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Trascendencia de un viaje

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La consideración de Dante como viajero aparece en los primeros comentadores de la Commedia, pero también dantistas más modernos, como el excepcional Charles Singleton, han puesto la categoría de viaje en el centro de su interpretación de la obra.1 Uno de los méritos de este estudioso ha sido precisamente el de destacar el viaje, el periplo excepcional por el Más Allá como un procedimiento esencial, frente a cierta crítica de orientación crocciana que había hecho prevalecer los episodios singulares y el encuentro con grandes personajes, y los había interpretado de manera autónoma, con lo que se perdía el sentido de la totalidad.

El poema es la narración de un viaje, la «struttura portante», como afirma Capelli (1994). Ni que decir tiene que el topos no era nuevo. Sí es nueva su polisemia, la variedad y profundidad de sus significados, y también es novedosa la manera en que éstos se entrecruzan. El sentido del viaje se revela poco a poco, pues se otorga una dimensión excepcional al descenso, al ascenso y al vuelo. La Commedia habla del viaje del individuo Dante, pero también de todo ser humano, del hombre pecador en su viaje a la purificación, de la razón ayudada por la fe, etc.

El primero de los guías de Dante es Virgilio, que desaparece en el canto XXX del Purgatorio, donde toma el relevo Beatriz, que le guiará durante treinta cantos aunque en el décimo cielo deje su lugar a san Bernardo. Esta disposición subraya que el poeta ha establecido distinciones en las etapas de su peregrinación, que tiene mucho de aprendizaje. Una vez que Dante ha asimilado las enseñanzas del maestro latino, está preparado para aprender cuanto Beatriz le enseñe, y ella le conducirá de revelación en revelación. A la manera del eremita del Conte dou Graal, san Bernardo ayuda a Dante y le abre el camino de la trascendencia. Al final, el poeta ha aprendido a mirar y comprende muchas cosas que antes desconocía:

rimira in giù, e vedi quanto mondo

sotto li piedi già esser ti fei;

sì che’l tuo cor, quantunque può, giocondo

s’appresenti a la turba trïunfante

che lieta vien per questa etera tondo.2

(XXII, 128-132)

Cuando contemple al fin los misterios sagrados, su vida obtendrá todas las explicaciones necesarias. El viajero pecador, señala Dauphiné, se metamorfosea en esta misa o liturgia que es la Divina Commedia.3

El viaje de Dante, como el de otros viajeros, no es un fin en sí mismo. En el caso de Ulises está subordinado al retorno a la patria, en el de Eneas a la fundación del imperio de Roma y el de Dante tampoco se agota en el relato de contar su periplo. Conviene recordar que, para explicar el significado de su obra, el poeta florentino elige el viaje de los hebreos al salir de Egipto en su Epistola a Cangrande della Scala.4

Dante no escribió un libro de viajes pero, entre otras muchas cosas, cuenta un viaje en la Commedia, el más trascendente que pudiera realizar un hombre y que sólo héroes como Eneas o Ulises, o santos como san Pablo habían sido capaces de llevar a cabo. Su viaje va mucho más allá de una guía de peregrinos, una descripción del mundo o el relato de una embajada. Podremos encontrar en la Commedia algunos de los rasgos que configuran el género de los libros de viajes, pero siempre modificados y trascendidos, porque hay otros rasgos distintivos de mayor calado que convierten la Commedia en el vasto poema sacro construido a partir de múltiples claves.

Los libros de viajes, tal y como los ha analizado Pérez Priego (1984), poseen unos rasgos compositivos bastante esquemáticos: el relato se construye conforme al trazado de un itinerario, de acuerdo con un orden cronológico y un orden espacial en el que la descripción de ciertos núcleos urbanos se convierte en núcleo narrativo principal, y domina, además, un relato lineal en primera persona. Ni que decir tiene que los procedimientos de construcción de la Commedia son diferentes, son más numerosos y más complejos, pero la urdimbre que acabo de citar, por tenue que sea, siempre está presente. Junto a la consideración frecuente entre los contemporáneos de Dante de hacer de él un poeta-teólogo, para los pintores y los poetas Dante representa al viajero, al nuevo Ulises que contribuyó a la exploración de los caminos del mundo del Más Allá (Rubio Tovar 1998). Esta consideración no es extraña, pues la organización de la obra lleva una y otra vez al poeta de círculo en círculo, de cornisa en cornisa y de cielo en cielo, es decir, realiza un trayecto excepcional. El itinerario dantesco, por las abundantes precisiones que contiene, facilita la representación del cosmos atravesado por el viajero, representación que intentaron llevar a cabo con mayor o menor éxito ilustradores desde Botticelli a Dalí. En el canto XI del Purgatorio, Dante evoca el trabajo de los miniaturistas y pintores célebres como Cimabue y Giotto.5 La reflexión sobre la preocupación pictórica de ciertas escenas no es desacertada. La Commedia ofrece similitudes con los retablos de la Edad Media, en los que el arte de pintar era tan dependiente de la disposición, de la organización de la materia. La arquitectura del poema reposa sobre un tríptico que muestra una representación del cosmos. Sólo el pintor celeste sabe lo que conviene hacer.6

Maravillas, peregrinaciones y utopías

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