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Perfectamente bien se ha trazado la línea del puente curvado y el camino interrumpido puede ya continuarse. Recorremos las rápidas olas del torbellino sometido a nuestros pies y disfrutamos al oír el susurro del agua embravecida. Marchad, pues, bien dispuestos, quirites, llenos de gozo, que un aplauso resonando celebra siempre a Narsés. El que pudo subyugar el inflexible valor de los godos, él mismo enseñó a poner un yugo duro a los ríos.

Composiciones como ésta llegaron a configurar uno de los géneros epigráficos por excelencia, el elogium 114 , que comparte su temática y sus recursos formales —con influencias directas e inversas— con la épica 115 y la biografía 116 y está dedicado a personajes significativos para el Estado; en él se detallan los valores morales del personaje, una vez muerto, destacándose las principales gestas de su vida. Ése es el tono de los Elogia Scipionum 117 , los documentos más antiguos que conservamos de este género —todavía en senarios— y a partir de los cuales se fueron multiplicando los poemas epigráficos de este mismo tipo.

Y dentro ya del género sepulcral, los epitafios versificados reciben el peso temático y formal —como ya señalábamos páginas atrás— del epigrama helenístico de contenido funerario, cuya finalidad común era la descripción, siempre elogiosa y emocionada, del amigo o familiar difunto. Comparte además el lamento por la pérdida del ser querido y toda la expresividad dolorosa de la elegía, de cuyos principales cultivadores se han tomado, parafraseado o adaptado hemistiquios y versos enteros. Como en el último verso del epitafio que Marco Publicio Unión construyó para sí y para los suyos (477, 10: tunc meus adsidue semper bene luxit, amice, focus) , que tanto nos recuerda a Tibulo (I 1, 6: dum meus adsiduo luceat igne focus) .

Participan en ocasiones del carácter retórico de la laudatio , composiciones en prosa que, según Cicerón 118 , constituían los más antiguos monumentos de la elocuencia latina y que estaban destinadas a ser pronunciadas en público. Y desde aquí entronca con los panegíricos —en verso y en prosa—, con las oraciones fúnebres, con la neniae o el epicedion (lamentos monótonos y reiterativos) o con la consolado , que aglutina todos los tópicos retórico-filosóficos en torno a la muerte 119 .

Literatura epigráfica y modelos literarios conformaron así un universo común de tópicos temáticos y expresivos que compartieron a lo largo de la historia desde caminos paralelos, separados sobre todo por el uso de un soporte más o menos convencional.

Como se ve, la poesía epigráfica, destinada como cualquier obra literaria a perdurar en la eternidad, constituye una amalgama de géneros literarios que participa selectivamente de todos sus elementos. Lo cual los convierte —en opinión de Sanders 120 — en un «caleidoscopio» literario y cultural que difícilmente puede abarcarse con una sola mirada.

Y sin embargo, de la observación atenta de estos epígrafes versificados se desprende una serie de rasgos comunes de forma y contenido, que podría animarnos a reclamar para los mismos una categoría especial; en definitiva, un género literario a la altura de los demás y que podríamos denominar tal vez, en razón de su soporte material, género lapidario .

Dicho género, marcado por la limitación de su propio espacio breve, muestra un estilo en cierta manera similar al de las leyendas monetarias o a los carteles oficiales italianos 121 y entre sus características fundamentales o rasgos diferenciadores podríamos mencionar los siguientes:

— La concisión o parquedad tanto en las inscripciones monumentales o votivas como en las funerarias. Los poemas epigráficos son generalmente breves, pues, además de las limitaciones de espacio que les impone el soporte para el que están destinadas, tampoco parece conveniente abusar de la paciencia de sus lectores ocasionales 122 . Las más extensas, de hecho, suelen proceder de autores conocidos, de cierto prestigio literario, apenas preocupados del carácter epigráfico de sus composiciones, acostumbrados como estaban a versificar por extenso 123 .

— Por las mismas razones (de espacio y de destinatario) su estilo rebosa sencillez, naturalidad, claridad, sin que llegue a resultar rebuscado, sino, por el contrario, accesible a cualquier paseante que tenga la fortuna de detenerse ante ellos.

— Característica también de las inscripciones en verso es una cierta agudeza, basada fundamentalmente en los juegos de palabras, la parodia, el juego adivinatorio de los acrósticos, telésticos, etc. Este derroche de ingenio debió de ser un procedimiento grato a los lectores 124 , que se sentían así cómplices del mensaje epigráfico y especialmente involucrados en él. Valga como ejemplo significativo el epígrafe de Vera Marcana que, además de revelar a través del acróstico el nombre de la difunta, juega con el significado del mismo (la primavera), aprovechando la ocasión para dedicar un verso a cada estación del año:

Poesía epigráfica latina I

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