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2. METÁFORA DEL LAZARILLO

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La relación del periodismo con la democracia se sostiene en la idea de la información como factor clave para el debate público. Cuando un siglo atrás el periodista Walter Lippmann asignaba a la prensa la tarea de “hacer visible el mundo invisible para los ciudadanos del estado moderno”, expresaba la metáfora de la información como luz. Entonces, la idea de que los ciudadanos por sí solos no podían acceder a la comprensión cabal de los asuntos públicos se basaba no solo en las limitaciones educativas de una buena parte de la población. Para Lippmann, se explicaba por la misma naturaleza cambiante de la actualidad y por la opacidad de los asuntos de gobierno. “Una saludable opinión pública no puede existir si no existe acceso a la información” (McChesney, 2013: 41), acceso del que el periodista era guía y experto. Estos conceptos son herederos de la Ilustración, sintetizados por Immanuel Kant en 1784 como el “¡Atrévete a saber!”, que es la base de la libertad de pensamiento y de expresión. Ilustrar es “dar luz al entendimiento” según la Real Academia Española, y ha sido el motor que acompañó al de vapor para mover el progreso de las sociedades modernas. La Ilustración se inscribe, según Steven Pinker (2018), en los dos últimos tercios del siglo XVIII, y se desarrolla hasta llegar al apogeo del liberalismo clásico de la primera mitad del siglo XIX, justamente cuando aparece el periodismo como una profesión liberal y los primeros periódicos en el formato que podemos equiparar a los medios actuales.

La metáfora de orientación aparece en nombres como Il Faro, Norte, Mirador, La Brújula, El Vigía, La Estrella. El ABC (ABC News) también habla de la guía básica que debe consultar a diario el lector. La Razón remite al instrumento iluminista para llegar al conocimiento. La Vanguardia alude al que va adelante. La luz se evidencia en El Sol (The Sun). La metáfora del que mira para contar la instituyó en 1791 The Observer, uno de los primeros periódicos, y fue tomada por Le Nouvel Observateur, luego llamado L’Obs. La idea de alerta social está presente en Sentinel, Clarín, The Herald News, The Advertiser, El Radar, Herald Sun. Todos estos medios cuentan con esos nombres, aunque no necesariamente cumplen las funciones a las que remiten. A veces, la tarea es tan elevada que se le atribuye al dios de los pies alados, y el medio se presenta como El Mercurio (The Mercury News). El lema de The Washington Post, “Others cover stories. We uncover them”, juega con la idea de cubrir (presente en la jerga, metafóricamente, como “hacer una cobertura”, “darle cobertura a un evento”) y descubrir lo que está oculto para otros (el “Atrévete a saber” kantiano).

La metáfora del guía lleva implícita la asimetría entre aquel que conoce el camino, o que ve más allá de lo que ven los otros, y estos últimos, ignorantes o indiferentes respecto de aquello que el periodista revela. Cuando apareció el periodismo, la mayoría de los ciudadanos no sabía leer. En los primeros tiempos de las democracias, que eran también los de la prensa, la mayoría de la población era analfabeta o estaba excluida de la ciudadanía, como ocurría con las mujeres y los inmigrantes. Fue casi obvio que el periodismo se consolidara como grupo que podía traducir las ideas de los sectores ilustrados para guiar al pueblo desde las tinieblas hacia los procesos democráticos. El siglo XIX está atravesado por la idea de la iluminación de las masas en oscuridad, tarea a la que también se abocaron los educadores. Para Balzac, el periodista puede ser brillante, pero el periodismo es, en general, oscuro:

A ti te sobran cualidades para ser periodista: la brillantez y la rapidez mental. No renunciarás nunca a una frase ingeniosa, aunque haga llorar a un amigo. Yo, cuando veo a los periodistas en los foyers de los teatros, siento horror. El periodismo es un infierno, un abismo de iniquidades, de mentiras, de traiciones, que es imposible atravesar y del que es imposible salir indemne si no es protegido, como Dante, por el divino laurel de Virgilio. (2015)

La cultura en red redefine estas asimetrías y las invierte según cuestiones tecnológicas, en las que la generación de los tutoriales guía a los mayores. La crisis del modelo tradicional del periodismo tiene que ver con la crisis de esta metáfora, porque la mitad de la población tiene menos de treinta años y no entiende mucho eso de que un adulto venga a contarle algo que no preguntó. Es que para las generaciones nacidas a partir de la última década del siglo XX informarse es buscar en Google, no encender el noticiario de las ocho o esperar qué dirá el diario de mañana.

Una profesión que se asumía a sí misma como el faro tenía el privilegio, pero también la carga, de guiar al resto de la sociedad englobada en el concepto de opinión pública. Pero ni la opinión pública es esa homogeneidad que se describía teóricamente, ni el periodismo mantuvo la exclusividad en la tarea de guiar a una masa que ya no es tal porque se disgrega en comunidades que buscan su propia guía en referentes más especializados.

El periodismo recurría tradicionalmente a estos especialistas para producir sus contenidos, solo que ahora los contacta también el resto de la sociedad. Las elites y los expertos comparten sus novedades en sus propias redes, de donde cada vez más toman los periodistas sus contenidos. Antes, esa intermediación era necesaria para detectar la información y traducirla a un lenguaje accesible para el gran público, y a eso se dedicaba el periodismo. Ahora, la gente encuentra sus referentes en distintos temas, y estos han aprendido la forma de divulgar sus contenidos de manera atractiva. La misma técnica que usan para atraer lectores es la que aplican para captar al periodista: tuits llamativos, redes actualizadas, información original. Se ha vuelto género periodístico la conversión en noticias los tuits de celebridades, los comunicados de las oficinas de prensa o los informes que publican algunos sitios. Muchas veces sin ningún valor agregado por parte del periodismo.

En 2008 no existía WhatsApp, ni se habían popularizado Facebook ni Twitter. Ya por entonces el director editorial de la Folha de São Paulo (1) acusaba al periodismo de haberse vuelto críptico, porque siempre trataba sobre los mismos temas y se dirigía a los conocidos de los periodistas, convencido de que les hablaba a todos. La distancia entre lo que los medios ofrecen y lo que los lectores buscan sigue sin zanjarse. A pesar de que nunca fue tan fácil conocer las preferencias de las audiencias, el periodismo tradicional se enfrenta a la brecha entre lo que ofrece y lo que los lectores eligen. Con la amenaza adicional de que ya no se trata de una elección entre el menú informativo del medio, como ocurría cuando con el periódico de la mañana algunos elegían ciertas secciones, o suplementos, o empezar por la última página. Hoy la competencia por la atención no es entre las noticias de un mismo medio. Ni siquiera por las noticias del día entre distintos medios. Cuando las personas consultan sus pantallas miran a la vez mensajes, correos, enlaces, videos, publicidades, seriados: no es el periodista el que pone luz sobre lo importante, porque es la gente la que decide lo que es interesante, sin consultarle.

En la segunda década de este siglo los periódicos más importantes publicaban más de cien notas diarias, llegando en algunos casos a doscientas. Un empresario argentino suele jactarse en foros periodísticos de que su portal publica más de cuatrocientas noticias cada día. Como si alguien necesitara tanto. Claro que se mantienen en el mayor de los secretos los exiguos segundos que los lectores se quedan en las pocas piezas de la oferta pantagruélica que tientan al ratón a morder ese cebo masticado y enganchado en clickbaits. Los editores saben que la atención se concentra en no mucho más que el 20 %, por recurrir a la cifra de la ley de Pareto, que tiene una lectura mucho más intensa y participativa que la gran mayoría. Lo que se pone en evidencia es que no siempre lo que es interesante para las audiencias es importante para el periodista, quien considera que debe resistir a la tiranía del clic y seguir imponiendo su relevancia. Esta metáfora del faro persiste justamente en esa idea de que el periodismo debe ser la luz que guía a los barcos hacia la costa para que no naufraguen atraídos por los cantos de sirenas de los clickbaits, esas carnadas atractivas pero poco sustanciosas. Y expresa ese desprecio de las redacciones por la deslealtad de audiencias que se van atrás de cualquier anzuelo. Cuenta la leyenda que hubo un tiempo en que el título catástrofe era una facultad privativa de los editores de tapa. Hoy, muchos tuiteros manejan con la misma pericia las técnicas de la brevedad, pero con una desfachatez y humor que no pueden permitirse los medios “serios”. Para ellos la competencia es desleal incluso cuando es leal, cuando los medios compiten con comunidades en la red que comparten con frescura y desenfado las noticias de los medios y de otras fuentes.

El periodismo no parece estar recibiendo con alegría la posibilidad de conocer en tiempo real las preferencias de sus destinatarios. Tampoco parece gustarle mucho eso de que se compartan las noticias con comentarios y ediciones que no aprobaría el editor en jefe. Más allá del cambio tecnológico, no habría revolución sin una casta amenazada con perder sus privilegios por los bárbaros mutantes de ocasión, al decir de Alessandro Baricco (2008). En el siglo XV, la revolución no fue la tecnología de la imprenta sino la pérdida de exclusividad de las explicaciones por parte de la Iglesia a raíz de la circulación de impresos. En el siglo XXI, la revolución no es la tecnología digital sino la pérdida de exclusividad de las explicaciones de la prensa facilitada por los dispositivos móviles.

Si hacia 2013 un tercio de la población accedía a las noticias desde sus móviles, en 2021 eran tres cuartos y en expansión. Las noticias de fuentes digitales empiezan a consolidarse como las primeras fuentes de información, incluso más que la televisión, que tuvo el cetro durante más de medio siglo. Con algunas variantes por país, una de cada diez personas comenta las noticias y la mitad las comparte, pero dentro de las plataformas las tasas son mucho más bajas. Según CrowdTangle, que mide el ratio de interacción para medios en Instagram y Facebook, apenas entre una y tres personas entre diez mil ponen “me gusta”, comentan o comparten una noticia en los medios locales. En Latinoamérica un tercio de la población nunca leyó diarios, aunque hay países que llegan a la mitad de la población que prescinde de las noticias. Y ese porcentaje está en crecimiento. El motivo principal del abandono de las noticias diarias, para todas las edades y niveles socioeconómicos, es la falta de interés. Solo una de cada diez personas en la región lee el diario todos los días. Y no se debe a que el diario digital reemplace al de papel, porque la proporción se mantiene en cualquier soporte.

Las noticias siempre han sido un producto perecedero, que se entregaba en paquete cerrado. Hoy no solo circulan sueltas en distintas redes sociales, sino que casi siempre llegan procesadas, comentadas, desmenuzadas. Así como reaparecen comercios que venden productos a granel para abaratar costos y minimizar los daños ecológicos del exceso de empaquetado, también los lectores fraccionan por su cuenta las noticias. Y un tercio de los lectores, un poco más o menos dependiendo del país, las envía por sus redes o por correo, y más de la mitad de los que comparten, las comentan. Los lectores son ahora los lazarillos de otros lectores de manera cambiante y recíproca, en modo más lúdico y desinteresado que lo que solían ser los periodistas. Por lo tanto, se han vuelto lazarillos más amigables.

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