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Marta y María:

Escuchar la Palabra y actuar

Si unimos las versiones del Evangelio de Jesús difundidas por Lucas (10,38-42) y Juan (11,1-44), nos encontramos con esta hermosa anécdota:

Las hermanas Marta y María, junto con su hermano Lázaro, vivían en Betania, una aldea muy cercana a Jerusalén. Jesús visitaba con frecuencia su casa, donde compartía la amistad, el alimento, el descanso y la consagración al Reino de Dios.

María acostumbraba dejarlo todo para sentarse a los pies de Jesús y escucharlo atentamente. Su actitud era inusitada, en comparación con las tradiciones y las costumbres sociales y religiosas que primaban en aquel tiempo. Jesús, el divino maestro, daba lugar al aprendizaje y el liderazgo de las mujeres. Por su parte, Marta, ama de casa presa de las actividades del hogar, se ahogaba en los detalles. Pero Jesús le abrió el horizonte, mostrándole su capacidad para crecer como persona y como discípula.

Lázaro enfermó. Jesús se enteró por las hermanas y, tan pronto como pudo, se dirigió a verlo. Los discípulos no querían dejarlo ir, porque las autoridades de Jerusalén estaban persiguiéndolo. Pero él les dijo que Lázaro había muerto; logró llegar a las proximidades de la aldea, acompañado por sus discípulos, cuatro días después de que su amigo había sido sepultado. La casa de Marta y María se encontraba llena de judíos que habían ido a consolarlas.

Marta, mujer activa y sabia, supo que Jesús estaba cerca y fue a encontrarlo hasta las afueras del poblado. Hablando con Jesús, expresó toda su confianza en él y proclamó su fe: “¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios!” Enseguida llamó a su hermana y le dijo al oído, porque se hallaban presentes personas que querían matar a Jesús: “El maestro está aquí, y quiere verte”. María se levantó de prisa y fue al encuentro de Jesús.

Creyendo que María había ido a la tumba de su hermano para llorar, los judíos se dirigieron allá. Pero ella se encaminó a donde estaba Jesús y se arrojó a sus pies. “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Todos lloraban. Conmovido, Jesús pidió que lo llevaran al lugar donde descansaba Lázaro. Allí también él lloró. Y resucitó a su amigo.

Aun en aquella situación tan delicada, Marta y María se unieron al proyecto de Jesús con toda su fe y su valentía. En ese momento se convirtieron en sus discípulas, desafiando las normas impuestas por los varones del poder judío y del poder romano.


Si la gente crece con los duros golpes de la vida,

también podemos crecer con suaves toques en el alma.

(Cora Coralina).

¡Maestro Jesús, creo en ti!

Quiero ser tu discípula.

Tú me llamas: heme aquí, dispuesta

a ser una mujer nueva.

Soy Marta, laboriosa, servicial e impaciente;

soy también María, postrada a tus pies,

apasionada aprendiz.

Cargo un pesado fardo de tareas y obligaciones,

pero sé el tipo de mujer que soy y puedo florecer.

Quiero armonizar ambas personalidades:

ser Marta en contemplación,

y María, que ora a través

de la acción transformadora.

Que no me pierda en el exceso

de las cosas pasajeras.

En el horizonte de tu Reino,

¡elijo lo que vale la pena!

Amén.

Mujeres que tocan el corazón de Dios

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