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JUGAR DE FORMA INDEPENDIENTE: E L PRINCIPIO BÁSICO DE LA SALUD EMOCIONAL

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Los padres, con frecuencia, me preguntan cómo pueden divertir y entretener a sus hijos. Para los pequeños, el mundo en sí es una gran maravilla. Los niños, por naturaleza, raramente se aburren, a menos que los padres, sin querer, les enseñen a depender de los adultos para divertirse. Dada la inmensa cantidad de juguetes que existen hoy en día, que se agitan, traquetean, vibran, silban, cantan y les hablan, yo veo más bebés sobreestimulados que aburridos. De todos modos, es importante encontrar un equilibrio: asegúrate de que tu hijo recibe la dosis y el tipo adecuado de estimulación, pero también procura crear momentos de calma y periodos de descompresión. Al final, el niño sabrá ver cuándo se está pasando o cuándo está demasiado cansado para jugar, lo cual es un aspecto muy importante de su salud emocional; sin embargo, al principio eres tú quien debe guiarlo.

A fin de que tu hijo desarrolle el vigor necesario para jugar por su cuenta, debes ayudarlo, pero sin estar demasiado encima de él. Lo ideal es crear un ambiente en casa que le ofrezca al niño la posibilidad de explorar y experimentar de forma segura; al mismo tiempo, evita asumir el papel de «director de juegos». A continuación tienes una serie de pautas, diseñadas según las distintas edades, que te ayudarán a encontrar ese delicado equilibrio entre ayuda y sobreprotección:

DE RECIÉN NACIDOS A SEIS SEMANAS. A esta edad, las únicas actividades que deberías esperar de tu bebé son comer y dormir: su cuerpecito no da para más. Mientras le alimentas, háblale suavemente para que no se duerma. Intenta mantenerlo despierto durante unos quince minutos tras cada toma, de manera que aprenda a delimitar los periodos de las comidas y los de descanso. Pero que no te dé un ataque si ves que se duerme enseguida. Al principio, algunos bebés no aguantan más de cinco minutos despiertos; más adelante ya podrán prolongar su tiempo de vigilia. Por lo que se refiere a los juguetes, un bebé tan pequeño lo que quiere básicamente es ver tu cara y las de otras personas. Una gran «actividad» puede consistir en ir a visitar a la abuela o simplemente dar una vuelta con él y mostrarle cosas fuera y dentro de casa. Háblale como si comprendiera todo lo que le dices: «¿Ves? Éste es el pollo que voy a cocinar hoy para cenar» o «¡Mira que árbol tan bonito tenemos en el patio!». Guarda todos esos preciosos libros con dibujos que te regalaron cuando nació. Es mejor que lo sitúes cerca de una ventana para que pueda observar el exterior o que lo pongas en la cuna y pueda contemplar sus coloridos móviles.

DE SEIS A DOCE SEMANAS. Ahora tu pequeño ya puede jugar solito durante unos quince minutos o más, pero ten cuidado de no sobreestimularlo. Por ejemplo, no lo dejes dentro de un gimnasio para bebés más de diez o quince minutos. Le encantará sentarse en una silla de bebé, pero no actives ese dichoso mecanismo vibrador; sencillamente deja que se siente y observe lo que le rodea, sin que nada lo agite ni haga ruido. Y no lo pongas frente al televisor, que es exageradamente estimulante. Llévatelo contigo cuando vayas a hacer la colada, a cocinar o a tu escritorio para leer mensajes de correo electrónico y siéntalo cerca de ti. Continúa con la costumbre de hablarle; cuéntale lo que te dispones a hacer y reconoce también su presencia («Así pues, ¿qué estás haciendo ahora, cariño? Vaya, me parece que empiezas a estar un poco cansado»). Haz que comprenda bien pronto que el descanso es algo bueno.

DE TRES A SEIS MESES. Si no has estado demasiado encima de él, ahora tendrás un bebé que puede permanecer despierto aproximadamente una hora y veinte minutos (incluyendo el tiempo de las comidas). Debería ser capaz de jugar por su cuenta unos quince o veinte minutos seguidos y luego empezará a mostrarse irritable. Llegado ese punto, le faltará poco para necesitar una siesta, así que lo más conveniente será ponerlo en la cuna para que se vaya relajando. Si a estas alturas todavía no puede jugar por sí solo, normalmente significa que, de forma inconsciente, has hecho que dependiera de ti para recibir estímulos. Esto no sólo va a limitar tu libertad, sino que además le roba independencia a tu hijo y, en última instancia, le puede hacer sentir inseguro.

Sigue evitando un exceso de estimulación. En esta etapa tanto tú como tu pareja, los abuelos, los tíos y la vecina de al lado vais a disfrutar de su receptividad y capacidad de reacción. La abuela le sonríe y le hace muecas divertidas y, en un santiamén, el bebé también empieza a sonreír y a reír. Sin embargo, de repente, puede romper a llorar. En ese caso, estará intentando decir: «Por favor, ahora dejadme solo o ponedme en la cama. ¡Ya no quiero ver más las amígdalas de la abuela!». A esta edad, tiene un mayor control sobre su torso, puede mover la cabeza solo y coordinar el movimiento de sus brazos; de manera que, en lugar de limitarse a estar tumbado en su gimnasio, ya puede alcanzar cosas con la mano. Pero esta nueva energía física también tiene su inconveniente: puede que intente comerse su propia mano y le vengan arcadas, que se tire de las orejas o se arañe la piel. Todos los bebés se golpean a sí mismos. El problema es que los padres tienden a dejarse llevar por el pánico. Acuden corriendo y lo cogen tan rápidamente en brazos que, además del dolor del golpe, el pobre se asusta de que lo alcen de esa manera. Para él, es como subir de Ground Zero7 al Empire State Building a la velocidad de la luz. Así pues, no caigas en el síndrome del «pobre bebé» (véase la página 243). Consuélalo por el daño que se ha hecho pero, al mismo tiempo, quítale importancia: «¡Uy, mira que eres bobo! Apuesto a que eso duele, ¿verdad?».

DE SEIS A NUEVE MESES. Al cumplir el medio año o un poco después, tu bebé ya podrá mantenerse despierto alrededor de las dos horas, incluyendo el tiempo de las comidas. Debería ser capaz de entretenerse por su cuenta durante media hora o más, pero acuérdate de cambiarlo de posición: por ejemplo, de la silla de bebé a su cuna, tumbándolo de espaldas para que contemple su móvil. Cuando pueda sentarse él solito, ponlo en un gimnasio. Les encanta manipular objetos. También le gustará meterse en la boca todo lo que encuentre, incluida la cabeza del perro. Éste es el mejor momento para mostrarle los libros de ilustraciones y cantarle canciones infantiles.

A esta edad es cuando los niños comienzan a establecer una conexión entre su propia conducta y los hechos que acontecen a continuación; por tanto, será fácil que en esta etapa se arraiguen los malos hábitos. Cuando las madres me explican que su hijo de entre seis y nueve meses llora para que lo aúpen tras cinco o diez minutos de actividad, les digo: «No lo cojáis». De lo contrario, le estáis enseñando que cuando hago ese ruidito, mamá viene y me coge en brazos. No es que vuestro hijo esté pensando: «Vaya, ya sé cómo meterme a mamá en el bolsillo». No te está manipulando conscientemente…, al menos de momento. Mi consejo es que no corras para alzarlo, sino que te sientes a su lado y lo calmes: «Venga, venga, tranquilo, no pasa nada. Estoy aquí contigo. ¿Por qué no juegas un ratito tú solo?». Distráelo con algún peluche que suene al apretarlo o con una caja sorpresa.

Asegúrate también de comprobar que el niño no llora porque está cansado o porque hay demasiado ajetreo a su alrededor: la aspiradora, otros hermanos, la televisión, su mesita de actividades y todos sus juguetes. Si se trata de lo primero, acuéstalo. Si es lo segundo, llévatelo a su habitación. Si no tiene habitación propia, crea un espacio seguro en el salón o en tu dormitorio donde pueda refugiarse cuando esté demasiado alterado. Otra forma de serenarlo es salir a pasear con él y hablarle suavemente y con cariño («Mira esos árboles. ¿A que son bonitos?»). No importa el tiempo que haga, llévatelo a respirar aire fresco. Y en invierno, ni siquiera te molestes en ponerle el abrigo; simplemente envuélvelo bien en una manta.

Ahora también debería dar comienzo su vida social. Aunque es verdad que a esta edad los bebés todavía no «juegan» juntos, es un buen momento para empezar a reunirse con algún grupo de niños por las mañanas. Lo cierto es que muchas madres norteamericanas ya salen de la clínica de maternidad como miembros de un «grupo de mamás» o bien se unen a uno cuando el bebé cuenta tan sólo unas semanas. No obstante, estos grupos son más para las madres que para el bebé. A los niños les encanta observarse unos a otros, y el hecho de que se vean y se dejen ver, es positivo para ellos. Pero no esperes que tu hijo se relacione activamente con los demás. Eso vendrá más adelante.

DE NUEVE A DOCE MESES. A estas alturas, tu hijo ya debería ser muy independiente, capaz de jugar por su cuenta como mínimo unos cuarenta y cinco minutos y de acometer tareas más complejas. Tendrás la impresión de que su capacidad de aprendizaje da un salto gigantesco. Podrá colocar anillos en un palo o meter un cubo en un agujero. Los juegos con agua o arena también son recursos maravillosos en estos meses. Las cajas grandes y los cojines gigantes les divierten enormemente, así como las ollas y las sartenes. Cuanto más tiempo juegue tu hijo independientemente, más ganas tendrá de estar solo, confiado de que tú estás ahí, entre bastidores, y de que, aunque no te vea, al menos volverás enseguida si él te llama. A esta edad, los niños no tienen ninguna noción del tiempo; así pues, una vez se sienten seguros, no les importa si desapareces durante cinco minutos o durante cinco horas.

Cuando una madre me dice: «Mi hijo no quiere jugar solo» o «Me obliga a sentarme con él y no puedo terminar mis tareas domésticas» e incluso «No deja que me acerque a otros bebés», entonces sospecho de inmediato que se ha producido algún error de crianza involuntario que probablemente empezó meses antes. El bebé lloró y su mamá lo debió de coger al instante, en lugar de animarlo a jugar por su cuenta. En esencia, la madre ha estado siempre pegada a su hijo y nunca le ha permitido realmente desarrollar su independencia. Puede que no lo haya llevado a jugar con otros niños; por tanto, el bebé nunca ha salido de la protegida y segura esfera de su familia y le dan miedo otros niños. O también puede que mamá trabaje fuera de casa y, sintiéndose culpable por dejar a su hijo en manos de alguna otra persona, haya propiciado sin querer esta situación de dependencia. Su sentimiento de culpa al marcharse le hace decir cosas como: «Lo siento, tesoro. Mamá debe irse a trabajar. ¿Vas a echarla de menos?».

Si tu hijo ha cumplido un año y continúa sin poder jugar sin tu ayuda, inscríbelo en un pequeño grupo de juego. También será el momento de eliminar sus juguetes de bebé. A los niños no les gusta seguir jugando con juguetes que ya conocen y cuyo funcionamiento han llegado a dominar. Un niño aburrido de sus juguetes tiene más tendencia a depender de un adulto para divertirse. Si tu hijo aún padece ansiedad por separación, pasa a un segundo plano y toma medidas para lograr que sea más independiente (véase el recuadro «Consolar y distraer», página 89). Reflexiona también sobre tus propias actitudes. Cuando dejas a tu hijo a cargo de otra persona, ¿le presentas a papá, a la niñera o a la abuela como alguien divertido y competente o de alguna manera le transmites la sensación de que el resto de adultos son sustitutos inferiores a ti? Tal vez te haga sentir importante ser la única a los ojos de tu hijo, pero a la larga a ambos eso os costará caro (emocionalmente).

Recuerda, además, que jugar es un asunto serio para los bebés. Las semillas del aprendizaje se desarrollan a partir de la salud emocional. Éstas se plantan en la infancia y, a medida que incrementas gradualmente el tiempo que tu hijo juega de forma independiente, estarás mejorando sus habilidades emocionales: su capacidad de entretenerse y divertirse solo, de explorar su entorno sin temor, de experimentar cosas nuevas. Jugar enseña a los niños pequeños a manipular objetos. A través del juego, aprenden la relación causa y efecto. Y aprenden también a aprender: a tolerar la frustración de no lograr que algo funcione al primer intento, a tener paciencia y a realizar las tareas una y otra vez. Si animas a tu hijo a jugar y luego te haces discretamente a un lado, seguro que se convertirá en un aventurero o un científico, un niño capaz de entretenerse solo y que jamás te dirá: «Mamá, me aburro».

Guía práctica para tener bebés tranquilos y felices

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