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SABOTEADORES DE LA CONFIANZA

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Aquí tenéis una lista de los errores más comunes que suelen cometer los padres con sus bebés (y niños más mayores) y que pueden dar al traste con la confianza.

• No respetar —o peor, negar— los sentimientos del niño: «Pero si a ti te encantan los perritos. Venga, deja de llorar».

• Forzar a un bebé o a un niño pequeño a comer cuando está lleno: «Sólo una cucharadita más».

• Persuadir a un niño para que cambie de idea: «Vamos, cariño, Becky ha venido aquí con Billy para que jugarais juntos los dos».

• No comunicarse: antes incluso de que tu bebé hable, deberías mantener un diálogo continuado con él.

• Introducir situaciones nuevas sin avisar, como llevarlo a un grupo de juegos, por ejemplo, y dar por sentado que tu bebé o tu niño se sentirá a gusto.

• Escabullirte furtivamente de casa para evitar una escena (cuando te marchas a trabajar o a cenar fuera).

• Decir una cosa: «No puedes comer caramelos» y hacer otra: ceder cuando se pone a llorar.

Al otro lado de la habitación, Charlie, un bebé movido, estaba entusiasmado, gateando de un juguete a otro. Al cabo de un rato, se encaprichó de una pelota que tenía Anthony e intentó quitársela, mientras el pobre Anthony se aferraba a ella con todas sus fuerzas. Finalmente, Charlie le dio un empujón a Anthony, que se cayó al suelo y se añadió al coro de llantos de Brad. Al aupar a su hijo del suelo para consolarlo, Sandy lanzó una mirada inconfundible a las otras dos madres: nunca más.

Paula, la mamá de Charlie, estaba mortificada. Era evidente que la escena le resultaba familiar. Trató de retener a Charlie en sus brazos, pero él se resistió. Cuanto más intentaba Paula que no se soltara, más gritaba el niño en señal de protesta y más se retorcía para librarse del abrazo de su madre.

¡Hablando de romper la confianza! En primer lugar, empujar a Brad a jugar con una multitud de niños (a un bebé como Brad, tres niños le parecen una habitación llena) fue como lanzar a la piscina a un niño que no sabe nadar. Y, en segundo lugar, intentar frenar o hacer entrar en razón a un bebé movido como él y sobreexcitado además, ¡fue echar más leña al fuego!

¿Qué podía haber hecho cada una de estas madres para lidiar con la situación y, al mismo tiempo, crear confianza en lugar de destruirla? Tal como le expliqué a Martha, ella debería haberse dado cuenta enseguida —incluso antes de llegar— de que el «problema» de Brad no iba a desaparecer simplemente por arte de magia. Ella debería haber comprendido y apoyado a su hijo («Está bien, cariño, no tienes por qué jugar si aún no te sientes preparado»). Tendría que haberle permitido que se sentara en su regazo hasta que estuviese preparado. No estoy diciendo que no tendría que haberlo presionado un poco; pero en lugar de empujarlo a jugar o ignorarlo, como hizo, debería haberlo animado con mucho tacto a unirse al resto de bebés. Podría haberse sentado con él en el suelo, señalándole quizás un juguete con el que ella supiera que a Brad le gustaba jugar. Aunque Martha hubiese sospechado que su hijo podría tardar seis meses en saltar a la palestra, tendría que haberlo dejado avanzar a su propio ritmo.

También le comenté a Paula que debería haber previsto con antelación lo que iba a pasar. Sabiendo que Charlie era un niño tan activo y propenso a excitarse, ella debería haber intervenido en el momento en que notó que su hijo empezaba a desmadrarse. Los signos de aviso de una pataleta empiezan normalmente con una subida del tono de la voz del niño, sus brazos y piernas se agitan nerviosamente y luego arranca a llorar. En lugar de dejar que Charlie diera rienda suelta a sus emociones, Paula debería habérselo llevado de la habitación antes para que se tranquilizara un poco y así, posiblemente, habría podido evitar la escena. Cuando un niño explota, especialmente uno movido, no sirve de nada razonar con él ni intentar controlarlo. Insistí en que sacarlo de la habitación no era un castigo, sino una manera de ayudarlo a dominar sus emociones. A esta edad, cuando el cerebro de los bebés es incapaz de relacionar causa y efecto, ¡no podemos pretender hacerlos entrar en razón! Si en vez de eso Paula hubiese salido con él de la habitación, cogiéndole suavemente de la mano en lugar de intentar sujetarlo a la fuerza, le podría haber dicho: «Venga, vamos al dormitorio y te leeré un cuento. Luego, cuando te sientas más calmado, podrás volver a jugar con los otros niños».

Guía práctica para tener bebés tranquilos y felices

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