Читать книгу Las metáforas del periodismo - Adriana Amado - Страница 17
Visibilidad o credibilidad
ОглавлениеLa posibilidad de medir las reacciones de las audiencias, incluso solo de recibirlas, cuestiona algunos principios periodísticos que se dan por firmes, aunque ya no estén funcionando. Por ejemplo, esa idea de que cuanto peor la noticia, mejor para el medio, porque las audiencias solo se interesan por las catástrofes y los conflictos, se reformula en tiempos en que es posible seguir en tiempo real la atención que despiertan los eventos y las noticias asociadas. Este monitoreo en tiempo real permite medir el interés que despierta un suceso inesperado y comprender su relación con la necesidad de orientación, así como entender la dificultad que reviste mantener la atención solo con malas noticias. En un sistema que compite por la atención, las mediciones confirman que esta alcanza su pico en el momento crítico y decae cuando los sucesos se resuelven, sin importar cuánto pretendan los medios exprimir el tema. Incluso una situación tan excepcional como la pandemia de COVID-19, que elevó el consumo de noticias a niveles inesperados, muestra que luego de los picos en marzo de 2020, el interés por la información se estabilizó y volvió lentamente a sus niveles habituales. En cualquier caso, la atención está determinada más por los nodos que coordinan la conversación que por la oferta de noticias. La búsqueda de noticias sobre el coronavirus no necesariamente empieza en los medios ni termina en ellos.
A diferencia del pasado, en que el medio o el programa eran la fuente informativa obligada para consultar las actualizaciones, los nodos de conversación son cambiantes, dependen del momento, las circunstancias, los temas, los referentes del caso. En los nuevos contextos de comunicación es poco probable que un medio pueda convertirse en nodo de referencia proveyendo únicamente malas noticias, sin brindar alguna orientación sobre qué hacer al respecto. Entre las razones de la caída global de las audiencias, muchas personas evitan las noticias (news avoidance) por desconfianza, por exceso de negatividad, por sentir que nada pueden hacer con los temas que abordan, según investiga el Reuters Institute for the Study of Journalism. Aquella máxima que subsiste en las redacciones de que “cuanto peor, mejor” está en revisión ahora que pueden medirse en tiempo real las reacciones ante las noticias.
El aumento súbito que genera una noticia catástrofe no lo explica el gusto masivo por las desgracias. Una cosa es el aumento obvio de consultas ante una novedad, especialmente cuando se trata de una amenaza al curso de lo cotidiano, y otra es la preferencia por las noticias negativas. Cincuenta años después de haber publicado uno de los artículos más citados sobre la producción de noticias, el profesor Johan Galtung protestaba porque la industria se había tomado como un mandato lo que era una advertencia sobre la situación de las noticias internacionales en la década del sesenta. (2) Con su colega Mari Holmboe Ruge, en 1965 habían advertido sobre los riesgos de priorizar la confrontación, la tensión y el sensacionalismo por sobre la colaboración, la solución y la compasión. Hoy sostiene que la negatividad ganó los medios.
La cobertura catastrófica como receta ganadora es, de alguna manera, una fake news que se creyó la propia industria informativa. El título catástrofe ya no se encuentra solo en medios sensacionalistas, sino que se ha convertido en el cebo que se despliega en las redes y los portales para que piquen los lectores. Sin embargo, a contramano del pesimismo dominante en las noticias, las estadísticas mundiales indican que han mejorado sustancialmente las condiciones de vida: se vive más años, con menos epidemias, con mejores tasas de alfabetismo y de escolarización, menos conflictos bélicos, menos población en condiciones de pobreza y de hambre. (3) Mientras las audiencias de los medios se mudan a los ambientes más amigables de las redes sociales, la opinión pública se ha vuelto más pesimista a pesar de que las circunstancias sociales sean más auspiciosas hoy que hace cincuenta años. Aunque los diarios citadinos no dejan pasar un día sin incluir noticias de asesinatos, el promedio mundial es de 8,8 cada cien mil habitantes, bastante menos que los dos dígitos de la Europa medieval y que los tres dígitos de las matanzas en sociedades preestatales, datos que recabó Pinker (2011) para sostener su tesis de que el presente es el mejor de los tiempos. Sin embargo, aun con evidencias incontrastables, su conclusión genera resistencia en el sentido común, que asume que todo pasado fue mejor, y que percibe un aumento de la tasa de crímenes a pesar de las estadísticas en contrario. Poco importa que las víctimas de la pandemia en 2020 sean menos que las de las pestes de siglos anteriores, ahora que las condiciones sociales y sanitarias son mucho mejores: aun así la catástrofe se vive y se cuenta como algo sin precedentes. El foco del periodismo en la actualidad no deja mucho espacio para la comparación histórica.
Este encuadre cargado de negativismo trae algunos efectos colaterales. El principal es que no puede separarse del surgimiento de sentimientos nacionalistas, antiinmigración o de las restricciones a la libertad que los gobiernos sancionan con más facilidad en tiempos de miedos tan generalizados como difusos. Pero paradójicamente, el clima es más funcional a la política que a los medios, que pierden referencialidad al no ofrecer anclaje para las turbulencias.
El punto aquí tiene que ver con el negocio mismo de los medios, que cabe preguntarse si seguirán siendo las breaking news en tiempos en que estallan antes en las redes que en las portadas. O si habría que ofrecer refugios más que amenazas en estos tiempos de suspicacia generalizada, de miedo a un virus invisible, a un temblor impredecible, a una catástrofe inesperada. No se trata de esas tesis que postulan que las noticias son las responsables de hacer creer que el mundo es amenazador, difíciles de defender en momentos en que hay poca gente prestando poca atención a las noticias. Lo que interesa es la función que se les asigna a las noticias en la vida cotidiana. En mundos inestables, la búsqueda de seguridad se convierte en una prioridad y ahí es cuando los atajos del odio y la violencia se vuelven atractivos. La información podría ser una red de contención que reemplazara a las comunidades de odio y de indignación que azuza el alarmismo (Castells, 2012).
En un mundo donde la confianza está en extinción, los nodos informativos se convierten en las referencias para validar los mensajes y encontrar un punto de apoyo. La suspicacia generalizada impacta en la credibilidad de las instituciones, los medios a la cabeza, con lo cual no quedan muchas opciones más que depositar la confianza en el más cercano. En los últimos veinte años, el Latinobarómetro viene midiendo la caída de los medios como referencia para informarse sobre las cuestiones políticas, a la par que ganan fuerza las fuentes conocidas, los familiares, los compañeros de trabajo, los colegas de estudio. En 1996, la proporción entre las fuentes mediáticas y las personales era de 75 % a 25 %, y en 2017, de 63 % a 37 %. Este crecimiento de las fuentes interpersonales es previo a la aparición de las redes sociales y paralelo a la tendencia de cuestionamiento a las instituciones políticas, académicas y sociales en general. La pregunta del Barómetro Edelman (4) por los voceros más confiables confirma que los portavoces clásicos pierden confianza y son los que más caen: funcionarios de gobierno directivos de empresas y periodistas. Incluso los representantes de oenegés y los analistas financieros caen en credibilidad junto con los expertos académicos y técnicos, que comparten más de la mitad de la confianza con la categoría “a person like you” en los últimos informes.
Es en este punto en que el periodismo tiene una ventaja por sobre los medios, porque es más fácil que pueda ser una persona cercana a la audiencia, una referencia con nombre y apellido para consultar. Los informes globales de confianza muestran que la caída de los medios no es la misma que la del periodismo. Entre los 28 países que monitorea el Edelman Trust Barometer, 22 tenían una confianza menor al 50 % en 2019 y 14 en 2021. Sin embargo, en la mayoría de los países el periodismo es más confiable que las plataformas, con más de quince puntos de diferencia en Alemania, Irlanda, Suecia, Holanda, Canadá, Australia, Francia y el Reino Unido. En contraste, son consideradas más confiables en Brasil, Malasia, México y Turquía, países donde la prensa tuvo restricciones y alineamientos con el poder que explican la preferencia por otras fuentes de información. Sistemáticamente se observa en los procesos de opinión pública que la pérdida de confianza en los medios se traduce en una pérdida de confianza en las instituciones de las que se ocupan los medios, especialmente porque no logran entender la comunicación simétrica que exige el entorno de las plataformas (Castells, 2009). Políticos y empresarios tienen menos de la mitad de la confianza social, lo que es crítico para la confianza en las noticias porque se trata de las principales fuentes de la prensa. No obstante, lo que más pierde confianza es el concepto de verdad como un absoluto. Distintos reportes coinciden en que la mayoría de la gente dice tener dificultad para distinguir la verdad de las falsedades. Pero cuidado con suponer que solo se trata de una limitación de los lectores sin considerar la sofisticación que ha adquirido la maquinaria de la impostura. Especialmente la impulsada por las fuentes de poder, que abusan de su autoridad para confundir no solo a la población, sino también a los que se suponían profesionales de la información, que caen muchas veces en sus celadas. Ahí el periodismo ofrece falacias o declaraciones incomprobables bajo el débil escudo de unas comillas para la cita oficial, con lo que se convierte en un eslabón de la desinformación. Es este el aspecto en el que las plataformas se diferencian de los medios, y el que dificulta cualquier comparación, porque la atención no se va a las plataformas sino a las personas como nosotros que están en las plataformas. En el siglo pasado, los medios proclamaban que la confianza era el atributo en el que apoyaban su prestigio, que a la vez se trasladaba a los miembros del colectivo. En la cultura milenial de la selfi y los tutoriales, la referencia no la brinda la marca sino el que comparte. Son tiempos en que es más importante la paridad que la autoridad. La pérdida de referencialidad de los medios no debería afectar al periodista, siempre y cuando este sea percibido como una persona cualquiera. Cercanía es más importante que celebridad, como pueden demostrar los influencers y youtubers que cuentan sus comunidades por millones, cifra que ni siquiera arañaban los medios más exitosos en el pasado. No hay muchos periodistas considerados influencers, pero sí muchos influencers que se han vuelto cronistas exquisitos de los más diversos tópicos (moda, viaje, culinaria, libros, cine, running, make up, mindfulness). Durante la crisis por el coronavirus en 2020, las principales búsquedas globales tenían que ver con los temas de la vida cotidiana de los que estos referentes de las redes se vienen ocupando.
La prensa, como todos los medios masivos, fue acusada de manipulación. Curiosamente, los diarios de entreguerras fueron los principales impulsores de la fake news sobre una manipulación que nunca existió alrededor de la transmisión del episodio radial “La guerra de los mundos” en 1938. A inicios del siglo XX advertían sobre el riesgo de la transmisión en directo a través de la radio, que daba al periodismo una inmediatez a la que no estaban acostumbrados los diarios. En realidad los diarios proyectaban sus propios temores en las audiencias al suponer que no iban a poder procesar la información en directo. Un siglo después, vuelven a agitarse los fantasmas de la manipulación por las noticias, pero ahora los incautos son los usuarios de las redes sociales y la amenaza son los contenidos que andan sueltos por ahí, sin la bendición de… los diarios. A la advertencia de mentiras se agrega la del riesgo de desinformación. Los lectores, dicen, no son capaces de procesar la ingente cantidad de información que circula a diario. Los mismos medios que pedían más regulaciones para la radio hoy las piden para las plataformas.
Aunque nunca existió la histeria colectiva en torno del episodio de Orson Welles, muchos periódicos la publicaron en sus portadas. Ahora también son los diarios los que dedican reportajes y debates a las amenazas de las plataformas. Y así como entonces pedían regulaciones que acotaran la amenaza de la radio para el negocio de los diarios, ahora reclaman restricciones a la circulación indiscriminada de información. Del mismo modo ocurre con los taxistas que se resisten al surgimiento de aplicaciones que sumen particulares a la oferta de transporte. Taxistas y medios (partes afectadas) postulan mantener el statu quo como solución al problema que surgió precisamente por ese estado de situación. Ambos grupos piensan que fueron las aplicaciones las que generaron los cambios, en lugar de tratar de entender cuáles fueron los cambios que impulsaron esos desarrollos tecnológicos.