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Rut y Noemí:

Solidarias en el infortunio

En la Biblia, el Libro de Rut nos presenta una historia del tiempo de los Jueces, en la cual se habla del genuino amor entre dos viudas. En aquella época, la mujer no podía ser independiente, porque la sociedad estaba dominada por el poder masculino. De hecho, las viudas no heredaban nada de sus maridos; por el contrario, quedaban bajo la protección de sus hijos mayores. Si carecían de descendencia, regresaban al hogar paterno. Si tampoco tenían padre, caían en la pobreza más absoluta, vulnerables a toda forma de opresión y a merced de los jueces deshonestos.

Huyendo del hambre, cierta familia de judíos que habitaba en Belén migró al país de Moab. Se trataba de Elimelec, su esposa Noemí y sus dos hijos, Majalón y Guilyón. Elimelec murió. Los hijos, casados con mujeres moabitas, perecieron también. Así, las tres mujeres quedaron viudas. Noemí decidió volver a su tierra; en el camino, insistió a Rut y Orfa, sus nueras, que volvieran a sus familias y a su religión, porque el futuro era incierto. Orfa siguió su consejo, pero Rut se mantuvo firme y decidió quedarse con su suegra, diciéndole que solo la muerte podría separarlas: “No me obligues a dejarte yéndome lejos de ti, pues a donde tú vayas, iré yo; y donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios” (Rut 1,16-17).

Las viudas llegaron a Belén cuando comenzaba la cosecha de la cebada. Noemí tenía en aquel lugar un pariente político importante, llamado Booz. Rut pidió permiso a su suegra para recoger espigas en algún sitio donde el propietario se lo permitiera. Era costumbre que los indigentes recogieran las sobras de las espigas cuando los segadores terminaban su trabajo. Sin saberlo, la nuera moabita fue a espigar justamente en la propiedad de Booz, y trabajó todo el día, sin descansar.

Al enterarse de cuán generosa era Rut con su suegra, Booz comenzó a tratarla muy bien, invitándola a comer a su mesa y permitiéndole espigar sin problema. Noemí recordó entonces que la ley establecía que las viudas podían casarse con el pariente más próximo del marido fallecido, para que tuvieran un hijo de él y pudieran así rescatar su herencia. De esta manera, Rut siguió los consejos de su suegra. Booz hizo las negociaciones, rescató el derecho de otro pariente cercano, cumplió los protocolos y rituales, y se casó con Rut. Dios los bendijo con un hijo: Obed, padre de Jesé y este, a su vez, padre del rey David.

Noemí se hizo cargo de su nieto adoptivo, y las mujeres le decían: “Bendito sea Yahvé, que no ha permitido que un pariente cercano de un difunto faltase a su deber con este, sin conservar su apellido en Israel. Este niño será para ti un consuelo y tu sustento en tus últimos años, pues tiene por madre a tu nuera, que te quiere y vale para ti más que siete hijos” (Rut 4,14-15).


Doblemente pobres son las mujeres

que sufren situaciones de exclusión,

maltrato y violencia…

entre ellas encontramos constantemente

los más admirables gestos

de heroísmo cotidiano en la defensa

y el cuidado de la fragilidad de sus familias.

(Papa Francisco, Evangelii Gaudium 212).

¡Oh Espíritu Divino, Padre de los pobres,

luz de los corazones!

En ti, la fuerza femenina

vence todas las flaquezas.

Concédeme tus dones

para que siga yo el camino

de las mujeres buenas y valerosas,

que se unen solidariamente

en la construcción de la justicia y la paz.

Creo en la fuerza de la unión

que llena el vacío, y hace florecer la vida

en medio del desierto.

Amén.

Mujeres que tocan el corazón de Dios

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