Читать книгу ¿Es estrés o tu tiroides? - Virginia Busnelli - Страница 10
ОглавлениеUno de los principales conflictos que me plantean los pacientes es la contradicción permanente de información que reciben. El bombardeo de falsas teorías creadas para justificar un propósito es moneda corriente. Dependiendo del objetivo de venta o negocio del comunicador se generará un llamativo titular que atraerá la atención de muchas personas que ‒preocupadas por su salud‒ probablemente caigan presas del comercio de la desinformación que hoy genera la nueva era de la tecnodependencia.
Hablar en televisión sin decir la verdad o simplemente sin conocimiento no está penado, emitir la opinión personal como certeza está permitido en todos los medios, habilitado solo por el certificado que otorga la fama, cualquier celebrity opina de cualquier tema. Tampoco está prohibido comunicar la experiencia de “cómo le gané al cáncer” en la tapa de una popular revista, aunque no represente una alternativa terapéutica posible para el resto de la población. El vacío legal sobre la responsabilidad de los medios de comunicación y las redes sociales consiente que cualquiera pueda viralizar un mensaje falso sin perjuicio del daño que pueda ocasionar.
Así es como Facebook, Instagram, TikTok, Twitter entre otras plataformas digitales, se transformaron en vehículos principales de la información que recibe la población donde los divulgadores tienen múltiples rostros: los llamados influencers de las distintas categorías fácilmente detectables y clasificables en los más diversos perfiles creados y poco reales, los ¨antitodo¨, los pesimistas protestones, los extremadamente sanos y perfectos, los fanáticos, los negadores, los provocadores, los famosos que fomentan su ego, los bellos adinerados y populares, todos ellos invaden nuestra cotidianeidad e impactan en nuestra vida comunicando sus versiones como las afirmaciones más valiosas de la historia, creando tendencias que cada día nos alejan más de la ciencia y la verdad.
Inmersos en la era de la divulgación no verificada donde todas las voces se pueden escuchar y no hay nada penado por la ley nos enfrentamos a las mil caras de lo cierto. De esta manera, no importa un título, ni la formación, puesto que no hay requisitos ni antecedentes valiosos para convertir a una persona en un perfil de varios millones de seguidores. Así es como los pacientes asisten a las consultas convencidos de una determinada teoría que leyeron por ahí y plantean: “Dra., quiero que me haga el control porque ya hace dos meses que dejé de comer con gluten para lograr curarme de la tiroides”. Tal vez el lector se haya topado también con distintos titulares como “la dieta que cura tu hipotiroidismo” o “la levotiroxina no es necesaria para controlar tu tiroides”, “realizarse punción de tiroides puede diseminar las células malignas”, “los problemas de tiroides son contagiosos”, “el Hashimoto no existe” y así puedo relatar muchas fábulas más sobre esta glándula.
Es importante destacar que estos mensajes no suelen salir de la mente macabra de la persona que los da a conocer, sino de la malinterpretación de “un artículo científico”. Cuando aparece el superposteo que afirma un argumento diciendo “yo tengo evidencia de lo que digo porque tal artículo de Harvard dice…”, hay que entender que eso no equivale a una evidencia.
Los médicos trabajamos basándonos en la evidencia científica. Últimamente ‒también gracias a los medios de comunicación‒ la expresión “medicina basada en la evidencia” se propagó. Se trata de un proceso cuyo objetivo radica en obtener la mejor respuesta científica a una pregunta en particular, y aplicarlo en el ejercicio de la práctica clínica cotidiana. Quiere decir que para que los médicos podamos ejecutar una acción en un paciente, primero debe ensayarse y publicarse. De acuerdo al resultado de los distintos ensayos, se realiza un análisis sobre el cual se extraen conclusiones. Implica un mecanismo sumamente complejo, que debe involucrar ensayos en humanos y efectuarse con un número muy importante de participantes. Caer en un error durante un estudio es muy posible, por lo tanto su conclusión no tendrá validez para traspolarse a la actividad práctica cotidiana. Con esto quiero explicar que la ciencia tiene distintos niveles de evidencia. A ello se suma que ‒para poder leer e interpretar estos estudios‒ se requiere tener un pensamiento crítico y una formación en estadística médica que muchos de los grandes voceros de las redes sociales carecen. En definitiva, “un artículo de investigación” no alcanza para hacer ningún tipo de afirmación científica veraz. Hacer ciencia es un arte.
Por otro lado, en medicina se suele ilustrar con una pirámide la jerarquía de los niveles de evidencia de los distintos estudios de los cuales alguien saca un determinado argumento. Entonces para aceptar la validez de un mensaje se deben destacar varios puntos: qué tipo de estudio lo afirma, dónde se publicó ese artículo, cuántas personas participaron, cuánto tiempo duró, cómo lo diseñaron, qué errores tuvo, quién interpretó esos resultados, todos estos son limitantes muy frecuentes que ‒quienes conocemos de metodología de investigación científica‒ podemos notar en la divulgación cotidiana de mensajes malinterpretados.
LAS CONCLUSIONES OBTENIDAS ADEMÁS DE SER INTERPRETADAS DE MANERA CORRECTA SERÁN AÚN MÁS VALIOSAS CONTRASTADAS CON LA EXPERIENCIA DEL MÉDICO TRATANTE Y CONTEXTUALIZADAS EN LA INDIVIDUALIDAD DEL PACIENTE, POR ELLO LA GENERALIZACIÓN DE UN MENSAJE HACIA LA POBLACIÓN GENERAL DEBE PRONUNCIARSE CON RECAUDOS.
Siempre me llamó a la reflexión la importancia de ser emisora de un mensaje hacia la población, de ahí que destaque la importancia de que cada uno de los lectores se empodere con la información que les brindo, sin olvidar la necesidad indispensable de consultar a su médico para individualizar su propio caso.
No quiero aburrirlos con mucho tecnicismo, pero cuando decidí escribir este libro tuve dos objetivos principales: el primero es enseñar a reconocer la información necesaria para que las personas aprendan a discernir y la segunda ‒la más importante‒, desterrar mitos y falsas creencias apoyándome en los estudios de alta evidencia científica.
Entonces, antes de comenzar con la tiroides en el próximo capítulo, quisiera advertir sobre la infoxicación que todos padecemos: estamos intoxicados de información falsa. Para eso, dejo algunos consejos:
Cuando lean por ahí un artículo con nombre superimportante que remiten a equipos de investigación de las universidades más importantes del mundo, recuerden que no solo necesitamos muchos artículos estudiados durante mucho tiempo sino que es muy importante qué tipo de estudio hace referencia al tema. Ya saben que esa no es una información de calidad. La evidencia se obtiene luego del análisis de múltiples publicaciones surgidas tras muchos años de investigación, por ende un solo paper no es evidencia.
Cuando alguien utiliza los medios para comunicar su forma de vida o su experiencia, intentando contagiar a los demás, recuerden que medicina basada en la vivencia no es lo mismo que medicina basada en la evidencia.
Cuando escuchen algún médico superfamoso apoyando algún argumento sorprendente, invocando a “especialistas de universidades internacionales” y haciendo uso de su trayectoria o de su currículum, tengan cuidado, hacer medicina basada en la eminencia no es lo mismo que hacer medicina basada en la evidencia.
Y cuando lean por ahí algún fanático pregonando su teoría y diciendo que hay artículos que fundamentan su teoría, recuerden que encontrar evidencia para apoyar un argumento no significa que se trate de un argumento basado en la evidencia.