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ОглавлениеINTERDICCIÓN LINGÜÍSTICA Y METAFORIZACIÓN EUFEMÍSTICA/ DISFEMÍSTICA*
Miguel CASAS GÓMEZ
Instituto de Lingüística Aplicada (ILA). Universidad de Cádiz
Al profesor Emilio Ridruejo Alonso, con todo mi agradecimiento por su inestimable ayuda en mi trayectoria académica
INTRODUCCIÓN
En este trabajo1, presentado como contribución al homenaje de nuestro querido amigo y colega, el profesor Emilio Ridruejo Alonso, quien formara parte del tribunal que juzgó mi tesis doctoral sobre los mecanismos eufemísticos y disfemísticos de la interdicción lingüística (Casas Gómez, 1986), tratamos la metáfora como fenómeno decisivo, inherente e inseparable del habla humana, que destaca, fundamentalmente, por su enorme carácter de creación, consustancial a la esencia cognoscitiva del lenguaje, y la relevancia básica que adquiere en el ámbito del tabú o interdicción lingüística, a través de la (re)generación de los sustitutos y, sobre todo, usos eufemísticos/disfemísticos, tal como se ha puesto de manifiesto teórica y prácticamente desde muy diferentes perspectivas lingüísticas, en especial desde el reciente paradigma cognitivista2.
Para ello, partiremos del análisis de unas sesenta bases conceptuales metafóricas de una concreta esfera interdictiva (las designaciones de la «prostituta»), como única vía semántica y pragmática para conocer las capacidades eufemísticas o disfemísticas de las diferentes creaciones metafóricas.
2. EUFEMISMO/DISFEMISMO Y METÁFORA
De todos los recursos interdictivos, la metáfora es el que mayores dimensiones funcionales y cognitivas alcanza. En este sentido, de acuerdo con los numerosos estudios existentes sobre diversas esferas interdictivas, podemos calificar de ingente su producción metafórica y, por lo que respecta al ámbito sexual3, objeto de ejemplificación en este trabajo, afirmamos que la mayoría de los sustitutos y usos de carácter eufemístico o disfemístico son de naturaleza metafórica, a lo que hemos de añadir que recursos como la perífrasis, sinécdoque, antífrasis, lítotes, hipérbole, antonomasia, elipsis y metonimia están ligados sustancialmente al proceso metafórico4.
Por otro lado, una de las más significativas confusiones existentes entre las diversas nociones que engloba el fenómeno interdictivo (Casas Gómez, 2005 y 2018) es la equiparación entre eufemismo/disfemismo y los mecanismos lingüísticos de base que lo generan, fundamentalmente el más relevante de todos ellos, la metáfora, lo que ha requerido su precisión conceptual, pues no debe confundirse el eufemismo o disfemismo como procesos con los resortes, sobre todo metafóricos, de los que dispone la lengua para producirlos. Es lo que le sucede a Coseriu (1956: 23) cuando define el tabú como «el fenómeno por el cual ciertas palabras relacionadas con supersticiones y creencias se evitan y se sustituyen por préstamos, eufemismos, circunlocuciones, metáforas, antífrasis, etc.», o, lo que es lo mismo, identifica los efectos resultativos del tabú (sus diferentes procesos de sustitución o, mejor, de manifestación) con el principal recurso aplicado para crear dichos resultados.
2. REQUISITOS EN EL TRATAMIENTO DE LA METÁFORA DESDE UNA VISIÓN EUFEMÍSTICA/DISFEMÍSTICA
En el tratamiento de la metáfora desde una visión eufemística/disfemística, se han de tener en consideración tres requisitos: 1) desligar, siempre que sea posible, los usos metafóricos disfemísticos de los eufemísticos o simplemente neutros (ortoeufemístico5); 2) separar las metáforas de lengua (significados traslaticios plenamente lexicalizados y de uso común entre los hablantes) de las metáforas de habla (usos esporádicos y contextuales de sumo interés en este ámbito), y 3) hallar las distintas bases conceptuales que identifican el elemento metafórico con el metaforizado.
2.1. El primer requisito nos lleva al problema teórico de si la metáfora es un mecanismo eufemístico (con función encubridora) o, por el contrario, disfemístico, que acentúa las connotaciones negativas del concepto tabú. En esta línea, algunos autores defienden su no capacidad ocultadora, pues, al resaltar las notas análogas entre el sustituyente y el sustituido, no rompe sus asociaciones sino las refuerza. Entre ellos, destaca especialmente un estudioso del tema del tabú como Enrique Montero Cartelle (1973: 280 y 282), al afirmar que «el mecanismo fundamental del disfemismo es la metáfora que identifica, pone de relieve tajantemente, determinadas notas –o nota– distintivas del elemento comparado, prescindiendo de los demás», por lo que este recurso se presenta «como el verdadero motor del término disfemístico». Sin embargo, la mayoría de los investigadores especializados sostienen que es apropiada para la función atenuativa o eufemística.
A favor de su capacidad eufemística se muestran los partidarios del origen mítico de la metáfora6, de acuerdo con la concepción mágica del mundo (Casas Gómez, 1996). También avala su aptitud eufemística la explicación semántica de la metáfora a través del principio estructural de la neutralización como eje del fenómeno metafórico, que posibilita en un contexto la renuncia de algunos rasgos y destaca uno o varios comunes entre dos entidades. Se obtienen así vocablos que, tomados de esferas próximas o alejadas al objeto interdicto, quedan emparentados entre sí por algún vínculo de similitud. Si, en efecto, se excluyen las notas específicas (connotaciones negativas del concepto proscrito) y se actualizan las comunes (cualidades más genéricas y asépticas), el sustituto metafórico tendrá todas las ventajas de ser eufemístico. Pero, como he intentado demostrar en diferentes trabajos (Casas Gómez, 2009; 2012a; 2012b; 2018 y Fernández Smith/Casas Gómez, 2018), el eufemismo no puede explicarse exclusivamente desde el nivel léxico, ni, sobre todo, desde un planteamiento estructuralista, sino desde un enfoque pragmático-discursivo y cognitivista (Crespo Fernández, 2018 y Pizarro Pedraza, 2018), al describirse como un proceso cognitivo de conceptualización de una realidad interdicta. De ahí que no funcione el principio de la neutralización estructural, dado que, estrictamente desde esta metodología de análisis, no todos los rasgos semánticos pueden suspenderse, sino solo aquéllos que se rigen por un determinado comportamiento lingüístico (reglas o condiciones de neutralizabilidad que permiten o posibilitan una neutralización) frente a los usos estilísticos7. Sin embargo, en el eufemismo, al ser un hecho de sentido y no de significado, cualquier rasgo, por insólito que parezca, puede activarse, por lo que el concepto que más se adecua a la descripción del proceso eufemístico metafórico es uno más laxo, el de uso neutro, de carácter expresivo y cognitivo, como factor de libertad y creación (Rodríguez Adrados, 1967: 219).
Otro factor resaltable en el proceso es la distancia que media entre el concepto metaforizado y el uso metafórico: cuanto más alejado de su esfera conceptual mayor eficacia eufemística. No obstante, no siempre quedan suspendidos los rasgos duros y desagradables, sino que estos se ponen en marcha y, en vez de producirse una evasión lingüística del concepto tabú (alondra, asistenta social, cisne, estrella errante, paloma, dama de alba pecadora, etc.), existe intensificación de dichas asociaciones (cerda, pendona, pelagarta, tunanta, gorrona, piltrafa, etc.). No podemos aseverar, por tanto, que toda metáfora implique un valor eufemístico o disfemístico, ya que puede ocurrir, incluso, que ni siquiera comporte una presión interdictiva (Galli de’ Paratesi, 1973: 52-53 y Alonso Moya, 1978: 202-203), por lo que se precisa un examen individual de cada uso metafórico para comprobar, por un lado, si presenta una motivación interdictiva y, por otro, qué rasgos se han actualizado para conocer su capacidad eufemística o disfemística.
2.2. El segundo requisito reside en el problema de la lexicalización de la metáfora en relación con su evolución histórica, desde su innovación individual hasta su generalización en la lengua, como ocurrió con puta, que surgió como metáfora basada en la idea de ‘niña, mocedad’ (fundamento común a todas las lenguas románicas: belle, fille, moça, ragazza, menina, etc.), hasta convertirse en la designación propia de la «mujer pública». En este proceso que va de la creación a la lexicalización metafórica, lo que eufemísticamente en realidad importa es la escisión sistemática entre usos metafóricos empleados por la comunidad lingüística: buscona, pendón, entretenida, golfa, gamberra, fulana, furcia, zorra, etc. y realizaciones individuales discursivas: arrugadora de sábanas, matriculada de la higiene, trabajadora del amor, dispensadora de placer, taconera, etc., las cuales, al ser el eufemismo un fenómeno del hablar, adquieren gran magnitud y su número sobrepasa con creces a las otras representaciones metafóricas.
2.3. Por último, resulta de suma importancia la búsqueda de los fundamentos o bases conceptuales en el análisis de metaforización, única vía semántica para conocer la capacidad eufemística o disfemística del elemento transferido, si bien la solución a este problema vendrá dada, en última instancia, por la intención psicológica del hablante, manifestada a través de un contexto pragmático en el que intervienen, a veces de forma relevante, elementos paralingüísticos.
El concepto tabú y el uso metafórico eufemístico/disfemístico aparecen unidos por uno o varios rasgos comunes, lo que significa que, dada la propia naturaleza abierta del léxico (un mismo vocablo puede ramificarse en distintas direcciones y ocupar sendas posiciones en la estructura léxica), un elemento metafórico puede actualizar distintos fundamentos y trasladarse a diferentes ejes conceptuales, tan imbricados, a veces, que resulta muy difícil diferenciarlos. Así, como veremos en el siguiente apartado, trotona puede indicar indistintamente el hecho de ‘vagar’ la prostituta por las calles o ‘su oficio’, referencia en la que subyace la idea de ‘cabalgar’ en el acto sexual. No obstante, por lo general, prevalece uno de ellos y los otros son secundarios, como sucede con buscona, cuyos rasgos connotan la ‘astucia’ de su oficio, pero, sobre todo, su ‘callejeo continuo’. De hecho, en el campo eufemístico existe superposición de rasgos de todo tipo, no sólo de significado (semánticos), sino, especialmente, de sentido (designativos, referenciales o estilísticos), que se explican pragmática o discursivamente desde una visión cognitiva.
3. BASES CONCEPTUALES METAFÓRICAS EN UNA ESFERA INTERDICTIVA CONCRETA
Como ilustración práctica de los aspectos teóricos tratados sobre la metaforización eufemística/disfemística, aplicaremos nuestra ejemplificación a las numerosas bases conceptuales metafóricas designativas de la «prostituta», creaciones que resultan altamente representativas por su diversa índole, fundamentadas en las más ingeniosas y variopintas asociaciones: ‘falta de virginidad’: muchacha sin flor; ‘control sanitario y ficha de identidad’: esclava de la higiene, matriculada de la higiene, mujer con cartilla; ‘aspecto físico’: esclava/mujer pintarrajeada; ‘posición del acto sexual’: horizontal; ‘condición de objeto sexual’: instrumento de lujuria, máquina sexual, mujer objeto; ‘ganancia económica’: ganadora, moza de fortuna, godeña (voz germanesca que implica la noción de ‘rica’ e ‘importante’) y los mejicanismos piscamocha y piscapocha; ‘irónicamente a su desinterés’, en relación con los usos antifrásticos: amiga de hacer favores, samaritana del amor, cariñosa, servicial y las voces americanas bondadosa y dama de buena voluntad; ‘procedencia exótica’: aldeana, inexperta (de la que emanan los conceptos de ‘frescura’, ‘lozanía’); ‘hacerse notar o exhibirse’: banderola, pendón; ‘permanencia estática en la calle’, idea que supone una restricción de la base semántica ‘vagar o dar vueltas’ la prostituta en busca del posible cliente y a la que pertenecen algunas voces de la jerga de la prostitución como candelaria, cirio, farola, vela; ‘servicio público’: autobús, mujer al punto, mujer de punto (antiguamente poseía la noción de ‘categoría’), mujer al taxi; ‘persona bulliciosa que va de un sitio para otro’: peonza; ‘alegría, vistosidad o llamar la atención por su ropaje o vestimenta’: mariposa, taconera, gaya (voz germanesca), perigalla (extremeñismo); ‘inclinación, actitud o actividad relacionada con la prostitución’: bailona, ligona, columpiadora del bolso, charlatana, zumbona; ‘liberal, dispuesta a cualquier diversión’: campechana, entretenida (de este término se desprende también la idea de ‘dependencia económica del chulo’, en una acepción cercana a la de mantenida); ‘compañía o servicio social prestado’: acompañante (complaciente) (el calificativo le añade el rasgo irónico de su ‘desinterés’), compañera, chica/dama/señorita de compañia, asistenta sexual, asistente social; ‘sometimiento’: esclava, odalisca; ‘relación pasajera o efímera con el cliente’: amante de una noche, aventura de una noche, compañera de ocasión; ocasional; de turno; de un rato; de unos minutos de placer; de una noche; eventual; fugaz, instantánea (voz de argot), estrella errante; fugaz, ligue, mujer/señora de ocasión.
Tampoco faltan las metáforas con regusto sagrado o religioso: descarriada, diosa (del amor), hermana manchada, mercader del templo, mujer peligrosa, oveja (descarriada, perdida), sacerdotisa (de Venus, del amor), y las que hacen referencia a la ‘función que la prostituta desempeña’ (en relación con su oficio y acto sexual): arrugadora de sábanas, calientacamas, calientasábanas, dispensadora de placer, estajanovista de la esperma, lechera, tomasca, corredora de instrumentos (en Filipinas), o las auténticas metáforas funcionales (en las que existe realmente entre ambos elementos un parecido en su función): las voces germanescas pelota y maleta (esta última usada actualmente en el argot peruano) y los americanismos mina y serrucho. Otras designaciones emanan de ideas tan sugestivas como la de ‘pelo’: pelandusca (con transformaciones fonéticas: pelandrusca, pelambrusca y pelandruca; las dos últimas son variantes americanas), pelona, peliforra, pelusa (andalucismo), y probablemente el vasquismo mozcorra; ‘piel, cuero’: mala piel, pellejo, pelleja, pellejona (en textos antiguos se documentan pellejón y pellejana), pellejero, penca, penco, perigalla (usada en Extremadura), pencuria (voz de germanía), cuero, cuera (americanismo) y los andalucismos corambre y lúa (aunque esta es más fácil interpretarla como metáfora animal (< aluda) basada en la idea de ‘ligereza, fugacidad’); ‘ligereza, inconstancia, fugacidad’: alondra, ave, estrella errante; fugaz, gaviota, golondrina, lúa, mariposa, pluma, torda (puede interpretarse también como elemento del léxico de la ganadería) y los americanismos aviadora y chapola; ‘inclinación a la vida fácil, perezosa u holgazana’: capulina, candonga, gandula, holgazana, mujer de buena vida, chica/muchacha/mujer/señorita de vida alegre, chica/ muchacha/mujer de vida fácil; ‘horario de trabajo’ (noción que en la mayoría de los casos viene marcada por un complemento adjunto a otro vocablo de distinta base conceptual): beldad nocturna, bella de noche, burraca nocturna, camarera nocturna, cigarra de la noche, compañera de entretenimiento nocturno, estrella errante; fugaz, hurí nocturna, mariposa de la noche, ninfa nocturna, chica/dama/hija/mujer/niña/señora de la noche, dama/muchacha nocturna, odalisca de noche, pájara de la noche y los términos hispanoamericanos lechuza y nochera; ‘vida que lleva y ambiente en el que se desenvuelve’: aventurera, mondaria, moza de rumbo, mujer del bronce, mujer non sancta, muchacha/mujer/señora mundana, mundanaria, mujer/niña/dama de mundo, semimundana, chica/mujer de vida airada; ‘persona sucia, que ventosea, hedionda, fea, vieja, despreciable por su insignificancia y poco valor’: callo, cellenca (y su variante antigua zullenca), currutaca (además del rasgo de ‘insignificancia’, puede darse el de ‘derroche o afectación por las modas’), jamelgo, grofa (voz de germanía), penco, pesetera, pingajo, pluma, putañona, puta (algunos creen que su origen está en la idea de ‘maloliente, hedionda’), trapo, zopenco, zurrupio y los americanismos bacalao, bagre, pajurria, pesera.
Se constata, pues, las enormes posibilidades de riqueza metafórica de este concepto, dado que elementos de dispares áreas léxicas son atraídos hacia esta esfera bajo un sinfín de relaciones asociativas: las que ya hemos expuesto presentan una gran heterogeneidad y se caracterizan, en líneas generales, por su singularidad y relativa frecuencia. Sin embargo, nos topamos con otras bases semánticas de más entidad y envergadura, que generan un número infinitamente mayor de sustitutos y usos metafóricos, como, por ejemplo: 1) el hecho de ‘vagar o dar vueltas la prostituta por calles o esquinas’: andorra, andorrera, buscona, chica/muchacha/mujer/niña de la calle, callejera, cantonera (voz de germanía), carrerista, coqueta del asfalto (como ocurre en otros casos, el calificativo es el que marca el sentido connotativo del sintagma), correcalles, dama de la acera, chica/dama/mujer de la esquina, esquinera, ganadora del arroyo, giranta, mujer al trote, mujer de carrera, mujer del arroyo, paseadora, paseante, peatona, pendón de carrera, pendón verbenero, peripatética, bestezuela callejera, pindonga, pingo, -a, pingona, potranca, profesional de la calle; del asfalto, trotera, trotona, vela (y en sentido amplio sus voces afines cirio, candelaria y farola), vestal de arroyo, y las formas hispanoamericanas andadora, atorranta, bicicleta, buscadora, caminadora, caminanta, corredora, fletera, patín, patinadora, pindanga, rolera, ruletera, terraja, yira, yiranta, yiro, yirona; 2) su ‘comercio ilícito’ (algunas de ellas aluden más concretamente al ‘precio’): chica/dama/mujer de alquiler, alquilona, carne alquilada, cuerpo comerciado, hembra de fácil tarifa, mercader del templo, mercancía, mujer a precio, mujer alquilada, mujer-artículo, mujer explotada, mujer pagada, mujer venal, mujer vendida, ser alquilado, traficante del sexo, vendedora de amor; de placer, mujer de tanto y la cama; 3) el ‘acto sexual’ (coito, felación, masturbación): batallera, académica de la lengua (perífrasis en la que existe también una sinécdoque: el uso de «lengua» en un sentido muy estricto), folladora, fornicaria, guerrera, jodedora, mamona, mujer de flete, pajillera, pencuria, pisona (andalucismo), polvorona, profesora de lengua francesa, quiladora, quilanta, quilona, quilonera, tirada, y los términos americanos catrera, cogedora, culeadora; culiadora, culera, culiona, culiaringa, (de la) lucha, pinchada, pisadora, ponedora, visitadora, volada. Un apartado dentro de este bloque lo forman las designaciones que se apoyan en el concepto de ‘cabalgar’ (casi todas metáforas animales), pudiéndose explicar algunas en el sentido de ‘callejear’: bestezuela (de carga, de placer), jaca, jamelgo, maturranga, mujer al trote, penco, potranca, trotona; 4) ‘condición’ (persona astuta, despreciable, que corrompe): araña, arpía, arrastrada, baja, chica/mujer barata, bribona, bruja, buscona, candonga, caza-hombres, cazadora (de hombres), cuca, chaleco, mujer fatal, furcia, gandula, ganforra (usada en Extremadura), garduña, gorrona, golfa, lagarta (variante largarta), maraña (voz de germanía), mujer de alegre condición, mujer de baja condición, pájara, (mala) pécora, pícara, pulga, pelagarta, pelusa, pendanga (variante pedanga), pendejo, -a, pendón, -a, perendeca, pindonga, pingo, -a, pingona, raposa, sinvergüenza, suripanta, tirada, tuna, tunanta, torera, urraca, víbora, vulpeja, zamarro (voz murciana), zorra y sus variantes derivadas: zorrezna, zorrastrón, zurrona, zorrupio, -a, zorrón, -a, y los términos americanos alarife, arrastradora, buscadora, güila; huila; güilona, pilla, pirata, polilla, pútrida, rata, pindanga, rea, tusa. En estrecha relación con este eje conceptual, se sitúan las denominaciones que emergen de ciertos rasgos de ‘significado moral’ (algunas de ellas se entroncan directamente con la idea de ‘suciedad’ o con determinadas connotaciones religiosas y otras son atenuaciones por lítotes): basura, cerda, cochina, churriana, dama de media/pequeña virtud, dama poco virtuosa, descarriada, gorrina, hermana manchada, marrana, mediavirtud, mujer caída, mujer de moral (amnésica, distraída, relajada), mujer de virtud fácil, mujer peligrosa, niña del honor averiado, piltrafa, puerca, señorita de virtud/moral distraída, sucia, tirada, viciosa; 5) su ‘comportamiento, conducta o vida disoluta e irregular’: abierta, chica/muchacha/mujer alegre, bacante, callonca, coja, coscolina, dama de alba pecadora, disoluta, mujer/muchacha/niña fácil (se refiere más particularmente a su ‘facilidad de conseguirse’, al igual que ocurre con tragona y facilisca, usadas en Guatemala y Chile, respectivamente), dama/mujer galante, galocha, gamberra, hembra de enaguas airadas, libertina, libre (puede connotar también la idea de ‘no estar sometida a un solo hombre’), licenciosa, ligera (de cascos), liviana, loca, moza/mujer de mal vivir, chica/ mujer mala, chica/muchacha/mujer de mala vida, moza de malas costumbres, mujer airada, mujer corrida, mujer de cama alegre, mujer de costumbres (alegres, desenfadadas, dudosas, libertinas, libres, licenciosas, ligeras, livianas), mujer de mala fama, mujer de mala nota, mujer de mala/dudosa reputación, mujer de vida (disipada, dudosa, franca, galante, libertina, libre, licenciosa, ligera, poco honesta), mujer dudosa, ninfa mala, oveja (descarriada, perdida), pecadora, peliforra, perdida, perdularia, perico, -a, piruja, sandungona (usada en Extremadura), tarasca, chica/mujer de vida airada, chica/mujer/ señorita de vida alegre, y 6) su ‘oficio o profesión’: asalariada/empleada/especialista del amor, chica/mujer del ambiente, mujer de(l) arte, carne de fornicio; de prostitución; de placer, cuerpo profesional; prostituido, chica del relax, destajera de Venus, destajista del sexo, esclava del pecado; del placer; del sexo, funcionaria del sexo, chica/mujer del gremio, industrial del amor; del catre, mercenaria (del amor), mondaria, muchacha del goce, mujer común, mujer de amor, mujer de cama, mujer de gusto, mujer de la profesión, mujer de la prostitución, mujer de(l) placer, mujer de posturas, mujer del negocio, mundana, mundanaria, dama/mujer/niña de mundo, ninfa de toma y daca; del amor, notoria, obrera del amor; del sexo, chica/muchacha/mujer del oficio, profesional (del amor, de la galantería, del oficio más viejo del mundo, del placer, del vicio), proletaria de la polla; del orgasmo, prostituida, hembra/muchacha/mujer/niña pública, semimundana, semiprofesional, trabajadora (del amor, del viejo oficio), chica/mujer/señora de la vida.
Muy interesante es el grupo de metáforas indeterminadas con base en la idea de ‘mocedad’ y que definen a la prostituta como «mujer» a través de un proceso de restricción semántica: amiga, bella, chica, chiquilla, chorba (voz de argot), dama, damisela, elemento, -a, fulana, garza, habitanta, hembra, individua, jamba (voz de argot), madama, manceba, moza, muchacha, mujer, mujercilla, mujerzuela, muñeca (implica también la noción de ‘juguete’), nena, ninfa, niña, prójima, puta y sus derivados, señora, señorita, socia, sujeta, tía, tipa, tiparraca, titi (hipocorístico) y los gitanismos chai (y su forma alterada jai), chavala y gachí.
Otra serie metafórica de suma representatividad es la relativa al ámbito de los oficios, ya que ciertas profesiones cercanas a la prostitución se han interpretado en sentido erótico, como, en otras épocas, tabernera, moza de mesón o mesonera, panadera, hornera, pastelera, tejedora, boticaria o toquera y, modernamente, esta transferencia atañe asimismo a términos de profesiones tangentes a la prostitución: pucherera, tanguista, alternadora, copera, cabaretera, griseta, cómica, corista y otras tantas formas americanas como arepera, lavandera, pozolera o quitandera. En los últimos años, con el desarrollo de nuevas fórmulas de prostitución (en agencias y anuncios) que se expanden bajo diversas formas profesionales encubiertas (Guerrero Salazar, 2012), estas metáforas adquieren mayor relevancia en este ámbito léxico: actriz, artista (ambos vocablos van precedidos a veces del adjetivo pseudo, sumamente esclarecedor), azafata (de compañía, del amor), camarera, enfermera, entrenadora, esthéticien (esteti(ci)sta), estudiante, manicura, maniquí, masajera, masajista, mecanógrafa, modelo, pedicura, secretaria, sexóloga, traductora, universitaria. Algunas de estas designaciones se han polarizado en su sentido negativo ocasionando abundantes equívocos, que requieren de una aclaración complementaria, como ocurre con masajista, camarera o azafata. Por otra parte, estas denominaciones eufemísticas rinden culto a la apariencia, lo que implica evidentemente una actitud de megalomanía, una deseada ascensión en la escala social que raya, a veces, en la hipérbole (Casas Gómez, 2012b).
Queda, en último término, uno de los capítulos más representativos de nuestra esfera semántica: las metáforas animales o animalizaciones lingüísticas, de acuerdo con alguna similitud de cualidad, actividad, forma o función: alondra, araña, ave, bestezuela (de carga), burraca, caballa, cabra, cerda, cigarra, cigüeña, cisne (voz de germanía), cocotte (cocota, coco(t), cocote), cochina, conejita, corza, chucha, gallina, ganado, garduña (voz de germanía), garza, gata, gaviota, golondrina, gorrina, guarra, jaca, jamelgo, lagarta, leona, loba, lúa, mariposa, marrana, maturranga, morronga, oveja, pájara, paloma (torcaz), pantera, pécora, penco, perico, -a, perra, potranca, puerca, pulga, raposa, tigresa, torda, torera, tusona, urraca, víbora, vulpeja, zancuda, zorra y derivados, así como en el dominio hispanoamericano: bacalao, bagre, camaronera, cogedora de mariposas, congria, coya, cusca; cuzca, chapola, chincola, chivo, -a, chivatera, chuchumeca, chusca, chuquisa; chusquisa, ganso, guajolota, gumarra (voz de germanía), jíbara, lagartija, lechuza, mona, orejinegro, peuca, piraña, polilla, rata, sapo, tusa, vaca (antigua voz de germanía).
La mayor parte de estos elementos del campo de la animalidad se han encasillado en sus respectivas bases semánticas: ‘actitud sonriente y alegre’ (cigarra); ‘condición’ (araña, pájara, zorra, vulpeja, pécora, víbora, lagarta, urraca); ‘conducta’ (perico, -a); ‘regusto sagrado’ (oveja); ‘rasgos de significado moral’ (cerda, marrana, cochina, guarra, puerca); ‘ligereza, inconstancia’ (alondra, ave, gaviota, golondrina, lúa, mariposa, torda). Algunas voces, en particular las pertenecientes al léxico de la ganadería, aluden al hecho de ‘cabalgar’ durante el coito (bestezuela, jaca, jamelgo, maturranga, penco, potranca), pero existen otras cuyo eje conceptual aún no se ha mencionado. Así, en oveja y en las voces germanescas paloma y cisne puede estar implícita, por el rasgo ‘blancura’, la idea de ‘sumisión’ o ‘necedad’ por dejarse explotar. Por su antigüedad y uso popular despiertan interés aquellas comparaciones metafóricas que identifican a la prostituta con animales de reputada lascivia: cabra, gallina (cocotte), gata (y su elemento afectivo morronga), chivo, -a, leona, pantera, tigresa, loba (originariamente se refería al hecho de ‘gritar en la noche’ para atraer clientes), perra, raposa, vulpeja, zorra y derivados. No faltan, por otra parte, aunque su número es muy reducido, las metáforas formales: conejita (por su vestimenta) y zancuda o cigüeña, por la postura que adopta sentada en el taburete de un bar o establecimiento especializado. Estas designaciones tienen su origen en el lenguaje crudo o cacosémico, lo que hace indicar que sus connotaciones sean del todo disfemísticas. Pero, si bien la mayoría de ellas refuerzan el concepto proscrito, llegando en ocasiones al insulto o denuesto, otras veces (por ejemplo, ave, alondra, cigarra, cisne, paloma, oveja, cigüeña o luciérnaga) evidencian una diáfana intención eufemística, eximiendo al vocablo interdicto de sus rasgos duros y malsonantes. Además, hay que dejar una puerta abierta para los disfemismos eufemísticos (Casas Gómez, 1986: 93-96), es decir, para aquellos singulares casos en los que, dados unos específicos condicionamientos de tipo pragmático, voces tan injuriosas como perra, cerda, zorra, etc. adquieren sentido encomiástico y encarecedor.
Este estudio sobre una esfera interdictiva concreta demuestra que el análisis práctico de las bases conceptuales metafóricas constituye la única forma de describir, semántica y pragmáticamente, las capacidades eufemísticas o disfemísticas de las diferentes creaciones léxicas. Por otra parte, el número elevado de fundamentos conceptuales implicados explica que el concepto tabú y el uso metafórico eufemístico/ disfemístico aparecen unidos por uno o varios rasgos comunes, lo que significa que un mismo elemento metafórico puede actualizar distintas bases semánticas y trasladarse a diferentes ejes conceptuales.
4. CONCLUSIONES
Los resultados obtenidos de este trabajo teórico-práctico pueden sintetizarse en los siguientes aspectos:
1. En el proceso eufemístico/disfemístico no existe la neutralización en el sentido estructural del término, sino los usos neutros como factor de libertad y creación, hecho este que supone, desde un estructuralismo mitigado o humanizado, tener en cuenta precisamente aquellos rasgos conceptuales no contemplados por el estructuralismo ortodoxo y sí, en cambio, por el cognitivismo, lo que explica las distintas fases en el desarrollo evolutivo de nuestra concepción sobre el tema: desde una visión léxica y pragmático-discursiva a una dimensión cognitiva en la caracterización lingüística de los procesos implicados en el fenómeno interdictivo.
2. Los rasgos de contenido que intervienen en el proceso metafórico se encuentran muchas veces superpuestos formando cognitivamente una red conceptual. Cada hablante (re)interpreta la activación de una determinada base semántica y no otra posible ((re)interpretada por otro hablante), lo que pone de manifiesto que estamos ante un fenómeno de sentido, del hablar; de ahí que quede justificada la no existencia de eufemismos o disfemismos, ni siquiera de sustitutos eufemísticos/disfemísticos, sino de usos eufemísticos o disfemísticos metafóricos.
3. El eufemismo y el disfemismo son fenómenos cognitivamente subjetivos, de una enorme capacidad y realce expresivo (Casas Gómez, 2012b), y enmarcados profundamente en el terreno de las emociones: cuasieufemismos o cuasidisfemismos como procesos mixtos de manipulación del referente o modalidades axiológicas de referencia al tabú (Crespo Fernández, 2007: 211-235 y Casas Gómez, 2018: 17-18).
4. El estudio del eufemismo/disfemismo desde la metáfora conceptual rompe el análisis lingüístico de la semántica como hecho de lengua, pues puede suceder que cualquier elemento lingüístico designe contextual e intencionadamente un objeto concreto, muchas veces bastante alejado del concepto tabú.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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* Este trabajo se inserta en el proyecto I+D de excelencia Comunicación especializada y terminografía: usos terminológicos relacionados con los contenidos y perspectivas actuales de la semántica léxica (FFI2014-54609-P), financiado por el MINECO.
1 Una exposición parcial de este trabajo fue presentada en el XVIII Congreso Internacional ALFAL 2017, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 24-28 de julio de 2017.
2 Algunas de las ideas aquí recogidas fueron debatidas en la mesa que moderamos de la sesión temática «Tabú lingüístico y metáfora conceptual» del X Congreso Internacional de la Asociación Española de Lingüística Cognitiva (AELCO): Discurso, Cultura y Contextos, Universidad de Alcalá, 26-28 de octubre de 2016.
3 Ya Coseriu (1956: 26) expresaba que el «lenguaje de la alcoba» constituye un «terreno de continua creación metafórica» o Montero Cartelle (1981: 74) advertía que «quizá el sexual muestre más que ninguno la riqueza y posibilidades de este recurso».
4 Véanse estos mecanismos del eufemismo y disfemismo en Casas Gómez (1986), donde se aporta suficientes casos prácticos de intersección en la explicación, desde distintas vertientes, de tales recursos.
5 Este concepto, acuñado por Allan y Burridge (2006), ha sido recientemente incorporado al estudio del tabú y eufemismo desde una perspectiva de la sociolingüística cognitiva (Pizarro Pedraza, 2013 y Cestero Mancera, 2015a, 2015b). Para una clarificación terminológico-conceptual de ortoeufemismo en relación con eufemismo, disfemismo y X-eufemismo, véase Casas Gómez (2018: 16-17).
6 Como el psicólogo genético Heinz Werner, Die Ursprünge der Metapher, Leipzig, 1919, esp. cap. 3: 74 y ss., quien defiende que la metáfora surgió una vez del espíritu del tabú y no sirve para poner de relieve, sino para una necesidad de ocultación.
7 Véase nuestra aplicación de los conceptos de «neutralización» y «sincretismo» al eufemismo (Casas Gómez, 1993 y 1995).