacables en los planos gráfico, fonético, prosódico, morfológico, léxico o sintáctico, sí nos gustaría, sin embargo, esbozar siquiera la trascendencia de determinadas particularidades que nuestra traducción —como cualquier otra— se ha visto obligada a regularizar o nivelar, sin que, por tanto, el lector sea capaz de advertirlas.

Pensemos, por ejemplo, en los errores de naturaleza aparentemente gráfica, las llamadas «faltas de ortografía», que en latín, no menos que en las demás lenguas, suelen ser serios indicios de fenómenos fonéticos o de pronunciación. Si se registran, pongamos por caso, confusiones entre la b y la u , hay que empezar a sospechar que tras esa confusión gráfica subyace otra fonética que acabó por identificar ambos sonidos en determinados contextos. Y si se observa, además, que esa confusión sólo se detecta a partir del siglo I de nuestra era, tendremos un precioso indicio cronológico para fechar el fenómeno, procedente directamente de las inscripciones.

Asimismo, la presencia o ausencia de h en distintas posiciones de la palabra nos ayudará a forjarnos una idea bastante exacta sobre la verdadera situación fonética de tan dudoso sonido.

La frecuencia en la notación de las consonantes finales nos resolverá posibles incertidumbres acerca de su pronunciación efectiva y real en las distintas regiones del Imperio y su grado de aceptación social o geográfica.

El empleo desmedido y desajustado de algunas preposiciones nos abrirá el camino hacia las construcciones analíticas preferidas por las lenguas romances frente a las sintéticas propias de una lengua flexiva como el latín. El uso indiferenciado de acusativo y ablativo tras la preposición in (sin respetar la originaria distribución de acusativo para expresar la dirección y ablativo para el lugar estático), o determinadas confusiones entre los casos, abren paso a los primeros síntomas de la ruina de la declinación, sistema nominal flexivo que ninguna lengua romance habría de heredar.

Los epígrafes versificados ofrecen además un valioso material para el estudio del vocabulario: arcaísmos, neologismos, terminología religiosa, funeraria, erótica; desplazamientos semánticos, etc.

El trabajo de Mariner sobre las Inscripciones hispanas en verso , tantas veces citado a lo largo de nuestra introducción, que incluye —entre otros— un exhaustivo estudio lingüístico del conjunto de epígrafes métricos hispanos publicados hasta entonces, sigue siendo aún hoy, pese a los muchos lustros transcurridos, un trabajo ejemplar y de imprescindible consulta, que se echa de menos para las composiciones epigráficas versificadas de las restantes zonas del Imperio 130 .

Poesía epigráfica latina I

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