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NATURALEZA: EL TEMPERAMENTO DE TU HIJO

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Al menos en parte, la configuración emocional de cada bebé está predeterminada por su herencia biológica: por los genes y la química cerebral. Si analizas tu propio árbol genealógico, verás cómo el temperamento se hereda de una generación a otra, como si fuera una especie de virus emocional. ¿Verdad que alguna vez has dicho que tu bebé era «tan tranquilo como yo» o tan «tímido como su padre»? O quizás tu madre haya comentado: «Esta conducta tan agresiva de Gretchen me recuerda a tu abuelo Al» o «Davy es tan gruñón como la tía Sue». Sin lugar a dudas, el temperamento de un bebé es innato: ésta es la parte natural de la ecuación. Sin embargo, la cosa no acaba ahí. Tras haber estudiado a gemelos univitelinos, con exactamente los mismos genes pero rara vez con la misma personalidad al llegar a la edad adulta, los científicos han concluido que el entorno —la educación— ejerce una influencia igual de importante que la genética. Así pues, veamos tanto el papel de lo innato como de lo adquirido.

Las niñeras, puericultoras, pediatras y aquellos que han tratado a tantos niños como yo, están de acuerdo en que los bebés son diferentes desde que nacen. Los hay que son muy sensibles y lloran más que otros y los hay que apenas se inmutan por lo que ocurre a su alrededor. Algunos parecen recibir el mundo con los brazos abiertos y, en cambio, otros observan su entorno con recelo.

En mi primer libro definí cinco grandes tipos de temperamento: angelito, de libro, susceptible, movido y gruñón. Algunos profesionales e investigadores que han clasificado los distintos temperamentos de los niños citan tres o cuatro tipos, mientras que otros afirman que existen al menos nueve. En otros casos, contemplan el carácter de los bebés a través de una lente particular, como su capacidad de adaptación o su nivel de actividad. Y también utilizan diferentes denominaciones para distinguir los tipos. Pero la mayoría de observadores coinciden en el concepto básico: el temperamento —a veces también llamado «personalidad», «naturaleza» o «disposición»—, es decir, la materia prima con la que los bebés llegan al mundo. El temperamento afecta a su manera de comer, de dormir y de reaccionar ante los estímulos del mundo que les rodea.

El temperamento es una realidad. A fin de poder trabajar con el temperamento de vuestro bebé, antes debéis entenderlo de verdad. Rebuscando en mi archivador mental, he encontrado a cinco niños que ejemplifican a la perfección cada tipo y les he dado un seudónimo que empieza con la misma letra: Alicia (angelito), David (de libro), Susana (susceptible), Manuel (movido) y Gabriela (gruñón). Y a continuación encontraréis una breve descripción de cada tipo. Ciertamente, unos tipos son más fáciles de manejar que otros (en el próximo apartado especifico además en qué forma los cinco tipos difieren a lo largo del día y cómo les afectan —a ellos y a ti— sus estados de ánimo). Ten en cuenta que estas descripciones destacan características y conductas dominantes. Quizás reconozcas a tu hijo en un tipo concreto o quizás te parezca que es una mezcla de dos de ellos.

ANGELITO. Alicia, que ahora tiene cuatro años, es justo lo que sugiere su etiqueta: un encanto, una niña que se adapta con facilidad a su entorno y a cualquier cambio que surja en su camino. De bebé, raramente lloraba y, cuando lo hacía, era fácil interpretar sus señales. Su madre apenas recuerda las típicas rabietas de sus dos años; en resumidas cuentas, no es difícil de tratar porque su estado emocional predominante es apacible y estable (no es de extrañar que algunos investigadores hayan calificado a estos niños como del tipo «fácil»). Tampoco es que Alicia nunca se enfade; pero, cuando lo hace, no cuesta demasiado distraerla o calmarla. Y cuando contaba solamente unos meses, nunca la alteraban los ruidos estridentes o las luces brillantes. Además, siempre se la ha podido llevar a todas partes; su madre podía recorrer una tras otra todas las tiendas del centro comercial, por ejemplo, sin preocuparse de que su hija pudiera romper a llorar y montar un numerito. Desde que era una criatura diminuta, Alicia dormía la mar de bien. A la hora de ir a la cama, su madre simplemente la acostaba en la cunita y ella se dormía felizmente con su chupete, sin necesidad de más tácticas. Y por la mañana, al despertarse, hablaba con sus peluches hasta que alguien entraba en la habitación. Cuando cumplió los dieciocho meses, se adaptó fácilmente a una cama de niña mayor. Ya de bebé, Alicia era un ser muy sociable y sonreía a cualquier persona que se le acercara. Hasta el día de hoy, se adapta sin problemas a las nuevas situaciones, a los grupos de juegos o a otros escenarios sociales. Incluso cuando nació su hermanito el año pasado, ella asumió el cambio con tranquilidad. Adora ser la pequeña ayuda de mamá.

DE LIBRO. David, de siete meses, ha superado cada etapa con la precisión de un reloj. A las seis semanas experimentó un estirón de crecimiento, a los tres meses ya dormía toda la noche sin despertarse, a los cinco aprendió a darse la vuelta y a los siete, a sentarse. Y apuesto a que, al cumplir el primer año, ya estará caminando. Como es un niño tan previsible, a su madre le resulta muy sencillo interpretar sus señales. La mayor parte del tiempo, su temperamento es sereno, aunque también tiene sus momentos de irritabilidad, tal como describen los libros. No obstante, sosegarlo es una tarea poco complicada. Siempre y cuando su madre introduzca los cambios y las novedades de forma lenta y gradual —una buena regla general para todos los bebés—, David se deja llevar. Todas sus «primeras veces» hasta ahora, como su primer baño, la primera vez que probó alimentos sólidos o su primer día en la guardería, han tenido lugar sin apenas incidentes. David tarda veinte minutos en dormirse para hacer una siesta o para pasar la noche —el tiempo «estándar» para un bebé—, y si está inquieto, con darle unas palmaditas de más y susurrarle un tranquilizante shhh…shhh… al oído será suficiente. Desde que tenía ocho semanas, David se entretenía con sus propios deditos o con cualquier juguete sencillo y, desde entonces, a cada mes que cumplía se ha vuelto un poco más independiente, jugando por su cuenta durante periodos cada vez más prolongados. Dado que solamente tiene siete meses, todavía no «juega» con otros niños, pero no le intimida estar con ellos. Se porta bastante bien en los lugares nuevos y su madre ya se lo ha llevado en un viaje de punta a punta del país para visitar a sus abuelos. Al regresar a casa, le costó algunos días volver a orientarse, pero eso es normal cuando un bebé viaja a través de distintas zonas horarias.

SUSCEPTIBLE. Susana, de dos años, pesó sólo 2 kilos y 750 gramos al nacer, un peso ligeramente por debajo de la media, y se mostró ultrasensible desde el principio. Tres meses después, había aumentado de peso, pero emocionalmente era un bebé muy nervioso y se excitaba con facilidad. Se estremecía al oír el menor ruido y parpadeaba y giraba la cabeza ante las luces brillantes. Lloraba con frecuencia y sin motivo aparente. Durante los primeros meses, sus padres tenían que arroparla y asegurarse de mantener su dormitorio lo suficientemente cálido y oscuro para que ella pudiera dormir. El más leve ruido la perturbaba y luego le costaba mucho volver a conciliar el sueño. A esta niña, cualquier novedad se le debe presentar con extrema lentitud y muy gradualmente. Se han realizado numerosas investigaciones sobre bebés como Susana. Con calificativos como «cohibidos» y «altamente reactivos», representan alrededor del 15 % de todos los niños. Diversos estudios indican que, de hecho, su sistema interno es diferente al de las demás criaturas de su edad. Al poseer una mayor cantidad de hormonas del estrés, el cortisol y la norepineprina, que activan el mecanismo de respuesta al estrés agudo, indudablemente estos bebés experimentan el miedo y otros sentimientos de manera más intensa. Susana encaja a la perfección con este perfil. Tímida ante los desconocidos, de bebé enseguida escondía la cabeza en el hombro de mamá. Y ahora, de niña, es vergonzosa, temerosa y prudente. Tiende a aferrarse a las faldas de su madre ante cualquier situación nueva. En su grupo de juegos, cada vez se siente más cómoda con el resto de compañeros, un conjunto de niños de carácter sosegado cuidadosamente seleccionado; aunque a su madre aún le cuesta abandonar la sala sin que ella se inquiete. Con ayuda, Susana sale de su cascarón, pero esto les exige mucho tiempo y paciencia a sus padres. Es un hacha con los puzzles y los juegos que requieren concentración, una característica que probablemente conservará cuando empiece a ir a la escuela. Los niños susceptibles se convierten a menudo en buenos estudiantes, quizás porque las tareas solitarias les resultan más llevaderas que correr con sus compañeros de clase por el patio.

MOVIDO. Manuel, de cuatro años, es un gemelo bivitelino. La gente que conoce a ambos hermanos diferencia a David como «el más salvaje». Su nacimiento ya anticipó su naturaleza: un sonograma previo al parto mostró a su hermano en la posición más baja; sin embargo, David, de alguna manera, logró abrirse paso por delante de Alexander para emerger primero. Y lo ha continuado haciendo desde entonces. Es agresivo y muy gritón. De bebé, y cuando empezó a gatear, sus fuertes gritos siempre hacían saber de inmediato a sus padres: «Os necesito… ¡ahora!». En situaciones sociales, tales como reuniones familiares o grupos de juego, él tiene que protagonizar la acción. Siempre quiere el juguete con el que su hermano o cualquier otro niño está jugando en ese momento. Le encantan los estímulos y se siente atraído hacia los objetos que hacen ruidos estrepitosos, brillan o provocan alguna sorpresa. Nunca ha dormido bien e incluso ahora, con cuatro años, sus padres deben persuadirlo cada noche para que se acueste. No tiene problemas para comer y es un niño robusto, pero no consigue estar sentado ante una mesa durante demasiado tiempo. David se sube constantemente y de forma temeraria por donde puede. Por eso, no es de extrañar que a menudo se encuentre en situaciones peligrosas. A veces muerde o da empujones a otros niños. Y monta berrinches cuando sus padres no le dan lo que desea o no se lo dan tan rápido como él quiere. Se estima que un 15 % de los niños son como David. Los investigadores se refieren a ellos como «agresivos», «desinhibidos», como niños «hiperactivos» o «altamente reactivos». Si alguien tiene la impresión de que las criaturas movidas representan un reto para sus padres, es así. No obstante, tratados adecuadamente, también son líderes natos. Pueden convertirse en capitanes de equipos deportivos en el instituto y, de adultos, en exploradores o empresarios sin miedo de aventurarse allí donde otros nunca se atrevieron. Lo más duro es conseguir que canalicen toda esa maravillosa energía.

GRUÑÓN. Gabriela parece estar resentida contra el mundo, y eso que sólo tiene tres años. De bebé, costaba horrores hacerla sonreír. Vestirla y cambiarle los pañales ha sido siempre una labor complicada. Ya desde que era pequeñísima solía ponerse rígida en el cambiador y luego se mostraba nerviosa e irritable. Durante los primeros meses, odiaba que la envolviesen y acostumbraba a llorar furiosa mucho rato cada vez que sus padres lo intentaban. Afortunadamente, ellos hicieron que siguiera una rutina tan pronto como llegó a casa del hospital, pero cuando se producía algún cambio o imprevisto, Gabriela expresaba su disgusto llorando y berreando con fuerza. Darle de comer también ha sido difícil desde el principio. Su madre la amamantó, pero le costó mucho lograr que se prendiera bien al pecho y que se mantuviera ahí el tiempo suficiente. A los seis meses abandonó porque, sencillamente, era demasiado duro darle de mamar. Gabriela también tuvo dificultades para adaptarse a una dieta sólida e incluso hoy en día come poco. Se impacienta si no tiene la comida delante cuando le apetece comer y si no se la preparan exactamente como a ella le gusta. Es muy caprichosa con la comida y prefiere ciertos alimentos a todos los demás, negándose a probar ninguna otra cosa, por mucho que sus padres se empeñen en persuadirla. Es sociable cuando quiere, pero tiende a mantenerse al margen hasta que ha valorado cada nueva situación. La verdad es que prefiere jugar por su cuenta y no suele agradarle que otros niños ocupen su espacio. Cuando miro a Gabriela a los ojos, veo un alma vieja; es como si hubiese estado aquí antes y no le entusiasmara la idea de haber vuelto. Sin embargo, esta niña es también todo un carácter; sabe lo que quiere y no duda en manifestarlo. Los niños gruñones enseñan a sus padres a tener paciencia. Y también saben marcar fronteras y defender su propio espacio. Simplemente, es imposible presionarlos, un rasgo que más adelante les hará perseverar ante los problemas. Tanto de niños como de adultos, suelen ser muy independientes y saben divertirse y cuidar bien de sí mismos.

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