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4. Estudios sobre patrimonio

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Una última noción central para este estudio es la de patrimonio. Como concepto polisémico y relativo, que se va construyendo social e históricamente mediante un complejo proceso de atribución de valores, constituye una categoría analítica en constante deslizamiento.13 En el marco de una dinámica de “expansión semántica”, Llorenç Prats (1997, 2005) reconoce la existencia de dos procesos de patrimonialización que obedecen a construcciones sociales diferentes, pero complementarias y sucesivas.

La primera de ellas, fijada durante el Romanticismo, establece como criterios de legitimación patrimonial referentes simbólicos que están más allá del orden social y de sus leyes: la naturaleza (por oposición al espacio de la cultura), el pasado (por oposición al tiempo percibido como presente) o la genialidad excepcional (por fuera de los límites de la condición humana culturalmente establecidos). Son estos criterios, entonces, los que determinaron los límites de lo “patrimoniable”. A partir de ellos se produce, siguiendo a Prats, una segunda construcción social que este autor denomina “activación”. Ningún bien constituye por sí mismo –por sus características inherentes– parte del patrimonio cultural si no es legitimado socialmente. Los bienes culturales se definen por significaciones sociales estrechamente ligadas con la identidad, que resulta de una doble operación de diferenciación y generalización que varía históricamente, y el patrimonio de una sociedad no es más –ni menos– que una construcción colectiva que se da en un determinado contexto histórico-social y cuya instrumentalidad varía de acuerdo con el entorno sociopolítico de donde emerge.

Activar un repertorio patrimonial significa, en definitiva, elegir ciertos referentes y exponerlos de una determinada forma. Este hecho les confiere una carga simbólica que refuerza y legitima socialmente una cierta versión de la identidad. Así, el patrimonio estaría constituido por los repertorios activados de referentes patrimoniales procedentes de ese enorme y abstracto espectro de posibilidades, de elementos potencialmente patrimoniables. La activación patrimonial resulta de la atribución de valor a determinadas manifestaciones del pasado por parte de distintos actores sociales situados en contextos específicos y orientados por intereses diversos. El poder para imponer ese reconocimiento puede ir desde la capacidad de convencer o movilizar a una vecindad hasta la de imponer normativas.

Para este análisis interesa rescatar una tendencia de activación patrimonial que Prats denomina “micro”. Esta incluye las iniciativas locales promovidas por agentes comunitarios que persiguen básicamente la subsistencia y una moderada incidencia en la dinámica económica y sociocultural de la zona, y se concreta en museos locales, operaciones de resguardo de monumentos o de instalaciones industriales, entre otras. Según el autor, muchos de estos impulsos tienen como resultado una “museabilización de la frustración” (Prats, 1997: 85).

En la Argentina, una gran variedad de proyectos patrimoniales se vinculó con esta tendencia “micro”. El proceso de desindustrialización que arrancó en la década de 1970 para agudizarse con el “adelgazamiento” del Estado y las privatizaciones de los años 90 generó en muchas comunidades –que quedaron aisladas en algunos casos, despobladas en otros, empobrecidas en todos– un proceso de desestructuración y reconfiguración social. Es en estos contextos en los que aparecieron intentos de activación patrimonial vinculados a las transformaciones socioeconómicas que operaron en las subjetividades y en la reconfiguración de las memorias locales y, al mismo tiempo, hicieron acuciante la búsqueda de fuentes de ingreso alternativas. La masificación del turismo, y en especial el boom del “turismo cultural”, dio paso a la esperanza de revitalización económica a través de una activación turístico-patrimonial que volviera a traer trabajo y resignificara la identidad de una comunidad desarticulada. Así muchas “comunidades de trabajadores” se transformaron en “localidades turísticas”, reconvertidas –con más o menos éxito, con más o menos conflicto– en centros de turismo cultural, histórico, rural, religioso, polos gastronómicos, etcétera.

En este pasaje “de la industria al turismo”, en algunos casos, como el aquí analizado, el pasado fabril constituyó la base fundamental sobre la que trabajó la memoria y se reconfiguró la identidad de la comunidad.14 En estas comunidades se reconfiguraron las memorias en función de “construir” un patrimonio para exhibir; seleccionando, resignificando y jerarquizando lugares, objetos y personas y actualizando los recuerdos de su pasado, produjeron el patrimonio y recrearon su identidad. Hay otras localidades en las que el pasado no constituyó el eje de la reconversión al turismo y los recuerdos actuaron en tensión con los imperativos de nuevos referentes identitarios.15

Si bien la identidad, como sostiene Ana María Portal (2003: 45), “se construye a partir del contrapunto adentro/afuera; el eje antes/ahora representa el referente obligado de esta construcción, en la que el recuerdo, la mayoría de las veces, aparece anclado a la nostalgia”.

La nostalgia, en el caso que nos ocupa, es una referencia ineludible. El término fue acuñado en el siglo XVII por Johannes Hoffer para describir una extraña enfermedad que aquejaba a quienes estaban lejos de su patria. Hasta el siglo XIX se la consideró un trastorno orgánico;16 no obstante, los desarrollos de la anatomía y la bacteriología pusieron en entredicho la condición física de esta “enfermedad” y fue progresivamente virando a su identificación con una determinada condición psíquica. Según Linda Hutcheon (2009), la razón de esta transición –de ser una dolencia remediable a un mal incurable del espíritu– fue su paso de lo espacial a lo temporal. La nostalgia, a partir del siglo XX, tuvo mucho más que ver con la añoranza de un tiempo que de un lugar, de un pasado que parecía más brillante.

Si bien la nostalgia puede tener efectos “paralizantes”, Manuel Cruz (2007: 27-28) advierte que “no todo es malo” en ella, ya que constituye “una forma, acaso atravesada de tristeza […] de poner a trabajar el pasado, de movilizarlo, de insuflarle nueva vida”. En el caso de Pueblo Liebig, ¿cómo se tramitó la nostalgia por el pasado?, ¿constituyó la activación patrimonial una especie de “museabilización de la frustración”, o hay en ella una reivindicación de derechos y una esperanza de futuro?

1. Jorge Belinsky (2007: 25), en su estudio sobre lo imaginario, rescata la perspectiva del historiador francés Jacques Le Goff que lo caracteriza como una dimensión fluyente, inserta en el seno de los procesos históricos, en relación con los cuales varía, y vinculada con representaciones y sistemas simbólicos e ideológicos. Desde esta óptica, define lo imaginario como “un conjunto de representaciones y referencias –en gran medida inconscientes– a través de las cuales una colectividad […] se percibe, se piensa e incluso se sueña, y obtiene de este modo una imagen de sí misma que da cuenta de su coherencia y hace posible su funcionamiento”. El imaginario, en este sentido, expresa ciertos interrogantes que todo grupo se plantea, tales como quiénes somos y qué deseamos ser, y las respuestas creativas que se dan frente a ellos.

2. Las metáforas familiares se han utilizado en el análisis de los discursos de la dictadura militar acerca de la nación (Filc, 1997) y en su uso por parte de los organismos de derechos humanos (Vecchioli, 2005; Filc, 1997), las agrupaciones políticas (Carnovale, 2012) y las fuerzas armadas (Badaró, 2012), entre otros.

3. Para un estado de la cuestión de la historia de las empresas en la Argentina véase Barbero (2006), Reguera y Zeberio (2006) y Bandieri (2007). Para el análisis de familias empresarias y empresas familiares véase Barbero y Lluch (2015).

4. Se denomina free standing companies a las compañías legalmente autónomas con sede en el país de origen de la inversión, creadas con el propósito específico de desarrollar una actividad en el exterior, en especial en el período previo a la Primera Guerra Mundial (Wilkins, 1988).

5. Denominados industrial villages en Inglaterra, cités ouvrieres en Francia, Arbeiterkolonien en Alemania, company-towns en Estados Unidos, “poblados industriales” en España, villaggi operai o città-fabbrica en Italia. Para distintos casos en Europa y América, véase Garner (1992).

6. Véase en particular Rousso (1991), Jelin (2002), Portelli (2003) y Pollak (2006).

7. Esta cuestión es abordada con relación a los testimonios orales por Portelli (1989) y Carnovale (2007).

8. La existencia de memorias largas y cortas ha sido analizada por Rivera Cusicanqui (1984) con relación a las luchas del campesinado aymara y quechua en Bolivia, por Da Silva Catela (2011) al estudiar las representaciones sobre violencia y memoria en las comunidades jujeñas de Calilegua y Tumbaya, y por Tedesco (2010) en la reinterpretación del pasado reciente en un barrio fabril de Córdoba. La noción de “memoria suelta” fue utilizada por Stern (2000) en su estudio acerca de las memorias chilenas posteriores al golpe de Estado de 1973.

9. Véase por ejemplo Lowenthal (1998), Cattaruzza (2011, 2012).

10. En este aspecto fue inspirador el trabajo de Portelli (2003).

11. Las referencias existentes se encuentran sobre todo en los escritos de extrabajadores y vecinos (véase corpus de fuentes) y algunos trabajos monográficos (Senén González, 2008; Leyes, 2014).

12. Esta cuestión fue abordada con relación a los testimonios orales por Portelli (1989) y Carnovale (2007).

13. De tal carácter cambiante y móvil dieron cuenta, entre otros, García Canclini (1999), Prats (1997), Fernández de Paz (2006) y Ariño Villarroya (2004a, 2004b).

14. Otro ejemplo son los pueblos fundados por La Forestal, donde la vuelta al pasado se asoció a la posibilidad de lograr una reactivación económica a través de la creación de un circuito turístico, “la ruta del tanino”, al mismo tiempo que permitió a sus habitantes recuperar su historia como soporte de identidad, generando alianzas y confrontaciones al interior de la comunidad (Brac, 2006, 2011).

15. Es el caso por ejemplo de San Nicolás, ciudad vinculada a la industria siderúrgica que, a partir del “fenómeno” de la Virgen del Rosario se transformó en un centro de turismo religioso (Rivero, 2008).

16. Véase, por ejemplo, el Tratado elemental de patología médica publicado en 1851 por Juan Drumen (Madrid, C. Monier), que la incluye entre las enfermedades nerviosas especiales, caracterizada por la tristeza que causa el alejamiento del país natal y el deseo irresistible de volver a él.

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