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María de Magdala:

Apóstola de los apóstoles

Los cuatro evangelios se refieren a María Magdalena como “María, la de Magdala”, pues era aquella una pequeña ciudad próxima al Mar de Galilea. Para conocer a esta María, consultaremos particularmente Lucas 8,1-3 y Juan 20,1-18, así como los escritos llamados apócrifos, es decir, los que quedaron fuera de la Biblia.

María fue sanada por Jesús, quien hizo que salieran de su cuerpo “siete demonios”. De acuerdo con la mentalidad de la época, se consideraba que las enfermedades eran provocadas por espíritus malignos. Cuando se trataba de un padecimiento crónico o muy grave, se responsabilizaba a “siete demonios”. Curadas, María y muchas otras mujeres siguieron a Jesús y a sus discípulos varones en su camino por Galilea, contribuyendo con sus propios bienes al sostenimiento del grupo.

María de Magdala caminó al lado de Jesús y le fue fiel hasta el mismo pie de la cruz. El domingo posterior a la muerte del maestro, salió de su casa de madrugada, cuando todavía estaba oscuro. Al llegar a la tumba, se dio cuenta de que la piedra que la cerraba había sido movida y que la sepultura estaba vacía. Corrió entonces a dar aviso a Pedro y a Juan. Ellos se dirigieron allá de inmediato, constataron el hecho y se retiraron. María, en cambio, se mantuvo a la salida del sepulcro. Ángeles y, después, un supuesto jardinero, le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella respondió: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Luego, le pidió a quien creyó que era el vigilante del huerto: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré”. Pero el hombre aquel era nada menos que Jesús, y la llamó por su nombre: “María”. Inmediatamente ella se dio la vuelta y exclamó: Rabboní (maestro de maestros). Jesús replicó: “Suéltame, pues aún no he subido al Padre”, y la mandó a anunciar a los discípulos que había resucitado.

María Magdalena, fuerte y afectuosa, lideró el grupo de mujeres que testimoniaron antes que nadie los hechos que rodearon la resurrección de Jesús. Ella comprendió el mensaje del maestro mejor que los discípulos varones. En los primeros tiempos del cristianismo, fue apóstola y evangelizadora. Diversas comunidades de fe se desarrollaron en torno a su ministerio.

Lamentablemente, la memoria histórica de las muchas discípulas de Jesús fue quedando en la sombra. Y la historia de María Magdalena terminó mezclándose con las de otras mujeres con fama de pecadoras. A lo largo de muchos siglos, fue recordada como una pecadora pública, una prostituta arrepentida.

A pesar de lo anterior, los cristianos de Oriente siempre la reverenciaron como “la apóstola de los apóstoles”. El catolicismo sigue recordándola con el título de Santa María Magdalena. En 2016, por deseo expreso del papa Francisco, su celebración se elevó a nivel de gran festividad, tal como ocurre con las de los demás apóstoles.


Ya no hay diferencia entre judío y griego,

entre esclavo y hombre libre; no se hace diferencia

entre hombre y mujer, pues todos ustedes

son uno solo en Cristo Jesús.

(Gálatas 3,28).

¡Oh María Magdalena, apóstola llena de amor,

corazón en sintonía con el del Maestro Jesús,

primera mensajera de su victoria pascual!

Cuando el vacío de un sepulcro

y la incertidumbre del rumbo

me hagan llorar en la madrugada oscura y fría,

colócame bajo la mirada misericordiosa de Jesús.

En él encontraré la cura de todo lo que impide

el florecimiento de mi dignidad humana

y de mi dignidad de mujer.

Con la luz del Cristo resucitado,

iré a los hermanos para compartir con ellos

mi experiencia de fe.

Que el amor hable más alto, que nadie sea excluido,

que el Reino de Dios se realice.

Amén.

Mujeres que tocan el corazón de Dios

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