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PRESENTACIÓN

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Orar es entrar en el corazón de Dios. La fe nos dice que él todo lo sabe y todo lo ve, hasta nuestros pensamientos. Él es infinitamente más grande que nuestras expresiones humanas. Sin embargo, nosotros nos expresamos a través de palabras, gestos, actitudes e imágenes humanas. Dios nos acoge por entero, y toma parte en nuestra manera de comunicarnos con él.

Oramos en comunidad, en grupo, en compañía de alguien, y también individualmente. Lo hacemos con palabras de la Biblia, con cánticos, con rezos de la tradición cristiana, con el rosario, con bendiciones de la devoción popular, con fórmulas que aprendemos en la familia y en la catequesis. Oramos de forma espontánea, en silencio, en contemplación, dejando que nuestro corazón se abra a Dios.

Jesús oraba, y lo hacía incluso en medio de la multitud. A veces optaba por retirarse a un lugar apartado. Llegó a pasar noches enteras en oración, hablando con el Padre. Él fue quien nos enseñó a llamar a Dios de esa manera, y nos legó el Padrenuestro (Lucas 11,1-4 y Mateo 6,9-13). Platicaba con Dios en su lengua materna, el arameo, nombrándolo cariñosamente como Abbá, papito. También nos hizo saber que Dios es comunidad de amor: Trinidad santísima y bendita, un solo Dios en tres Personas. Y se reveló Hijo de Dios y hermano nuestro, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Padre es la palabra humana que activa en nosotros la gratitud, la confianza, la búsqueda de protección, y nos ayuda a acercarnos más a la presencia de Dios, como nuestro creador y protector.

No obstante, la Biblia evidencia también una dimensión maternal en el amor de Dios. “Pero, ¿puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna lo olvidase, yo nunca me olvidaría de ti…” (Isaías 49,15). Tal como las madres consuelan a sus hijos, Dios conforta a su pueblo (Isaías 66,13); extiende sus alas sobre él y lo lleva sobre sus plumas como un águila que defiende a sus polluelos (Deuteronomio 32,11). En muchos salmos se leen expresiones como: “A la sombra de tus alas me cobijo” (por ejemplo, en el Salmo 57,2).

Jesús se valió de esa imagen al orar sobre la ciudad que oprimía al pueblo: “¡Jerusalén, Jerusalén qué bien matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, y tú no has querido!” (Mateo 23,37).

En 1978, el interés de los teólogos del mundo se despertó a partir de una afirmación que el papa Juan Pablo I hizo a la hora del Ángelus. Al mencionar que Dios nos ama con un amor inagotable, un amor tierno, añadió: “Él es Padre, más aun, es Madre”.

A partir de esa sensibilidad, las páginas siguientes ofrecen una invitación a orar en femenino, con inspiración en el testimonio de diversas mujeres. En su mayor parte, se trata de mujeres históricamente reconocibles. Algunas de ellas, cuya referencia consta en los textos bíblicos, son personas reales, representantes de las aspiraciones y del caminar de las mujeres del pueblo de Dios.

Además, en diferentes épocas, en distintas culturas y de múltiples formas, vivieron un amor operante al prójimo, a la humanidad, a todas las criaturas. Amaron a los demás por encima de sí mismas. Por eso tocaron el corazón de Dios, eterna e infinitamente enamorado de todos los seres por él creados, redimidos, sanados, liberados, glorificados.


Mujeres que tocan el corazón de Dios

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