Читать книгу Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl - Страница 13

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–No he traído bañador –dijo insegura a pesar de su atrevida declaración.

Jamie intentó parecer serio mientras sacudía la cabeza al tiempo que dejaba el último plato en el fregadero.

–¿No has oído lo que te he dicho antes?

Casi podía ver cómo repasaba mentalmente la lista de diversiones que le había propuesto. De hecho, movía los labios mientras la recitaba para sí. De pronto, abrió los ojos como platos.

–Pero hoy… Yo pensaba que…

–¿Qué? –preguntó Jamie, fingiendo que no sabía a qué se refería.

Olivia comenzó a farfullar con el rostro de nuevo enrojecido.

–¿Que nos lo tomaríamos con más calma? –sugirió Jamie para evitar que se sintiera culpable.

Pero sabía lo que iba a decir. Ella pensaba que iban a disfrutar del sexo y, al parecer, estaba dispuesta a ello. La sangre comenzó a bombearle a toda velocidad, inundando sus venas hasta que todo su cuerpo estuvo en tensión.

Olivia se aferró a sus palabras, asintiendo con entusiasmo.

–Sí, a tomárnoslo con más calma.

–Pero yo estoy intentando enseñarte a lanzarte de golpe. Empezaremos por el jacuzzi.

Olivia miró hacia la terraza mientras dejaba los cubiertos en el fregadero.

–Pero… la gente nos verá.

–No. El jacuzzi está a salvo de miradas.

–Pero para llegar hasta allí…

–Tengo toallas, Olivia. Toallas grandes y esponjosas.

Olivia tragó saliva y fijó la mirada en el rectángulo que el sol formaba sobre el suelo de la cocina.

–De acuerdo –aceptó, pero parecía aterrada.

–¡Eh! –Jamie se acercó a ella y la agarró por la barbilla–. Estoy de broma. Podemos empezar por acostarnos tarde.

Olivia le miró a los ojos y Jamie volvió a reconocer en ellos una gran vulnerabilidad. El corazón le dio un vuelco, pero Olivia apretó la mandíbula y rectificó.

–No, tienes razón. Yo no soy la experta en esto. Debería confiar en ti.

Jamie dibujó la línea de su barbilla con el dedo y su piel le pareció de seda.

–Solo es un jacuzzi –la tranquilizó.

No quería que Olivia pensara que se estaba mostrando dispuesta a hacer ninguna otra cosa en aquel momento. No quería avergonzarla hablando de sexo.

–Será solo un baño. Nada más.

–De acuerdo. Solo un baño en el jacuzzi.

–Te dejaré la toalla en el dormitorio.

Se alejó con naturalidad, intentando evitar que notara con cuánta anticipación esperaba aquel momento. Si Olivia pensaba que se bañaba desnudo en el jacuzzi cada fin de semana con una chica diferente, que así fuera. Se guardó un par de preservativos en el bolsillo, se colgó una toalla al cuello y dejó otra en la cama para Olivia. Después, volvió a pasar delante de ella y agarró la botella de champán y las copas.

Cuando vio que Olivia abría el grifo del fregadero, se detuvo.

–Que quede esto bien claro, de los platos me ocuparé yo después.

–¡Ah, de acuerdo! –dijo Olivia.

Cerró el grifo del agua y Jamie se dirigió corriendo hacia el jacuzzi. Había conectado el temporizador para que el agua estuviera caliente durante los fines de semana, así que estaba ya a la temperatura adecuada. Jamie encendió los chorros, dejó la ropa en el banco y se metió.

Sabía que Olivia tardaría un poco. Podía imaginarla en aquel momento de pie en la cocina, con los dedos entrelazados y la mandíbula tensa como el acero. Era una mujer seria y prudente, pero también de gran fortaleza. No tenía la menor duda de que reuniría el valor que necesitaba.

Apoyó la cabeza en la bañera y cerró los ojos mientras la imaginaba recorriendo el pasillo muy despacio, con los tacones repiqueteando contra la madera. Cuando llegara al dormitorio, clavaría la mirada en la toalla. Después en la cama. Sus manos vacilarían sobre el nudo que sujetaba su vestido. Dios, Jamie haría cualquier cosa por desatárselo. Por liberar aquel cinto y descubrir lo que se escondía bajo la tela amarilla. Por ver por primera vez su piel. ¿Qué llevaba debajo del vestido? ¿Unas prendas sencillas y discretas? ¿Algo delicado y sedoso?

Para cuando abrió los ojos y la descubrió de pie ante él, ya estaba comenzando a excitarse. Parpadeó sorprendido. En su mente, Olivia todavía estaba nerviosa y vestida.

–¡Eh! –la saludó, recorriendo con la mirada la toalla que se ceñía a su cuerpo.

¡Debajo de la toalla no llevaba nada! Estaba seguro. Tenía los ojos abiertos como platos y los nudillos tan blancos como el algodón al que se aferraban, pero permanecía erguida, sosteniéndole la mirada.

–¿Estás seguro de que no puede vernos nadie? –le preguntó.

–Estoy seguro. Hay demasiadas sombras.

–¿Podrías…?

Jamie volvió a cerrar los ojos, pero aguzó el oído para compensar tanta caballerosidad, como si fuera posible oír cómo caía una toalla por encima del sonido de los chorros. Contó hasta diez, y después hasta veinte, convencido de que se produciría un cataclismo en el instante en el que Olivia estuviera desnuda con él en el agua. O, por lo menos, que Olivia le salpicaría un poco.

–¿Contará como que me he bañado desnuda si tienes los ojos cerrados todo el tiempo?

Aquello sería una tragedia, así que Jamie abrió los ojos al instante. Y allí estaba ella. El torbellino de burbujas cubría la mayor parte de su cuerpo. Todo, la verdad fuera dicha. Jamie podía ver más partes de su anatomía cuando estaba sentado en clase. Pero los pocos centímetros de los hombros que sobresalían por encima del agua estaban desnudos. El pelo oscuro apenas le rozaba el cuello cuando se movía. El agua danzaba y descendía apenas un par de centímetros, tentándole con la posibilidad de contemplar su desnudez.

Jamie se obligó a mirarla a la cara, pero no tardó en darse cuenta de que no importaba. Olivia estaba demasiado ocupada fijando la mirada en su pecho como para advertirlo. En respuesta, Jamie se irguió un poco más.

–Así que lo he hecho –dijo Olivia por fin.

Esbozó una tímida sonrisa que no tardó en extenderse por todo su rostro.

–Sí, lo has hecho, ¿y cómo te sientes?

–Todavía no lo sé.

Olivia se deslizó unos centímetros hacia la derecha, acercándose un poco más, aunque continuaba habiendo medio metro de bañera entre ellos. Desde donde estaba, Olivia podía contemplar todo el jardín. Un golpe de brisa le removió el pelo y Jamie la vio respirar hondo.

–Estar aquí es como estar en una cueva. Es un rincón secreto.

–Sí, exacto.

Detrás del enrejado, el día era una explosión de luminosidad. Afuera, la gente disfrutaba del domingo. Y nadie sabía que Oliva y Jamie estaban escondidos entre las sombras, desnudos bajo el agua. Olivia le rozó el pie con el suyo. Y él respiró despacio.

Cuando había desafiado a Olivia a bañarse desnuda con él, creía tenerlo todo bajo control. Se sentía un poco superior a ella. Como el hombre al que le había sido asignada la tarea de enseñarla a liberarse. Pero aquel no era un baño divertido con una chica achispada que se desprendía de la parte superior del bikini con la misma facilidad con la que se habría quitado una chaqueta que sobraba. Aquella era Olivia Bishop, cuya desnudez era algo preciado y secreto. Y hasta entrever sus hombros desnudos resultaba arriesgado. En aquel momento, Jamie no se sentía ni superior ni tranquilo. Estaba nervioso y tan excitado que agradecía la cobertura que le proporcionaba el agua burbujeante. Y no era tan liberal como para permanecer allí tranquilo con una palpitante erección.

En absoluto.

–¡Mira! –susurró Olivia.

Por un instante, Jamie temió que el agua se hubiera aclarado. Pero Olivia estaba señalando hacia arriba, hacia el comedero para colibrís que había colgado en un árbol. Dos pájaros de color verde danzaban frente a él, aleteando el uno contra el otro mientras competían por el agua azucarada.

Pero Olivia estaba sonriendo, así que Jamie prefirió mirarla a ella.

–Esto es genial. Gracias.

–De nada, puedes venir cuando quieras –le ofreció Jamie con una ironía que a ella pareció pasarle desapercibida.

–Me siento distinta.

–¿Ah, sí?

Olivia se volvió y le sonrió. Su boca se curvaba con un aire seductor que Jamie nunca había visto en ella.

–Sí.

Jamie cambió la pierna de postura para poder deslizarla contra la de ella. El brillo de excitación que centelleó en los ojos de Olivia fue inconfundible.

–Me resulta raro llamarte señorita Bishop cuando se supone que hoy soy yo el que tiene que enseñarte.

–Eso es porque no deberías llamarme así nunca y lo sabes.

–De acuerdo, entonces, te llamaré Olivia.

Alargó la mano hacia las copas de champán y le tendió una, aprovechando la oportunidad para acercarse un poco a ella. En aquel momento, su pantorrilla descansaba de la forma más natural contra la de Olivia.

–Tienes un nombre precioso. Creo que nunca he conocido a nadie que se llame así. Y en la cervecería conozco a mucha gente.

–Es un poco anticuado –suspiró.

–Es muy bonito –insistió Jamie.

No añadió que le quedaba perfecto. A Olivia no le habría gustado porque era cierto que era un nombre un tanto anticuado y aquella era la razón por la que le quedaba bien.

Suspirando, se hundió un poco más en el agua y bebió un sorbo de champán. Tenía una expresión relajada. Soñadora. Y el vapor le coloreaba de rosa las mejillas.

Jamie le acarició la sien, apartando un mechón de pelo pegado a su piel humedecida. Cuando Olivia se volvió hacia él, le acarició el labio inferior con el pulgar, adorando la suavidad de aquella carne. Ella le miró expectante, todo su nerviosismo parecía haberse disuelto en el agua. Y Jamie ya no era capaz de aguantar ni un segundo más.

La besó, manteniendo la mano en su hombro mientras se deslizaba a su lado. Y fue extraño, porque allí, en aquel calor, fue como si sus cuerpos estuvieran participando en el beso. Todo el cuerpo de Olivia estaba tan húmedo y caliente como su boca en aquel momento. Cuando ella deslizó la mano por sus hombros, la caricia fue tan sensual como lo habría sido la de su lengua. Y cuando presionó la rodilla contra su muslo, resbaló por su piel.

Jamie intentó tomarse las cosas con calma, pero Olivia asaltó su boca y hundió los dedos en su pelo para acercarle a ella y Jamie tuvo que controlarse para no abalanzarse sobre ella. Su mano aterrizó en su cadera y los dedos se curvaron de forma natural para sostenerla. Y, entonces, la palma comenzó a trepar por su costado, explorando su cuerpo y acercándola a él.

Al principio, Jamie pensó que era solo la presión del agua lo que sentía contra él, hasta que se dio cuenta de que Olivia estaba deslizando la rodilla entre sus muslos. Jamie intentó encontrar un equilibrio imposible entre acercarse más a ella y guardar las distancias. Un segundo después, su capacidad de control estaba tan dañada que terminó hecha trizas y ahogándose en el agua. Olivia estaba intentando profundizar el beso y le rozó el miembro con el muslo porque tenía la pierna cada vez más encajada entre las suyas.

La oyó emitir un leve sonido. Un susurro de sorpresa o de placer, Jamie no estaba seguro porque su mente estaba ocupada con la sensación de la piel de Olivia contra su sexo y sus propias manos explorando su espalda. Olivia estaba desnuda. Cada centímetro de su piel estaba húmedo y disponible. Alzó las manos hasta su cuello y fue descendiendo milímetro a milímetro, siguiendo el camino marcado por su columna, hasta llegar a la base. Allí extendió las manos, le moldeó las nalgas y la sostuvo por las caderas.

En aquella ocasión, Olivia gimió más alto y Jamie no tuvo problema alguno para interpretar aquel sonido.

La hizo reclinarse contra él. Le encantaba que su respiración estuviera tan agitada como la suya. Posó la boca en su cuello mientras ella se aferraba a su cabeza. La echó después hacia atrás y la alzó por las caderas, obligándola a permanecer erguida para poder verla. Olivia tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos y Jamie siguió el curso de las gotas de agua que se deslizaban desde su cuello hasta sus senos desnudos. Le besó la clavícula y siguió después el camino del agua con los labios. Cuando cerró los labios sobre el pezón, Olivia jadeó con tal intensidad que temió haberle hecho daño. Pero entonces hundió los dedos en su pelo para estrecharle contra ella y él gimió en señal de aprobación.

Tenía unos senos tan pequeños que su mano apenas se curvó al posarse sobre ellos, pero eran de una sensibilidad extraordinaria. Cuando dibujó la aureola con la lengua, a Olivia le temblaron las manos. Y cuando le acarició el pezón con los dientes, sollozó. Era asombroso. Jamie podría haber pasado horas haciendo aquello, intentando arrancar de su boca todos los sonidos imaginables de placer. Era un bonito juego, encontrar los lugares que más placer le producían. Hasta la caricia de la lengua por la blanca piel del lateral de su seno la hizo suspirar. Jamie continuó provocándola antes de volver a cerrar los labios sobre el pezón.

–No puedo… –jadeó Olivia.

Jame dejó que el pezón se deslizara de entre sus labios con tal lentitud que Olivia gimió.

–Ya no aguanto más.

–Bien, en ese caso, será mejor que te sientes –le propuso Jamie.

Olivia colocó la rodilla en el asiento que tenía Jamie junto a su cadera y levantó la otra pierna para sentarse a horcajadas sobre él.

Durante una décima de segundo, Jamie consideró la posibilidad de deslizarse en su interior. Bastaría con que la instara a bajar las caderas para hundirse en ella, porque jamás había deseado nada con tanta intensidad. Nada. Ninguna mujer, ninguna fantasía le había llevado nunca a tal grado de desesperación.

Olivia bajó la mirada hacia él. El pelo húmedo se pegaba a su cuello en bucles oscuros. Abría los ojos de tal manera que Jamie podría haberse hundido en ellos. Su pecho se elevaba y descendía al ritmo de sus jadeos mientras aguardaba expectante.

–Mierda –musitó Jamie, y la abrazó para besarla.

Su miembro quedó atrapado entre ellos, presionando el vientre de Olivia. Cada vez que esta respiraba, provocaba un placer ardiente en su sexo. No podía dejar de pensar en lo que sentiría estando dentro de ella. Se enredó el pelo de Oliva en la mano y la besó con fuerza.

Olivia, excitada, le clavó las uñas en los bíceps mientras se retorcía contra él. El mundo entero de Jamie se transformó en una ola de palpitante deseo. Posó una mano en su muslo y deslizó los dedos a lo largo del rincón en el que se unían estos. La acarició, adorando cómo se retorcía contra él y provocándola hasta hacerla sollozar.

Justo cuando estaba a punto de hundir los dedos en su interior, el mundo se detuvo. Todo se detuvo. Los dos se quedaron paralizados, mirándose impactados.

Jamie no tenía la menor idea de cuánto tiempo llevaban juntos en el jacuzzi, pero se había olvidado de prolongar el tiempo del temporizador. Rugió en sus oídos aquel repentino silencio. El agua se aplacó y quedó convertida en un plácido estanque.

Olivia abrió los ojos y miró a su alrededor como si acabara de recordar dónde estaba.

–¡Ay! –exclamó.

Jamie sintió el susurro de aquella exclamación como una caricia de aire frío en la mejilla.

Tomó aire y deslizó los dedos sobre la tensa perla del clítoris.

–Ay –repitió ella, arqueando las caderas contra él.

Jamie había vuelto a recuperar el control en el agua serena. Era capaz de pensar y comprendió que no quería que aquello acabara en solo unos minutos. Así que la acarició despacio, con mucho cuidado, deleitándose de nuevo en sus gemidos de placer. Siguió los pliegues de su sexo, le acarició el clítoris y la torturó dibujando la sensual apertura con los dedos, pero sin hundirlos en su interior. Y también para él fue una tortura tener su miembro presionado entre sus cuerpos cuando todo lo que deseaba estaba a solo unos centímetros de distancia.

Al cabo de unos segundos, Olivia le hizo alzar el rostro hacia ella y le besó con fuerza.

–¡Dios mío! Esto se te da genial –gimió contra su boca.

Jamie soltó una risa incómoda mientras ella se sentaba.

–¿Tienes… protección?

¿Por qué demonios se habría dejado los vaqueros a cinco mil kilómetros de distancia? Jamie señaló con un gesto vago los pantalones, pero no fue capaz de desviar la mirada de Olivia, que continuaba entre sus piernas. Tenía unos senos adorables y los pezones tensos y oscuros. Pero Jamie solo era capaz de fijarse en el triángulo de vello oscuro que reposaba entre sus muslos.

–Jamie –le urgió Olivia–, ¿tienes preservativos?

–En los pantalones –consiguió farfullar.

Olivia se inclinó de nuevo hacia delante, presionándole el miembro de tal manera que Jamie vio estrellas de placer, y alargó la mano para agarrar el montón de ropa.

–Gracias –contestó Jamie jadeando.

Tomó los pantalones para sacar un preservativo. Después se detuvo durante unos segundos un tanto embarazosos atrapado por Olivia.

–¡Ah! –exclamó Olivia, echándose hacia atrás para apartarse de sus rodillas.

Jamie se levantó y se puso el preservativo, consciente de la mirada de Olivia. Cuando volvió a sentarse en el agua, agarró a Olivia de la mano y la hizo acercarse flotando hacia él. Se hundió algo más en el agua para que ella pudiera ponerse de rodillas en el asiento y colocarse sobre él. Después, tomó su propio miembro con la mano y guio a Olivia hacia él. Pudo observar todo el proceso a través del agua clara. Y cuando rozó el sexo de Olivia con la cabeza de su miembro, la oyó tomar aire y contenerlo.

Después el cuerpo de Olivia le aceptó, cerrándose a su alrededor. Jamie oyó cada aleteo de su respiración, hasta el más leve jadeo mientras se hundía en ella.

Jamie no respiraba. Estaba demasiado ocupado sintiendo la tensión, la presión. Demasiado ocupado observándola mientras empujaba en su interior.

Olivia posó la mano en su pecho y extendió los dedos.

–Espera –jadeó, respirando con más fuerza.

Jamie esperó con los dientes apretados mientras sentía los músculos de Olivia moviéndose a su alrededor y cediendo después levemente.

–Ya está –susurró Olivia.

Gracias a Dios, Jamie pudo por fin respirar e hizo descender a Olivia los últimos centímetros. Durante unos instantes, allí quedó todo. Aquello era lo único que necesitaban.

Permanecieron los dos muy quietos, dejando que el agua se serenara a su alrededor. Olivia posó la mirada en el lugar en el que se unían sus cuerpos, como si estuviera tan fascinada como él.

Y todo fue silencio. Un silencio profundo. Los pájaros cantaban. Oyeron pasar un coche por la calle y, a lo lejos, el zumbido de un cortacésped.

Jamie deslizó las manos por las caderas y la cintura de Olivia hasta alcanzar sus senos. Le acarició los pezones con los pulgares y Olivia sacudió las caderas. Jamie no necesitó nada más para salir de aquel letargo. Olivia volvió a mover las caderas en círculo con un torturado suspiro. Jamie permitió que fuera ella la que marcara el ritmo. Al principio, Olivia fue despacio, poco a poco, pero, en el momento en el que él le pellizcó los pezones, aumentó el ritmo de sus movimientos, haciendo chocar sus caderas con fuerza contra él mientras las caricias de Jamie se hacían más rudas.

El orgasmo de Jamie estaba ya consolidándose en la base de su miembro de modo que intentó no pensar en lo sexy que estaba Olivia. En cómo se arqueaba mientras cabalgaba sobre él, empujando sus senos con firmeza contra sus manos. Intentó no fijarse en su miembro saliendo de ella cuando Olivia se elevaba, ni sentir la imposible tensión de su vagina cuando se deslizaba hacia abajo. Intentó no oír el sonido tenue y oscuro de los gritos que Olivia reprimía para que no llegaran a oídos de sus vecinos.

Pero cuando los gemidos aumentaron de volumen y el movimiento de sus caderas se hizo más rápido, comprendió que ya no iba a poder aguantar mucho más. Se hundió un poco más en el agua, la hizo echarse hacia atrás, colocó una mano en su cadera y otra entre sus cuerpos.

Podía sentir el perfecto contraste de su dureza contra el sexo blando de Olivia, pero la pasión entorpecía sus movimientos y tardó unos segundos en encontrar el lugar preciso que buscaba.

–¡Dios mío! –exclamó Olivia cuando por fin le acarició el clítoris–. ¡Jamie! –continuó moviéndose a toda velocidad.

Jamie apretó los dientes, resistiéndose a aquel constante placer.

–¡Dios mío! –susurraba Olivia una y otra vez mientras Jamie rezaba para poder aguantar.

Al final, los susurros de Olivia se transformaron en un sollozo. Sacudió las caderas contra él mientras sus músculos interiores le atrapaban con una tensión casi imposible. Olivia enterró el rostro en su cuello y pronunció su nombre con un grito amortiguado. Jamie se aferró a sus caderas hasta que cesaron los espasmos.

A Olivia todavía le temblaban los muslos cuando Jamie la alzó para sentarla de nuevo sobre él. Le miró deslumbrada por lo ocurrido.

Y entonces Jamie se abrazó a sus caderas y se vació dentro de ella, permitiéndose fijarse en todo cuanto le rodeaba. En el pelo revuelto y los ojos somnolientos de Olivia. En la boca enrojecida, en los labios entreabiertos en un fuerte jadeo mientras él se hundía de nuevo hasta el fondo. Y en los pezones erguidos y oscuros sobre la pálida piel.

Olivia volvió a gritar su nombre y él gruñó satisfecho mientras embestía con un deseo brutal. Cuando por fin llegó al orgasmo, gruñó entre dientes y continuó dentro de ella hasta que remitió la última oleada de placer.

En cuanto aflojó el abrazo, Olivia se desplomó contra Jamie.

Su cuerpo se acomodaba sobre el de él como si fuera de gelatina.

Jamie consiguió soltar una risa tensa.

–¿Estás bien?

–No –contestó Olivia contra su hombro.

–¿No?

–No. Me siento… llena. Y dolorida.

–Lo siento, yo…

–Y creo que esto no ha sido divertido.

–Eh… –Jamie la apartó, intentando interpretar su expresión–. Olivia…

–Ha sido… la perfección metafísica.

Se echó a reír y Jamie dejó escapar un suspiro de alivio.

–¿De verdad? Bueno, me impresionas. «Se te da muy bien besar», «perfección metafísica»…

–No te lo creas tanto. Yo también he tenido algo que ver.

–Sí, desde luego.

–Y… ¿te he parecido divertida?

Todavía estaba sonriendo, pero cuando se echó hacia atrás para mirarle, Jamie pudo ver en sus ojos que la pregunta era sincera.

Alzó las manos para cubrirse los senos, pero Jamie se las retiró.

–Eh…–retuvo las manos de Olivia entre las suyas y le sostuvo la mirada–. Tú también has estado perfecta.

La sonrisa de Olivia pareció entonces auténtica. Se mordió el labio como una colegiala orgullosa. Y entre aquella sonrisa traviesa, sus senos desnudos y el hecho de que todavía estuviera dentro de ella, Jamie comenzó a excitarse otra vez.

La sonrisa de Olivia se transformó en una expresión de sorpresa.

–Procura tener cuidado a la hora de demostrar toda esa capacidad de diversión, Olivia –le advirtió–. Es peligroso.

–Voy a tener que aprender a medir mis propias fuerzas.

Jamie esbozó una mueca cuando Olivia se echó a reír, pero añadió también una sonrisa.

–De acuerdo, pero esta vez vamos a comprobar los límites de los poderes que acabas de descubrir en la cama. No quiero buscarme más problemas.

Olivia se levantó, haciéndole reprimir un gemido. Y aquella vez, mientras permanecía desnuda al lado del jacuzzi, no le pidió que cerrara los ojos.

–Dese prisa, señor Donovan. La clase se reanuda dentro de cinco minutos.

–Cinco minutos –musitó un tanto abrumado.

Pero pensó que con Olivia no le resultaría difícil conseguirlo.

Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten

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