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Qué se opone a Dios en este mundo globalizado1

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Al referirnos a este mundo globalizado tenemos que precisar que todavía no hemos entrado en la historia mundial porque, aunque el ámbito en que nos movemos sí es mundial, todavía no lo es el sujeto, ya que los que comandan la dirección dominante de esta figura histórica niegan a los demás el protagonismo y todo lo mueven para su interés personal. Por eso podemos decir que en ningún país hay democracia y que vivimos en un totalitarismo fetichista porque, al absolutizar el incremento de sus ganancias, causa, de un modo u otro, muchos millones de víctimas.

La globalización es la situación que más incide en cada país y en la mayoría de sus habitantes: a todos les afecta y a muchos les influye. Porque nos incumbe, es preciso discernirla para situarnos proactivamente, asimilando sus potencialidades y superando sus negatividades. De este modo no solo comprenderemos lo que se opone a Dios sino que estaremos en condiciones de contrarrestarlo.

La mundialización hace posible afirmarse como humano al afirmar a todos los seres humanos

En principio, estamos de acuerdo con el horizonte de la mundialización, nos parece irreversible y deseable: un paso significativo hacia la constitución de la humanidad como una magnitud históricamente verificable y mutuamente referida. En la Biblia aparece cómo los seres humanos se van extendiendo por el mundo y hace ver que esto es voluntad del Creador, que no está de acuerdo en que se concentren en un solo lugar viviendo todos de la misma manera y en una sociedad piramidal, de la que la torre de Babel era su representación física y simbólica (Gén 11,1-9). La complejidad dinámica de la humanidad no cabe en una sola cultura y menos en una cultura piramidal en la que una inmensa multitud de hormigas trabaja disciplinadamente de un modo forzado para la gloria de unos pocos, que aspiran a ser como dioses. Este es el paradigma de Babel, que se opone a Dios y que hoy está vigente. Según el designio de Dios, es imprescindible la multiplicidad conjugada de culturas para que se abra camino y se exprese la humanidad cabal. Es el paradigma de Pentecostés, cuando cada uno oye hablar de las maravillas que Dios hizo en Jesús en su propia lengua (He 2,1-21), acontecimiento simbólico de la misión de hacer de toda la humanidad una sola familia de pueblos, unidos en interacción simbiótica como hijos del único Dios y hermanos entre sí, en Jesús el Hijo eterno y el Hermano universal. De esa misión es sacramento la Iglesia2. Este es nuestro proyecto alternativo.

Cada ser humano se afirma en cuanto humano cuando, en el acto de afirmarse, afirma conjuntamente la humanidad de todos los seres humanos3. Si afirmo la de todos, menos la de los que no viven con dignidad, me afirmo, no como ser humano sino como digno; si solo afirmo a los que tienen un determinado grado de cultura, o mi cultura, o mi filiación política o mi estatus, entonces me afirmaría como culto, o como de mi cultura o como político; si solo afirmo a los que me reconocen o a aquellos con los que entablo un contrato o acuerdo, solo me afirmaría como individuo o por esa peculiaridad del acuerdo y no como ser humano.

Al estar hoy todos tendencialmente en presencia de todos, es más fácil que cada uno constate si se da esa afirmación como ser humano o si hay exclusiones, no solo por género o clase dentro de cada país, sino también por etnia y religión y, más en general, por la otreidad, tenida como inferior, de los pobres, a causa de lo que el papa Francisco llama, «la globalización de la indiferencia»4.

Por eso hoy, más relevante que el tema de los derechos humanos, es el de quién es humano, porque hay fundamentos para creer que muchos del Primer Mundo no consideran como humanos a los habitantes del Tercer Mundo, y muchos de las clases altas del Tercer Mundo no consideran humanos a las clases populares de sus países. Al no afirmarlos como humanos, ellos se afirman a sí mismos, no como seres humanos sino como ciudadanos de tal país y pertenecientes a una determinada cultura, etnia y clase social. En tiempo de las historias particulares era muy difícil que un miembro de una pudiera discernir si afirmaba a los demás como humanos o como miembros de esa cultura: no tenía modo de comprobarlo.

Además era casi inevitable que cada cultura hiciera la equivalencia entre su modo específico de ser humano y el modo de ser humano, con lo que quedaban drásticamente recortadas las posibilidades de ser radicalmente humano, porque la humanidad cualitativa no cabe en ninguna cultura porque ninguna cultura histórica ha carecido de elementos de discriminación y exclusión, aunque todas sean cauces para tender a ella, transformándolas desde dentro.

Hoy, conforme se va dando el contacto de todos con todos, se echa de ver con más facilidad, tanto los elementos más humanizadores de la propia cultura, como los que la recortan o incluso deshumanizan. Sin embargo, como todavía no hemos llegado a la historia universal, porque las culturas dominantes, con gran violencia simbólica, tienden a imponer su propio paradigma. Por eso es decisivo el conocimiento de las diversas culturas y, más aún, el contacto horizontal con quienes viven en ellas, para irnos constituyendo unos y otros en seres con calidad humana en base a esta respectividad positiva. Siguiendo esta dirección vital secundamos positivamente los planes de Dios, más aun, participamos de su misma actitud respecto de la humanidad, nos encontramos, pues, con Él y otros pueden encontrarse con Él a través de los que viven con esta actitud.

El totalitarismo de mercado y más aún el financiero se oponen frontalmente a Dios

La captación de las posibilidades que entraña esta figura histórica mundializada para afirmarnos todos como seres humanos y constituir una sola familia de pueblos hace ver el grado de monstruosidad de la dirección dominante, que no solo impide que nos realicemos como una sola familia sino que niega la vida a muchos millones de personas, ya que se producen elementos para que todos vivan dignamente y sin embargo la mayoría no tiene acceso a esos recursos.

Hoy vivimos en el totalitarismo de mercado, primero porque todo tiende a convertirse en mercancía y el mundo está llegando a ser un mercado global5 y, sin embargo, hay dimensiones humanas que por su misma condición no son transables y que se vacían al convertirse en tales. En segundo lugar, hay totalitarismo porque el mercado no es libre sino que está dominado por las corporaciones globalizadas que no solo administran los precios sino que tendencialmente concentran la oferta e incluso la diseñan, y todo en función de su ganancia. Por eso los productos son más perecederos y se ofertan productos que muchas veces no son los mejores, pero que producen mayores ganancias. Esto, en el caso de las medicinas y la comida, es criminal.

Inundan el imaginario de publicidad, que se presenta espectacularizada para hacer a los individuos adictos a ese mundo. Como necesitan consumir, les imponen bajos salarios y se eximen de responsabilidad respecto de sus trabajadores e incluso tendencialmente respecto del Estado, en lo que llaman «sociedad del riesgo», en la que cada quien recibe todo lo que gana y contribuye con impuestos lo menos posible, con lo que el pueblo y, cada vez más, la clase media se sienten completamente desprotegidos. Pero tienen que aceptar las condiciones impuestas porque la política está al servicio de los que imponen y porque sienten compulsión a consumir.

Pero, desde la última década, la situación es mucho peor porque ya no es el modo de vida consumístico lo que lleva la voz cantante. Ahora es el miedo. Ya no dominan los grandes empresarios sino los grandes financistas, que se han dedicado a la especulación. Y para eso provocan crisis. Crisis en las corporaciones ya que les exigen que las ganancias vayan al reparto de dividendos, sacrificando la investigación y la innovación y en definitiva la productividad; y crisis financieras.

La actitud de la fe, que es la relación entre las personas, se ha trasladado a los mercados y por eso ante el rumor de que los mercados están perdiendo la confianza, los gobiernos sacrifican los salarios dignos, la seguridad social, los impuestos directos y viven tendencialmente de los impuestos indirectos, es decir, de la gente. No solo eso, los bancos declaran quiebras fraudulentas y las paga el Estado, es decir, los contribuyentes, que son todos menos ellos. Es, como insiste el papa Francisco, la nueva versión, mucho más criminal, de la vieja historia del becerro de oro6, es el dinero convertido en fetiche7, que exige víctimas, que mata, como clama el Papa incesantemente8.

Si esto es lo absoluto, como no puede haber dos absolutos (cf Lc 16,13), las personas se vuelven relativas. Los que comandan la dirección dominante las usan y luego las desechan como basura9.

Esto suena muy duro y es muy doloroso, pero callarlo es volverse cómplice de esta dirección inhumana y suicida.

Para ejecutar todo esto sin estorbos han decretado el fin de todas las entidades colectivas. Ya que son estas entidades personalizadas las que podían presionar a los Estados para que dejaran de ser apéndices del gran capital y para obligarlos a que cumplan su responsabilidad social. Han decretado que solo existen individuos. Eso son realmente ellos. Aunque no son sujetos libres con libertad liberada porque sirven servilmente al capital. Se han entregado a esa pasión dominante y son esclavos de ella. Por eso se han deshumanizado. Ellos hacen todo lo posible para que las personas se definan como miembros del conjunto que compone el mercado mundial con sus innumerables subconjuntos, que eligen según su gusto o lo que estiman como su utilidad. La publicidad se encarga de canalizar ese gusto y esa pretendida utilidad. Y la elección se reduce al menú confeccionado por ellos. Como se ve, las relaciones entre personas se han trasvasado a las relaciones entre personas y cosas; y las mismas relaciones entre personas acaban teniendo ese mismo sentido de consumirlas, de satisfacer un deseo o de buscar un interés.

Este es el modo en que se opone a Dios la dirección dominante de esta figura histórica. Una manera, como se ve, frontal y drástica ya que se adora a un ídolo y, repitámoslo, no se puede servir a dos señores (Lc 16,13), y se irrespeta al ser humano desconociendo su dignidad y reduciéndolo a un consumidor adicto y a un productor intercambiable y desechable. Y esto lo llevan a cabo personas que desconocen su propia dignidad o, peor, que la confunden con la dominancia social y con la vida refinada.

Lo que hemos dicho no incumbe solo a los que comandan la dirección dominante de esta figura histórica sino también a los que se dejan llevar por ella; incluso incluye a quienes se resignan sin buscar una alternativa y sin vivir alternativamente ya; bien porque sucumben a la hipnosis del fetiche, que consiste en pasársela maldiciendo lo malo que está todo y a los que lo causan. Estas personas se oponen a Dios porque el fetiche las tiene en su poder. Si confiaran en Dios, liberarían su libertad para vivir en un horizonte alternativo. Discernir esta situación como pecado implica analizarla y condenar su inhumanidad, pero excluye vivir preso de ella o encerrado en su torre de marfil e implica dedicar la mayor parte del tiempo a vivir alternativamente ya, y desde ese modo humano de vida, a construir la alternativa.

Quiénes se encuentran con Dios en esta figura histórica globalizada

Ahora bien, esta dirección dominante afecta profundamente a todas las personas, pero en ningún caso determina a nadie. Su lógica es seducir, y a los que no les basta la seducción busca someterlos por el temor a la muerte. Plantea un dilema: si no se siguen sus dictados, acecha algún género de muerte, desde la muerte trivial pero psicológicamente realísima del ridículo, hasta la de quedarse solo, o la de no encontrar medios para vivir, o la de la descalificación pública o, incluso en caso extremo, la de la eliminación física.

Pero Jesús ha venido precisamente a liberar a los que por temor a la muerte pasábamos la vida entera como esclavos (Heb 2,14-15). Él nos dio el ejemplo y a su propio Espíritu para capacitarnos a hacerlo en su seguimiento. Él vio claro el dilema: si no se confinaba en su grupo y persistía con las masas que lo percibían como el que los guiaba con el corazón de Dios hacia el cumplimiento de la alianza, lo iban a acabar matando. Pero para él eso no fue un dilema porque para él conservar la vida no era ningún absoluto. El absoluto era cumplir el designio de su Padre, que entrañaba esa conducción fraterna de su pueblo hacia la vida filial y fraterna. Por eso no dudó en seguir su camino cargando con las consecuencias. Al fin él confiaba en que su Padre, y no sus enemigos, tendría la última palabra y que iba a ser de confirmación de su vida y misión y de recreación en su mismo seno.

Eso mismo pasa hoy. No pocos no siguen la dirección dominante de esta figura histórica. Los encontramos en todas las clases sociales, pero sobre todo en el pueblo y en los profesionales solidarios. Experimentan el miedo, las carencias, la hostilidad. Pero no se dejan someter. Tienen una libertad liberada con la que no ofenden a Dios ni a ningún ser humano; pero tampoco los temen y por eso pueden seguir su camino filial y fraterno en paz, cargando con las consecuencias; aunque también trabajando por minimizarlas.

Queremos insistir en este punto: no se puede confundir la dirección dominante de esta figura histórica con la figura sin más. Por eso hemos comenzado insistiendo en que en la mundialización veíamos una oportunidad de oro para realizarnos como seres humanos, es decir, para afirmarnos afirmando a los demás. Dicho cristianamente para definirnos, desde nuestra insobornable interioridad, como hijos de Dios, de nuestros padres y de muchos que nos han precedido y posibilitado ponernos a la altura de nuestra época, y hermanos de todos, sin excluir a los otros, a los pobres ni a los enemigos que nos excluyen.

Por eso hace presente a Dios en esta figura histórica mundializada el que no vive en el mundo como un mercado, sino que vive en la fe en Dios y la reciprocidad de dones con los demás, en la que entra la emulación, y el que trabaja esforzada y creativamente por arribar a la primera figura de la historia universal, que se dará cuando tendencialmente todos seamos sujetos de ella y no solo sus destinatarios. Esto requiere trabajar por rescatar la política y desde ella cambiar las relaciones de producción y las relaciones sociales, de manera que en vez de antagónicas lleguen a ser simbióticas, pasando de un juego en el que la ganancia de unos se hace a costa de la pérdida de los demás, a otro en el que todos salgamos ganando10.

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