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Enfermedades infantiles

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Hay que admitir que las enfermedades típicas de la infancia pueden ser incluso beneficiosas si la fiebre ocasionada «quema» o aniquila lo que tarde o temprano podría suponer un perjuicio para la salud, lo que no quiere decir que haya que provocarlas. Algunas se presentan a edades muy tempranas, pero lo cierto es que cuanto mayor y más fuerte sea el niño, mejor las superará. Si tratamos correctamente las enfermedades infantiles, es decir, apoyando las reacciones que se presentan en el niño mediante procedimientos naturales, conseguiremos una beneficiosa «limpieza» de su organismo. La fiebre facilita la «quema» o aniquilación de sustancias tóxicas y nocivas del organismo que, en este caso, pueden provenir de la madre y pueden haberse formado durante el periodo de desarrollo embrionario del niño. Muchos médicos perspicaces se han dado cuenta de que aquellas personas que durante su infancia no padecieron enfermedades febriles tienen mayor propensión a enfermar cuando se hacen mayores y alcanzan una edad avanzada, lo que nos muestra la poderosa fuerza curativa de la fiebre. En realidad, la mayoría de los niños que fallecieron por una enfermedad de la infancia fue porque se les practicó un tratamiento erróneo. El peor fallo es suprimir con medicamentos las manifestaciones normales de la enfermedad, entre las que destacan, en primer lugar, la fiebre y, en segundo lugar, las erupciones cutáneas. La fiebre constituye una defensa interna del cuerpo que «quema» toxinas, tanto las que ya existen depositadas en su interior como las provenientes del exterior. Las erupciones cutáneas se deben, a menudo, a una derivación natural hacia la piel o hacia el exterior a través de los poros cutáneos. De la misma manera que no hay que reprimir la fiebre, no conviene inhibir las reacciones externas del organismo, ya que entonces pueden verse afectados órganos internos como el corazón, el sistema nervioso o los pulmones, lo que puede dar lugar a trastornos mucho más graves.

Es posible que alguna cuidadora o enfermera inquieta pueda protestar y afirmar que «de todos modos, tampoco hay que dejar que la fiebre ascienda hasta el punto de poner en peligro la vida del niño, sin hacer nada». Por supuesto que no, pero entre una supresión de la fiebre y un apoyo de este «fuego interno» hay una gran diferencia. Apoyamos la fiebre en el sentido de procurar que todas las vías de tiraje (de este «fuego interno») estén abiertas y en el «horno interno» de nuestro cuerpo se produzca una buena «combustión». Cuanto más rápidamente se quemen o aniquilen los agentes nocivos, tanto más deprisa podremos deshacernos de ellos y conseguir una nueva depuración o «limpieza» del organismo. Mediante un sencillo remedio, como el Ferrum phosphoricum D12, procuramos una gran ayuda a estos niños. Para mejorar la derivación hacia la piel, daremos un bien conocido y probado remedio, como el Aconitum D4.

Cuando sucede que todavía no sabemos dónde radica la enfermedad infecciosa, lo más apropiado es darle al niño Aconitum D4 en alternancia con Belladonna D4. En primer lugar, es importante vaciar el intestino, lo que mayormente se consigue poniendo un enema de manzanilla o cola de caballo7 al niño. El segundo punto importante que hay que considerar en toda enfermedad infecciosa es la función renal, que podremos activar con un poco de tisana de cola de caballo o gotas para los riñones. El tercer punto importante es la derivación hacia la piel. Para ello, seguiremos lo prescrito por Kneipp, Priessnitz y otros hidroterapeutas («doctores del agua»). En estos casos resultan especialmente indicadas las envolturas, unas veces calientes y otras frías, según cada caso en particular. Con las aplicaciones calientes raramente se procede de forma incorrecta, mientras que el empleo de envolturas frías requiere una cierta práctica, conocimientos y rigurosidad para aplicarlas correctamente. Para mayor tranquilidad de quien las vaya a poner, cabe decir que en un cuerpo con fiebre alta no se produce con rapidez una refrigeración excesiva al aplicar una envoltura fría. Lo cierto es que la aplicación de estas dan lugar a una beneficiosa derivación del excesivo calor interno hacia el exterior.

Ante todo, hay que tener siempre presente no actuar nunca contra natura, por lo que el procedimiento que adoptemos será siempre para apoyar los mecanismos defensivos naturales.

Los niños y los adultos padecen enfermedades infecciosas con mayor facilidad cuanto peor e inadecuada sea su alimentación. La existencia de estados carenciales, aunque se trate solo de una ligera avitaminosis, favorecen la aparición de enfermedades infecciosas. Muchos padres tienen miedo a los aumentos rápidos y elevados de la fiebre en sus hijos pequeños. No obstante, deberían saber que esto resulta beneficioso para «quemar» a fondo y de forma rápida. Por otra parte, el pequeño corazón del niño es mucho más fuerte de lo que se podría creer. En relación con el tamaño de su cuerpo, el corazón infantil resulta mucho más resistente que el de un adulto.

El pequeño doctor

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