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LOS AUTORES
ОглавлениеCronológicamente Filipo trabajó con la obra de autores que van desde Filodemo de Gádara (110-40/35 a. C.) hasta él mismo (alrededor del 60 d. C.), llegando a incluir más de cuarenta autores. Aunque es un tema muy debatido, parece que optó por una ordenación alfabética de los epigramas, agrupando todos los que comenzaban por la misma letra y disponiendo los grupos por orden alfabético. Se trata de un criterio de distribución original que nos ha permitido reconstruir hasta cierto punto los epigramas que realmente formaron parte de esta antología, pues es probable que pertenecieran a la Guirnalda de Filipo aquellos epigramas que en las fuentes manuscritas en las que han llegado hasta nosotros aparecen dispuestos siguiendo un orden alfabético 9 .
Con todo, además de él mismo, sólo tenemos seguridad absoluta de que formaban parte de la Guirnalda de Filipo los autores mencionados por él en su proemio, pues éste, a imitación de Meleagro, abrió su colección con un epigrama que cumple el papel de prefacio poético a toda la antología. En ambos epigramas-proemio, el de Meleagro y el de Filipo, se juega con la comparación entre la naturaleza de una recopilación de la obra de diversos epigramatistas y una corona de flores, de manera que la función del antólogo, tal como se refleja en la propia etimología del término (ánthe légein , ‘recolectar flores’) 10 , se asemeja imaginariamente a la del florista que entrelaza una guirnalda de flores, correspondiendo cada flor a un poeta. Frente a los cuarenta y siete autores que cita Meleagro, Filipo menciona tan sólo a trece epigramatistas —Antígono, Antípatro, Antífanes, Antífilo, Automedonte, Bianor, Crinágoras, Diodoro, Eveno, Filodemo, Gémino, Parmenión y Diodoro Zonas—, pero al final, al igual que ocurría en el proemio de Meleagro, se deja abierto el número de contribuyentes con un ambiguo hoi perissoí (‘los demás’) 11 .
Dentro de este grupo de poetas que no nombra habría que incluir veinticinco epigramatistas cuyas composiciones aparecen en secuencias alfabéticas que se remontan probablemente a la Guirnalda de Filipo 12 . Se trata de Adeo, Adeo de Mitilene, Antistio, Apolónides, Argentario, Baso, Boeto, Diocles, Diotimo, Emiliano, Epígono, Ericio, Escévola, Etrusco, Filipo, Heraclides, Honesto, Macedonio, Mecio, Mirino, Polemón, Quinto, Sabino, Secundo, Serapión y Talo. Es posible que a esta lista haya que añadir a Antimedonte, al que tradicional pero erróneamente se identifica con Automedonte 13 , además de cuatro epigramas anónimos insertados en mitad de alguna secuencia alfabética 14 .
Tenemos noticia, además, de una serie de autores que cronológicamente se sitúan en la franja de los epigramatistas incluidos por Filipo en su Guirnalda , pero para los que no tenemos pruebas de ningún tipo de que fueran incluidos por éste, por lo que la adscripción de estos poetas a la Antología de Filipo es dudosa, pero posible. Son Alfeo de Mitilene, Antonio de Argos, Arquias, Flaco, Glauco, Isidoro, Tulio Laurea, Mundo, Pinito, Polieno de Sardes, Julio Polieno y Pompeyo.
Se trata de un importante número de autores —cincuenta y tres en total— de naturaleza muy dispar, tanto en lo que respecta a su vida como por la calidad de sus composiciones, si bien hay que tener en cuenta que de muchos de ellos no podemos emitir un juicio crítico relevante al ser mínimo el testimonio que tenemos de su obra. Además, en una antología, por definición, sólo se recoge una selección de cada uno de los autores que se incluyen y, aunque es posible que la mayoría de los autores que hemos mencionado estuviera entre los que seleccionó Filipo, no podemos saber si los epigramas que conocemos de ellos son realmente los que incluyó el compilador de Tesalónica en su Guirnalda . Por si ello fuera poco, los epigramas que nos han llegado no son fruto sólo de la selección de Filipo, sino de la coincidencia en el criterio de selección de diversos antólogos muy distantes en el tiempo, pues van desde el propio Filipo hasta Constantino Céfalas y el anónimo copista del manuscrito palatino (siglo X ), por un lado, y Máximo Planudes (siglo XIV ), por otro 15 .
Un rasgo común a todos los epigramatistas mencionados es lo poco que sabemos de sus vidas. La mayoría no llamaron la atención ni de sus contemporáneos, ni de sus sucesores. Ni siquiera los eruditos tardíos les prestaron la misma atención que concedieron a los epigramatistas helenísticos 16 .
En la mayoría de los casos, salvo que se acepten las identificaciones con autores homónimos de su época, apenas tenemos el testimonio de los propios epigramas y éstos a menudo no aportan datos relevantes sobre su autor. La nómina de autores de los que únicamente sabemos su nombre y sus epigramas es muy extensa e incluso de muchos de ellos sólo conocemos su nombre y un único epigrama 17 . En ocasiones la carencia de datos es tal que incluso se duda de la existencia de determinados epigramatistas. Piénsese, por ejemplo, en Adeo de Mitilene, identificado con Adeo a secas; en Antimedonte de Cícico, a quien desde la editio princeps de J. Láscaris (Florencia, 1494) hasta la edición de A. S. F. Gow y D. L. Page (Cambridge, 1968) se le priva del único epigrama que le atribuyen de manera unánime las fuentes manuscritas por la extraordinaria rareza de su nombre y por su semejanza fónica con Automedonte, un autor más beneficiado por la transmisión manuscrita 18 ; piénsese en Apolonio de Esmirna, del que sólo se conoce un epigrama transmitido por Máximo Planudes y que se ha adscrito tradicionalmente a Apolónides 19 ; y en Quinto, cuya obra se atribuye a Mecio, denominado en una ocasión Mecio Quinto 20 .
Otras veces apenas nos es posible datar al autor por alguna referencia aislada en su obra o por algún dato externo fiable. Así ocurre con Baso, que escribió un epigrama —el 280— con motivo de la muerte de Germánico, acaecida en el año 19 a. C.; con Ericio, al que se data en la segunda mitad del siglo I a. C. gracias al epigr. 400 dedicado a Partenio, si admitimos que éste es el amigo de Virgilio y Cornelio Galo, y el epigr. 393 en el que se menciona a una mujer que fue hecha prisionera en la toma de Atenas en el año 86 a. C.; con Alfeo de Mitilene, quien en el epigrama 619 menciona a Antípatro de Tesalónica, por lo que la datación de éste funciona como término post quem ; y con Flaco, uno de cuyos epigramas fue traducido al latín, quizá por Germánico, por lo que tendríamos un terminus ante quem 21 . Y en el caso de Julio Polieno, autor de tres o cuatro epigramas descriptivos 22 , nos ha llegado un dato aislado de su vida, su posible exilio a Corcira, si es que es correcto interpretar con carácter autobiográfico la emocionada súplica que eleva a Zeus en epigr. 693.
De todos los epigramatistas incluidos por Filipo en su antología, la personalidad que más destaca es, sin duda, Filodemo de Gádara, un filósofo epicúreo que se movió en los ambientes cultos de la Roma del emperador Augusto, especialmente en el círculo de los Pisones, y que conoció a los grandes autores latinos del período áureo de su literatura. Es el único epigramatista de la Guirnalda de Filipo de quien conservamos una extensa obra en prosa de carácter filosófico a través de la cual nos es posible conocer la vigencia de las ideas epicúreas en Roma. Escribió sobre ética, política, religión, música e incluso retórica, a pesar de la conocida animadversión de los epicúreos hacia esta disciplina central en la educación de griegos y romanos. En lo que respecta a su obra poética, además de lo que de él nos ha llegado a través de la Antología Palatina y el manuscrito de Planudes, contamos con el valiosísimo testimonio de un papiro —Pap. Oxyrh . 3724— que contiene el comienzo de ciento setenta y cinco epigramas, de los que al menos veinticinco son de Filodemo y es probable que todos sean suyos 23 . Se trata, en definitiva, de una figura singular que destaca entre la abigarrada floresta de epigramatistas por el encanto de sus epigramas, más cercanos —no sólo cronológicamente, sino también en calidad y, sobre todo, en temática— a los de sus antecesores helenísticos que a los del resto de los autores de la Guirnalda de Filipo.
También en la Roma de finales del siglo I a. C. se desenvolvió la vida de Antípatro de Tesalónica, quien al mismo tiempo que dedica epigramas a grandes personalidades de su época —a L. Calpurnio Pisón, a C. César, el nieto de Augusto, y a Cotis, un rey de Tracia, entre muchos otros 24 —, acostumbra a presentarse a sí mismo, aunque puede que no sea más que un cliché literario, como prototipo de poeta pedigüeño y adulador.
En la misma época y ambiente se movió Crinágoras, uno de los epigramatistas que más fortuna ha tenido en lo que respecta a la transmisión manuscrita y para el que disponemos de más datos sobre su vida, pues no sólo cita a menudo acontecimientos históricos contemporáneos —el regreso de M. Claudio Marcelo, hijo de Gayo Claudio Marcelo y Octavia, de Cantabria hacia el 25 a. C., el embarazo de Antonia, la hija de Octavia, y esposa de Nerón Claudio Druso, y el acto heroico de Arrio 25 , entre otros—, sino que incluso lo menciona el geógrafo Estrabón y hay testimonios epigráficos 26 .
De época augústea es también Marco Argentario, quien, al igual que los anteriores, se movió en los ambientes cultos de Roma, si se acepta, como parece probable, su identificación con el rétor Argentario, citado en múltiples ocasiones por Séneca el Viejo 27 . Sus epigramas recuerdan a las mejores composiciones de sus modelos, los helenísticos Calimaco, Asclepíades y Posidipo, si bien en ocasiones supo añadir a sus epigramas, en palabras de R. G. M. Nisbet, «una ingeniosa crudeza digna del propio Marcial» 28 .
Es probable, por último, que alrededor de estas fechas también viviera en Roma Antífilo de Bizancio, uno de los epigramatistas más favorecidos por la transmisión manuscrita, aunque no en lo que respecta a datos sobre su vida, pues apenas sabemos que se movió en círculos aristocráticos y que probablemente era aficionado a los desplazamientos por mar.
A pesar de los pocos datos que tenemos de sus vidas, todos en conjunto dan testimonio de la vitalidad de la poesía griega en un momento en que ya empieza a vislumbrarse el predominio de la prosa que caracterizará la cultura libraria de la época imperial o grecorromana. Su relativamente elevado número es un testimonio más de la existencia de una importante vida cultural de habla griega en medio de un mundo dominado por el latín. Los autores de la Guirnalda de Filipo pertenecían sin duda a los numerosos círculos cultos grecoparlantes que había en la época de Filipo —recuérdese que ya se reconstruye un entorno cultural griego para, por ejemplo, el historiador y crítico literario griego Dionisio de Halicarnaso, al que se suele datar entre los años 60 a. C. y 10 d. C. 29 — y convivían y se entremezclaban con los romanos cultos sin ser nunca excluyentes, lo que les diferencia para bien de sus predecesores de época clásica. Se movían, sin duda, en un ambiente de simposios y reuniones literarias en las que tendrían su lugar manifestaciones literarias de todo tipo y, entre ellas, como no podía ser de otro modo, estarían los epigramas. Cualquier ocasión, ya sea la consagración de una ofrenda, una muerte repentina, un naufragio, una victoria militar, una pintura, una escultura, una historia de amor o sexo, les daba motivo para componer un epigrama e inmortalizar así el momento. Puede parecemos con razón que no todos los autores de epigramas de la Guirnalda de Filipo son merecedores de la posteridad que han tenido, pero, además del placer estético —sea poco o mucho— que sus epigramas nos puedan reportar, sí nos sirven de testigos de los gustos y las inquietudes de una época.