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SCENA SECUNDA

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El foro

Entran BRUTO y CASIO y una turba de ciudadanos

CIUDADANOS. — ¡Queremos que se nos dé una explicación! ¡Que se nos explique!

BRUTO. — Pues seguidme y escuchad, amigos. Casio, id a la calle contigua y dividid la multitud. Los que deseen oírme, quédense aquí. Los que deseen acompañar a Casio, vayan con él, y se expondrán públicamente las razones de la muerte de César.

CIUDADANO PRIMERO. — Yo quiero oír hablar a Bruto.

CIUDADANO SEGUNDO. — Yo, a Casio, y así comparar sus razones cuando hayamos oído separadamente a uno y otro.

(Sale CASIO con algunos ciudadanos. BRUTO ocupa el rostrum.)

CIUDADANO TERCERO. — ¡El noble Bruto ocupa la tribuna! ¡Silencio!

BRUTO. — Tened calma hasta el fin. ¡Romanos, compatriotas y amigos! Oídme defender mi causa y guardad silencio para que podáis oírme. Creedme por mi honor y respetad mi honra, a fin de que me creáis. Juzgadme con vuestra rectitud y avivad vuestros sentidos para poder juzgar mejor. Si hubiese alguno en esta asamblea que profesará entrañable amistad a César, a él le digo que el afecto de Bruto por César no era menos que el suyo. Y si entonces ese amigo preguntase por qué Bruto se alzó contra César, ésta es mi contestación: «No porque amaba a César menos, sino porque amaba más a Roma.» ¿Preferiríais que César viviera y morir todos esclavos a que esté muerto César y todos vivir libres? Porque César me apreciaba, le lloro; porque fue afortunado, le celebro; como valiente, le honro; pero por ambicioso, le maté. Lágrimas hay para su afecto, gozo para su fortuna, honra para su valor y muerte para su ambición. ¿Quién hay aquí tan abyecto que quisiera ser esclavo? ¡Si hay alguno, que hable, pues a él he ofendido! ¿Quién hay aquí tan estúpido que no quisiera ser romano? ¡Si hay alguno, que hable, pues a él he ofendido! ¿Quién hay aquí tan vil que no ame a su patria? ¡Si hay alguno, que hable, pues a él he ofendido! Aguardo una respuesta. TODOS. — ¡Nadie, Bruto, nadie! BRUTO. — ¡Entonces, a nadie he ofendido! ¡No he hecho con César sino lo que haríais con Bruto! Los motivos de su muerte están escritos en el Capitolio. Su gloria no se amengua, en cuanto la merecía, ni se exageran sus ofensas, por las cuales ha sufrido la muerte.

(Entran ANTONIO y otros con el cuerpo de CÉSAR.)

Aquí llega su cuerpo, que doliente conduce Marco Antonio, que, aunque no tomó parte en su muerte, percibirá los beneficios de ella, o sea un puesto en la república. ¿Quién de vosotros no obtendrá otro tanto? Con esto me despido, que, igual que he muerto a mi mejor amigo por la salvación de Roma, tengo el mismo puñal para mí propio cuando plazca a mi patria necesitar mi muerte.

TODOS. — ¡Viva Bruto! ¡Viva, viva!

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Conduzcámosle en triunfo hasta su casa!

CIUDADANO SEGUNDO. — Erijámosle fina estatua, como a sus antepasados.

CIUDADANO TERCERO. — ¡Nombrémosle César!

CIUDADANO CUARTO. — ¡Lo mejor de César será coronado en Bruto!

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Llevémosle a su casa entre vítores y aclamaciones!

BRUTO. — ¡Compatriotas!... CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Callad! ¡Silencio! Habla Bruto.

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Callad, eh!

BRUTO. — Queridos compatriotas, dejadme marchar solo, y en obsequio mío, quedaos aquí con Antonio. Honrad el cadáver de César y oíd la. Apología de sus glorias, que, con nuestro beneplácito, pronunciará Antonio. ¡Os suplico que nadie, excepto yo, se aleje de aquí hasta que Antonio haya hablado!

(Sale.)

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Quedémonos, eh! ¡Y oigamos a Marco Antonio!

CIUDADANO TERCERO. — Que suba a la tribuna pública y le escucharemos. ¡Vamos, noble Antonio!

ANTONIO. — ¡Por consideración a Bruto me veis ante vosotros!

(Sube a la tribuna.)

CIUDADANO CUARTO. — ¿Qué dice de Bruto?

CIUDADANO TERCERO. — Dice que por consideración a Bruto le vemos en nuestra presencia.

CIUDADANO CUARTO — ¡Lo mejor sería que no hablase aquí mal de Bruto!

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Este César era un tirano!

CIUDADANO TERCERO. — Sin duda alguna, y es una bendición para nosotros que Roma se haya librado de él.

CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Silencio! ¡Escuchemos lo que Antonio diga!

ANTONIO. — ¡Amables romanos!...

CIUDADANO. — ¡Eh, silencio! ¡Oigámosle!

ANTONIO. — ¡Amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención! ¡Vengo a inhumar a César, no a ensalzarle! ¡El mal que hacen los hombres les sobrevive! ¡El bien queda frecuentemente sepultado con sus huesos! ¡Sea así con César! El noble Bruto os ha dicho que César era ambicioso. Si lo fue, era la suya una falta, y gravemente lo ha pagado. Con la venía de Bruto y los demás —pues Bruto es un hombre honrado, como son todos ellos, hombres todos honrados— vengo a hablar en el funeral de César. Era mi amigo, para mí leal y sincero, pero Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honrado. Infinitos cautivos trajo a Roma, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Parecía esto ambición en César? Siempre que los pobres dejaran oír su voz lastimera, César lloraba. ¡La ambición debería ser de una sustancia más dura! No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honrado. Todos visteis que en las Lupercales le presenté tres veces una corona real, y la rechazó tres veces. ¿Era esto ambición? No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y, ciertamente, es un hombre honrado. ¡No hablo para desaprobar lo que Bruto habló! ¡Pero estoy aquí para decir lo que sé! Todos le amasteis alguna vez, y no sin causa. ¿Qué razón, entonces, os detiene ahora para no llevarle luto? ¡Oh raciocinio! ¡Has ido a buscar asilo en los irracionales, pues los hombres han perdido la razón! ¡Toleradme! ¡Mí corazón está ahí, en ese féretro, con César, y he de detenerme hasta que torne a mí...

CIUDADANO PRIMERO. — Pienso que tiene mucha razón en lo que dice.

CIUDADANO SEGUNDO. — Si lo consideras detenidamente, se ha cometido con César una gran injusticia.

CIUDADANO CUARTO. — ¿Habéis notado sus palabras? No quiso aceptar la corona. Luego es cierto que no era ambicioso.

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Si resulta, les pesará a algunos!

CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Pobre alma! ¡Tiene enrojecidos los ojos por el fuego de las lágrimas!

CIUDADANO TERCERO. — ¡En Roma no existe un hombre más noble que Antonio!

CIUDADANO CUARTO. — Observémosle ahora. Va a hablar de nuevo.

ANTONIO. — ¡Ayer todavía, la palabra de César hubiera podido hacer frente al universo! ¡Ahora yace ahí, y nadie hay tan humilde que le reverencie! ¡Oh señores! Si estuviera dispuesto a excitar al motín y a la cólera a vuestras mentes y corazones, sería injusto con Bruto y con Casio, quienes, como todos sabéis, son hombres honrados. ¡No quiero ser injusto con ellos! ¡Prefiero serlo con el muerto, conmigo y con vosotros, antes que con esos hombres tan honrados! pero he aquí un pergamino con el sello de César. Lo hallé en su. gabinete y es su testamento. ¡Oiga el pueblo su voluntad —aunque, con vuestro permiso, no me propongo leerlo— e irá a besar las heridas de César muerto y a empapar sus pañuelos en su sagrada , sangre! ¡Sí! ¡Reclamará un cabello suyo como reliquia, y al morir lo transmitirá por testamento como un rico legado a su posteridad!

CIUDADANO CUARTO. — ¡Queremos conocer el testamento! ¡Leedlo, Marco Antonio! ,

TODOS. — ¡El testamento! ¡El testamento! ¡Queremos oír el testamento de César!

ANTONIO. — ¡Sed pacientes, amables amigos! ¡No debo leerlo! ¡No es conveniente que sepáis hasta qué extremo os amó César! Pues siendo hombres y no leños ni piedras, ¡sino hombres!, al oír el testamento de César os enfureceríais llenos de desesperación. Así, no es bueno haceros saber que os instituye sus herederos, pues si lo supierais, ¡oh!, ¿qué no habría de acontecer?

CIUDADANO CUABTO. — ¡Leed el testamento, queremos oírlo! ¡Es preciso que nos leáis el testamento! ¡El testamento!

ANTONIO. — ¿Tendréis paciencia? ¿Permaneceréis un. momento en calma? He ido demasiado lejos al deciros esto. Temo agraviar a los honrados hombres cuyos puñales traspasaron a César. ¡Lo temo!

CIUDADANO CUARTO. —»¡Son unos traidores! ¡Hombres honrados!

TODOS. — ¡Su última voluntad! ¡El testamento!

ANTONIO. — ¿Queréis obligarme entonces a leer el testamento? Pues bien: formad círculo en torno del cadáver de César y dejadme enseñaros al que hizo el testamento. ¿Descenderé? ¿Me dais vuestro permiso?

TODOS. — ¡Bajad!

CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Descended!

(ANTONIO desciende de la tribuna.)

CIUDADANO TERCERO. — Estáis autorizado.

CIUDADANO CUARTO. — Formad círculo. Colocaos alrededor.

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Apartaos del féretro, apartaos del cadáver!

CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Lugar para Antonio, para el muy noble Antonio!

ANTONIO. — ¡No, no os agolpéis encima de mí! ¡Quedaos a distancia!

VARIOS CIUDADANOS. — ¡Atrás! ¡Sitio! ¡Echaos atrás!

ANTONIO. — ¡Si tenéis lágrimas, disponeos ahora a verterlas! ¡Todos conocéis este manto! Recuerdo cuando César lo estrenó. Era una tarde de estío, en su tienda, el día que venció a los de Nervi. ¡Mirad: por aquí penetró el puñal de Casio! ¡Ved qué brecha abrió el implacable Casca! ¡Por esta otra le hirió su muy amado Bruto! ¡Y al retirar su maldecido acero, observad cómo la sangre de César parece haberse lanzado en pos de él, como para asegurarse de si era o no Bruto el que tan inhumanamente abría la puerta! ¡Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de César! ¡Juzgad, oh dioses, con qué ternura le amaba César! ¡Ése fue el golpe más cruel de todos, pues cuando el noble César vio que él también le hería, la ingratitud, más potente que los brazos de los traidores, le anonadó completamente! ¡Entonces estalló su poderoso corazón, y, cubriéndose el rostro con el manto, el gran César cayó a los pies de la estatua de Pompeyo, que se inundó de sangre! ¡Oh, qué caída, compatriotas! ¡En aquel momento, yo, y vosotros y todos ; caímos, y la traición sangrienta triunfó sobre nosotros! ¡Oh, ahora lloráis y percibo sentir en vosotros la impresión de la piedad! ¡Esas lágrimas son generosas! ¡Almas compasivas! ¿Por qué lloráis, cuando aún no habéis visto más que la desgarrada vestidura de César? ¡Mirad aquí! ¡Aquí está él mismo, acribillado, como veis, por los traidores!

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Oh lamentable espectáculo!

CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Oh noble César!

CIUDADANO TERCERO. — ¡Oh desgraciado día!

CIUDADANO CUARTO. — ¡Oh traidores, villanos!

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Oh cuadro sangriento!

CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Seremos vengados!

TODOS. — ¡Venganza!... ¡Pronto!... ¡Buscad!... ¡Quemad!... ¡Incendiad!... ¡Matad!... ¡Degollad!... ¡Que no quede vivo un traidor!...

ANTONIO. — ¡Deteneos, compatriotas!...

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Silencio! ¡Oíd al noble Antonio!

CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Le escucharemos! ¡Le seguiremos! ¡Moriremos con él!

ANTONIO. — ¡Buenos amigos, apreciables amigos, no os excite yo con esa repentina explosión de tumulto! Los que han consumado esta acción son hombres dignos. ¿Qué secretos agravios tenían para hacerlo? ¡Ay! Lo ignoro. Ellos son sensatos y honorables, y no dudo que os darán razones. ¡Yo no vengo, amigos, a concitar vuestras pasiones! Yo no soy orador como Bruto, sino, como todos sabéis, un hombre franco y sencillo, que amaba a su amigo, y esto lo saben bien los que públicamente me dieron licencia para hablar de él. ¡Porque no tengo ni talento, ni elocuencia, ni mérito, ni estilo, ni ademanes, ni el poder de la oratoria, que enardece la sangre de los hombres! Hablo llanamente y no os digo sino lo que todos conocéis. ¡Os muestro las heridas del bondadoso César, pobres, pobres bocas mudas, y les pido que ellas hablen de mí! ¡Pues si yo fuera Bruto y Bruto fuera Antonio, ese Antonio exasperaría vuestras almas y pondría una lengua en cada herida de César, capaz de conmover y levantar en motín las piedras de Roma!

TODOS. — ¡Nos amotinaremos!

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Prendamos fuego a la casa de Bruto!

CIUDADANO TERCERO. — ¡En marcha, pues! ¡Venid! ¡Busquemos a los conspiradores!

ANTONIO. — ¡Oídme todavía, compatriotas! ¡Oídme todavía!

TODOS. — ¡Silencio, eh!... ¡Escuchad a Antonio!... ¡Muy noble Antonio!

ANTONIO. — ¡Amigos, no sabéis lo que vais a hacer! ¿Qué ha hecho César para así merecer vuestros afectos? ¡Ay! ¡Aún lo ignoráis! ¡Debo, pues, decíroslo! ¡Habéis olvidado el testamento de que os hablé!

TODOS. — ¡Es verdad! ¡El testamento! ¡Quedémonos y oigamos el testamento!

ANTONIO. — Aquí está, y con el sello de César. A cada ciudadano de Roma, a cada hombre, individualmente, lega setenta y cinco dracmas.

CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Qué noble César! ¡Vengaremos su muerte!

CIUDADANO TERCERO. — ¡Oh regio César!

ANTONIO. — ¡Oídme con paciencia!

TODOS. — ¡Silencio, eh!

ANTONIO. — Os lega además todos sus paseos, sus quintas particulares y sus jardines recién plantados a este lado del Tíber. Los deja a perpetuidad a vosotros y a vuestros herederos como parques públicos para que os paseéis y recreéis. ¡Éste era un César! ¿Cuándo tendréis otro semejante?

CIUDADANO PRIMERO. — ¡Nunca, nunca! ¡Venid! ¡Salgamos! ¡Salgamos! ¡Queremos su cuerpo en el sitio sagrado e incendiaremos con teas las casas de los traidores! ¡Recoged el cadáver!

CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Id en busca de fuego!

CIUDADANO TERCERO. — ¡Destrozad los bancos!

CIUDADANO CUARTO. — ¡Haced pedazos los asientos, las ventanas, todo!

(Salen los CIUDADANOS con el Cuerpo.)

ANTONIO. — ¡Ahora, prosiga la obra! ¡Maldad, ya estás en pie! ¡Toma el curso que quieras!

(Entra un CRIADO.)

¿Qué ocurre, mozo?

CRIADO. — Octavio ha llegado a Roma.

ANTONIO. — ¿Dónde está?

CRIADO. — Él y Lépido se hallan en casa de César.

ANTONIO. — Voy inmediatamente a verle. Viene a medida del deseo. La fortuna está de buen humor y, en su capricho, nos lo concederá todo.

CRIADO. — Le he oído decir que Bruto y Casio han escapado como locos por las puertas de Roma.

ANTONIO'. — Es posible que tuvieran alguna información sobre los sentimientos del pueblo y la manera como lo he sublevado. Llévame ante Octavio.

(Salen.)

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