Читать книгу Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl - Страница 10

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Aquel no era el tipo de mujer con el que solía salir Jamie. Tessa lo había señalado en cuanto Olivia se había ido, pero Jamie la había ignorado. Después de haber pasado un año sin salir con nadie, ya no sabía cuál era su tipo. Y acababa de pulsar el botón de reiniciar.

Le dirigió a Olivia una mirada furtiva. Ella fijaba la mirada en el parabrisas como si estuviera conduciendo. Estaba distinta aquella noche, pero no menos tensa. Había vuelto a quitarse las gafas y le brillaban los labios. En vez de un vestido discreto, se había puesto un vestido negro. No demasiado corto, ni con mucho escote, como a él le habría gustado, pero el vestido se pegaba a su cuerpo como unas manos acariciantes.

Y olía bien. Aquel olor evocaba el frescor de una noche de verano. El de las flores refrescándose en la oscuridad.

Era agradable.

Jamie se había propuesto mantenerse alejado de las mujeres durante una temporada, pero había hecho una excepción con Olivia. Era distinta. Tranquila, madura. Responsable e inteligente. A lo mejor era buena para él. Un paso positivo en el camino que estaba emprendiendo. Desde luego, a Tessa la había sorprendido.

Todavía no se podía creer que Olivia hubiera ido a la cervecería. ¡Había sido ella la que le había pedido salir! Su rechazo inicial había sido firme. A Jamie no le había dolido. Al fin y al cabo, le había pedido una cita sabiendo que las posibilidades de que aceptara eran remotas. Pero debía haberle causado un gran impacto. Sonrió al pensar que había conseguido hacerla pensar en él.

–Tuerce a la derecha –le indicó Olivia, señalando una casa enorme situada entre los acantilados y los pinos.

La ciudad de Boulder se veía a unos ciento cincuenta metros bajo sus pies.

–Tienes amigos en las altas esferas.

–Esta no es una fiesta de amigos. Son solo colegas de trabajo.

Jamie condujo la camioneta hasta un estrecho arcén y la dejó junto a otra docena de coches.

–¿No tienes amigos en el trabajo?

–Algunos. Gwen, por ejemplo. Pero ella no estará en la fiesta. Vendrán profesores de la facultad y sus parejas. O sus citas –le dirigió una mirada que Jamie no supo cómo interpretar–. Estoy segura de que no va a ser tan divertida como las fiestas a las que vas tú.

–¿Te refieres a los botellones que organizo cada semana en el sótano de mi casa?

–Eh, sí, supongo.

–Era una broma, Olivia. Hace años que los botellones comenzaron a formar parte del pasado.

–¿Del pasado? –preguntó, recorriéndole con la mirada–. No creo que sea cronológicamente posible.

Parecía considerarse mucho más vieja que él, algo que a Jamie le resultaba curioso. Al fin y al cabo, solo tenía treinta y cinco años, y aparentaba unos treinta. Jamie salió de la camioneta y la rodeó para abrirle la puerta.

–Ten cuidado. Hay muchas piedras.

Olivia posó un pie enfundado en un zapato de tacón negro en el suelo y a Jamie se le hizo la boca agua. Estaba tan atractiva con los tacones como había imaginado. ¡Dios! Le encantaban los tacones.

–Gracias –musitó Olivia.

Jamie se obligó a alzar la mirada. Le tomó la mano y se la sostuvo con fuerza mientras ella se tambaleaba sobre los tacones. La oyó soltar una exclamación de sorpresa antes de inclinarse hacia él cuando uno de los pies se le salió del zapato.

–Creo que se ha quedado atascado el tacón entre las piedras.

–Apóyate en mí.

Se inclinó y Olivia posó la mano en su espalda para apoyarse. Jamie tiró del zapato para sacarlo de entre las piedras y sacudió el polvo del tacón. Después, le rodeó el pie con la mano. Tenía la piel muy suave y retorció el pie cuando Jamie deslizó el pulgar por su empeine. Le puso el zapato y trepó por su tobillo, envolviendo con los dedos los delicados huesos de la articulación.

–No te has hecho daño en el tobillo, ¿verdad?

–No –susurró ella en respuesta.

Jamie le bajó el pie, pero continuó sujetándole el tobillo como si necesitara algún tipo de apoyo.

–¿Estás segura? –continuó avanzando con la mano hasta abrir los dedos sobre la pantorrilla.

–Estoy segura –Olivia se aclaró la garganta como si hubiera sido consciente de lo ronca que había sonado su voz–. Gracias.

–Entonces, vamos a entrar.

Jamie le ofreció el brazo para subir por el camino de la entrada y ella lo aceptó con una sonrisa de agradecimiento.

–No tenemos que quedarnos mucho tiempo. Solo tengo que hacer acto de presencia –le aseguró.

–Estoy seguro de que será divertido.

–Me temo que te equivocas.

–¿Hay alguien de quien tenga que tener especial cuidado?

Olivia se tambaleó y él tuvo que agarrarla.

–¿Qué quieres decir? –le preguntó.

–Recuérdame que venga a recogerte a la puerta cuando nos vayamos. Con tacones este camino no es nada seguro.

–De acuerdo. Por lo menos, no lo es para mí cuando llevo tacones.

Contestó con una risa tímida y nerviosa, algo que a Jamie le resultó muy atractivo en una mujer como ella.

–A lo que me refería es a que he oído decir que estas reuniones entre profesores universitarios pueden ser tensas. Quién es profesor numerario, quién no. Alguien ha conseguido una beca que pensaba recibir otro. He oído montones de conversaciones de ese tipo en el bar. ¿Hay alguien a quien tenga que hacer la pelota?

–¡Ah! Te refieres a eso. No, no tengo ningún enemigo por culpa de los presupuestos. Ni tensiones por llegar a ser profesora numeraria. Soy una simple instructora.

–¿Eso qué significa?

–No soy doctora y no me dedico a la investigación. Enseño y eso es todo.

Mantenía un tono neutral y no parecía avergonzarse de ello. Se estaba limitando a exponer los hechos.

–Eso suena mejor, de verdad.

Olivia le sonrió.

–A mí también me lo parece.

–Muy bien. Así que no hay tensiones ocultas.

–Exacto. Sí, bueno, quiero decir, no –en aquel momento parecía preocupada.

–No te preocupes –le aseguró él–. Seguro que me divertiré.

Olivia tragó saliva con tanta fuerza que Jamie pudo oírlo.

–Estoy segura de que eres la clase de hombre capaz de divertirse haciendo cualquier cosa.

Él se encogió de hombros.

–Lo intento.

–Eso sí que está bien –Olivia se detuvo ante una enorme puerta de madera y tomó aire–. Pero esto es una fiesta de profesores universitarios. Espero que esta noche estés preparado para un desafío.

Jamie recorrió su cuerpo con la mirada mientras ella llamaba al timbre.

–Claro que lo estoy –musitó.

Cuando la puerta se abrió y entraron en la casa, Jamie se alegró como nunca de haber decidido ponerse unos pantalones negros y una camisa para salir. Los vaqueros no hubieran quedado bien aquella noche. Pero, aunque había elevado el nivel de su indumentaria, se sentía fuera de lugar entre tantas esculturas y madera abrillantada. Olivia, por su parte, encajaba muy bien en aquel ambiente. Era elegante, fría y decía lo que había que decir cuando hacía las presentaciones. Las notas de la música del piano parecían flotar a su alrededor.

Y tenía razón respecto a la fiesta. Era aburrida, empezando por la lánguida música del piano, que parecía haber sido compuesta para provocar el sueño a un insomne. El tiempo transcurría muy despacio. Jamie contestó a las ocasionales preguntas sobre su nombre y su trabajo, que nunca daban lugar a una conversación más larga, y fantaseó con la posibilidad de poner las manos en la cintura de Olivia y estrecharla contra él para darle un beso. Un beso largo y profundo. Imaginó que la primera vez se iría ablandando poco a poco. Tendría que seducirla.

Hacía mucho tiempo que Jamie no ponía en práctica su capacidad de seducción y tuvo que reprimir las ganas de estirarse y crujirse los nudillos con un gesto de anticipación.

–¿Y va bien la cervecería? –le estaba diciendo alguien.

Jamie parpadeó, intentando salir de su estupor, y se encontró frente a un hombre corpulento con una copa de vino que utilizaba como un puntero. Si Jamie no se equivocaba, era un exjugador de fútbol americano.

–¿Perdón?

–Tú eres uno de los socios de la cervecería, ¿verdad? De Donovan Brothers. Me llamo Todd. He estado varias veces allí. Buena cerveza.

–Gracias.

Jamie se presentó a sí mismo y descubrió que, tal y como sospechaba, aquel tipo había jugado veinte años atrás en el equipo universitario. Jamie no era un gran deportista. Había jugado al béisbol durante un par años cuando estaba en el instituto, pero no se lo había tomado demasiado en serio. Aun así, saber algo de deportes formaba parte de su trabajo, de modo que estuvo hablando con él sobre la liga de aquel año. Muchas veces se preguntaba si aquellos tipos no acababan cansándose del tema. Estaba seguro de que Todd había hablado de la última liga más de miles de veces. Pero, bueno, tampoco él se cansaba nunca de hablar de cerveza. A lo mejor era reconfortante saberse experto en algo.

No tardaron en pasar a hablar de la alineación de la siguiente temporada y la mente de Jamie comenzó a vagar. ¿Cuánto tiempo llevaban en la fiesta? ¿Una hora? Buscó a Olivia con la mirada, intentando encontrarla en medio de la multitud, al tiempo que se mostraba de acuerdo sobre los fichajes de la próxima temporada.

Cuando por fin encontró a Olivia, esta parecía encontrarse en una situación parecida. Un anciano diminuto la tenía acorralada y ella asentía cada pocos segundos, aunque su mirada revelaba que estaba muy lejos de allí.

Jamie se disponía a escuchar la historia del último gran partido de Todd cuando advirtió que la mirada de Olivia se afilaba y todo su cuerpo se tensaba. Cambió el peso de pie. Jamie siguió el curso de su mirada por encima de la cabeza de su interlocutor. Tardó algunos segundos en identificar a alguien que destacara entre los invitados, pero al final averiguó a quién estaba mirando Olivia con tanta atención.

Una pareja acababa de cruzar la puerta. El hombre era alto y atractivo y estrechaba las manos con entusiasmo de todos aquellos que se encontraban a su alrededor. La mujer era rubia, de piel bronceada y muy, muy joven.

Olivia se volvió fingiendo ignorarlos, pero Jamie observó el momento en el que el hombre veía a Olivia, arqueaba las cejas y se dirigía hacia ella sin vacilar. Agarró a su cita de la mano con evidente intencionalidad y la guio a través de los invitados, aunque se detuvo en varias ocasiones para hablar con algún conocido.

Cuando alcanzó a Olivia, la estrechó en un abrazo en cuanto se volvió hacia él. Olivia esbozó una mueca.

Muy interesante.

Todd parecía concentrado en su propia historia, así que Jamie dijo:

–Esos sí que eran días gloriosos, ¿eh? –le palmeó la espalda–. Pásate este fin de semana por la cervecería y te invitaré a una cerveza.

Dejó a Todd sonriendo con orgullo y se dirigió hacia uno de los camareros. La copa de Olivia estaba vacía y parecía necesitar otra. Justo cuando comenzaba a avanzar hacia ella, Olivia alzó la mirada, le dijo algo al hombre y señaló a Jamie. Durante un instante fugaz, la sorpresa cruzó el rostro del hombre cuando se volvió.

–Víctor –dijo Olivia en cuanto Jamie se acercó–, te presento a Jamie Donovan. Jamie, este es Víctor. Y esta es Allison.

–Encantado de conoceros –dijo Jamie, tendiéndole primero la mano a Allison.

Se la estrechó después a Víctor, que se la agarró con la fuerza de una tenaza.

–Víctor Bishop –se presentó el hombre, sorprendiendo a Jamie tanto como esperaba.

Bishop.

Jamie intentó mantener un semblante neutral y amable. No miró a Olivia, aunque todo en él estaba deseando llevarla a un aparte y pedirle alguna aclaración.

–Y dime –continuó Víctor, estrechando la mano de Jamie por última vez, aunque resultaba ridículo–, ¿cómo conociste a Olivia?

–Le serví unas cuantas cervezas –contestó muy seco.

–¿Cervezas?–Víctor miró a Olivia con expresión incrédula–. A ti no te gusta la cerveza.

–Las mías sí –respondió él con una sonrisa.

Se atrevió por fin a mirar a Olivia. Tenía las mejillas sonrojadas y apretaba con tanta fuerza la copa que le habían palidecido los nudillos.

–Le he dado algunas clases.

Olivia le miró a los ojos e intentó sonreír, pero el resultado fue una tensa mueca.

–Jamie es socio de Donovan Brothers, una cervecería familiar –le explicó a Víctor.

–Pero no tengo nada en contra del vino. Toma, Olivia –le quitó la copa vacía y le tendió la llena.

Le entraron ganas de preguntar a Víctor cómo había conocido él a Olivia, pero ya lo sabía. Tenían el mismo apellido y era obvio que aquel hombre no era su hermano.

–Bueno –dijo Víctor–, me gusta ver que vuelves a salir con alguien otra vez, Olivia.

Pero sus palabras no parecían sinceras. De hecho, sonaron bastante forzadas, por no mencionar su brutal condescendencia.

Jamie le miró pensativo. Víctor Bishop era mayor que Olivia, debía de llevarle por lo menos diez años, y vestía como si pretendiera formar parte del reparto de una obra de teatro local en calidad de típico profesor universitario. Unos pantalones muy bien planchados, camisa gris, chaqueta de espigas y zapatos de ante de color marrón. Y todas eran prendas que parecían muy caras.

–Vaya, Víctor –intervino Jamie al ver que se hacía un incómodo silencio–, no he oído hablar mucho de ti –le pareció detectar un leve resuello por parte de Olivia–. Supongo que trabajas en la universidad.

–Por supuesto. Soy profesor de Economía.

Jamie sonrió.

–¿Y tú, Allison? ¿También trabajas en la universidad o eres una inocente espectadora como yo?

–¡Ah! –contestó la chica, alzando la mirada hacia Víctor como si quisiera consultar con él la respuesta–. Supongo que ahora soy una inocente espectadora. Durante el semestre anterior he sido asistente del profesor.

La asistente de Víctor, imaginó Jamie. No necesitó recurrir a los conocimientos sobre psicología que había adquirido trabajando como camarero para entender el trasfondo de lo que allí estaba pasando. Se preguntó cuántos años llevaría Olivia divorciada. Como si hubiera conseguido llamar su atención al pensar en ella, Olivia le agarró del brazo. Víctor clavó la mirada en sus brazos unidos.

–Será mejor que vayamos a buscar a Rashid –dijo Olivia con falsa alegría–. Todavía no le he felicitado por su nuevo destino en Stanford.

Se alejaron como si fueran a buscar a Rashid, pero Jamie la condujo a la cocina. Allí estaban los empleados del catering, pero no había ningún invitado. En cuanto estuvieron fuera de la vista de cualquiera de los asistentes a la fiesta, Jamie la soltó y retrocedió. Cuando se cruzó de brazos, Olivia clavó la mirada en el suelo.

–¿Y? –le dijo Jamie.

Olivia no alzó la mirada.

–¿No quieres contarme lo que está pasando aquí?

Olivia retorció las manos, pero no dijo nada.

–Imagino que Víctor es tu exmarido.

Olivia se mostró más que un poco avergonzada al asentir, así que Jamie tuvo la certeza de que había comprendido lo que estaba pasando allí.

–Y él es la razón por la que me has invitado a esta fiesta.

Olivia tragó saliva.

–Yo no lo diría así. Quiero decir, esto… no…

Genial. Jamie se sintió más molesto de lo que esperaba. Su primera cita en casi un año y era una cita fingida. Mierda. Aquella era una nueva experiencia.

–Bueno, supongo que me siento halagado.

–Jamie…

–Tu exmarido está saliendo con mujeres más jóvenes y por eso a ti se te ha ocurrido aparecer también con un hombre joven.

–¡No es eso! –le interrumpió Olivia–. Bueno, no es solo eso. Todo esto tiene que ver más conmigo que contigo.

–¿Y se supone que eso tiene que hacerme sentir mejor?

Olivia se derrumbó ligeramente, dejó caer los hombros y Jamie se dio cuenta de que era la primera vez que la veía sin su perfecta compostura.

–Lo siento –se disculpó–. Se suponía que no tenía que venir.

Al propio Jamie le avergonzó un poco que aquella respuesta le animara tanto.

–¿No sabías que iba a estar aquí? ¿De verdad?

–No, no he dicho eso. Me has entendido mal. Sabía que iba a estar aquí. Pero yo no estoy jugando a nada o, por lo menos, no pretendía hacerlo. Acepté venir a la fiesta porque se suponía que estaba fuera. Ahora tengo una nueva vida. No quiero volver a verle. Cuando me enteré de que iba a venir… Lo siento, no debería haberte traído.

Jamie no se molestó en decir lo contrario.

Olivia bebió un sorbo de vino y cuadró los hombros, como si de pronto hubiera sido consciente de que se había encorvado.

–Lo siento mucho. Solo quería ser capaz de soltarme un poco.

–¿Delante de tu ex?

–Sí, delante de mi ex. Él…

Jamie la vio tragar con fuerza y apretar la mandíbula. Por un momento, le preocupó que fuera a llorar.

–Escucha…

–Esa chica con la que ha venido, Allison… No es la primera con la que sale. Y el matrimonio no le supuso ningún freno a la hora de disfrutar de ese tipo de caprichos.

–Ah.

–Todo muy predecible, ¿no? Pero ya no estoy amargada. Ya no le odio. Te juro que no es eso. Lo único que quiero es disfrutar de una vida que no tenga nada que ver con él.

–¿Excepto cuando no te queda más remedio?

Olivia se encogió de hombros y se terminó el vino antes de dejar la copa con mucho cuidado sobre el mostrador. Mientras comenzaba a volverse, musitó:

–Me dijo que no era una mujer divertida.

Jamie se pasó la mano por el pelo, preguntándose si resultaría muy grosero que se fueran en aquel momento. Estaba justificado. Estaba seguro de que ella no pondría ninguna objeción. Y tendría la amabilidad de dejarla en su casa.

Olivia se volvió para mirarle.

–Cuando le descubrí engañándome, me dijo que lo había hecho porque soy aburrida.

Jamie esbozó una mueca.

–Dios mío.

–¿Y sabes una cosa? No soy divertida, pero eso no significa que no pueda intentarlo.

–¿Quieres volver con él? –preguntó Jamie en voz tan alta que ella parpadeó sorprendida.

–¡No! No es eso. Solo estoy intentando disfrutar de la vida. Averiguar quién soy yo. Solo tenía veintiún años cuando me casé con él, pero ya no soy esa jovencita. Quiero saber quién soy.

Le miró a los ojos y, por primera vez, permitió que Jamie viera algo de ella misma. Algo cálido y vulnerable.

–¿Tú crees que soy la clase de mujer que sale con alguien como tú?

–¿Alguien como yo? –Jamie se obligó a no sentir una satisfacción casi primitiva al ver cómo parecía ablandarse su mirada.

–Eres joven, guapo e intencionadamente encantador.

–A mí me gusta pensar que mi encanto es algo natural.

–¡Y lo es! –respondió ella, curvando los labios en una sonrisa irónica–, pero lo utilizas para causar buen efecto.

–Caigo bien a la gente.

Olivia sonrió entonces, alejando la tristeza de su rostro.

–Lo sé. Y eres la diversión en persona. Así que pensé… –el color incendió sus mejillas.

Enfadado o no, Jamie no podía evitar el interés que despertaba en él aquella mujer y el rubor de sus mejillas le intrigó.

–¿Qué pensaste?

–Estoy probando cosas nuevas. Como el club de lectura, así que pensé…

–¿Pensaste que podrías probarme a mí también?

Para sorpresa de Jamie, Olivia le dirigió una sonrisa traviesa.

–Pensé que podía intentar salir contigo. Y también pensé en hacerlo delante de Víctor. No debería haberlo hecho, lo siento. Me dejé llevar por un impulso. La verdad es que cambié de idea cuando vi que no estabas en la cervecería, pero entonces apareciste y…

Jamie se encogió de hombros.

–No estoy diciendo que no esté bien que hayas intentado ponerle en ridículo, pero te habría agradecido que me lo advirtieras.

Olivia le tocó el brazo.

–Lo siento de verdad. Vámonos.

–No sé. Ya que me he arreglado para venir podríamos intentar sacarle partido a la situación.

–Jamie…

–Eh –le tomó la mano con la que Olivia le estaba señalando y se la llevó al pecho–. Contesta solo a una pregunta. ¿Tienes algún interés en mí o no?

Olivia le apretó la mano.

–Tengo interés en ti, pero creo que…

–Ahora mismo eso es lo único que necesito saber –se acercó un poco más a ella mientras Olivia se colocaba un mechón de pelo tras la oreja con un gesto nervioso–. ¿Hasta qué punto quieres ponerle celoso?

–No quiero ponerle celoso. Solo quiero que deje de pasearse con esas chicas delante de mí. Me parece muy poco respetuoso.

–Poco respetuoso –repitió Jamie con una sonrisa–. ¿Sabes? Tienes razón. Es de muy mala educación, así que ¿hasta dónde quieres llevar todo esto?

Olivia le miró con los ojos entrecerrados.

–¿Qué quieres decir?

–¿Un beso? ¿Un beso para darle una lección sobre etiqueta?

–Sobre etiqueta, ¿eh?

Olivia soltó una carcajada y el sonido de su risa danzó sobre la piel de Jamie. Pero mientras reía, él continuaba pendiente de la pregunta que había formulado y Olivia le miró nerviosa.

–¿Te refieres a besarme ahí, delante de todo el mundo?

–No, aquí.

Miró los labios de Olivia mientras esta se los humedecía, asomando la lengua durante un instante tan fugaz que le hizo desearla mucho más.

–Pero entonces, ¿cómo sabrá que me has besado?

–No te preocupes, se enterará –dijo Jamie.

–Bueno, si crees que puede funcionar.

–Sé que puede funcionar –afirmó Jamie con voz queda, acercándose a ella.

Parecía fácil sobresaltar a Oliva y Jamie no quería hacerlo. Tal y como esperaba, Olivia se movió un poco y echó la cabeza hacia atrás.

Jamie sonrió.

–¿Adónde vas?

–No sé, yo solo…

Pero sus palabras murieron en el instante en el que Jamie le rozó los labios. Fue una caricia delicada, apenas podía considerarse un beso.

–De acuerdo –Olivia suspiró y cerró los ojos–. Solo un beso.

Jamie cerró los ojos y volvió a besarla. Aquella vez fue un beso algo más largo, aunque todavía ligero. Pero cuando Jamie comenzó a apartarse, fue Olivia la que cerró el espacio que los separaba y se besaron de verdad. Entreabrió los labios lo suficiente como para permitirle percibir su aliento y el calor de su boca. Jamie le besó el labio superior y el inferior, acariciando con la lengua aquella boca rosada y carnosa.

Olivia volvió a suspirar contra su piel y Jamie ya no fue capaz de aguantar ni un segundo más. Necesitaba saborearla. Cuando deslizó la lengua sobre la de Olivia, la descubrió caliente y dulce como el vino. Continuó besándola, rozándole apenas la lengua, dándose tiempo para deleitarse. Estaban en una cocina, en la fiesta de unos desconocidos. No habría nada más que un beso y él quería disfrutar cada segundo.

Unos instantes interminables después, Jamie retrocedió y abrió los ojos a las luces relucientes de aquella moderna cocina un poco aturdido. Olivia también parecía perpleja, estaba parpadeando como si acabara de despertarse. Tenía las pupilas dilatadas, las mejillas sonrojadas y los labios rojos como cerezas. A su ex no podría pasarle por alto aquel beso aunque quisiera.

–¡Vaya! –susurró Olivia–. Se te da muy bien besar.

–Me gusta besar.

–Creo que a mí también –dijo ella, y Jamie no pudo evitar una carcajada.

–Vamos, será mejor que volvamos a la fiesta antes de que desaparezca.

–¿Qué desaparezca qué? –preguntó Olivia, pero Jamie sacudió la cabeza.

Olivia no podía ver lo guapa que estaba. Cálida, sonrojada y, por una vez, en absoluto tensa. Era casi como verla desnuda. Casi.

Jamie le tomó la mano y la condujo de nuevo a aquella fiesta llena de gente altiva y aburrida que estaba fingiendo disfrutar.

–¿Vienes a muchas fiestas como esta?

–No a muchas. Por lo menos ahora. Ahora intento decidir a las que de verdad quiero ir, pero, por desgracia, todas son como esta. Todo el mundo intenta impresionar a los otros y comportarse de manera intachable. ¿A qué clase de fiesta sueles ir tú?

–Yo no voy a fiestas. Trabajo.

–¿Tu trabajo no es tan glamuroso como parece?

–Es muy glamuroso, señorita Bishop, pero trabajo muchas horas.

–No me llames así –le pidió Olivia, dándole un cachete en el brazo.

–No seas así, Olivia. Me resulta muy excitante que seas mi profesora.

–Apenas puede decirse que sea tu profesora –le dijo, recordando lo que el propio Jamie le había dicho.

–Solo lo suficiente –le corrigió él.

Olivia soltó una carcajada y le dio un codazo en las costillas mientras se dirigían hacia unas puertas que daban a una terraza. Jamie ya había localizado a Víctor Bishop y era indiscutible que el tipo estaba tenso. Jamie le brindó una sonrisa.

–¿Y por qué has decidido apuntarte a las clases? –le preguntó Olivia mientras salían a la terraza.

Jamie estaba tan relajado que estuvo a punto de contestar con sinceridad. Pero recordó que estaba guardando un secreto y selló sus labios.

Olivia inclinó la cabeza.

–¿Por qué? –insistió ella.

– Por nada en particular. Solo quería actualizar algunos conocimientos básicos sobre el mundo de los negocios.

–No, me estás ocultando algo –habían llegado a una barandilla desde la que se disfrutaba de una vista espectacular, pero Olivia se colocó de espaldas a ella para mirarle a los ojos–. ¿Por qué te has apuntado a esas clases? Tengo la sensación de que llevas muy bien la cervecería.

Jamie miró por encima de ella.

–Qué vista tan maravillosa.

–Suéltalo.

Mierda.

–No quiero hablar de eso.

–¿Por qué no?

–Es demasiado pronto. Apenas estoy empezando a pensarlo.

–¿Estás pensando en montar tu propio negocio?

–¡No!

Olivia arqueó una ceja.

–No es eso, de verdad. Es solo que… No sé. Estoy pensando en ampliar las prestaciones de la cervecería.

Ella adoptó una expresión neutral y a continuación formó con la boca una bonita O de sorpresa.

–¡Vas a incorporar un restaurante!

–Shh –Jamie miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la había oído–. Todavía no. Y es posible que no lo haga nunca. Estoy yendo a tus clases para explorar las posibilidades. Eso es todo.

–Pues me parece genial. ¿Qué responsabilidades tienes en la cervecería? –se volvió para contemplar la vista una vez había conseguido sonsacarle su secreto.

–Yo me dedico a la barra y todos aportamos algo a la gestión –algunos más que otros.

–Servir comida supondría una mayor implicación en la cervecería.

El cuello le ardió de vergüenza. ¿Estaba insinuando que no sería capaz de involucrarse más?

–Sí, ya lo sé.

–Si necesitas cualquier tipo de ayuda, no dejes de decírmelo.

–Me las arreglaré.

Olivia le dio un golpe con la cadera.

–Tienes razón.

A lo mejor Olivia pensaba que no iba a ser capaz de hacerlo. A lo mejor había visto algo en él.

–¿De verdad?

–Sí –contestó ella con voz queda–. La vista es increíble.

¡Ah! Por supuesto. Jamie se inclinó contra la barandilla para mirarla, consciente de que el brazo de Olivia estaba a solo unos milímetros del suyo. Cuando vio que se le ponía la piel de gallina, tuvo la excusa perfecta para agarrarla del brazo y acercarla a él. La brisa agitaba la melena de Olivia, desnudando su cuello.

–Me alegro de que me hayas traído aquí –susurró–. Pero nos hemos olvidado de buscar a Víctor.

–Nos ha visto.

–¿De verdad? ¿Y crees que se ha dado cuenta?

Jamie le acarició la muñeca con el pulgar.

–Claro que se ha dado cuenta.

–¿Pero cómo?

Jamie la miró con expresión interrogante. Estaba desconcertada, algo que divirtió y extrañó a Jamie al mismo tiempo.

–Por tu boca –le aclaró, dejando que su mirada cayera sobre sus labios–, por tus ojos.

Olivia negó con la cabeza, como si no lo comprendiera.

Jamie sonrió.

–Se nota que estás excitada –le aclaró.

Olivia tensó los músculos del brazo y el rubor cubrió su rostro.

–No lo sé… Estoy segura de que… –cuando comenzó a apartarse, Jamie entrelazó los dedos con los suyos y la retuvo a su lado.

–Excitarse no tiene nada de malo, Olivia, ¿no crees?

–Es solo que… –volvió a negar con la cabeza y, en aquella ocasión, cuando se apartó, él se lo permitió–. Ni siquiera te conozco.

La alarma se encendió en sus enormes ojos. No parecía darse cuenta de que aquello formaba parte de la excitación. Parte de lo que había hecho que se le colorearan las mejillas y se le suavizaran los labios cuando la había besado.

–Es la química –musitó Jamie–. No tiene nada que ver con la razón. De hecho, es todo lo contrario.

–La química –susurró ella

La mirada de Olivia titiló un instante mientras la deslizaba por el cuerpo de Jamie y este sintió que la química volvía a activarse. Olivia curvó los labios antes de sacudir la cabeza y borrar por completo su sonrisa.

–Bueno, gracias.

–¿Por la química?

–Por seguirme el juego.

Jamie estaba siguiéndole el juego, sí, pero no todo había sido un juego. Aun así, si aquello la ayudaba a sentirse mejor, él estaba dispuesto a dejarlo pasar.

–¿Quieres que te traiga otra copa de vino?

–No. Creo que deberíamos irnos –le guiñó el ojo–. Ya has hecho tu trabajo.

–Olivia…

–Gracias otra vez. Por todo. Pero creo que deberías llevarme a casa.

Jamie sonrió. Aquello no sonaba como una invitación, pero, por lo menos, había conseguido un beso. El jueves le llevaría una manzana y vería hasta dónde podía llegar a partir de ahí.

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