Читать книгу Las metáforas del periodismo - Adriana Amado - Страница 9
PRÓLOGO SILVIO WAISBORD DIRECTOR Y PROFESOR, SCHOOL OF MEDIA AND PUBLIC AFFAIRS, GEORGE WASHINGTON UNIVERSITY
ОглавлениеEste es el libro necesario que alguien debía escribir, un libro que desentrañe las metáforas sobre el periodismo, y nos haga reflexionar sobre el uso y abuso de las alegorías sobre qué es y qué debería ser el periodismo. Me alegro enormemente que este texto lo haya escrito Adriana Amado, con su característica habilidad para analizar de manera punzante los medios y remarcar las realidades y las ilusiones colectivas sobre su papel en la sociedad. Amado descorre el cortinado de la retórica común sobre una institución fundamental de la vida moderna y la democracia. Ofrece un recorrido analítico maravilloso, con una prosa admirable, plena de datos contundentes, estrías de humor, referencias teóricas relevantes, ritmo ágil y observaciones profundas.
El libro revisa una formidable colección de frases célebres, ideales prometidos, sueños y compromisos, etiquetas vaciadas de sentido, y lugares comunes que construyen formas de dar sentido al periodismo. Estas no son meras utopías, mitos o ideología que ocultan la realidad o disfrazan las motivaciones reales de la prensa. Son recursos para entender la práctica periodística –aspiraciones, limitaciones, contradicciones, ilusiones, brújula ética. Este vocabulario nos permite entender y malentender. Parafraseando a Wittgenstein, los límites del lenguaje son los límites para la comprensión del mundo periodístico.
Amado desbroza el matorral de ideas para ayudarnos a comprender su utilidad y sus limitaciones. Descubre y examina el vasto yacimiento de titulares, nombres de periódicos, frases hechas y deshechas, pronunciamientos editoriales, y cultura popular para entender nuestro bagaje conceptual y normativo sobre el periodismo. Nos recuerda que es una institución sobrecargada de responsabilidades y expectativas, que dominó la sociedad moderna respaldada en economías saludables y expansivas, mientras que hoy intenta sobrevivir en el brutal mercado capitalista en transformación y ecologías comunicacionales superpobladas de opciones.
El texto disecciona con cuidadoso bisturí las narrativas sobre el periodismo, aquí y allá, con un conocimiento enciclopédico que enhebra temas y experiencias en una formidable vuelta al mundo. El análisis pone de manifiesto que las aspiraciones son más que simples deseos o petulancias: son prismas analíticos para imaginar las noticias y la ética periodística, y espejos de parques de diversiones que distorsionan las formas habituales de hacer periodismo.
Es difícil pensar en instituciones similares: híbridos comerciales con ambiciones de servicio público. No hay similares supermercados de la realidad noticiosa que informan y entretienen, nos den conciencia pasajera sobre “lo que ocurre” y conocimiento sobre sistemas complejos, ayuden a caminar la vida cotidiana y ampliar el sentido de mundo, documentan vicios de la política y vicisitudes del diario trajín, infundan esperanza y miedo, alimentan ciudadanía y consumo.
Ni el periodismo ni el público fueron modestos a la hora de arrogarse atributos y expectativas sobre su papel: primer borrador de la historia, agente cívico, detective del poder, megáfono vecinal, luz informativa en el camino oscuro, cruzado partidario, combatiente de la resistencia, proveedor de contenidos serios y diversiones varias, plataforma publicitaria, testimonial de la vida social, usina de ideas dominantes. Con tales expectativas, no hay reputación que aguante. Nadie puede cumplir tantos requisitos aun en las mejores condiciones de solvencia económica. ¿Qué institución pública o privada puede ser todo esto y más? ¿Cómo justificar ser una cosa y no la otra? ¿Quién paga por todos estos beneficios públicos y servicios privados?
Esta malla ideológica de altas virtudes no solo tamiza cualquier entendimiento del periodismo. Justifica ambiciones profesionales de una ocupación demasiado dinámica, cruzada por intereses y motivaciones, para encajar perfectamente en el molde de las profesiones clásicas. Cualquier profesión esgrime un ideario como su mejor cara, ya sea brindar salud o impartir justicia, por más que la realidad sea mucho más compleja y con áreas más grises y menos gloriosas. El periodismo no es la excepción. La diferencia es que carece de unión y consenso mínimo para hacer realidad cualquiera de sus más preciados ideales. Esto se debe en parte al caos mismo de la ocupación, con sus múltiples escenarios, tareas, y contextos de trabajo que hacen imposible cualquier uniformidad de prácticas.
Tampoco ayuda el hecho de que las palabras consagradas del léxico periodístico sean ambiguas, controversiales, disonantes y poderosas. Libertad, verdad, hechos, equilibrio, pasión, noticia, independencia, realidad no son precisamente términos claros y concisos. Por eso siempre queda abierto qué es el periodismo –profesión, arte, ciencia, ocupación, comunicación, propaganda. No hay canon, ni reglas idénticas, ni protocolos seguidos al dedillo, ni ética ocupacional común. Son preguntas que nunca se resuelven y que cada generación se ocupa de revisar según realidades cambiantes, prioridades y desafíos.
Esto conduce a otro tema diseccionado magistralmente por Amado: ¿Cómo se reposiciona el periodismo, con sus bártulos ideológicos y eternas esperanzas de ser hijo pródigo de la democracia, en el escenario actual de abundancia informativa? Hasta hace poco tiempo, el periodismo podía atribuirse el papel de dar certificado de realidad, la presunción implícita que una edición de papel o un noticiero de una hora constituían un documento veraz y medianamente completo de lo acontecido, lo importante, lo necesario, lo curioso. O en el peor de los casos, un documento imperfecto, una aproximación sensible, un resumen comprensivo.
Sabíamos que tales presunciones eran exageradas –no hay realidad que quepa cómodamente en 12 o 64 páginas, actualizaciones informativas, boletines noticiosos, 30 o 60 minutos de televisión o radio, o sitio en Internet. Hoy en día, cuando la información desborda por plataformas digitales y por fuera de las redacciones, es claro que nadie puede siquiera aspirar a contar todo lo que ocurre y es relevante. En el mejor de los casos, hay selección, recorte parcial, ráfaga de realidad que forma parte del vendaval de información con que nos enfrentamos cada vez que entramos en conexión digital. El periodismo flota junto al incalculable resto en los enormes y constantes cauces de comunicación pública.
El periodismo contribuye, con noticias, opinión, titulares, datos, historias, crónicas, testimonios, y el resto de su rico arsenal. Trata de ordenar el desorden y dar sentido al vértigo. En sus mejores días, sobresale en la maraña con sus verdades enteras y a medias, a pesar de mentiras abiertas y disimuladas propias y ajenas. Usualmente, sus esfuerzos, valiosos y humildes, quedan sepultados en la avalancha de expresiones públicas –videos, memes, posteos en medios sociales, mensajes, invitaciones a clics. La ironía es obvia: las mayores posibilidades de expresión que tantas veces el periodismo justificadamente defendió en nombre de derechos democráticos, diluyen su presencia. ¿Cómo legitimar la histórica especialidad del periodismo cuando pareciera que todos informamos y comunicamos?
La saturación de información hace replantear el papel y el impacto del periodismo. Por más que uno esté convencido que el periodismo es importante y único, en tanto no hay otra institución encargada de hacer lo que mejor hace (o debiera hacer), no es obvio cómo sobresale en el ambiente saturado de (des)información, rumores, versiones, opiniones y el resto. De ahí que el problema no sea principalmente debatir los nobles ideales en el pedestal del buen periodismo, sino su posibilidad y viabilidad en una realidad comunicacional diferente a la sociedad moderna donde surgiera.
Reflexionar sobre qué esperamos del periodismo, como hace este libro, es necesario para entender no solo qué esperamos, sino también cómo afecta la vida cotidiana y la salud democrática. Adriana Amado nos invita a esta reflexión sin dogmas y levantando con cuidado y suspicacia las piedras sagradas del periodismo y de esta manera cumple lo que el trabajo académico riguroso y crítico debe hacer.