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Ana:

Murmullo sin palabras

Como señala el relato bíblico del primer libro de Samuel (1,1-2,10), Ana es una mujer que se regocija en el Dios de

la vida. Su nombre significa agraciada, pues se convirtió en madre por la gracia de Yahvé, que la libró de la esterilidad.

Elcaná, su esposo, tenía otra mujer, Penena, con la cual había procreado; sin embargo, amaba más a Ana. Penena provocaba a Ana y la insultaba por su esterilidad. De hecho, se aprovechaba de su propia fertilidad para humillarla. En su dolor, Ana lloraba, dejaba de comer y se aislaba, pidiendo a Dios que revirtiera su condición, que le diera un hijo. Al darse cuenta de su tristeza, Elcaná le dijo: “Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué estás triste y no comes? ¿Acaso no valgo para ti más que diez hijos?”.

Pero Ana quería que las cosas cambiaran. Por eso suplicaba a Yahvé que la quitara de padecer aquella humillación. Era una mujer osada y generosa. A pesar de que en aquel tiempo las mujeres no podían tener acceso a lo divino por sí mismas, Ana tomó la iniciativa de presentarse directamente ante Dios y pedirle un hijo. Además, le hizo el juramento de que el niño se dedicaría por completo al servicio religioso. Actuó sola, sin consultar a Elcaná, que era un israelita practicante de la ley. De esta manera, Ana ignoró la norma de que una mujer solo podía hacer un juramento si estaba avalada por un hombre: el padre si era soltera, y el marido si había contraído matrimonio.

Ana siguió orando mientras Helí, un sacerdote, la observaba. Sus labios se movían en un murmullo tan bajo, que era imposible escuchar sus palabras. Derramaba su corazón delante del Creador. Helí, pensando que estaba borracha, la reprendió. Sin embargo, ella se justificó: no había bebido; en su tristeza y aflicción, lo que hacía era desahogarse ante Yahvé. El sacerdote le dijo entonces: “Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que has pedido”. Llena de esperanza, Ana se fue, y comió. Dios atendió su súplica, convirtiéndola en madre de Samuel.

Tan pronto como dejó de amamantar al niño, Ana cumplió su promesa. Y mientras Samuel crecía a la sombra del santuario, Dios les concedió a ella y a Elcaná tres hijos más y dos hijas. Samuel se convirtió en sacerdote, profeta y juez del antiguo Pueblo de Dios.

Justo después de relatar lo anterior, la Biblia nos presenta la Oración de Ana (1 Samuel 2,1-10), que dice: “¡En Dios me siento llena de fuerza!” Esta oración influyó en la literatura cristiana: el Cántico de María (Magnificat), incluido en el evangelio de Lucas (1,40-55), tiene muchas similitudes con el Cántico de Ana.


Proclama mi alma la grandeza del Señor,

y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,

porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora

todas las generaciones me dirán feliz.

l Poderoso ha hecho grandes cosas por mí…

(Lucas 1,46-49).

¡Oh, Dios, mi fuerza y mi todo,

derramo en ti mi corazón!

Tú ves el vacío que hay en mi alma

y el nudo en mi garganta!

Conoces el peso de las discriminaciones

que me mantienen postrada

y percibes tu imagen

en lo más profundo de mi ser.

Busco tu mano, que me levanta

de las situaciones sin sentido

y me hace florecer en todo mi ser femenino.

Hazme fértil, fuerte, digna y hermosa;

enséñame a ser madre

con tus entrañas de compasión.

Amén.

Mujeres que tocan el corazón de Dios

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