Читать книгу Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl - Страница 17
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ОглавлениеOlivia le dio a Jamie un beso en la puerta e intentó fingir que la creciente oscuridad que veía tras él no la preocupaba. Pero sí lo hacía. Eran las nueve en punto. Si salían a aquella hora, no podrían regresar a casa hasta después de las once. Eso, asumiendo que no hicieran nada después de la cena, y no podía asumirlo en absoluto. De manera que no podría acostarse hasta las doce.
«Y con un poco de suerte, no te dormirás hasta las dos o las tres».
Olivia intentó reprimir su ansiedad. Podía hacerlo. Si dejar de salir a correr unos cuantos días era el precio a pagar por pasar una noche con Jamie, lo pagaría. Estaba dispuesta a pagar cualquier precio.
Desde luego, Jamie lo merecía aquella noche. Iba con vaqueros y camiseta, como siempre, pero completaba su atuendo con una camisa de cuadros escoceses de color verde. Se había remangado la camisa, mostrando así sus antebrazos, y a Olivia le bastó verlos para que se le hiciera la boca agua. Tenían un aspecto increíblemente viril, eran anchos, musculosos y cubiertos de vello.
–¿Estás lista? –preguntó Jamie, retrocediendo en el porche para que pudiera salir.
–¿Adónde vamos?
–Hace una noche preciosa. He pensado que podemos ir andando al restaurante, que está a solo unas manzanas de aquí –bajó la mirada hacia sus tacones–. ¿Estás dispuesta?
–Claro –Olivia se interrumpió para quitarse los tacones–. Estoy dispuesta.
–¡Vaya! Eso se merece un crédito extra, señorita Bishop. Impresionante.
–Debo de tener un profesor muy inspirador. Cada vez soy más divertida.
Cuando Jamie le tomó la mano, la inspiración pareció cosquillearle por el brazo y se extendió hasta el resto de su cuerpo desde allí. Olivia sintió la dureza y la frialdad de la acera bajo sus pies. Como el sol se había ocultado tras las montañas, notó también el frío mordisco del aire sobre la piel. Y se sintió profunda y plenamente viva.
Olivia le apretó la mano.
–Háblame de la cervecería.
–¡Eh! Que hoy ya he hecho los deberes.
–No, lo que quiero saber es cuándo empezó y cuánto tiempo lleva perteneciendo a tu familia.
–Mi padre la inauguró hace veinticinco años. Uno de sus hermanos murió en Vietnam y le puso el nombre a la cervecería en su honor.
–Qué emocionante. Pero siento mucho lo de tu tío.
–Gracias.
–¿Y tu padre? Creo que dijiste que había muerto.
Por un momento, Jamie aflojó la mano con la que sostenía la de Olivia.
Ella pensó que iba a soltarla, que había traspasado una línea prohibida. Pero Jamie volvió a tensar la mano sobre la suya.
–Sí, murió cuando yo tenía dieciséis años.
–Pero me contaste que tu madre…
–Murieron los dos en un accidente de coche.
Olivia tiró de él para que se detuviera. Estaba demasiado impactada como para continuar caminando.
–Lo siento, Jamie. ¿Solo tenías dieciséis años? Una cosa así debió de cambiarte la vida.
–Sí, desde luego. Pero, por lo menos, yo era casi un adulto. Tessa solo tenía catorce años.
–¿Y qué fue de vosotros? ¿Con quién vivisteis a partir de entonces?
Jamie tiró de ella, instándola a seguir caminando. Olivia apenas podía verle la cara en la oscuridad, pero a lo mejor él lo prefería así.
–Mi hermano Eric volvió a casa para cuidar de nosotros. Se hizo cargo de la cervecería hasta que Tessa y yo pudimos ayudarle. Ahora la llevamos los tres.
–¿Por eso le cuesta tanto dejar que tú la dirijas? ¿Porque ha asumido esa responsabilidad durante mucho tiempo?
–Sí, estoy seguro de que esa es gran parte de la razón.
Aquel era un tema doloroso para Jamie. Olivia no necesitaba verle la cara para comprenderlo. De modo que decidió dejarlo de lado.
–Tu hermana parece muy simpática.
–Y lo es. Es demasiado inteligente para su propio bien. Pero fue ella la que fue capaz de mantener a la familia unida, incluso siendo tan joven.
Olivia se preguntó qué papel habría jugado él, pero no lo preguntó. Le parecía un asunto demasiado serio para una noche de diversión. Tenía la sensación de que había tropezado de forma involuntaria con un tema profundo y espinoso.
–Bueno, supongo que es una suerte que a los tres os guste el mundo de la cerveza. No sé qué habría pasado si no hubiera sido así.
–Era imposible que no nos gustara. Es un don que se lleva en la sangre.
Olivia le dio un golpe con la cadera.
–Un don, ¿eh?
–Algunos nacemos con él, pero también se puede adquirir.
–¿Entonces todavía hay alguna esperanza para mí?
Jamie le acarició con el pulgar la sensible piel de la mano.
–Claro que hay esperanza para ti. Sé que aprendes rápido.
A lo mejor era cierto que aprendía rápido, porque se estaba olvidando ya de la hora que era y estaba empezando a disfrutar. Un paseo nocturno, descalza y con un hombre encantador. Y estaba segura de que iban a hacer el amor. Notó el fuego de la anticipación en el vientre.
Cuando había empezado a salir con Víctor, había sentido muchos nervios. Temblaba incluso de ansiedad y deseo. Pero nunca había experimentado aquella líquida languidez. Ni nada que se le pareciera. El deseo por Jamie era tan fuerte que la hacía sentirse poderosa.
Jamie la llevó a un restaurante en el que Olivia solo había estado una vez. Compartieron una botella de vino y consiguieron evitar temas espinosos. Él no le preguntó por su divorcio. Ella no le preguntó por su familia. Hablaron de música y de los cotilleos de la universidad. Después, Jamie le contó las más absurdas anécdotas sobre clientes que habían bebido demasiado o querían recibir terapia gratuita por parte de alguien amable. Para cuando salieron del restaurante, Olivia se había reído tanto que estaba sin aliento y le dolían los costados.
–¡Por favor, dime que no es verdad! –le pidió entre risas.
–Es cierto –insistió Jamie–. Le tiró el anillo, le volcó un cuenco de cacahuetes en la cabeza y se fue. Y, y no estoy de broma, él se volvió hacia la mujer que tenía a su lado en la barra y le pidió que se casara con él. ¡Y ella aceptó!
–¡No!
–La mujer en cuestión era la mejor amiga de su exnovia. Al parecer, había estado sentada en el banquillo, esperando que le llegara la oportunidad de participar en el juego.
–¡Dios mío! ¿Y siguen casados?
–No tengo ni idea. No volví a verlos. La otra mujer, la primera, se pasó por la cervecería unas cuantas veces, pero no me pareció apropiado preguntarle.
Olivia reía de tal manera que tuvo que detenerse y apoyarse contra la parada del autobús con las manos en el estómago mientras intentaba tomar aire.
–¡Es la historia más horrible que he oído en mi vida!
–Pues tengo muchas más, pero iré dosificándolas para que no pierdas el interés.
Olivia se enderezó sonriéndole e intentó memorizar su rostro, azul en medio de la noche. El cielo escuro que lo enmarcaba estaba cubierto de estrellas y la hizo sentirse luminosa por dentro. O a lo mejor fue la caricia de Jamie, que le rozó las mejillas con las yemas de los dedos.
–Deberías quitarte los tacones –le propuso Jamie–. Queda un largo camino hasta casa.
–No quiero quitarme los tacones –replicó ella, apoyando la cabeza contra el cristal de la parada–. Quiero parecer sexy.
Los dientes de Jamie resplandecieron cuando sonrió.
–Tú estás sexy de cualquier forma.
–Eso no es verdad. Normalmente parezco una profesora.
–Sí, es verdad, pero…
–¡Eh! –Olivia le dio un empujón, pero apenas consiguió moverle el hombro.
–Pero me gusta verte con esas falditas tan delicadas, los jerséis de lana y las gafas. Me pareces inaccesible.
Olivia sintió una punzada de arrepentimiento porque aquella era su verdadera personalidad. Lo sabía, pero quería otra cosa. Cuando cerró los ojos, Jamie le acarició el labio con el pulgar, activando todas sus terminales nerviosas.
–Me gusta porque, cuando te veo con la blusa toda abotonada y con un aspecto tan discreto, te recuerdo desnuda en el jacuzzi, con el vapor elevándose a tu alrededor…
–Jamie –susurró Olivia con la yema del pulgar de Jamie entre los labios.
–… con la cabeza hacia atrás mientras cabalgas sobre mí. Y con los labios entreabiertos al llegar al orgasmo.
El deseo estalló dentro de ella. Hundió el dedo de Jamie entre sus labios y lo succionó. Y le encantó oírle gemir.
–Olivia… –susurró él con voz ronca.
Cuando Olivia le acarició el pulgar con la lengua, Jamie gimió y se presionó contra ella. Sacó el pulgar de entre sus labios y arrastró aquella humedad por su barbilla mientras la besaba con fuerza. Hundió la lengua en su boca, haciéndole saber que estaba tan excitado como ella.
El vino la había relajado lo suficiente como para ser capaz de abrir las piernas cuando Jamie deslizó la rodilla entre ellas. Sintió la presión del muslo de Jamie contra su sexo mientras ella hundía los dedos en su pelo y profundizaba el beso. Estaba ardiendo por dentro, pero cuando Jamie posó la mano en su seno, el gemido de Olivia fue mitad de deseo mitad de alarma. Era de noche, pero estaban en la calle y no había bebido tanto como para hacer algo tan atrevido.
Cuando volvió la cabeza, Jamie deslizó la boca hasta su seno y tiró con suavidad del pezón.
–No –susurró ella.
Pero, al mismo tiempo, se estrechó contra él, hundió la rodilla entre sus piernas y Jamie frotó el muslo contra su sexo hasta hacerla gemir.
–No puedo seguir haciendo esto –susurró Olivia.
–¿Haciendo qué?
–Esto. Vamos a meternos en un lío.
–Solo nos estamos besando –la contradijo él, mordisqueándole la mandíbula.
–No –gimió–. Esto no es solo un beso. Es…
–Esto es divertirse –respondió Jamie, moviéndose contra ella–. Y nadie puede vernos.
Sí, tenía razón. Era divertido y estaban solos en medio de la noche. Seguro que si alguien se acercaba, oirían sus pasos. Jamie le acarició el pezón al tiempo que le succionaba el cuello con la boca. Todo dentro de ella se tensó.
Olivia suspiró su nombre y echó la cabeza hacia atrás mientras Jamie buscaba el escote del vestido y tiraba de él hacia abajo. Y en el instante en el que la piel de Jamie rozó su seno, Olivia comprendió que estaba perdida. No había hecho nada parecido en su vida, pero quería continuar. Quería alcanzar el orgasmo allí mismo, escondida del resto del mundo solo por la oscuridad.
Pero había olvidado que la oscuridad era un refugio engañoso. Y, lo más importante, que las paradas de los autobuses siempre estaban situadas en una calle. Incluso con los ojos cerrados, Olivia distinguió el resplandor de unos faros y abrió los ojos.
–¡Un coche! –exclamó con voz ahogada, revolviéndose para poner el pie en el suelo y desenredar los dedos del pelo de Jamie.
Jamie soltó una maldición y apartó las manos del vestido justo en el momento en el que los iluminaban los faros. Olivia contuvo la respiración y apretó los ojos hasta que el coche pasó por delante de ellos y se sumergieron de nuevo en la oscuridad.
–¡Te lo dije! –gritó.
–Mierda.
Olivia le empujó para evitar que continuara metiéndole la rodilla entre los muslos.
–¡Jamie!
–Vale, lo siento. Tenías razón. Es solo que… deseaba hacerlo.
Ante aquella declaración, a Olivia le costó continuar enfadada.
–Vamos a dejar clara una cosa. Yo solo quiero divertirme de maneras que no supongan terminar arrestada.
–¿Estás segura? Porque sería una experiencia salvaje.
Olivia volvió a empujarle, pero Jamie se echó a reír y se inclinó para darle un último beso. Olivia mantuvo los labios apretados para evitar otro desastre.
–Muy bien –Jamie suspiró–. Creo que ni siquiera yo estoy preparado para conocer el interior de una celda. Y, ahora mismo, no estoy del todo seguro de que mi familia estuviera dispuesta a pagar una fianza. A lo mejor deberíamos volver a casa.
–A lo mejor –contestó ella con ironía, pero no pudo evitar sonreír mientras caminaban hacia su casa–. Estás loco, ¿lo sabes?
–¡Qué va! Solo estoy excitado. Pero no sé si eso me sirve como excusa.
–Es el vino –respondió ella como si no estuviera también excitada hasta el dolor.
Como si no hubiera pasado las noches despierta esperando el momento de tenerle de nuevo a su lado. La palma de la mano le cosquilleó cuando Jamie le tomó la mano para entrelazar los dedos con los suyos.
–Cuéntame qué sueles hacer para divertirte.
Olivia frunció el ceño.
–Esa es una pregunta tonta. Ya te dije que yo no sé divertirme.
–No me lo creo. A ti la diversión te sale de forma natural.
–No, qué va. Para divertirme… salgo a correr. Y leo. Y voy a museos.
–¡Vaya! –respondió Jamie–. No estaba preparado para una revelación de ese tipo.
Olivia le dio un codazo en las costillas con toda la dignidad que fue capaz de reunir.
–A lo que me refería es a… Cuéntame cómo te divertías cuando eras más joven. Antes de conocer a Víctor. O cuando eras adolescente, incluso. Seguro que hacías algo para divertirte: oír música, ir a fiestas, salir con chicos…
Chicos. Olivia se aclaró la garganta porque la tenía atenazada por el secreto de que no había habido chicos en su adolescencia. En realidad, no. Pero Jamie acababa de mencionar algo importante. Había tenido una vida antes de Víctor, aunque hubiera sido muy inocente.
–Me gustaba patinar, y la música country. Hasta los catorce años, jugué al softball. Y me encantaban los parques de atracciones.
Jamie se la quedó mirando.
–Me encantaba la montaña rusa –le aclaró Olivia.
–¿La montaña rusa? ¿De verdad?
–Sí
–Genial. Creo que ya sé cuál va a ser nuestra próxima misión. ¿Tienes el domingo libre?
–¿Por qué? –preguntó Olivia con recelo.
–Porque no voy a tener otro día libre hasta entonces y no podemos recorrer Elitch Gardens en dos horas.
Olivia abrió la boca para protestar, pero se dio cuenta de que no tenía la menor idea de por qué iba a negarse. No había vuelto a montar en una montaña rusa desde que estaba en la universidad. ¿Y por qué no? Porque a Víctor no le gustaban. ¿No era patético? Había visto anunciar la nueva montaña rusa de Elitch Gardens. Tenía un aspecto asombroso.
–De acuerdo, sí. Tengo el domingo libre.
Quedaron atrapados en el resplandor de una farola. Olivia alzó la mirada y vio el pelo de Jamie, todavía revuelto por sus caricias. Había sido ella la que le había despeinado y se sintió satisfecha al pensarlo.
A lo mejor no era tan aburrida como pensaba. Desde luego, no lo estaba siendo con Jamie. Y, quizá, la pregunta que este le había planteado fuera más significativa de lo que parecía.
Era posible que, al final, fuera Víctor el que no sabía divertirse. Al fin y al cabo, no le gustaban las montañas rusas. Ni la música country. Ni batear. Ni los juegos de mesa. Ni los estadios de béisbol. Ni los zoos.
A Olivia le gustaban todas aquellas cosas cuando era joven y después… Y después había conocido a Víctor.
Pero no estaba siendo justa. Le había conocido con veintidós años. Para entonces, ya había tenido tiempo de madurar. Había terminado los estudios universitarios y era una persona adulta. Y los adultos hacían cosas de adultos, como ir a fiestas en las que se servían cócteles y acudir a la ópera. Los adultos leían libros importantes, hablaban de política y se esforzaban en apoyar la carrera de sus cónyuges.
La carrera de Víctor en su caso.
Así que, a lo mejor no había sido una mujer aburrida. A lo mejor había estado demasiado ocupada intentando ser lo que Víctor necesitaba que fuera. Y él necesitaba que fuera alguien inferior. Inferior a todas aquellas jóvenes que le gustaban y cautivaban su atención.
Que se fuera al infierno. Y esperaba que todo lo que se estaba divirtiendo, todo el tiempo que estaba pasando con Jamie, la ayudara a ser un poco más ella misma cada día.
–Yo no quería ser profesora –confesó de pronto, reconociendo en medio de la oscuridad lo que no había sido capaz de admitir en una habitación iluminada–. Ni siquiera había pensado nunca en la posibilidad de enseñar. Yo quería tener mi propio negocio. Disfrutar de la emoción del riesgo, del desafío. Así era como quería divertirme antes.
Antes de conocer a Víctor, quería decir. Antes de haberse comportado como otras muchas mujeres estúpidas.
Jamie asintió sin decir palabra y ella se alegró de que permaneciera en silencio. Se alegró porque se había sentido bien haciendo aquella confesión y no quería arruinar el efecto intentando averiguar por qué. No quería escarbar en el arrepentimiento aquella noche.
Cuando llegaron a la acera que conducía a su complejo de apartamentos, Olivia comenzó a preocuparse por lo que podía pasar a continuación. No en relación al sexo. A aquella parte de su relación se había adaptado con rapidez. Pero no sabía cómo enfrentarse al momento de la transición. ¿Debería invitarle a pasar? ¿Dar por sentado que la seguiría? ¿Tenía que dejar claro que quería que se quedara? ¿Querría Jamie pasar allí la noche?
A Olivia le parecía increíble que la gente hiciera cosas como aquella cada día.
–Estoy impresionado –admitió Jamie–. No has mirado el reloj ni una sola vez.
–Porque no quiero saber lo tarde que es.
–Es tarde –le informó él mientras subían hasta su puerta–. Muy tarde.
¡Ay, Dios! ¿Y eso significaba que quería quedarse o marcharse? ¿Pero cómo podía estar tan insegura cuando habían estado a punto de hacer el amor en la calle?
–Jamie –dijo mientras abría la puerta–, es tarde, pero…
–Déjame quedarme –la urgió él, agarrándola por la cintura antes de que tuviera tiempo de volverse–. Déjame quedarme –se presionó contra su espalda.
Su cuerpo encajaba perfectamente con el de Olivia.
–Estás de broma, ¿verdad? Pensaba hacerte entrar y cerrar después la puerta con llave.
–Gracias a Dios –susurró Jamie, besando ya su cuello–. Porque no soy capaz de apartar las manos de ti.
Olivia dejó caer el bolso al suelo, se volvió hacia él y buscó los botones de la camisa mientras él encontraba su boca. Parecieron pasar semanas hasta que llegaron a la cama. Meses. Olivia le apartó la camisa y metió las manos bajo la camiseta. Cuando le rodeó las costillas con los brazos, notó la piel de Jamie cinco veces más caliente que la suya. Y en el momento en el que deslizó las uñas a lo largo de su espalda, él se sobresaltó.
Demasiado impaciente como para entretenerse en una lenta exploración, Olivia le levantó la camiseta.
–¿Tienes cosquillas?
–Un poco –respondió él con la voz amortiguada por el algodón de la camiseta mientras ella terminaba de quitarle la prenda.
Olivia se concentró entonces en saborear el calor de su pecho.
–Mmmm –musitó, haciéndole tensarse–. ¿Solo un poco?
–A lo mejor más que la media.
–¡Dios mío, me encanta! ¿Cómo es posible que no lo haya notado antes?
–¿Porque estabas demasiado ocupada aniquilándome?
–Exacto –susurró, distraída por la sensación del vello hirsuto que cubría su pecho. Cuando deslizó las manos por sus costados, Jamie se estremeció–. Lo siento, yo…
Estaba demasiado excitada como para seguir hablando, de modo que le desabrochó el cinturón y fue desabotonándole los vaqueros lentamente, botón a botón.
–¿Te he dicho alguna vez lo atractivo que eres? –preguntó con la mirada fija en el bulto que sobresalía en los boxers de color negro.
–Es posible… ¡Oh, Dios mío!
Olivia no conseguía abrirse camino con los dedos bajo la tela, así que renunció y hundió la mano por la banda elástica.
–¿Tienes cosquillas? –volvió a preguntarle a Jamie cuando este se estremeció.
–No. Ni una maldita cosquilla.
–Mm –ni siquiera así podía rodear todo su sexo.
Cuando Jamie se desabrochaba el cinturón, la palabra «atractivo» apenas servía para describirle. Bajo el cinturón, Jamie era glorioso.
Olivia le acarició. Él la besó y deslizó las manos a lo largo del escote del vestido, aflojando la tela y bajándola por sus hombros y sus brazos. Olivia volvió a acariciarle y le besó con más fuerza al sentir la humedad en la cabeza de su miembro.
–Vamos a la cama –susurró.
Jamie asintió y comenzó a arrastrarla hacia atrás. A Olivia le costaba creer que se pudiera reír y estar tan excitada al mismo tiempo, pero se descubrió a sí misma riendo con nerviosismo.
–Eso es la cocina –le avisó, lamentando tener que separarse de él para así poder indicarle cuál era la dirección correcta.
Jamie le agarró la mano y tiró de ella para llevarla al dormitorio.
–Una cama alta –musitó Jamie al ver la cama con dosel.
–Lo sé. Es…
–Perfecta. Ven aquí…
–¿Qué?
Jamie tiró del vestido, se lo bajó por completo y la abrazó un instante. Aquel día, Olivia no se había puesto sujetador. De hecho, había prescindido de él a propósito y, en aquel momento, se alegró sobremanera, porque Jamie inclinó la cabeza y succionó el pezón sin la menor vacilación. Todavía atrapada entre sus brazos, lo único que pudo hacer ella fue echar la cabeza hacia atrás y sentir.
–Eres tan sensible –dijo Jamie con voz queda, acariciando con un aliento helado el pezón–. Me encanta.
Ella se estremeció y deseó, por un instante, poder tener las manos libres para taparse. Sus senos no eran dignos de contemplación. En absoluto. Pero Jamie la besaba una y otra vez como si le gustaran. Después, Jamie terminó de quitarle el vestido antes de girarla.
Olivia parpadeó sorprendida y abrió los ojos con asombro cuando Jamie posó la mano en el centro de su espalda y la hizo inclinarse ligeramente. Sintió los muslos contra el borde de la cama y, con las manos de Jamie presionando hacia delante, no le quedó otro remedio que inclinarse.
Posó las manos sobre el colchón; después apoyó el estómago. Les siguieron las mejillas. Extendió los dedos sobre la cama y contuvo la respiración expectante. La mano de Jamie comenzó a descender por su espalda. Llegó al borde de las bragas y se las bajó con un movimiento rápido.
Estaba expuesta ante él. Desnuda, salvo por los tacones. Abierta para él. El corazón le latía con tanta fuerza que lo sentía como un tambor en los oídos. Por encima del correr palpitante de la sangre, oyó la leve caída de la tela, el sonido sordo de sus zapatos al caer al suelo, el susurro del envoltorio al rasgarse. Y, después, sintió la mano de Jamie agarrando su cadera.
Olivia cerró los ojos y aplastó la mejilla contra la cama. Parecía algo… impersonal, pero, de alguna manera, aquello lo convertía en algo más íntimo. Se sentía vulnerable en extremo, esperando a que Jamie la tomara.
Esperaba que se hundiera en ella y se preparó para recibir el impacto, pero, al parecer, él tenía otra idea. Sintió sus dedos a lo largo de su cuerpo, trazando un húmedo camino hasta su clítoris. Olivia jadeó ante aquel contacto, parpadeó y abrió los ojos de par en par. Y se quedó estupefacta al descubrirse con la mirada clavada en una imagen erótica.
Pero no era cualquier imagen. Era su espejo.
Allí estaba, inclinada, impotente, con el rostro medio escondido en el edredón. Jamie permanecía tras ella, desnudo, con el miembro erecto y orgulloso. Esperaba encontrarse con su mirada en el espejo, pero, al parecer, él no se había fijado en el espejo. Tenía la cabeza inclinada, la miraba con los ojos entrecerrados, mientras su mano…
–¡Ah! –jadeó Olivia, contemplando cómo se tensaba su rostro cuando Jamie deslizó dos dedos húmedos en su interior.
También el rostro de Jamie se tensaba mientras hundía y sacaba los dedos una y otra vez. Olivia observaba como si estuviera viendo una película, asombrada al ver su cara, su cuerpo, siendo utilizados de aquella manera. Jamie sacó los dedos y Olivia contuvo la respiración al verle agarrarse el pene. Lo rodeó con la mano, se colocó mejor el preservativo y se acercó a ella. Olivia notó la presión al tiempo que veía su mano extendida sobre la cadera. Jamie comenzó a frotarse a lo largo de su sexo, deslizándose sobre su clítoris con una lenta y deliciosa caricia.
Olivia se aferró al edredón, hundió los dedos y se mordió el labio hasta dejarlo casi insensible. Jamie no alzó la mirada ni una sola vez. Estaba ocupado viendo cómo se restregaba contra ella. Olivia sacudió las caderas cuando Jamie volvió a presionarse contra el clítoris e imaginó el aspecto que debía tener, húmeda y henchida.
Por fin, Jamie posó su sexo contra el suyo y empujó despacio, con la mandíbula apretada por la tensión. Tenía los pómulos rígidos y sonrojados. Olivia dejó escapar la respiración, como si su cuerpo necesitara hacerle espacio. Jamie fue haciéndola ceder hasta llenarla por completo, invadiéndola en el mejor de los sentidos. Segundos después, estaba moviendo las caderas contra ella y Olivia jadeando frente a aquella presión.
Olivia separó los pies un poco más. Jamie la agarró por las caderas y las alzó, haciéndole arquear la espalda un poco más. Salió de ella para volver a embestir con más profundidad. Olivia gritó y cerró los ojos, pero se obligó a abrirlos. No quería perderse ni un solo segundo de aquel encuentro, así que se mordió el labio, apretó los puños con fuerza y observó a Jamie Donovan mientras la tomaba.
Era una máquina maravillosa de músculos tensos y piel bronceada que iba hundiéndose cada vez más en ella. Cada embestida parecía convertir en piedra su mandíbula. Y durante todo aquel tiempo, sus ojos resplandecían mientras se observaba a sí mismo penetrándola.
Para Olivia era como una película. Como una película pornográfica protagonizada por ella. ¡Por ella! Y podía sentirlo todo: cada caricia, cada embestida. Quería gritar, pero lo único que hizo fue gemir y aferrarse con fuerza a la cama.
Jamie deslizó las manos por su cuerpo, moldeó su cintura un instante antes de aferrarse de nuevo a sus caderas y clavó los dedos en ella mientras sus movimientos iban creciendo en intensidad.
–¡Sí! –susurró Olivia–. ¡Sí, más fuerte!
Jamie desvió la mirada hacia su rostro y su expresión se hizo más fiera. Aquello era casi insoportable. Aquella visión de algo tan impropio y tan excitante a la vez. Sentía cómo se arremolinaba el deseo dentro de ella, cada vez más tenso, y tenía el clítoris tan rígido que le dolía. Jamás había tenido un orgasmo como aquel, nacido del puro sexo, sin caricias, sin preliminares apenas, jugando a ser utilizada como un objeto sexual.
–Jamie –susurró mientras el placer se hacía tan penetrante que se acercaba al dolor durante unos segundos interminables.
–Sí –la urgió él, clavando los dedos en ella y sumando así un nuevo dolor hasta que todo estalló con un cambio de postura de Jamie que la hizo gritar y gritar hasta enronquecer.
–¡Oh, Dios mío! –jadeó–. ¡Jamie, Jamie…!
–No puedo… –gimió él–. Olivia, yo…
A Olivia se le aclaró la visión a tiempo de ver el gesto de inmenso placer de Jamie y la forma en la que se tensaban sus músculos mientras se hundía en ella al alcanzar el orgasmo.
Al terminar, permaneció quieto y redujo la fuerza con la que la sujetaba. Olivia se permitió relajarse fijando la mirada en su reflejo con un estupefacto gesto de agotamiento.
Jame abrió por fin los ojos y la observó durante largo rato antes de fruncir el ceño y seguir el curso de su mirada hasta el espejo. Se encontraron sus miradas y Jamie se quedó boquiabierto.
–¡Santo Dios! –exclamó casi sin aliento.
–Sí –susurró ella–. Lo sé.
–¿Cómo has…? ¿Qué…?
Olivia arqueo las cejas.
Jamie bajó la mirada hacia el cuerpo de Olivia y la desvió de nuevo hasta el espejo.
–¿Por qué demonios no me has dicho que había un espectáculo?
Olivia comenzó a reír. Temblaba de tal manera que, al final, Jamie tuvo que separarse de ella para que pudiera tumbarse en el colchón. Su sexo se quedó frío sin él.
–Muy bien, tenemos que volver a hacerlo. No es justo, Olivia.
–Yo creo que también tú tenías una vista bastante buena.
La sorpresa transformó su rostro, seguida por un adorable rubor.
–Sí, tienes razón.
Jamie agarró un pañuelo de papel para quitarse el preservativo y se desplomó de espaldas a su lado.
–Me importa un bledo lo divertida o no que seas –le advirtió–. Llámalo como demonios te apetezca, pero eres alucinante.
Olivia le dio un codazo en las costillas.
–Cierra el pico.
–Lo digo en serio. Ha sido… Ha sido de lo más excitante. Por lo menos, para mí.
Olivia se volvió hacia él. Posó la rodilla en el muslo de Jamie y se presionó contra su costado. Este le pasó el brazo bajo la cabeza y la estrechó contra él. Su pelo revuelto parecía estar exigiendo una caricia, así que Olivia hundió los dedos en él y lo acarició hasta convertirlo en un mar de rizos salvajes.
–Has cambiado mi vida. Lo digo en serio.
A los ojos de Jamie no asomó ningún indicio de risa cuando se enfrentó a su mirada. Olivia fue entonces consciente de que en la mirada de Jamie siempre bailaba la risa, pero, en aquel momento, su expresión era serie, solemne.
–Yo no… –comenzó a decir, pero se dio cuenta de que había estado a punto de revelar demasiado. No esperaba que aquella relación se prolongara y no quería asustarle–. Había pasado mucho tiempo desde la última vez y no estaba segura… –dijo en cambio.
Jamie le tomó la mano y se la llevó a los labios para darle un cariñoso beso.
–Yo también llevaba una buena temporada sin hacer nada parecido.
–No es verdad –se burló ella–. Estamos trabajando con conceptos de tiempo diferentes.
–Lo digo en serio. Ya no soy ese tipo. De verdad, ya no.
–Jamie, te he visto. Prácticamente resplandeces cuando hay mujeres cerca.
Jamie retuvo la mano de Olivia en la suya y la presionó contra su pecho.
–Me gustan las mujeres. Eso no lo voy a negar.
Olivia no podía esgrimir aquella verdad contra él. Sí, experimentó unos celos puros y candentes hacia todas aquellas mujeres que habían disfrutado con él, pero no podía enfadarse. ¿Quién iba a rechazarle? ¿Qué mujer tenía la fuerza de voluntad necesaria para resistirse?
–Yo no tengo tanta experiencia como tú –susurró–. Pero lo has hecho todo muy fácil. Así que, gracias.
Jamie la miró con recelo.
–No estarás a punto de darme una placa antes de decirme que me largue.
–¡No!
–Pues eso se ha parecido un poco a un discurso de despedida.
–No, era solo un agradecimiento. Te lo prometo.
Jamie se incorporó apoyándose sobre un codo para poder mirarla. Alzó la mirada y Olivia se volvió para mirarle en el espejo. Se observaron el uno al otro en silencio durante un largo rato. Parecía más fácil mostrar los sentimientos en la distancia, de modo que Olivia le permitió ser testigo de lo que sentía cuando él deslizó los dedos a lo largo de su cuello y su pecho hasta posarlos sobre sus senos desnudos. Dibujó los pezones sin dejar de mirarla a los ojos mientras ella se dejaba envolver por aquella nueva vulnerabilidad. Jamie la hacía sentirse cálida, sexy, nerviosa y triste. Todo a la vez.
La caricia de Jamie avanzó hacia el otro seno, descendió hasta el ombligo y trepó hasta los hombros. Para terminar, Jamie la agarró por la barbilla y la hizo volver el rostro hacia él. Le besó con tanta delicadeza que Olivia apenas sintió el roce de sus labios.
–Sé que te levantas pronto, ¿quieres que me vaya?
–No –respondió ella con excesiva prontitud, alarmada por la posibilidad de que se fuera.
Aquella respuesta tan rápida hizo sonreír a Jamie.
–Genial. Vamos a acurrucarnos.
Olivia le dio un cachete en el hombro y se levantó.
–Voy a cerrar la puerta con llave. El baño está ahí.
Aunque comenzó a alargar la mano hacia la bata, se obligó a detenerse y dejó caer la mano. En vez de taparse, avanzó con los tacones, apagó las luces y se aseguró de que la puerta quedara bien cerrada. Se sentía extraña caminando desnuda por su cuarto de estar. Nadie podía verla, las persianas estaban bajadas, pero aun así… Estaba desnuda, con la piel fría y el sexo todavía henchido y le parecía algo temerario. A lo mejor debería hacerlo más a menudo. A lo mejor se había convertido en una de aquellas personas que limpiaban la casa desnudas.
Sonrió mientras apagaba el último interruptor. Cuando volvió al dormitorio, Jamie estaba ya acurrucado bajo las sábanas, arropado en el lado de la cama que no debía. El lado opuesto al que ocupaba antes su ex. Olivia sonrió de oreja a oreja mientras se deslizaba bajo el edredón, disfrutando incluso de aquella diferencia. Jamie alargó los brazos hacia ella para que se acercara. Y a Olivia se le hizo extraño ser abrazada desde el lado izquierdo de la cama, en vez del derecho.
–Espera –le pidió Olivia, mientras se movía.
–¿Qué pasa?
–Nada, es solo la luz –alargó la mano y al instante los envolvió la oscuridad.
Al principio le abrazó con cierta tensión, pero era imposible estar tensa con Jamie. Su cuerpo lánguido y hundido en la cama era todo calor y relajación. Poco a poco, fue ablandándose contra él. Jamie le acarició el pelo. La fragancia de su piel llenaba los pulmones de Olivia. Podía sentir la presión de su pecho contra ella, pero se sentía flotando, suspendida en la oscuridad y anclada a él.
–Buenas noches –murmuró Jamie con la voz ronca por el sueño.
Disminuyó el ritmo de su respiración. Su mano descansaba pesada sobre su espalda. Y Olivia se permitió fingir que era suyo. Suyo de verdad.
Una idea terrible, pero eran las dos de la madrugada, había bebido media botella de vino y le importaban un comino la sensatez y la prudencia. Aquella noche podía fingir. Al día siguiente volvería a ser responsable y adulta. De momento, Jamie era suyo.