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EL NEPOTISMO ECLESIÁSTICO EN FRANCIA

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No todos los que en el siglo XVIII entraban en un seminario en Francia y en muchos otros países europeos lo hacían por vocación religiosa. Para muchos jóvenes humildes con afán de aprender el seminario era la única escuela gratuita que se les ofrecía. Baste recordar la historia del protagonista de Rojo y negro. Que luego fueran buenos o malos curas ya era otro cantar. Cabe suponer que habría de todo. También ocurría lo mismo entre las grandes familias: al amparo de la Iglesia las cabezas brillantes podían labrarse un porvenir envidiable a cambio de unas obligaciones y privaciones mínimas. Si en la familia había ya, además, alguna autoridad eclesiástica destacada, la cosa se presentaba más fácil todavía. Ello confería a la aristocracia un control sobre la vida religiosa del país que podía resultar muy provechoso. En Francia, los Rohan llevaban «dominando» el arzobispado de Estrasburgo, que pasaba de tío a sobrino, desde generaciones. A partir de 1760 una cuarta parte de los ciento treinta obispados del reino se hallaban bajo el control de trece familias: los Castellane detentaban cuatro, los La Rochefoucauld tres, y otros tantos los Brienne, los Bernis, los Nicolaï, los Boisgelin...

Algo parecido ocurre en la familia Talleyrand. La carrera del longevo Alexandre-Angélique de Talleyrand-Périgord (1736-1821), hermano del padre de Charles-Maurice, es un ejemplo de lo que estamos diciendo. Tras estudiar en el seminario de Saint-Sulpice con los oratorianos, fue nombrado limosnero del rey y luego vicario de Verdún gracias a la influencia de su cuñada, la condesa de Périgord, mujer todopoderosa bajo Luis XV, aunque no figure entre sus amantes. No había cumplido aún treinta años cuando Charles-Antoine de La Roche-Aymon, arzobispo de Reims, lo elige como su coadjutor y lo hace nombrar para la sede in partibus de Trajanopolis, hoy Loutra Traianopouleos1. Absorbido en la corte por las tareas de gran limosnero de Francia y, muy pronto, por las funciones de ministro de la Feuille, cargo que le permitía controlar la distribución de una parte importante de los beneficios eclesiásticos, La Roche-Aymon deja en manos de su coadjutor la administración de su diócesis, en la que está, además, llamado a sucederle. El arzobispo titular muere diez años después y Alexandre-Angélique se elige a sí mismo como sucesor de acuerdo con lo previsto. En aquel momento el arzobispado de Reims ingresaba 560.000 libras de rentas anuales (el doble que el de Narbona). El nuevo arzobispo no dudará en elegir como su coadjutor al mayor de sus sobrinos, nuestro Charles-Maurice.

A partir de entonces las relaciones entre el eclesiástico y los padres de su protegido se estrechan y los hermanos empiezan a tratarse regularmente. En 1767 alquilan juntos el palacete de Guerchy, en la Rue Saint-Dominique, y pasan las vacaciones de verano también juntos en una finca arrendada cerca de Vincennes, donde «el aire es excelente». Tres años después, con los quince cumplidos, Charles-Maurice se instala en Reims. Realiza el viaje en una silla de posta para él solo (¡había que quedar bien!), que lo trasladó en dos días de su casa de París a Reims. Allí tomó el nombre de abad de Périgord y vistió su primera sotana (en realidad, calzones hasta la rodilla, frac y medias de seda negros), requisito al que todavía no estaba obligado y que, si hay que creer al interesado, «le fue impuesto contra su voluntad». Hombre de natural elegante, quizá pensó que el negro no le sentaba bien. Mme de Chateaubriand, que lo odiaba, lo recuerda como un chico «bastante guapo, con cabellos rubios y ondulados y una mirada límpida, pero fría y escrutadora, y una estatura superior a la media». Llegó a medir casi un metro ochenta.

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