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ОглавлениеRoser Bru
Los ojos de los enterrados
Hay un título de novela: Los ojos de los enterrados.
Todos los ojos de estos enterrados miran al espectador: las cabezas lo miran, fijas.
Sólo Lea Kleiner no mira al espectador. Sus ojos no sustentarían la expresión de los ojos de los enterrados. Ella mira (puede mirar) otro horizonte.
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Desde las imágenes, los ojos crean el lugar del espectador. Incómodo lugar de alguien que es observado —fijamente— por los muertos.
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Los rostros que miran se parecen entre sí. Se parecen en la muerte, se van haciendo progresivamente transparentes delante de la muerte que llevan dentro. Es la muerte quien va borrándolos: a través de ellos, es la muerte quien mira.
Roser Bru, Sin título, grabado intervenido, 75 x 50 cm.
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Se reiteran las mismas figuras en una y otra imagen. Pero también se reitera, en una misma imagen, la mirada, como si se superpusieran varias imágenes en una: como si se recuperaran miradas dispersas por el tiempo.
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Trabajo de reiteración de la imagen: trabajo de la memoria; trabajo de la reflexión. Cada recuerdo una variación de lo mismo; paro cada recuerdo también una revisión de lo mismo, una reinvención, una nueva versión de lo mismo.
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Dibujos y pinturas están fijados en otras imágenes, las de las fotografías, obscenas escenas primeras de un trauma colectivo. Se recrean tales imágenes, se reiteran, se revisan, se hacen objeto de reflexión. La reiteración como procedimiento: los múltiples intentos de asimilar lo inasimilable.
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Kafka se parece al niño de Auschwitz, el niño se parece a Ana Frank. En los rasgos del retrato de Kafka está la matriz de los rasgos de la muerte.
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Desde la imagen de Kafka se despliegan las demás. Un niño de Auschwitz, una Ana Frank que repiten sus rasgos. Una imagen de Milena, unida a la de Kafka, luego sola, luego borrándose. Desde la imagen de Kafka las otras imágenes se despliegan hacia el futuro; desde allí, el conjunto de imágenes es prospectivo (Kafka profético).
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Las imágenes llevan en sí signos de futuro. El triángulo amenazante en la imagen de Ana Frank —una de las puntas de la estrella de David— se reitera como signo de la suerte que vendrá.
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Kafka: el campo de concentración en una mirada que no lo conoció.
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Pero desde el incómodo espectador observado por los muertos, el conjunto de imágenes tiene carácter retrospectivo. Se multiplican las referencias al pasado: las franjas del luto, las marcas de fotografías extraídas del álbum, la densidad de un tiempo atravesado por esas miradas.
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El triángulo cifra futuro (estrella que surge) y pasado (esquinas de luto).
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El desdoblamiento: una imagen en otra y en otra y en otra. Todas las imágenes pueden pensarse como si estuvieran contenidas en la caja china de la imagen de Kafka. De ella brotan.
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El desdoblamiento: las imágenes en serie. La coexistencia del pasado y del futuro en la serie de imágenes. La gradación: cada ser se desdobla hacia su nada, cada imagen hacia su esfumación.
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La inserción personal en el trauma colectivo. Roser, Lea, las niñas contemporáneas de una muerte, pequeños personajes que cifran la propia extrañeza, pequeña firma al extremo de una larga mirada.
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La imagen de Milena se esfuma, pero no se demacra. La “madre Milena” conserva sus rasgos. La muerte se traslada hacia ella desde las otras imágenes, la contagia por proximidad.
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Kafka en colores cárdenos, “creador de situaciones intolerables”. Kafka, las orejas del niño de Auschwitz y también las del vampiro. Los ojos de la víctima y la imaginación del victimario.
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Todas estas imágenes, una sola obra. Efectos producidos por relaciones de contigüidad. Imposibilidad de desperdigarlas.
Catálogo exposición Kafka y nosotros, Galería Cromo, Santiago de Chile, 1977.