Читать книгу Gaviotas a lo lejos - Abel Gustavo Maciel - Страница 7
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Оглавление“Hubo cuatro mujeres en mi vida”.
La idea fue cobrando forma en su mente. A pesar de aquel territorio proyectado por necesidades de supervivencia, los cuatro rostros aparecían definidos en la pantalla.
—¿Cuatro dijo, don Pablo? Pues deberían ser suficientes, ¿no lo cree usted?
Leo hablaba permaneciendo de espaldas, como era su costumbre. Contemplaba el cielo azul, limpio de nubes, perdiéndose en la línea horizontal de aquella playa infinita.
—Pues no lo han sido —respondió don Pablo, sin mediar análisis previo a sus palabras.
—Por supuesto, nunca son suficientes, ¿eh? —había un dejo de ironía en la frase de Leo. El poeta decidió dejarla pasar.
—No me refiero a ese aspecto. Las cuatro han sido diferentes, salvo por la eventualidad de que, de alguna manera, todas han estado enamoradas de mí.
—Tal vez ellas han sido una sola persona. ¿Qué le parece esta idea?
Don Pablo no respondió. No tenía por qué hacerlo. Después de todo, Leo no era más que un intruso en su realidad virtual. ¿O representaba algo más que aquel concepto abstracto?
—Las cuatro se funden en una sola y se sintetizan en una quinta. Usted mismo lo escribió en Los Penitentes, ¿lo recuerda?
El poeta suspiró, impaciente. A veces Leo lograba colocarlo al borde de su tolerancia.
—Ese fue un mal libro —respondió con voz seca.
—Oh, no, don Pablo. Usted no ha escrito libros malos. Recuerde La Quinta Esencia. El último poema… Podríamos decir que lo ha hecho famoso en todo el mundo. Los franceses todavía estudian su extraña métrica.
—La fama no importa, Leo. Fueron cuatro y basta. De ellas se ha nutrido mi obra…
—No sea injusto, don Pablo. Recuerde… Los Penitentes… La Quinta Esencia… ¿Acaso va a dejar de lado a esa mujer, ahora, cuando no puede privarse de ningún recuerdo?
El poeta contempló a su confidente durante un minuto. Estaba molesto. Luego su mirada se aplacó y volvió a observar la playa sin mar que se explanaba delante de ellos hasta el infinito.
—Y bien, Leo, la quinta mujer… no entiendo, su rostro se muestra difuso… ¿quién ha sido ella?
—Dígame, don Pablo, cuando usted cierra los ojos y deja la mente en blanco, ¿qué paisaje es el que ve?
—Pues… cuando realizo esa práctica mental, veo… ¡Mi tierra!…