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4. El desafío de hacer teología en castellano o español

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En el mundo íbero-americano las lenguas nos vinculan. Íbero-américa comparte valores culturales que tienen su raíz profunda en la fe cristiana y se expresan en diversas lenguas41. El desafío de intensificar el intercambio incumbe a los pueblos, las Iglesias y la Iglesia católica en especial, la más numerosa en América y en Europa. La fe, pensada y expresada en castellano y en portugués, pertenece a nuestra honda tradición cultural; fortalece la amistad en la fraternidad; amplía y purifica la razón, en particular la razón política; brinda valores que enriquecen la ética social; es una fuente mediata de una legislación humanista; se perfecciona en la caridad que une. La fe puede seguir inspirando las culturas con su «plus» de humanidad en una sociedad plural.

En el mundo iberoamericano hay diversas lenguas. Me limito a señalar la historia, la vigencia y la proyección del castellano. Para Andrés Bello la lengua fue el medio providencial de comunicación fraterna entre las naciones de los dos continentes. El paso del castellano a América le aseguró su destino universal, como ya se advierte en la obra del inca Garcilaso de la Vega, mestizo cusqueño (1539-1616), autor de los Comentarios reales de los incas (y su segunda parte, La Historia general del Perú). Él reivindicó su doble condición de inca y español, combinó la crónica con la ficción y escribió en castellano desde la Córdoba andaluza. Desde entonces esa lengua se volvió americana, como reconoció Pablo Neruda en sus memorias. Expresando el drama constituyente, dijo:

Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos [...]. Por donde pasaba quedaba tierra arrasada. Pero a los bárbaros se les caían [...] como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedan aquí resplandecientes [...] el idioma. Salimos perdiendo [...]. Salimos ganando [...]. Se llevaron el oro y nos dejaron el oro [...]. Se lo llevaron todo y nos dejaron todo [...]. Nos dejaron las palabras42.

El castellano es una de las lenguas más cohesionadas del mundo, abarca la unidad plural de todas sus formas locales y tiene una enorme expresividad para traducir el misterio. Para Carlos Fuentes, «no hay lengua más constante y más vocal: escribimos como decimos y decimos como escribimos»43. Nuestra lengua manifiesta su valor poético y místico desde Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Luis de León, Calderón de la Barca, Lope de Vega y Tirso de Molina.

En América Latina nos separan las distancias, pero nos une la lengua: «Si algo debemos celebrar en 2010 es la unidad inicial, esencial, que el castellano nos procura [...]. Solo el castellano nos reúne a todos nosotros, los latinoamericanos»44. América Latina es plurilingüística. Hay lenguas de muchas etnias que deben ser protegidas por respeto a sus culturas. Pero el castellano tiene la capacidad de reunir a muchos. La mayoría de los miembros de pueblos originarios son bilingües por hablar español o portugués. Dos latinoamericanos de distintas etnias pueden comunicarse en castellano.

Después del inglés, el castellano es el segundo idioma en la comunicación internacional por su número de hablantes, su peso cultural específico y la demanda de aprendizaje. Tuvo el mayor crecimiento en el siglo XX y no se limita a una sola región45. Es la segunda lengua del mundo por el número de personas que la hablan como lengua materna, después del chino mandarín. Tiene 427 millones de hablantes nativos. Alcanza los 567 millones con los hablantes con competencia limitada en los cinco continentes, de modo que es la tercera lengua del mundo por el total de hablantes, después del mandarín y el inglés. En Estados Unidos, los hispanos son un 17% de la población y, según los datos a mano, casi un 20% de la población habla castellano. Este es el segundo idioma en Occidente y el primero hablado en el catolicismo. Francisco es el primer papa cuya lengua materna es el castellano. Lo habla con la tonada argentina propia de la ciudad de Buenos Aires. El portugués ocupa el octavo lugar entre las lenguas vivas con más de 200 millones de lusohablantes.

El castellano y el portugués no son las únicas lenguas derivadas del romance, pero tienen la mayor cantidad de hablantes. Ellas son factores de integración porque españoles y portugueses, e hispanoamericanos y brasileños, nos entendemos en la lengua de nuestros vecinos y muchos tienden al bilingüismo. Los latinoamericanos podemos entendernos en español, portugués o portuñol. El 90% de los hispanohablantes vivimos en América y nuestra lengua sigue un itinerario de inculturación en cada país. Un 95% de los lusohablantes viven en el Brasil. Ambas lenguas nos seguirán vinculando e incluso algunos anuncian un reencuentro entre el castellano y el portugués.

Hacer teología «desde una experiencia particular» (LC 70) incluye la particularidad de cada idioma. La Iglesia está llamada a alabar a Dios y proclamar el Evangelio a todos los hombres para que cada uno (lo oiga y anuncie) en su propia lengua (He 2,6) y, así, toda lengua proclame que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,11). El Espíritu mueve a creer, rezar, pensar y predicar en su propia lengua. En la comunidad pentecostal todos quedaron llenos del Espíritu Santo y hablaron en sus lenguas «según el Espíritu les permitía expresarse» (He 2,4). Eran las lenguas de pueblos interiores y exteriores al Imperio romano (He 2, 9-11), que representaban a «todas las naciones del mundo» (v. 5). Esa multitud multicultural y plurilingüística se asombró al escuchar las maravillas de Dios «cada uno en su propia lengua» (vv. 6.8.11). Entonces comenzó a cumplirse la misión dada por Jesús de ir «a todos los pueblos» (Mt 28,19), «a todas las naciones» (Lc 24,47). «La lección es clara: la Iglesia vuelve a confirmar todas las lenguas de los hombres»46.

La palabra «lengua» se entiende no solo en un sentido semántico y literario, sino con un significado antropológico y cultural. La lengua es la primera expresión de la cultura de un pueblo. El misterio del Pentecostés permanente mueve a insertar y reexpresar el kerigma de la sabiduría cristiana en las culturas para que el pueblo escatológico de Dios se realice en «toda lengua, raza, pueblo y nación» (Ap 7,9), acogiendo a los que «vienen del este y el oeste, del norte y el sur» (Mt 8,11).

Quiero destacar el valor de la lengua para pensar la fe de una forma inculturada, recordando que, hasta el Vaticano II, la teología y la liturgia se decían en latín. El Concilio impulsó el uso de la lengua vernácula en la liturgia, lo que también se extendió a la teología. En la actualidad nuestra lengua es relevante para la vida y la fe de cientos de millones de católicos. Podemos y debemos trabajar juntos para que sea más significativa en la teología. Durante décadas en la Comisión Teológica Internacional no se habló en castellano. Hoy hablamos en cinco idiomas y, por primera vez, los presidentes de las tres subcomisiones son de lengua española. Así como el francés y el alemán marcaron la teología del siglo XX, es posible que en este siglo XXI se consolide una teología en español y portugués. Tradicionalmente se traducen obras de otras lenguas al castellano. Hoy, además, se traducen a otros idiomas libros y artículos de españoles y latinoamericanos de varias generaciones. Y se da un intercambio editorial de obras producidas en distintos continentes.

Entonces nuestra quaestio se puede reformular así: ¿qué significa pensar, decir y escribir teología en la unidad plural de nuestra lengua castellana –y en portugués–, cada uno con su propio acento, deje o tonada, desde ambos lados del Atlántico, recreando nuestra tradición iberoamericana y procurando una mayor colaboración institucional, en la viva comunión de la catholica y ante los nuevos signos de los tiempos, como la interculturalidad global y la cultura del descarte? Contamos con el testimonio de muchas figuras señeras de la teología posconciliar en España y en América. Destaco solo dos autores, muy distintos, que hacen teología en castellano y crean lenguajes teológicos.

Gustavo Gutiérrez representa la teología de la liberación. Con el tiempo, varias de sus posiciones se convirtieron en patrimonio común de la teología y del magisterio. Gutiérrez enriquece la teología en lengua castellana con su dejo peruano, bebiendo en su propio pozo, tanto por la originalidad de su pensamiento como por la riqueza de su lenguaje, lo que le valió el honor de ser incorporado en 1996 en la Academia Peruana de la Lengua. Señalo la belleza de su prosa, el empleo exquisito del vocabulario español actual y antiguo, su uso vivaz del habla popular, la creación de frases significativas –el Dios de la Vida, el reverso de la historia–, la inagotable capacidad de sus metáforas, la asunción de textos poéticos y místicos, el diálogo con los grandes escritores peruanos César Vallejo y José María Arguedas. En su texto de ingreso en la Academia, Lenguaje teológico: plenitud de silencio, reflexionó sobre la lengua desde Dante Alighieri y Antonio de Nebrija hasta la propuesta de decir a Dios en el lenguaje de la fe universal en cada cultura particular.

«No hay teología que no tenga su dejo propio para hablar de Dios. Un sabor, un gusto especial, que es lo que la palabra “dejo” significa también. Las diferencias en ese hablar deben ser respetadas. La tensión entre la particularidad y la universalidad es de una gran fecundidad para el lenguaje teológico»47.

Olegario González de Cardenal escribe teología aprovechando las riquezas del idioma de Castilla. Simboliza en el árbol de la encina la fidelidad creadora en tiempos difíciles; dice a Cristo desde las dos laderas de la montaña con voces de teólogos y de poetas; crea expresiones teológicas –«la entraña del cristianismo»– desde la tradición bíblica y castellana. En 2010, al ser declarado ciudadano ilustre de Salamanca, repensó el diálogo entre la teología y la ciudadanía. Analizó tres figuras de Salamanca que contribuyeron a desarrollar el castellano como una lengua teológica, filosófica, jurídica, poética y mística: Francisco de Vitoria, Luis de León y Miguel de Unamuno. Un poco antes, resumió un rasgo de su talante enfatizando el pensar desde su «lugar propio»:

Crecido en medio de cuatro (situaciones existenciales) y sabiéndome deudor de ellas, he intentado pensar desde mi lugar propio, nutriéndome además de las figuras matrices de la cultura hispánica, desde los místicos [...] hasta los mismos filósofos [...]. Y lo he hecho fijando la mirada en la conciencia española del último medio siglo48.

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