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Dónde encontramos a Dios hoy en América Latina

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Vamos a comenzar por lo que nos parece más masivo e inequívoco. Comenzaremos expresando por dónde pasa Dios, ya que solo en esas personas podremos encontrarlo, si tenemos las disposiciones adecuadas.

El Espíritu actúa victoriosamente en los pobres que viven por la obsesión de vivir. En ellos lo encontramos

La afirmación fundamental de la teología latinoamericana es que donde podemos decir con seguridad que actúa el Espíritu victoriosamente es en las mujeres y varones pobres que viven del conato agónico por la vida digna11, que viven del empeño por vivir, cuando nadan a contracorriente, carecen de piso firme y acecha la muerte. Si quienes no tienen elementos básicos para vivir, viven, es que lo hacen por obediencia al Espíritu de vida que les dota de fuerza y de direccionamiento vital. Es obediencia porque es dejarse habitar por ese impulso que viene desde más adentro que lo íntimo suyo, cuando no hay fuerzas ni motivación para seguir viviendo y como sentido de oportunidad y sentido práctico para aprovechar las ocasiones. Es obediencia al Espíritu porque así lo evidencian los frutos, porque logra lo mínimo que es lo más sagrado: la vida, no solo sobrevivir sino vivir humanamente. Eso, a pesar de desfallecimientos y pecados. Esta es la presencia de Dios más masiva, más eficaz y más obedecida.

Es también la más inequívoca, a pesar de todos los pecados. Expliquemos este punto. Una persona no pobre puede dejarse llevar por el Espíritu; pero como además tiene elementos para vivir y dotes y contactos para llevarlo a cabo ¿cómo saber que vive por la obediencia al impulso del Espíritu y no por esas ventajas que lo colocan en superioridad respecto de las mayorías populares? Ni a sí mismo puede demostrárselo, a pesar del testimonio de su conciencia. Pero esos pobres que no tienen cómo vivir (eso significa «ser pobre») y viven y viven humanamente, ¿cómo se explica que vivan y que lo hagan cualitativamente, sino por el Espíritu de vida, que los habilita para hacerlo?

Nosotros hemos descubierto como Buena Nueva que donde todo confluye a la muerte antes de tiempo y a la deshumanización, en medio de esas muertes que claman al cielo por enfermedades de pobres, por mengua o por la violencia, en medio de tantos que no pueden resistir esa presión y se elementarizan hasta convertirse seres entregados a sus pulsiones o dispuestos a arrebatar lo que anhelan hasta que los abatan a ellos, en ese mismo hábitat muchos seres humanos no se resignan ni a morir ni a vivir sin dignidad y, al tener que esforzarse en ese ambiente letal, en ese intento tan arduo, llegan a ser sujetos humanos plenos y personas extraordinariamente cualitativas. Es la constatación gozosa de lo que dice Pablo: que donde abunda el pecado sobreabunda la gracia (Rom 5,20).

Lo cualitativo de esa humanidad no estriba en el desarrollo eminente de aspectos específicos. Son plenamente humanos por el cultivo asiduo de lo humano frente a la inducción ambiental de lo inhumano, por la necesidad de la acción humanizadora continua para mantenerse en vida y para que la vida sea humana.

Esa acción incesante, decimos como Buena Nueva, es acción en obediencia al Espíritu, porque siendo lo más genuino de ellos, es rigurosamente trascendente, porque hablando globalmente los supera, los supera por inmanencia, pero los supera, y ellos son conscientes de ello, de que son sostenidos y alentados, de que les salen fuerzas de flaqueza, esperanza cuando no hay motivos para esperar, de que no saben cómo siguen, de que cuando dan lo que no tienen son ayudados.

Esto lo viven como la realización del umbral mínimo de lo humano, como la determinación de no perder ese mínimo, de ir haciendo lo que se siente que no se puede dejar de hacer; como el empeño de no perder la cotidianidad, aunque se vive a salto de mata, de ser fieles a lo que va demandando la vida, de vivirla con todo el cariño y el sabor posible, gozando como niños de las pequeñas alegrías, afrontando los trabajos excesivos y solemnizando también la muerte. A veces no se puede más y se cede; pero se vuelve sobre uno mismo y se sigue respondiendo a la vida con todo lo que se tiene y con más de lo que se puede.

A esto Sobrino lo llama «santidad primordial»12 y entiende por ella «ese anhelo de sobrevivir –y convivir unos con otros– en medio de grandes sufrimientos, los trabajos para logarlo con creatividad, dignidad, resistencia y fortaleza sin límites, desafiando inmensos obstáculos»13. Insiste en que, si nos hacemos cargo de ella, nos «debe producir respeto y veneración» y explica convincentemente por qué. Nosotros insistimos en la acción manifiesta del Espíritu en ellos o, mejor, a través de ellos como sujetos plenamente humanos, propiciando su humanización.

Pero es que además la mayoría de estos pobres dignos y creativos son personas de fe personalizada. Están convencidos de que viven de fe o, dicho de otro modo, de milagro. Saben que Dios está siempre con ellos como fundamento de sus vidas y principio de su obrar. Aunque a veces manifiestan también sus roces con Dios, sus dudas, sus desfallecimientos. Pero, aun en esas ocasiones, no interrumpen la relación con Él; por el contrario, la queja dolorida es pábulo para la relación, y al final siempre acaban reconociendo que, aunque ellos se alejen, Dios sigue sosteniéndolos.

La religión del pueblo en estas personas de fe se expresa en símbolos y ritos, porque son personas rastreadoras del actuar de Dios en la vida, pero se expresa sobre todo en la interlocución continua, respetuosa, pero también libre, con Dios. Por eso esta relación es en ellas principio de personalización. También pelean con Dios, como Job; pero a la larga se rinden a lo que captan como su voluntad. Dicho con sus palabras, se entregan a Dios.

Son estos los que Ellacuría llama «pobres con espíritu»14, que son no solo el corazón de la Iglesia, los testigos más fehacientes de Jesús resucitado y de la presencia del reinado de Dios, sino también los que más contribuyen a que este mundo siga siendo a pesar de todo vivible y humano. No hay mayor tesoro que tener a algunos de ellos como amigos e incluso como hermanos en la comunidad cristiana.

Como el Espíritu es el de Dios y el de Jesús, la fe en Dios y el seguimiento de Jesús contribuyen grandemente a discernir el impulso del Espíritu de otros epocales que pueden poseer gran intensidad emotiva y tienden a prevalecer sobre el impulso espiritual.

Nos preguntamos si lo que Gustavo Gutiérrez llamó «la fuerza histórica de los pobres»15 se refiere meramente a la irrupción histórica que tuvieron en su época o a esa obediencia primordial al Espíritu, a esa santidad primordial de la que hemos hablado y que sostiene ese surgimiento, lo direcciona y lo preserva hasta cierto punto de desviaciones. Para nosotros no hay que excluir lo primero, pero lo más básico es lo segundo.

Dios pasa por las personas consistentes que emplean su libertad liberada en vivir dignamente y sirviendo a los demás. Pasa también por los que ayudan a que se constituyan personas así. Nos encontramos con Dios conviviendo con esas personas 16

Si lo que se le opone más frontalmente a Dios en Nuestra América es el mercado totalitario, no habrá verdadera libertad ni justicia ni fraternidad, ni por tanto presencia victoriosa del Espíritu de Dios, hasta que la densidad de los seres humanos no sea mayor que la de las corporaciones globalizadas y los grandes inversores. Si esta meta es imposible y hasta el mero enunciado nos parece disparatado, tenemos que resignarnos a que ellos nos sigan dominando.

Pero no es imposible porque ya existen en Nuestra América esos seres humanos. El poder del mercado totalitario está en seducir con las mercancías e imponer la relación salarial y muchas medidas que toman los gobiernos. Más densidad que las corporaciones y los inversores significa libertad respecto de sus encantamientos y de sus imposiciones. Libertad porque ni les seducen los encantos de la publicidad ni les constriñe la imposición de sus reglas de juego, y para trabajar en la dirección de ir creando una alternativa superadora. La constitución de una masa crítica de seres humanos con esta densidad es la base, son los cimientos, de una mundialización alternativa en la que quepamos todos como hermanas y hermanos, como hijas e hijos de Dios.

La constitución de seres humanos así es el objetivo irrenunciable del cristianismo. Eso fue Jesús y por eso no pudieron quebrarlo, sino que en el suplicio llevó hasta el colmo su libertad liberada, de manera que el centurión que presidía el suplicio y no sabía nada de él, por la observación, primero curiosa, luego interesada, más tarde admirada y por fin sobrecogida de cómo vivió, no reactivamente sino dueño de sí y en respectividad positiva, la tortura, concluyó que tan humano, tan humano solo un hijo de Dios podía serlo. A eso mismo nos llama su seguimiento y al llamarnos nos da su mismo Espíritu que nos capacita.

Así pues, esta propuesta es insustituible para superar la situación de pecado, y hacer presente al Dios de la humanidad. Hay que reconocer que es lo más difícil, pero también es verdad que estos seres humanos realmente libres del totalitarismo del mercado llegan a una densidad humana que no hubiera sido posible de otro modo y que, en todo caso, es imprescindible en la actual coyuntura.

Estos seres humanos son los pobres con Espíritu de los que hablamos en el apartado anterior. Y por eso dijimos que por ellos pasa Dios y que en ellos lo encontramos. Pero no solo en ellos. Pasa en todos los solidarios, cuando no restringen la solidaridad a una causa más allá de su cotidianidad. Esas personas que viven para que sea posible la vida, para que triunfe la humanidad, para que haya justicia, se respeten los derechos humanos y se realice por fin la democracia, y lo viven desde su condición de seres de necesidades, y por eso dan de su pobreza, esas personas se dejan mover por el Espíritu Santo de la humanidad, por ellas pasa Dios salvando y encontrándonos con ellas, nos encontramos con Dios. Por eso también nos encontramos con Dios cuando nos dedicamos a esta tarea de constituirnos como personas consistentes y colaboramos con otras para que lleguen también a serlo.

Así pues, la base para superar el totalitarismo de mercado, para superar lo que se opone a Dios y lograr que el impulso de su Espíritu lleve la voz cantante en Nuestra América, lo que más urge trabajar en uno mismo y fomentar en los demás, es el adensamiento propio como ser humano: hacernos personas consistentes y ayudarnos mutuamente para que lleguemos a serlo, que ese es el significado literal de con-sistir. Vamos a subrayar los diversos aspectos que entraña esta tarea. Ante todo asumirnos como individuos y tratar a los demás como tales. Esa soledad del individuo consigo mismo es un dato que siempre hay que tomar en cuenta. Y, sin embargo, muchas personas temen quedarse solas y no pueden estar en silencio. Es un imperativo sagrado hacernos capaces de estar en soledad porque en este silencio es donde debemos escuchar la voz insobornable de la conciencia, a través de la que habla el mismo Dios (GS 16). Los seres humanos no somos productos en serie, sino que provenimos de la relación personalizada de Dios, que nos conoce por nuestro nombre y nos hace ser ese ser único que somos. Por eso cada uno contribuye al conjunto en la medida del don recibido.

Esto hoy no va de suyo, por eso hay que hacerse cargo del problema y emprender y ayudar a emprender el arduo proceso de la verdadera constitución del individuo como ser humano cabal con una interioridad insobornable, capaz, por tanto, de escucharse a sí mismo y a su conciencia, de escuchar a los demás y escuchar a Dios. ¿Cómo va a estar con los demás quien es incapaz de estar consigo mismo?

Ahora bien, ese individuo tiene que constituirse en un sujeto. No puede ser mero receptor de contenidos y pautas para que sea configurado por ellas, no puede ser mero ejecutor de lo programado por otros, ni consumidor de lo publicitado. Tiene que ser sujeto de su vida y del mundo, en cuanto de él depende. No solo sujeto agente, también sujeto como sensibilidad, como ser de necesidades, como ser vulnerable, pero también como carne abierta a los demás para expresarse y comunicarse y para unirse con los demás por la simpatía y la compasión. Constituirse como sujeto en este sentido radical exige una decisión tercamente mantenida frente al establecimiento que nos exige atenernos a las reglas de juego establecidas, si queremos ser exitosos17. Si no nos responsabilizamos de nosotros mismos, no podemos responder a Dios.

Pero, lo más decisivo es que este individuo que, desde su soledad irrenunciable, se asume como sujeto, entabla relaciones de fe18 con otros seres humanos, basadas no solo en lo que observa de los demás (relaciones de sujeto a objeto), sino en la autorrevelación de ellos (relaciones de sujeto a sujeto). Son estas relaciones las que nos constituyen como personas. El ser persona es lo más denso y decisivo para los seres humanos.

Cada uno es siempre persona en cuanto que Dios se relaciona personalmente con él; pero no acaba de serlo si no se abre a esta relación y le corresponde. Lo mismo cabe decir respecto de sus padres y otros adultos que se relacionan con él teniendo fe en él. En este sentido todos somos hijos del amor: han tenido fe en nosotros, nos han amado personalmente, antes de que nosotros comenzáramos a amar. Por eso el amor es, ante todo, responsable: respuesta a quienes nos han amado primero e incondicionalmente. Por eso personalizarse es amar a los demás como Dios nos ama a cada uno. Cuando obramos así, Dios pasa por nosotros y nos constituimos en lugar para encontrarse con Dios.

Hoy, ambientalmente, se desconocen las relaciones personalizadoras. Cada quien, se dice, es meramente un individuo. Las relaciones las entabla cada quien para lo que él quiere y mientras lo siga queriendo. No son constituyentes. Esta es la diferencia mayor respecto del orden establecido. Para nosotros el ser humano, partiendo de su incanjeable dimensión individual, es un sujeto que se realiza en las relaciones horizontales, mutuas y simbióticas, que son, paradigmáticamente, de hijos y de hermanos, de hijos confiados y responsables y de hermanos que conviven no descargándose en los demás y ayudándose a llevar solidariamente las cargas. El ejercicio denodado de estas relaciones es el que nos constituye y adensa, el que nos da consistencia humana. Es también obediencia primordial al impulso del Espíritu y por tanto encuentro inmediato con él.

Si somos capaces de constituirnos en seres humanos así y, por tanto, de ayudar a que otros se constituyan del mismo modo, lograremos vivir con libertad liberada y esta libertad nos capacitará no solo para no aprovecharnos de una situación de pecado, sino para vivir alternativamente y, desde esta vida alternativa, crear comunidades, grupos, asociaciones e instituciones alternativas. Este punto tiene que constituir hoy el aporte principal del cristianismo a América Latina. Un aporte que no vendrá para grandes números de ninguna otra fuente.

Hay que decir que este empeño por la constitución personal no es solo un proyecto, porque hoy existen personas así y no como excepción, sino formando con sus relaciones un tejido de fondo que vence a la situación de pecado y hace presente a Dios y es lugar de encuentro con Él. Volviendo a tomar el ejemplo de mi país, choca a los europeos o estadounidenses que nos visitan que, en medio de tantas privaciones que parecerían exigir vivir en agonía perpetua, es decir, en una lucha que no ceja entre la vida y la muerte y no ceja porque, si no, la persona muere, sin embargo el tono ambiental no es agobiante: se puede ver con frecuencia a unos dirigiéndose a otros coloquialmente y echando broma, o a mamás o papás o a abuelas cargando cariñosamente con sus hijos o caminando de la mano tranquilamente con ellos, o a jóvenes o adolescentes hablando animadamente; y en muchos trabajos el ambiente es distendido sin que eso implique menos dedicación. Y, sobre todo, que muchos viven esta lidia que no cesa en paz y plantándole cara airosamente.

Tenemos, pues, un capital de base; pero tenemos que seguir cultivándolo en nosotros y en otros con toda solicitud hasta que haya una masa crítica que no solo resista a la deshumanización que induce el orden establecido, que es una situación de pecado, más que en tiempos de Medellín, que la calificó de este modo19, sino que sea capaz de pergeñar una alternativa superadora y de encaminarse resueltamente hacia ella de manera que la presencia de Dios sea ambientalmente patente. Sin embargo, volvemos a repetir, en todos los ambientes, sobre todo en el pueblo y entre profesionales solidarios, se encuentran personas así y ellas dan testimonio de que se puede vencer al mal a fuerza de bien y constituirse en principio de alternativa superadora. En personas así nos encontramos con la presencia de Dios, que se define a sí mismo como el que da consistencia para superar la opresión y edificar una existencia alternativa (cf Éx 3,14).

Queremos insistir en que el modo más radical de lograr una consistencia superior a las corporaciones globalizadas es llegar a ser permanentemente un tú de Dios. Y esto no se logra abstrayéndose de la realidad para estar a solas con Él, ni dedicándose a ejercicios que desemboquen en esa presencia. La fe, la esperanza y el amor se realizan en la vida, cuando se la vive sin privilegios ni cortapisas, cuando se hace frente a la realidad desarmadamente, desde lo más genuino de uno. Dios nos sale al paso para ser nuestro compañero fiel («Diosito nos acompaña siempre») cuando no nos plegamos a la dirección dominante de esta figura histórica, cuando no estamos amparados en privilegios ni confiamos en el dinero, o en nuestra capacitación o en una institución prestigiosa a la que nos enfeudamos, ni cuando, al carecer de todo esto, nos resignamos a la derrota. Cuando desde nuestro desvalimiento proactivo nos abrimos a Él, a la situación y a las hermanas y hermanos, Dios se convierte en nuestro tú. El diálogo no es tanto frente a frente sino codo a codo. Se trata de vivir la vida con Él como el compañero de camino, que no nos ahorra nada, pero que con su interlocución constante nos sostiene y nos da motivación y fuerza para caminar en la verdad, en la justicia y en la solidaridad. En esa relación uno llega a ser un yo genuino y abierto siempre desde su insobornable soledad; llega a ser verdadero sujeto, no un sujeto mediatizado por los dictados del orden establecido ni esclavo de su pasión dominante, y se constituye en persona en el sentido más denso y cabal del término, tiene su paradigma en la Trinidad, cuyas personas se definen como «relaciones subsistentes»20.

Cultivar esmeradamente la polifonía de la vida sin dispersión, porque la relación filial y fraterna llevan la voz cantante, hace presente a Dios

Actualmente en las sociedades más modernizadas de nuestra región domina el paradigma de Babel: una sociedad fuertemente piramidal (América Latina es la región más desigual del planeta) en la que multitud de hormigas trabajan disciplinadamente en un horizonte de homogeneidad impuesta (la cultura de masas que las corporaciones fabrican para ellas y que se reduce a incansables variaciones de lo mismo) y unidimensionalizado, ya que todo se engloba en el círculo de producción-consumo. La gran disciplina, a la que se refería Hegel hablando de Roma21, se da en el trabajo y también en el consumo, ya que hay que someterse a las condiciones del empleador y abstenerse de casi todo para poder pagar en muchísimos años un apartamentico y comprar, tras muchos años, un minicarro y darse de vez en cuando algún respiro o, para otros, para mantenerse en una mínima normalidad, aunque sea en el último escalón del establecimiento, pero con la satisfacción de que, al menos, se está dentro.

Frente a este paradigma el cristianismo propone una cotidianidad en la que se cultive la polifonía de la vida, pero sin dispersión, de manera que la relación filial y fraterna lleve la voz cantante22, con una gran autoexigencia que incluya los bienes civilizatorios y culturales del Occidente mundializado, pero los bienes, no la basura. Vamos a explicarlo.

Si nos definimos por las relaciones de hijos y hermanos no podemos atenernos al circuito producción-consumo ni nuestra meta puede consistir en estar dentro y subir cuanto se pueda. Ante todo, porque en este circuito no caben esas relaciones. Las relaciones que fundan este circuito son las relaciones mercantiles y la satisfacción de las apetencias, más que de las necesidades. A esto se atienen los configurados por él. Si son cristianos, la filiación y fraternidad son cosa del tiempo libre. Esto lo tenemos que tener muy claro. Por ejemplo, si soy profesor de Teología o decano de esa facultad y mi aspiración es subir en el ranking o que la facultad suba, lo que escribamos se reduce a la condición de medio y sea lo que sea de su exactitud formal, pierde su densidad real. Lo mismo podemos decir de cualquier otra realización profesional. Lo mismo que si aspiramos a ganar lo suficiente para vivir conforme a lo que creemos merece nuestro estatus e incluso a darnos algunos gustos.

Ahora bien, esto no equivale a no aceptar un empleo o no consumir nada. Significa vivir desde otra lógica. Por ejemplo, si soy profesor de Teología cristiana, tengo que reservar un tiempo denso al contacto con pobres con espíritu, si creo que Dios les ha revelado los misterios del Reino, que les ha ocultado a los especialistas23. Desde el interés medular en iniciarse en estos misterios (el Reinado consiste precisamente en el ejercicio, en Jesús de Nazaret, de las relaciones de hijos y hermanos) en el seno de la Iglesia y encarnado en la situación, viene la selección de los temas y el modo de tratarlos. Ahora bien, si realmente me interesan, los trataré con la mayor asiduidad posible, de modo analítico, de manera que se perciba su realidad y su pertinencia. Si eso se aprecia en la academia, mejor que mejor; pero no puede hacerse en función de la academia. Más bien, habrá que hacer todo lo posible porque la academia acepte definirse por su condición de cristiana con todas sus consecuencias. Lo mismo podemos decir de cualquier otro trabajo. Habrá que elegir un trabajo compatible con esa condición fraterno-filial (siempre se puede encontrar alguno; recuérdese que la dirección dominante no totaliza la situación) y realizarlo desde esa lógica, lo que conlleva tratar de hacerlo con la mayor excelencia posible.

Lo mismo podemos decir respecto del consumo. Desde esas relaciones queda eliminada la compulsión a estar en la onda y a consumir como un modo de sentirse vivo y con relevancia. Más aún, tendencialmente no se necesitará nada, más allá de lo necesario para mantenerse vivo y saludable. Esto liberará energías y recursos para dedicarlos a otras dimensiones. Ya hemos hablado de la soledad y el silencio. Ahí aflorará nuestra verdad y podremos trabajarnos y hacernos más verdaderos. También se ejercitará la oración al Padre materno y la lectura discipular del evangelio y el discernimiento para seguir el impulso del Espíritu. Pero también habrá tiempo y energías para la convivialidad, para conversar y compartir; para contemplar la naturaleza y caminar por ella y por la ciudad; y para el deporte y el juego; y para la fiesta que celebra logros y efemérides y, más al fondo, la vida como don recibido, gustado y compartido. Y no faltará tampoco para participar en comunidades, grupos, organizaciones e instituciones que vehiculen algunos aspectos medulares de esa vida filial y fraterna.

Si Dios es el Dios de la vida y de la vida humana, y el Hijo de Dios humanado nos supera infinitamente en humanidad y nos atrae a ser humanos con el peso infinito de su humanidad, y no fue un asceta, atado a sus ejercicios, ni un maestro atado a la ley, ni un sacerdote atado al culto, ni un militante y menos aún un liberado del trabajo, que vive en la organización para realizar esforzadamente la causa, sino que fue una persona del pueblo, que vivió en la vida, en la cotidianidad, en los espacios públicos, sin agendas ni proyectos protocolizados, en un intercambio libre y sin alcabalas con todos; que convivía, que gustaba de la naturaleza, que aceptaba las invitaciones, que no necesitaba nada, pero que aceptaba lo que le daban y daba de sí sin reservas. Si este es el modo de proceder del Hijo de Dios que es el paradigma absoluto de humanidad y por eso su parámetro24, desechar la polifonía de la vida para concentrarse en una sola dimensión, la que propone el mercado totalitario u otra pretendidamente alternativa, no humaniza, no supera lo que se opone a Dios, y por tanto no lo hace presente. A Dios lo encontramos en la vida cuando se vive abiertamente, haciendo justicia a todas sus dimensiones y ejercitando todos sus registros; aunque no dispersándose sino viviéndolo todo como hijos de Dios y hermanos de todos.

Ahora bien, como la dirección dominante desconoce estas relaciones, es decir, como vamos a contracorriente y en el fondo trabajamos por construir otro orden donde habite la justicia y la interacción simbiótica y por eso quepamos todos mancomunadamente, el esfuerzo tiene que ser mucho mayor que si solo aspiramos a subir o al menos a mantenernos en él. Por eso esa gran disciplina tiene que ser una dimensión autoimpuesta; pero no ya voluntarista ni, como lo contemplaba Hegel, negadora de nuestra subjetualidad, sino que tienen que actuar, por el contrario, todos nuestros resortes desde lo más genuino que tenemos y somos y apoyándonos unos a otros, y por eso es un dinamismo incesante, pero en paz y por eso distendido, ya que se hace con gusto. Esto ha de ser puesto de relieve sin ocultar la dificultad inmensa y por tanto la autoexigencia que entraña esa gran marcha personalizadora en la que estamos.

Esto es importante recalcarlo porque una nota común a todos los populismos, que son alternativas baratas y por eso no superadoras de este orden injusto, es la dejación de la responsabilidad, el facilismo, el entregarse al líder y la causa, y esperar todo de ellos como por arte de magia.

¿Qué decir de este punto de entregarnos a la polifonía de la vida? En primer lugar, que las personas religiosas y los estudiosos de la religión y la antropología religiosa tendrán dificultades para reconocer que este modo de vida supera lo que se opone a Dios, tanto en el mundo globalizado como particularmente en Nuestra América, y lo hace presente y por tanto participar de esta vida es un modo de encontrarse con Él. Es que no se tiene en cuenta que el cristianismo, aunque en todo caso tiene una dimensión religiosa, de suyo no es una religión, aunque por inculturación a la cultura neolítica y, no menos por aculturación a ella, recortando aspectos medulares, ha adquirido históricamente la forma de una religión. No se puede perder de vista que Jesús fue condenado por los representantes oficiales de la religión judía, y que era cierto que nunca aparece participando personalmente en ningún acto de culto, ni cumpliendo aspectos específicos del código legal que se atribuía a Moisés. Es cierto también que en todo lo que nos propuso para encontrarnos con Dios el templo no ocupaba ningún lugar, así como tampoco la ley de pureza que tendencialmente cubría todas las facetas de la vida. Jesús llevó a cabo su misión en la vida. En ella sintió la gente que mediante sus palabras y sus obras e incluso su presencia, Dios estaba visitando a su pueblo (Lc 7,16). Ya hemos insistido en que Jesús vivió la vida en todas sus facetas y la convivió como Hermano desde su condición de Hijo. También nosotros tenemos que trasparentar a Dios en nuestra vida, vivida en la pluriformidad de la realidad. De este modo superaremos también la unidimensionalización del circuito producción-consumo que nos propone e impone el orden establecido como el único modo estimable de vivir.

¿Cabe cobrar esperanza por lo que hemos conseguido en ese modo pluriforme de vivir? Lo característico de la cultura de barrio es la convivialidad. Van aumentando los trabajos sociales en los que la relación horizontal y mutua, humanizadora, da la pauta. Los que viven con consistencia humana, entre ellos, sobre todo, los pobres con Espíritu, sí son capaces de vivir la polifonía de la vida y de hecho la viven. Este modo de vida está bastante diseminado en Nuestra América hasta dar el tono a muchos ambientes.

Pero la sociedad de consumo ha deteriorado el cultivo de la polifonía de la vida. No pocos se matan a trabajar para consumir, con lo que desechan la primacía de las relaciones. En otros el problema es la necesidad de vivir casi solo para trabajar, por lo cuesta arriba que se lo pone el mercado totalitario; aunque bastantes de estos sí son capaces de buscar tiempo para convivir e incluso celebrar, ya que eso les da vida. Por eso hay que afirmar que sí existe base para la superación de esta unidimensionalización tan empobrecedora. Debemos cultivarla y estimular a otros para que entren por ese camino. En este empeño hacemos presente a Dios y otros se pueden encontrar con Él.

Organizaciones de vida buena y solidaridad, que cultivan la dimensión política sin politizarse, ayudan a superar lo que se opone a Dios y lo hacen presente, porque la caridad

Desde el trabajo por la personalización y el cultivo de la polifonía de la vida, hay que constituir una red de organizaciones de vida buena y solidaridad, que no busquen salvarse de la masa, sino permearla no militantemente25. Estas organizaciones pueden contrarrestar la presión del capital sobre los gobiernos; son capaces de crear una opinión pública alternativa, que ponga al descubierto la realidad violentada y señale pistas para que dé de sí superadoramente, y son el caldo de cultivo en el que muchos ciudadanos pueden ejercitar y adensar su consistencia personal al emplearla en el fomento de la vida buena, en vez de darse la buena vida. Esta labor de solidaridad es obediencia al impulso del Espíritu y por eso, al entregarse a ella, estas personas se encuentran con Dios y son un lugar donde otros pueden encontrarse con Él.

Esta dirección es la que se expresa en la enseñanza social de la Iglesia con el nombre de «subsidiariedad»: lo que pueden conseguir los sujetos asociados no debe realizarlo el Estado, porque imaginarlo, actuarlo y gerenciarlo constituye un ejercicio de creatividad y de convivialidad y cooperación: de amor del bueno. Hay que insistir porque una tendencia de las izquierdas es copar estas organizaciones con lo que son privadas de su subjetualidad y por tanto de su carácter crítico26. No habrá posibilidad de superar la cautividad de los gobiernos respecto del gran capital ni, en el otro polo, de la tendencia a la estatización de los gobiernos de izquierda, si no existe una red tupida de estas organizaciones y no conservan su carácter deliberante y de base.

Así como creemos que sí existe una base de personas densas con libertad liberada que viven agónicamente, aunque en paz, la polifonía de la vida, no creemos que exista una masa crítica de esas organizaciones, aunque en este siglo ha habido un incremento de ellas y las que existen, por ejemplo, de derechos humanos y muchas otras –por ejemplo, las indígenas y las de defensa de las aguas, las tierras y la misma existencia de las comunidades, en grave peligro de envenenamiento, degradación y disolución por causa de las empresas mineras, irresponsablemente habilitadas por los gobiernos–, hacen ver la fecundidad de la propuesta y son fuente de esperanza.

Estas organizaciones se oponen al totalitarismo del mercado y a su lógica, que es lo que se opone radicalmente a Dios en el mundo y en nuestra región. Pero para una mirada convencional no aparece claro cómo en ellas se hace presente Dios, si se mantienen superando la militancia y el doctrinarismo, la lucha interna por el poder y el dirigismo, y si están abiertas al grupo humano más amplio en el que se incardinan y entablando con los adversarios del establecimiento injusto una contienda justa.

No son organizaciones religiosas, ¿cómo se hace presente Dios en ellas? Ya hemos insistido en que Jesús fue una persona religiosa, pero hizo presente a Dios en la vida, instaurando la reciprocidad de dones como modo primario de relación y de personalización. Encontró su propio bien haciendo el bien a los demás, sin sustituirlos sino activando sus mejores energías. Por eso provocó un movimiento de reunión. Lo que vivió fue manifestación de amor. Esto es lo que intentan estos grupos, organizaciones y movimientos, cuando se mantienen en los parámetros antedichos.

Por eso la Enseñanza Social de la Iglesia sostiene que una manifestación eximia de la caridad es la caridad social. La razón es que el bien cuanto más universal es más divino27. Ese amor es el que recibimos incesantemente y el que actuamos cuando damos de nosotros mismos, aunque no hagamos explícitamente estos análisis. Por eso, buscando la vida buena conjuntamente actuamos el amor, en definitiva el amor en que Dios consiste, del que participamos, y por eso hacemos presente a Dios, y por eso de ese modo, digamos atemático, podemos encontrarnos con la sustancia de Dios.

Una política realmente democrática es indispensable para superar el totalitarismo de mercado que es lo que se opone frontalmente a Dios en el mundo y en nuestra región

Dios quiere que la política no siga siendo expresión del poder despótico del capital sobre los ciudadanos, sino de la gestión de los ciudadanos en pro del bien común, que no sacrifique el de cada componente de la nación, pero que los concilie en torno al bien común, en el que están resguardados los bienes privados legítimos.

Pero la política no es absoluta; vale tanto cuanto exprese en la práctica los mínimos de buena vida pactados por los ciudadanos y expresados en la Constitución: la seguridad de los ciudadanos y sus propiedades; la posibilidad real de medios de vida para todos; servicios de educación y salud, en gran medida gratuitos y a la altura del tiempo; un sistema de tributación en gran parte directo, tanto a las ganancias como al patrimonio28, y no casi todos indirectos, como viene sucediendo; el salario congruo y regulado por la ley, la participación de la empresa en la seguridad social de los trabajadores, que incluye el seguro de enfermedad y la jubilación; la división efectiva de poderes, la independencia del poder judicial respeto del ejecutivo y de los poderes fácticos; la competencia y probidad de los funcionarios del Estado y su independencia respeto del gobierno; la trasparencia de la gestión y la responsabilidad ante los ciudadanos.

Estos mínimos no solo no se dan en Nuestra América, sino que son vistos como máximos imposibles. Pero sin estos mínimos lo que se da, en palabras de Medellín es «violencia institucionalizada»29 y al rechazar así el don de la paz, que es el don mesiánico por excelencia, se rechaza a Dios mismo30, que es lo que sucede en la mayoría de los países de la región. Por eso decimos que esta es una situación de pecado. Por eso para hacer presente a Dios hay que procurar estos mínimos que solo políticamente se pueden lograr. De ahí la trascendencia de la política.

Estos mínimos que tiene que realizar la política hasta lograr que se conviertan en un Estado dinámico de derecho, elegido y querido por la mayoría y actuado tendencialmente por todos los ciudadanos, son tan decisivos y se necesita tanta determinación y arte para ir llegando progresivamente a ellos, se requiere un gasto tan continuo y exorbitante de energías, que no es posible llevarlo a cabo sin una obediencia habitual el Espíritu, que da energías y dirección vital.

Todo esto entraña un modo distinto de hacer política y un tipo radicalmente distinto de políticos. Una política, ejercida vocacionalmente como servicio al bien común por una persona que sabe que está en juego la humanidad de sus conciudadanos y su propia humanidad. Por eso ejerce la política con responsabilidad. Pero además, como no está solo como un gerente que atiende obras y administra recursos, sino que está con los demás, estas relaciones ayudan a no caer en la tentación, cosa mucho más factible cuando la relación predominante es con planes y proyectos y gente que los gestiona abstrayendo su condición personal.

Insistimos en que en lo dicho se juega el mínimo, que es la vida de todos los latinoamericanos, el don sagrado de Dios, y al procurarla sin exclusiones desde el privilegio de los pobres, se logra también la calidad humana de esa vida y la convivencia fraterna y consiguientemente la desaparición del imperio del ídolo que es el dinero, que causa víctimas e impide la vida filial y fraterna. Así hacemos presente al Dios de Jesús. Queremos subrayar que lo que hemos dicho, que no aparece como temáticamente religioso, sí asume lo más medular del cristianismo, por lo que la mejor manera de asumirlo a fondo es cultivar a fondo el cristianismo.

Insistimos que lo dicho no es solo nuestro proyecto, sino antes que eso la proclamación gozosa de que ya existe y que lo que existe vehicula nuestra esperanza y motoriza nuestro empeño y nos hace ver que no es un espejismo y ni siquiera una utopía sino una realidad en ciernes que tenemos que hacer nuestra y cultivar gozosamente y expandir como Buena Nueva.

Nuevos signos de los tiempos

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