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La Sunamita: El camino del amor

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En la Biblia, el libro del Cantar de los Cantares incluye una colección de canciones populares sobre el amor. Este libro fue escrito poco después del exilio de los judíos en Babilonia. Su tierra estaba devastada; Jerusalén y el templo habían sido destruidos. El reinicio de la existencia del pueblo dependía del amor en pareja, puesto que es una chispa de la vida del mismo Dios.

Entre tanto, el sustento de la gran familia y de la identidad judía era responsabilidad de la madre. Es a partir de la casa materna y en torno a ella donde se desarrolla el camino del amor de una campesina de piel morena, la Sunamita, novia de un pastor de ovejas. Pero ella es conducida a la corte del rey Salomón, y de pronto se ve en su palacio y entre sus mujeres. El rey insiste en seducirla, pero la Sunamita se resiste, fiel a su amado. Al resto de las jóvenes, las hijas de Jerusalén, les dice que sus hermanos se volvieron en su contra, porque le ordenaron cuidar los viñedos, y de esa manera no puede vigilar sus propios sembrados.

Un día, la Sunamita escucha los pasos de su amado y, a través del enrejado del jardín del palacio, logra conversar un momento con él: entona para el hombre un canto campesino, y luego, atemorizada de que el rey lo encuentre y los castigue, le pide que se vaya. Cierta noche, despierta llena de angustia y sale a recorrer la ciudad, buscándolo. Y cuenta: “… encontré al amado de mi alma. Lo abracé y no lo soltaré más hasta que lo haya hecho entrar en la casa de mi madre” (Canto 3,4).

Sin embargo, los apasionados encuentros de los novios se ven interrumpidos por las tentativas de seducción del rey.

En una ocasión, mientras duerme en palacio, la Sunamita oye la voz del novio y percibe que manipula la cerradura de la puerta. Su corazón se estremece. Entonces se levanta para abrir, pero el amado ya huye de los guardias. Ella sale preocupada por él, y lo llama; los guardias la persiguen, la hieren y le arrancan el velo que cubre su rostro. La Sunamita vuelve a su aposento y suplica a las hijas de Jerusalén: “… si encuentran a mi amado… ¿Qué le dirán? Que estoy enferma de amor” (Canto 5,8).

La campesina crea un poema para su amado y le dedica sus danzas. El rey termina dando la orden de liberarla. La Sunamita va entonces detrás de su novio, mientras el coro canta: “¿Quién es esa que sube del desierto apoyada en su amado?” (Canto 8,5).

Con todo, la revolución del amor no está completa. El novio todavía tiene que huir. Y ella va siempre en pos de él, tal como la gente siempre tiene que vivir buscando permanentemente a su Dios amado.

La Sunamita es la mujer-paz, que en su ser más profundo incorpora la vida del Pueblo de Dios. Es, también, una mujer fuerte, llena de la belleza de la sabiduría.


Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás

con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges,

corregirás con amor; si perdonas,

perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado

en ti, ninguna otra cosa sino amor

serán tus frutos.

(Agustín de Hipona).

¡Oh Santísima Trinidad,

amor total que se da y que circula

en Tres Personas Divinas

y en todas las criaturas!

En tu comunión me sumerjo por completo:

cuerpo, espíritu, afecto,

con sed de encuentro y hambre de infinito.

Integra en ti mi amor y pasión,

mis sentimientos y mi razón,

mi don y mi carencia, mi entrega

y mi receptividad, mi ímpetu y mi espera.

Líbrame de todo ensimismamiento egoísta,

porque quiero amar sin miedo

y sin medida.

Amén.

Mujeres que tocan el corazón de Dios

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