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5. ¿Una teología más científica, profética y sapiencial?

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En este punto invito a pensar, con algunas proposiciones sintéticas, diversas formas de hacer una teología íbero-latino-americana, acentuando su estilo profético, para enmarcar el desafío de hacer teología «en tiempos de globalización, interculturalidad y exclusión».

Hay, al menos, tres formas del lenguaje discursivo que tienen como referente último al singular Dios, según se lo conjugue en primera, segunda o tercera persona. Con la confesión de fe se responde al mensaje propuesto en nombre o en lugar de Dios, dicho en primera persona por el oráculo del revelador o el anuncio del profeta. En ese lenguaje, Dios nos habla como a sus amigos (DV 2). Las plegarias dirigidas a Dios en segunda persona, en la frase o en el poema que eleva el corazón orante, piden, agradecen y cantan a Dios su Don y sus dones. De esa forma conversamos con Dios como con un «tú». Hablando acerca de Dios, en tercera persona, como de un «Él», el teólogo profiere un discurso narrativo y argumentativo acerca de Dios y de su amor salvador. Dios nos dice su Palabra de muchas formas y, de un modo pleno, en Jesús, el Dios Unigénito que lo narra e interpreta (Heb 1,1; Jn 1,14.18). La teología debe hablar de Dios con variados estilos expresivos.

El discurso teológico despliega una ratio fidei –la razón de todo creyente que cree y piensa lo que cree– iniciada por la revelatio y entrañada en la o-ratio y la ad-oratio. La oración es la matriz y el culmen del discurso en tercera persona y remite a la razón como lenguaje, porque ella pone la vida del espíritu (ratio) en palabra (oris): oratio, quasi oris ratio dicitur (ST II-II, 83, 1). El discurrir teológico nace en el silencio y la escucha de la palabra de Dios en la tradición del pueblo de Dios, pero culmina en el canto y la contemplación del Amor de Dios. El diá-logo con Dios es una forma de la teo-logía que expresa la comunión con un Dios que es, en misterio más íntimo, Lógos y Diá-logos49. Aquí solo nos preguntamos cómo escuchar a Dios, conversar con Dios y, conforme con nuestro servicio teológico, hablar de Dios en, desde y para este momento de la historia.

La teología es la fe que piensa y el pensamiento de la fe. Es la fe que busca y sabe entender (fides quaerens et sapiens intellectum), es la inteligencia que busca y sabe creer (ratio fide illustrata). Piensa a Dios y todas las cosas del hombre y el mundo en su relación con Dios a través de Cristo y con la luz del Espíritu. Con Francisco de Vitoria sostengo que «el oficio y la función del teólogo son tan vastos que ningún argumento, ninguna discusión, ninguna materia son ajenos a su profesión»50. Hay que pensar en castellano, en portugués y en toda lengua los temas significativos buscando armonías o convergencias analógicas entre la teología y la filosofía. Esa tarea exige ejercitar la racionalidad propia de la teología en diálogo con otras formas de la razón teórica y práctica, en especial, las formas de la racionalidad filosófica, histórica, jurídica, antropológica y política51.

La teología es un intellectus fidei que se vuelve scientia fidei, un intellectus spei que deviene en prophetia spei, un intellectus amoris et misericordiae que se convierte en sapientia amoris. Por la circularidad de la vida teologal la teología es ciencia, sabiduría y profecía de una fe en cuanto inicio de la vida teologal, es decir, de la fe sostenida por la esperanza y vivificada por el amor. Procuramos una teología teologal en el doble sentido de la palabra: centrada en Dios y en la vida teologal, y ejercitado como ciencia de la fe, profecía de la esperanza, sabiduría del amor52.

En este horizonte tridimensional debemos articular diversos lenguajes teológicos. La teología clásica fue concebida como sabiduría por todos y como ciencia por algunos, si bien en su origen bíblico y en su renovación contemporánea también es configurada como profecía. Un célebre artículo de M.-D. Chenu mostraba, con el conocimiento limitado que él tenía de F. de Vitoria y B. de las Casas, que ambos ayudaron a la causa indiana y que en la Iglesia se complementan sabios y profetas53. La teología íbero-americana presente y futura necesita sabios profetas y profetas sabios.

La teología latinoamericana desarrollada en las últimas cinco décadas ha destacado como una teología profética. Ella ha asumido y recreado categorías como pueblo, sujeto, pobres, cultura, historia, liberación, praxis... En el siglo XX, surgieron distintas teologías de la acción54. Gustavo Gutiérrez planteó la teología de la liberación en el marco de las funciones clásicas de la teología como sabiduría y ciencia, y mostró la necesidad de hacer «la reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la palabra de Dios»55. Pensaba en la praxis que surge de «la fe que actúa por el amor» (Gál 5,6). Luego, en su estudio sobre Job, expuso dos lenguajes acerca de Dios –su justicia y su amor– que se enriquecen mutuamente. Los llamó «teología profética» y «teología contemplativa»56. Por su parte, Lucio Gera pensó el misterio en y desde la historia, y quiso superar fracturas heredadas entre la teología, la pastoral y la espiritualidad57. Desarrolló una teología clásica y conciliar, sistemática e histórica, científica y sapiencial, inculturada y pastoral, mística y profética58.

La teología profética piensa la relación entre la palabra de Dios y la historia para ayudar a los cristianos a estar «siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida razón (lógos) de su esperanza (elpís)» (1Pe 3,15). La conciencia histórica vive el pasado como espacio de experiencia y memoria, el presente como ámbito de iniciativa y acción, el futuro como horizonte de esperanza y proyecto. La teología profética debe testimoniar una spes contra spem; interpretar las esperanzas históricas, especialmente las de los pobres, que esperan en Dios y luchan por una vida digna; y ofrecer una interpretativa spei en Dios y el hombre unidos en Cristo. La teología actual, en la mejor tradición intelectual americana, debe ejercitar un pensar testimonial, argumentativo, dialogal y evangelizador, para dar razón de la esperanza en Dios-Amor (1Pe 3,15; 1Jn 4,8). En este punto la cuestión inicial lleva a un nuevo interrogante: ¿qué significa pensar, decir y escribir en nuestras lenguas una teología íbero-americana como una hermenéutica de la esperanza en Dios?

Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de toda América, sabiduría del corazón y corazón de la sabiduría, nos ayude a vivir y pensar juntos el Evangelio de la esperanza en y desde nuestra historia.

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