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El espacio de lo sagrado

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Los primeros nueve versos del canto I del Paraíso bastan para indicar que no es posible invocar una única influencia doctrinal para explicar su arquitectura y su sentido. El primer terceto destaca la estructura teológica de toda la parte: la transformación en literatura de una extraordinaria experiencia de contemplación intelectual, expresada a través de la filosofía aristotélico-tomista. Entre los versos 4 y 9, el autor recuerda que la materia del tercer canto es la narración de un hecho real, que procede de la experiencia personal de un privilegiado viajero por los cielos. Pero enseguida se nos dice que ni los medios retóricos ni la endeblez de su memoria podrán rendir cuentas con exactitud de lo que pasó. La vastedad y complejidad del argumento indujeron al poeta, frente a lo que había hecho en los dos cánticos anteriores, a no privilegiar una única doctrina, una única teoría. El orden moral en el Paraíso no puede clasificarse de manera tan sistemática como en el Infierno (IX) o en el Purgatorio (XVII). La gradación ética del mal y la purificación se contraponen a la infinita variedad del bien. El platonismo filtrado a través de san Agustín y de la escuela franciscana de París, el Itinerarium mentis Deo de san Buenaventura, la doctrina teológica fundamentada en Santo Tomás, las exigencias astrológicas y astronómicas, la imagen del cosmos de Ptolomeo, las leyes de la simetría, las preocupaciones éticas..., todo ello se integra en imágenes y se entrelaza para crear un discurso poético en el que no está ausente a veces un intenso sentimiento lírico.

A la hora de hablar de espacio en el que sucede la acción hay que señalar que, no pudiendo situar el paraíso en un lugar del que tuviese experiencia directa, Dante lo colocó en el sistema astronómico de su tiempo, el ptolemaico, que conocía bien y que satisfacía su necesidad de precisión y de orden. Los conocimientos astronómicos de Dante eran profundos. Sin pedantería alguna, menciona el fenómeno de la precesión de los equinocios o la discordancia entre el año trópico y el sideral. Conocía los períodos de los astros y el número de estrellas y menciona las constelaciones. Una presencia excesiva de datos astronómicos, científicos en general, podía convertir el universo en una enumeración de formas geométricas pobres y rutinarias y, de hecho, a veces se aprecia (por ejemplo, entre los cantos XXVIII y XXX) que el paisaje se vuelve geométrico, abstracto. El paraíso ptolemaico era un rígido complejo de esferas cuya armadura rompe Dante en varias ocasiones. En los cantos que preceden a la ascensión al cielo de las estrellas fijas se percibe, por un lado, el esqueleto ptolemaico, pero también reminiscencias de cielo que vemos desde la Tierra. No estamos, en ningún caso, ante un tratado ilustrado de astronomía. El espacio que recorre el peregrino tiene que ver sin duda con la geografía celeste, pero también con la geografía sagrada que está presente en las tres partes de la Commedia. La imagen, la pintura del cosmos, pretende ser una averiguación, una investigación sobre la creación y el creador. Para Dante, la ciencia, de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, debía ayudar al hombre en su caminar hacia Dios. La palabra revelada se imponía a la exactitud y el punto de vista del poeta teólogo al del geógrafo. En el texto literario se reencuentran, como explica Dauphiné (1984: 58), la aritmética con la astronomía y la teología, con lo que el itinerario del Más Allá se enriquece mediante consideraciones científicas y espirituales, que contribuyen a aclarar las numerosas facetas del cosmos que Dante describe. Beatriz y los santos sustituyen a Virgilio como guía, y la geografía sagrada y la celeste se unen.

La geografía sagrada se convierte en una guía del alma. Es revelador, por lo demás, que todo el paraíso se presente sin ambigüedad, y desde el primer cielo, bajo el orden de la caridad.30

Maravillas, peregrinaciones y utopías

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