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Parecía imposible que solo hubieran pasado unas horas desde que Olivia había salido de su apartamento. Mientras recorría el camino que serpenteaba entre los dúplex de su barrio, la melena le rozaba el cuello y todavía sentía algunos mechones húmedos.

Había sido asombroso.

Olivia bajó la cabeza porque no era capaz de disimular la enorme sonrisa de su rostro y quería mantener lo ocurrido en secreto. Quería retener lo ocurrido para sí y no contárselo a nadie. No porque se sintiera avergonzada, sino porque si liberaba aquel secreto, podría terminar disipándose. Y no podía dejar escapar ni un instante de lo que había vivido.

–¿Dónde demonios has estado? –gruñó una voz masculina desde el pequeño porche de su casa.

Olivia alzó la cabeza y borró la sonrisa de su rostro. Su exmarido estaba subiendo los escalones de la entrada con el ceño fruncido, en tensión.

–¿Qué ha pasado? –le preguntó Olivia–. ¿Qué estás haciendo aquí?

–Estaba muerto de preocupación. ¡Llevo todo el día llamándote!

–Estaba ocupada –pasó por delante de él y sacó las llaves del bolso.

–Te he llamado a primera hora de la mañana.

Olivia elevó los ojos al cielo.

–Había salido a correr. Y no finjas que no lo sabías.

Víctor la siguió escaleras arriba.

–Eran las ocho y media, Olivia. Tú no sales a correr a las ocho y media. Y te he llamado al fijo y al móvil.

Olivia se ruborizó, sintiéndose culpable. De lo que más culpable se sentía era de haberse levantado tan tarde y haber salido a correr a las ocho y media en vez de a las seis.

–¿Qué te pasa, Olivia? –la presionó–. Últimamente te comportas de una forma muy extraña.

–A mí no me lo parece.

–Es por él, ¿verdad?

¿Él? Hasta la última célula de su cuerpo pareció cosquillear al pensar en Jamie.

–No has dormido en casa esta noche, ¿verdad? Dios mío Olivia, ese chico es tan joven que podría ser uno de tus alumnos.

Olivia giró el pomo y abrió la puerta, mostrando la casa tal y como la había dejado. Estaba como siempre, limpia y con cada cosa en su lugar. Pero sus sentimientos estuvieron a punto de desintegrarse ante aquella visión.

No tenía sentido que ella estuviera allí con el mismo aspecto de siempre, rodeada de sus objetos de siempre, cuando acababa de hacer una locura. Algo perverso, delicioso e irresponsable. Algo que la había hecho sentirse mucho mejor que todo lo que había hecho hasta entonces.

Y, encima, Víctor. Víctor, que estaba siguiéndola al interior de la casa profiriendo todo tipo de palabras sin sentido. Echándole en cara las tonterías más ridículas e hipócritas.

Olivia dejó las llaves en la mesa. No cayeron en el platito de cerámica que tenía allí para ese fin, pero no le importó.

Dejó el bolso y colgó la chaqueta en el respaldo de una silla, en vez de en el perchero. Se volvió después hacia su marido.

–Tienes que estar de broma –le reprochó con la mandíbula apretada.

–Olivia…

–No, lo digo en serio. Esto tiene que ser una jodida broma.

Víctor se encogió al oír aquella palabra saliendo de sus labios. Y, en realidad, también ella se encogió un poco, pero fue un alivio. Como sajar una herida.

–¿Estás en mi casa haciéndome preguntas sobre mi vida íntima? ¿Tú? No es asunto tuyo, por si no te ha quedado claro.

–Es asunto mío si te dedicas a exhibirla delante de mis colegas y amigos. ¡Un camarero! ¿En qué demonios estabas pensando para llevarle a una fiesta de profesores universitarios?

Era tan indignante que Olivia se echó a reír.

–Lo siento, pero… ¿estás hablando en serio? ¿Quieres saber algo gracioso de verdad? Es uno de mis alumnos. Y supongo que estaba pensando lo mismo que pensabas tú cuando llevabas a una de tus alumnas a una fiesta. Allison, Rachel, y quienquiera que fuera la chica a la que llevaste hace un par de años.

–Todas esas mujeres están buscando…

–Estaba pensando que a lo mejor me apetecía acostarme con él –le interrumpió Olivia.

El rostro de Víctor perdió el color, como si fuera un dibujo del Telesketch al que se le estuvieran borrando los detalles. Se balanceó hacia atrás.

–Estás perdida –susurró.

–Todo lo contrario.

–Una mujer de tu edad persiguiendo a un estudiante. Es penoso.

Penoso. Después de todo lo que había hecho él. En aquel instante, le odiaba y quería hacerle tanto daño como le había hecho a ella.

–¿Penoso? –se burló–. Hace media hora, cuando me tenía contra el cabecero de su cama, no me lo ha parecido.

Víctor parpadeó y retrocedió. Por un instante, Olivia vio que algo se rompía dentro de él. Vio arrepentimiento, y tristeza.

–No me lo puedo creer –siseó Víctor.

Odiando su propio arrepentimiento, Olivia cruzó los brazos con un gesto defensivo.

–Deja de llamarme. Y no vuelvas por aquí. Vive tu vida y déjame vivir la mía. Esto no tiene nada que ver contigo.

Víctor respondió con una sonrisa retorcida y amarga.

–¿Que no tiene nada que ver conmigo? Eso sí que tiene gracia. Esto tiene mucho que ver conmigo.

–Te equivocas. Solo es cosa mía.

–Puedes repetírtelo todas las veces que quieras. Si eso te ayuda a atravesar esta fase tan desagradable, puedes seguir fingiendo que no tiene nada que ver conmigo.

–Sal de aquí –le ordenó Olivia con voz queda.

Víctor sacó algo del bolsillo de su chaqueta y lo dejó en el mostrador.

–Solo venía a traerte la información que he recibido sobre el plan de jubilación. Por fin la han enviado. Gracias a Dios, creo que ya no queda nada más.

–Si recibes algo más, ¿te importaría enviármelo por correo electrónico?

–Será un placer.

Se marchó dando un portazo tan fuerte que las llaves resbalaron de la mesa y cayeron al suelo.

Olivia permaneció donde estaba, sin respirar. Cuando por fin tomó aire, comprendió que Víctor había arruinado lo que acababa de compartir con Jamie. Lo había echado a perder. Lo había convertido en algo triste, en un gesto de venganza. El muy canalla. Dejando de lado su manera de exhibirse con las jóvenes con las que salía, se había comportado de forma muy civilizada durante todo el proceso de divorcio. Pero, en cuanto ella había comenzado a rehacer su vida, se había mostrado despiadado.

¿Por qué?

Olivia recogió las llaves y las dejó en el platito de cerámica. Después, agarró el bolso que había dejado en la silla y llevó la chaqueta al armario del pasillo. Aquellos movimientos la ayudaron a sentirse un poco mejor, pero no era capaz de detener la avalancha de arrepentimiento que la sofocaba.

No se había equivocado. Había dado a conocer su secreto y había desaparecido la magia. Al fin y al cabo, nada podía ser perfecto y vengativo al mismo tiempo, ¿no?

–Mierda –musitó, frotándose los ojos con las manos.

Cuando abrió los ojos, la habitación estaba inclinada. Parpadeó media docena de veces para que las lentes de contacto volvieran a su lugar, maldiciéndose en todo momento. No iba a permitir que Víctor le arrebatara lo que había vivido.

No.

Había sido atrevida. Valiente. Se había alejado de tal manera de su zona de confort que la había perdido por completo de vista. Había estado con un hombre más joven. Un hombre muy atractivo. Había ido a su casa. Se había metido desnuda en su jacuzzi. Y había hecho el amor con él.

Y, de pronto, recuperó una pequeña parte de aquel placer. Era imposible no sentirlo cuando recordaba a Jamie presionando en su interior. Llenándola. Tensándola. La primera vez, el primer orgasmo… Jamás había sentido nada parecido. La forma en la que su cuerpo se aferraba a él mientras se corría. La forma en la que Jamie iba creciendo y creciendo dentro de ella.

–¡Dios mío! –susurró, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

¿Había sido él? ¿O había sido ella? Daba igual. Pero ella quería volver a disfrutarlo. Y no iba a permitir que Víctor se lo arrebatara. Y no iba a permitirse poner en duda que también Jamie lo deseara. No iba a preguntarse cuántas veces lo habría hecho con otras mujeres. No iba a preocuparse por la posibilidad de que estuviera utilizándola. Y si lo había hecho con otras mujeres, bien por él. La práctica le había cundido con creces

–Que te jodan, Víctor –dijo.

Y, aunque su voz sonó un poco insegura, se alegró de haberlo dicho. Aunque no volviera a usar aquel verbo jamás en su vida, aquel día lo había utilizado en el momento preciso.

Y, modestia aparte, también lo había puesto en práctica condenadamente bien.

Jamie se descubrió a sí mismo soñando despierto, incapaz de concentrarse en la conversación que fluía a su alrededor. Por si no se vieran bastante en el trabajo, su hermana había vuelto a proponer que comieran juntos los domingos, en un esfuerzo por estrechar los lazos familiares. El día que lo había anunciado, a Jamie no le había importado demasiado. Al fin y al cabo, disfrutaría al menos de una comida casera a la semana. Pero, en aquel momento, no pudo evitar que le fastidiara.

Había tenido que enviar a Olivia a su casa. Era demasiado pronto como para invitarla a comer a la que había sido la casa de la familia. Y como había cancelado la comida del domingo anterior, su hermana había amenazado con una respuesta violenta si se le ocurría volver a hacerlo. Pero él no tenía ganas de separarse de Olivia. ¡Maldita fuera! Le habría gustado estar con ella hasta el día siguiente por la mañana.

El sexo había sido… intenso. Más intenso de lo que esperaba. Hacía meses que no se acostaba con nadie y su última experiencia había sido mala. Pero no había sido solo eso. Durante los últimos dos años todos sus encuentros con mujeres le habían dejado vacío. No había tenido tantas aventuras como todo el mundo sospechaba, aunque se había divertido mucho antes de los veinticinco. Pero la diversión no implicaba otro tipo de sentimientos. Solo era una experiencia. Y cualquier experiencia podía llegar a aburrir al cabo de un tiempo.

Pero aquel día, con Olivia… con Olivia había habido sentimiento. Además de una gran diversión.

–¡Eh! –pasó una mano delante de su rostro.

Jamie miró furioso a su hermana.

–¿Qué?

–He dicho que estoy pensando en organizar una barbacoa para celebrar el Cuatro de Julio el domingo siguiente al día cuatro. ¿Te viene bien?

–Claro.

–Tú te encargarás de los cohetes.

–¿De los cohetes? ¿Y de qué va a encargarse Eric?

–De la cerveza –dijo Tessa–. Yo de la comida. Y Luke traerá los platos y todas esas cosas.

Jamie la miró con incredulidad.

–¿Yo me encargo de los cohetes? ¿Es la barbacoa de la familia y tu novio tiene que traer más cosas que yo? –señaló a Luke con un dedo acusador–. ¡Luke ni siquiera es de la familia!

Tessa elevó los ojos al cielo.

–Muy bien. Entonces tú traes los platos, los vasos y las servilletas. Y los cohetes. Luke puede ayudarme a mí con la comida.

–¡Ah! ¿Estás segura de que confías en mí? –le espetó Jamie. Desahogó su irritación en el novio de Tessa–. Últimamente veo mucho tu coche por aquí.

Luke sonrió.

–Aunque te cueste creerlo, me gusta pasar tiempo con mi novia.

–Sí, sobre todo muchas noches. Cada vez que paso por aquí después de cerrar la cervecería, veo tu coche.

Tessa le miró boquiabierta.

–¿Me estás vigilando?

–Por favor, llevo años vigilándote.

–¿Qué? –chilló Tessa.

–Tessa –respondió él con impaciencia–. Vives sola en una casa enorme. Claro que paso por aquí para asegurarme de que estás bien. Pero supongo que ahora cuentas con protección policial.

Dicho policía, el detective Luke Ahser, sonrió como un ángel desde el otro extremo de la mesa. ¡Menudo ángel!, pensó Jamie. Había ido a la universidad con Luke y aquel tipo no era mejor que él. De hecho, aquella era la razón por la que Jamie le estaba fulminando en aquel momento con la mirada.

Luke le dio la mano a Tessa y ambos se miraron de una forma especial.

–La verdad es que Luke está pensando en venirse a vivir a mi casa.

Jamie reconoció su propia indignación en el gruñido atragantado de Eric.

Luke se aclaró la garganta. La sonrisa había desaparecido de su rostro.

–Antes quería hablar con vosotros dos. Tessa vive aquí, pero esta sigue siendo la casa de vuestra familia. Si os incomoda la idea…

–Tienes toda la razón del mundo. Nos incomoda la idea –ladró Jamie.

–Lo comprendo –dijo Luke, y desvió la mirada hacia Tessa.

Tess asintió como si estuviera contestando a una pregunta.

–Luke me hace feliz, Jamie, y lo sabes. Fuiste tú el que me dijo que no rompiera con él.

Jamie sintió que la desaprobación de Eric giraba en su dirección.

–No te dije que volvieras con él. Y si tan feliz te hace, ¿por qué solo vais a vivir juntos?

La patada de Eric fue rápida y efectiva. Jamie cerró la boca al instante.

–Estamos de acuerdo –se limitó a decir Eric.

–Muy bien –dijo Tessa con una sonrisa de satisfacción–. Voy a por el postre.

Desapareció en la cocina, dejando tras ella un tenso silencio. Solo llevaba unos meses saliendo con Luke y ni a Jamie ni a Eric les hacía mucha gracia la idea de que su hermana pequeña tuviera una relación tan seria con un hombre. Y menos con un hombre con un pasado como el de Luke.

El silencio se impuso hasta que regresó Tessa con una tarta de manzana. Cortó una porción que le sirvió a Jamie acompañada por una incisiva pregunta.

–¿Cómo van tus citas?

–¿Por qué no le haces a Eric esa pregunta?

–Porque él no tiene citas. Y es una suerte, porque tú sales por todos nosotros. Así que háblame de esa mujer.

–No tengo nada que contar. Y no tengo tantas citas. Por supuesto, comparado con Eric no paro. Pero…

–¿Quién es? –insistió Tessa.

–No es nadie –respondió Jamie, encogiéndose en cuanto salieron aquellas palabras de su boca.

–Bueno, solo la vi un momento, pero ya puedo decir que es más guapa que esa horrible Mónica Kendall. Así que, buen trabajo.

Jamie sintió que una piedra caía de no sabía muy bien dónde y aterrizaba en su estómago. Tragó con fuerza e intentó hacerla desaparecer. No quería hablar de Mónica Kendal. Jamás. Y menos aún en relación con Olivia. Por fortuna, y por una vez en su vida, Eric salió en su ayuda.

–Luke, ¿has tenido alguna noticia de los Kendall? Llevamos tiempo sin saber nada de ellos.

Luke suspiró.

–Eso es porque no hay nada que contar. Las pistas que nos llevaron hasta Taiwán se han agotado allí. Pero con Mónica estamos trabajando desde otro ángulo.

Jamie dejó caer su tenedor.

–Ella se defiende diciendo que su participación fue mínima, pero estamos presionándola con la esperanza de que termine poniéndose en contacto con su hermano. No os preocupéis.

El hermano de Mónica, Graham, era el cerebro que estaba detrás del robo de la cervecería… Mónica había jugado un papel crucial en aquella operación. Un papel crucial que implicaba a Jamie de una forma que él prefería olvidar.

–Tengo que marcharme ya–anunció, apartando su plato.

Tessa protestó como siempre. Le pidió que se quedara y se quejó porque se iba demasiado pronto. Él se fue de todas formas. Cuando Tessa necesitaba algo, recurría a Eric, el hermano en el que se podía confiar. Y, desde hacía algún tiempo, a Luke. Jamie solo era el hermano problemático y estaba harto, cansado de ser el chivo expiatorio.

No podía seguir cargando con las culpas y los arrepentimientos de la adolescencia.

Estaba dispuesto a madurar. A sentar cabeza y a hacer algo por sí mismo. Sentar cabeza, pensó. A lo mejor Olivia podía ayudarle con algo más que con los planes para mejorar la cervecería.

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