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SCENA SECUNDA
ОглавлениеCampo cerca de Sardis. — Ante la tienda de Bruto
Tambores, Entran BRUTO, LUCILIO, LUCIO y soldados. Los acompañan TITINIO y PÍNDARO
BRUTO. - ¡Alto, eh!
LUCILIO. — ¡Dad la seña, eh! ¡Y alto!
BRUTO. — ¡Qué hay, Lucilio! ¿Está cerca Casio?
LUCILIO. — Está al llegar, y Píndaro ha venido a saludarnos de parte de su señor.
BRUTO. — Me saluda amistosamente. Vuestro amo, Píndaro, sea por propia mudanza, o por mal consejo de sus oficiales, me ha dado motivos suficientes para ansiar que ciertas cosas hechas se deshicieran; pero si está tan próximo, me explicaré con él.
PÍNDARO. — No dudo que mi noble señor aparecerá tal como es, lleno de discreción y honorabilidad.
BRUTO. — No se duda de él. Una palabra, Lucilio. ¿Cómo os recibió? Que yo lo sepa.
LUCILIO.—Con bastante respeto y cortesía; pero no con las mismas pruebas de familiaridad ni con aquel libre y amistoso trato que antes le eran habituales.
BRUTO. — Acabas de describirme al ardoroso amigo que se entibia. Observad, Lucilio, que cuando la amistad comienza a debilitarse y decaer, afecta ceremonias forzadas. La fe pura y sencilla no admite disfraces , pero los hombres frívolos, como los caballos sin domar, hacen alarde y ostentación de su energía; cuando sienten la sangrienta espuela, dejan caer la cabeza. Y, como rocines falsos, sucumben en la prueba, adelantan sus tropas?
LUCILIO. — Tienen intención de acampar esta noche en Sardis. El grueso del ejército, la caballería inclusive, vienen con Casio.
(Marcha dentro.)
BRUTO — ¡Escuchad! Ya ha llegado. Vamos sin ruido a su encuentro.
(Entran CASIO y soldados.)
CASIO. — ¡Firmes! ¡Eh!
BRUTO. — ¡Firmes! ¡Transmitid la seña a lo largo de las filas!
SOLDADO PRIMERO. — ¡Firmes!
SOLDADO SEGUNDO. — ¡Firmes!
SOLDADO TERCERO. — ¡Firmes!
CASIO. — ¡Habéis sido injusto conmigo, noble hermano!
BRUTO. — ¡Juzgadme, dioses! ¿Soy injusto con mis amigos? Y si no lo soy, ¿cómo podría serlo con un hermano?
CASIO. — Bruto, bajo esa templada apariencia encubrís injusticias. Y cuando las causáis...
BRUTO. — ¡Conteneos, Casio! Exponed quedamente vuestras quejas. Os conozco bien. Aquí, en presencia de nuestros dos ejércitos, que no deben ver en nosotros sino cariño, no discutamos. Mandad que se retiren. Después, en mi tienda, extendeos en vuestros agravios, Casio, y yo os prestaré atención.
CASIO. — Píndaro, decid a nuestros jefes que retiren sus tropas a alguna distancia.
BRUTO.—Haced igual, Lucilio, y que nadie se acerque a nuestra tienda hasta que haya dado fin nuestra entrevista. Que Lucio y Titinio guarden la entrada.
(Salen.)