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SCENA QUARTA

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Otra parte de la misma calle, ante la casa de Bruto

Entran PORCIA y Lucio

PORCIA. — ¡Por favor, muchacho, corre al Senado! ¡No te detengas a responderme! ¡Marcha de prisa! ¿Qué esperas?

Lucio. — Saber mi encargo, señora.

PORCIA. — ¡Quisiera que fueras y volvieses antes de poder decirte lo que has de hacer allí! ¡Oh firmeza, ven en mi auxilio! ¡Levanta una montaña colosal entre mi corazón y mi lengua! ¡Tengo el espíritu de un hombre, pero mi fortaleza es de mujer! ¡Qué difícil para la mujer guardar secretos! ¿Aún estás aquí?

Lucio. — ¿Qué debo hacer, señora? ¿Correr al Capitolio, y nada más? ¿Y luego volver sin otro objeto!

PORCIA. — Sí; y avísame si tu amo se encuentra bien, muchacho, porque salió algo indispuesto. Y toma buena nota de lo que haga César y qué solicitantes se le acercan. ¡Escucha, muchacho! ¿Qué ruido es ése?

Lucio. —, No oigo nada, señora.

PORCIA. — ¡Pon atención, te lo ruego! ¡He oído un sordo rumor, como un tumulto que el viento trae del Capitolio!

Lucio. — En verdad, señora, no oigo nada.

(Entra un ADIVINO.)

PORCIA.—Acércate aquí, mozo. ¿Dónde has estado? ,

ADIVINO. — En mi propia casa, buena señora.

PORCIA. — ¿Qué hora es?

ADIVINO. — Cerca de las nueve, señora.

PORCIA. — ¿Ha ido ya César al Capitolio?

ADIVINO. — Todavía no, señora. Voy a tomar puesto para verle pasar.

PORCIA. — ¿Tienes alguna pretensión cerca de César? ¿No es así?

ADIVINO. — En efecto, señora, y si César quiere ser tan bueno para César que me preste oídos, le encargaré que vele por sí propio.

PORCIA. — ¡Pues qué! ¿Sabes quizá que se pretende hacerle algún daño?

ADIVINO. — Ninguno, que yo conozca, pero temo que pueda sucederle alguno muy grande. Me despido de vos. Aquí se estrecha la calle, y la muchedumbre de senadores, pretores y meros solicitantes que se agrupan tras las huellas de César estrujarían a un hombre débil hasta matarlo. Me iré a un sitio más ancho y : desde allí hablaré al gran César cuando pase.

(Sale.)

PORCIA. — Retirémonos. ¡Ay de mí! ¡Qué débil cosa es el corazón de la mujer! ¡Oh Bruto! ¡Que los cielos te ayuden en tu empresa! Seguramente, el muchacho me ha entendido. Bruto tiene una petición que César no acogerá. ¡Oh, me desmayo! ¡Corre, Lucio, y encomiéndate a mi señor! ¡Dile que estoy alegre, y vuelve al instante a repetirme lo que te diga!

(Salen separadamente.)

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