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PREFACIO LA OTRA VOZ CHANI GUYOT DIRECTOR DE RED/ACCIÓN

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Entre las cientos de transformaciones que el ecosistema digital trajo al periodismo y a los medios, ¿qué significó para la voz de los lectores? Si la tecnología transformó el modo en el que los periodistas hacen su trabajo, y el modo en el que las audiencias se informan y entretienen, ¿qué transformación introdujo al modo en que se expresan?

Por supuesto, allí están las redes sociales con su expresión coral y su espacio de experimentación caótica y fecunda. Con su capacidad para parir y matar formatos nuevos y diversos que expresan el potencial creativo de una audiencia activa. Hilos de Twitter como potentes microrelatos, stories de Instagram como crónicas de transparente cercanía, grupos de Facebook como, ahora sí, una nueva versión del ágora de Atenas.

Las redes sociales como el espacio de la expresión y el intercambio, la ocurrencia y la tontería. Un espacio tutelado por las plataformas, y las reglas, y a veces, la responsabilidad colectiva. Pero también un espacio que puede convertirse en injusto y peligroso. El espacio en donde, a veces, la gente dialoga.

El lugar reservado para esas cartas nació con los periódicos modernos, a mediados del siglo XVIII, cuando se confundían con las columnas de opinión, y habitualmente eran anónimas o firmadas con seudónimo. Siempre me gustó pensar la sección “Cartas de Lectores” como el espacio en donde la audiencia puede hackear a su medio. Es uno de los espacios privilegiados en donde un medio puede demostrar su tolerancia a la crítica, su honestidad intelectual, o su coraje. Tal fue el caso de John Peter Zenger, impresor y periodista alemán, fundador de The New York Weekly Journal. El 25 de febrero de 1733 publicó una carta de lectores contra los abusos de poder del gobernador real de la ciudad, William Cosby. La carta fue publicada bajo el seudónimo de Cato, y por esa y otras publicaciones el editor fue acusado de difamación. Luego de un largo juicio el jurado finalmente absolvió a Zenger, por el hecho de que lo que había publicado era cierto, y así el editor se convirtió en un símbolo de la libertad de prensa. Cato (seudónimo utilizado por los escritores británicos John Trenchard y Thomas Gordon) continuó publicando cartas que luego fueron reunidas en el libro Cartas de Cato, considerado “la principal luminaria de la teoría de la prensa libertaria del siglo XVIII”.

Recién hacia 1920 las cartas de lectores se agrupan e identifican en los principales periódicos, y a comienzos de los 70 encuentran su actual ubicación: justo entre las editoriales y las columnas de opinión. El modelo, creado en The New York Times por el editor James Reston y el director de arte Louis Silverstein, luego fue adaptado por los principales diarios del mundo. “La idea fue destacarlas, darles más visibilidad y publicar un mayor número”, me contó el propio Silverstein cuando compartimos un proyecto en La Nación, a fines de los 90.

Si históricamente un medio fue al mismo tiempo el insumo y el escenario de la conversación social, ¿qué le queda ahora? ¿Le quedan acaso los comentarios a las notas? Si bien cada tanto se encuentran excepciones, la regla hoy marca que la mayor parte de los comentarios son un monólogo de gente más o menos enojada, bastante convencida de lo que piensa, con mucha energía y tiempo para expresar su opinión, y poca paciencia y disposición para involucrarse en una conversación.

Mi tesis es que los medios, en cualquiera de los formatos, seguimos básicamente atados al modelo broadcast, unilateral, de una sola vía, que en el peor de los casos emula la vieja fórmula: “emisor-mensaje-receptor”. Los medios nos seguimos pensando como una fábrica de contenidos, una usina que genera y distribuye, una organización que produce y entrega. El problema es que desde este paradigma, los medios ignoramos de hecho la principal revolución del siglo XXI, la revolución de la participación. Parece que ahora el receptor tiene algo para decir. Y para hacer.

Su opinión, su experiencia, su conocimiento, su tiempo. Tras estos cuatro ejes de valor, algunos medios en el mundo comienzan a experimentar y a ensayar preguntas a las respuestas del millón: ¿qué significa para el periodismo el fenómeno de la participación? ¿Qué puede aportarle al periodismo la voz de las audiencias?

Si un medio históricamente se definió por su carácter editorial, sus temas, sus firmas y su tono, en el futuro también lo hará por su capacidad y estilo de escucha. Y por el modo en que sepa integrar esa participación de su audiencia para mejorar el impacto de su periodismo en la conversación social.

En 1990, año en que recibió el Premio Nobel de literatura, el mexicano Octavio Paz publicó La Otra voz, un ensayo en el que recupera a la poesía como el vehículo y experiencia de la otredad, como el lugar de encuentro entre el autor y el lector mediante el lenguaje.

Tal vez sea la voz de la audiencia esa otra voz que hoy necesita el periodismo para repensarse y encontrar su lugar en la conversación del siglo XXI. Tal vez sea la voz de la audiencia la que, una vez más, pueda hackear a los medios, para que entonces desplieguen su tolerancia a la crítica, su honestidad intelectual o su coraje.

Las metáforas del periodismo

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