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Mujeres sanadas por Jesús:

Con toda la dignidad

Jesús dejó de lado las leyes sociales y religiosas que marginaban y excluían a las personas, especialmente a las mujeres. Con ellas se mantuvo cercano y en diálogo. Escuchaba sus peticiones y dejaba que lo tocaran; las sanó, las hizo vivir con dignidad y hasta aprendió de ellas. Las incluyó en su movimiento, y muchas de ellas se convirtieron en discípulas suyas.

En particular, Jesús quebrantó las normas y rituales del sistema de pureza. Las mujeres eran consideradas impuras, sobre todo en sus días de menstruación y en la etapa posterior al parto. En tales momentos no podían tocar a las personas ni ciertos objetos.

El evangelio de Marcos (5,21-43) habla de una mujer considerada permanentemente impura, porque padecía un flujo crónico de sangre. Además de la aflicción física, tenía que soportar el sufrimiento social, al verse privada de la convivencia con los demás. Sin poder relacionarse ni tener hijos, estaba condenada a la marginación y a ser vista como una pecadora.

Hacía ya doce años que aquella mujer luchaba por curarse. Había gastado en médicos todo lo que tenía, pero la hemorragia solo empeoraba. Entonces, aprovechando que Jesús se dirigía a casa de Jairo para sanar a su hija, la dismenorreica se le aproximó en medio de la multitud. Su fe en Jesús era tan firme, que tenía esta certeza: le bastaría tocar la orla de su manto. Así, se le acercó por detrás y lo tocó. La hemorragia cesó al instante; la mujer trató de alejarse sin que se dieran cuenta.

Sin embargo, Jesús percibió aquel tacto. Sintió que de él había brotado una energía, de manera que interrumpió su caminata y preguntó quién lo había tocado. La mujer se postró temblando a sus pies, le confesó que había sido ella y le contó su historia. Jesús le dijo entonces: “Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda sana de tu enfermedad”.

Jesús liberaba a las mujeres por completo, dándoles la oportunidad de llevar la cabeza erguida. Así queda constatado en Lucas 13,10-17. Era un sábado, y Jesús enseñaba en una sinagoga cuando vio a una mujer tan encorvada que era incapaz de ver el rostro de las personas. Había vivido ya dieciocho años en esa condición. Jesús la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu mal”. Le impuso las manos y ella se irguió al instante, ¡curada! Después, al discutir con el presidente de la sinagoga que lo criticó por haber realizado la sanación en día de sábado, Jesús se refirió a la mujer como “hija de Abraham”.

Durante la pasión de Jesús, atemorizados, casi todos los discípulos se encerraron en una morada. Sin embargo, varias mujeres lo acompañaron, aunque fuera desde lejos. Algunas de ellas incluso se mantuvieron junto a la cruz, lo mismo que su madre y el apóstol Juan.


La ley humana no debe controlar

la intimidad del ser humano.

(Tomás de Aquino).

¡Oh Jesús misericordioso,
tú eres el camino, la verdad y la vida!
Creo en ti, resucitado, amigo y libertador.
Aléjame del miedo y el conformismo,
quítame el complejo de inferioridad,
ayúdame a cambiar los hábitos insanos,
líbrame de la arrogancia
que disfraza mis inseguridades.
No permitiré que me traten
como el sexo débil,
ni que usen mi cuerpo como un objeto
o resten importancia a mis sentimientos.
Que, como tú, me deje tocar
por quien padece,
que sea yo un instrumento de tu fuerza,
para que tu poder brille en la dignidad
de todo ser humano.

Amén.

Mujeres que tocan el corazón de Dios

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